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PRÓLOGO

Por María Sucarrat1

Pasaron 45 años. Todavía convivimos a diario con el horror del genocidio. Probablemente no sean los últimos estertores del mal contra el que luchamos durante todos estos años. El mal que estaba agazapado poquito antes del 24 de marzo de 1976, y que fue liberado como un huracán potente en cada uno de los rincones del país, sigue escondido en algún lugar acaso tomando fuerzas. Y ese mal, ese monstruo, nunca está solo. Siempre tiene guardianes. Como los genocidas tienen los suyos. El terror sigue latente. Y nuestro deber es siempre ubicarlo, conocerlo, luchar para que no vuelva a la escena. Es por eso que existen los actos, las rondas, las marchas del 24 de marzo. Es por eso que existe este libro.

Las estadísticas ayudan a entender. En su Informe Estadístico sobre el Estado de las Causas por Delitos de Lesa Humanidad en Argentina, que contiene el diagnóstico anual de 2020, la Procuraduría de Crímenes contra la Humanidad señala que fueron dictadas 250 sentencias desde 2006 en las que resultaron condenadas 1013 personas y absueltas, 164. Pero en 2020, el año de la pandemia y, por consiguiente, de la emergencia sanitaria, disminuyó el total de sentencias dictadas: de 22 en 2019 pasaron a 9. Además, de las 863 personas detenidas se consolidó el arresto domiciliario como la modalidad de encierro predominante. Unos 638 genocidas están en sus casas. Solo 225, en prisión. Y eso no es todo: existen 373 causas en las que aún no se dictó sentencia: 18 están en etapa de debate; 75 están elevadas a juicio y solo 2 de ellas tienen fecha de inicio para este año. El resto, unas 280, están en instrucción. Son 276 las personas condenadas con al menos una sentencia firme, y 24 las absueltas. En los 14 años de procesos, murieron 904, 692 antes de obtener sentencia y 212 luego del dictado de su condena o absolución. En todo el país hubo 29 prófugos. La Procuraduría, en su informe, sostiene además que el promedio de tiempo que insume la confirmación de una sentencia con el fallo de la Corte Suprema es de 5 años y 2 meses, los niveles más bajos registrados desde 2015.

“Cuando estaba en el campo de concentración tenía siempre el mismo sueño: soñaba que regresaba, que volvía con mi familia y les contaba, pero no me escuchaban […] Era comparable al sueño de Tántalo, en el que este casi come, llega a acercar el alimento a la boca pero no logra morderlo. Es el sueño de una necesidad primaria, la necesidad de comer y ver. Así era la necesidad de contar”, decía Primo Levi. Y es justamente esa necesidad de contar lo que ya se ha contado muchas veces, pero que es necesario contar muchas más, la que hizo nacer a este libro.

De todas las voces, Luis Zarranz convocó a aquellas que entienden que, aunque no está todo dicho, “No nos han vencido”. Así para Hebe de Bonafini “las consecuencias de la Dictadura no fueron ni son personales y todavía pueden verse, 45 años después”. Zaffaroni explica por qué el entrenamiento de esos años sangrientos dejó su huella y quedó en el mundo judicial un hábito de silencio, de no compromiso, de negación de la realidad social. Alejandra Gils Carbó se detiene en el cambio estructural de la economía y en las secuelas que quedaron cuando al fin se pudo recuperar la democracia, en 1983. “La matriz burocrática y autoritaria del Poder Judicial está latente”, dice y apuesta a que otra Justicia es posible. Cristina Caamaño explica con nitidez cómo el diseño de nuevas políticas públicas y el uso de nuevas herramientas se propone desterrar para siempre las prácticas y los conceptos heredados de la Doctrina de Seguridad Nacional. Andrés Larroque trae a la memoria la idea de “los fantasmas que resurgieron de aquel país del mal a partir de 2015”. En el mismo sentido, Sergio Chouza pone la mirada en los puntos de comparación entre la Dictadura y el macrismo respecto del ciclo de sobre-endeudamiento externo. Andrés Asiain analiza la pesada herencia que dejó José Alfredo Martínez de Hoz, la misma que hoy impide un proyecto político que resuelva las problemáticas sociales de las mayorías. Clarín y Papel Prensa es siempre tema de Víctor Hugo Morales. “La cara viva de la Dictadura” es el título de su texto. Quizás el concepto más claro para comprender cómo “el engendro monstruoso de la Dictadura de 1976” llega hasta nuestros días y convive con argentinos y argentinas. Y Ari Lijalad es terminante: “La Dictadura no fue posible sin Clarín”. Daniel Catalano e Iván Wrobel recuerdan que las trabajadoras y los trabajadores estatales debieron esperar 40 años para alcanzar la reparación de aquellos y aquellas que fueron torturados y asesinados por el Estado. Alejandro Kaufman alerta sobre el consentimiento como legado de la Dictadura: “El volumen social decisivo de lo que hizo posible el genocidio, además de todo lo ya sabido y evidente, fue una omisión, un silencio, el abstenerse de preguntar”. Marcelo Figueras, en clave “Pedro Bengoa”, repasa la política cultural de la Dictadura y con Subversión en el ámbito educativo (conozcamos a nuestro enemigo), Sonia Alesso se detiene en la lucha docente. Dora Barrancos describe y reflexiona acerca de la cartografía del movimiento de mujeres y de su admirable actuación antidictadura y Lucía Portos analiza el concepto de Memoria, Verdad y Justicia desde la intersección. Emanuel Rodríguez regala 6 escenas preciosas. En todas, finalmente, el humor no salva “pero algo de eso hay”.

45 años después del inicio de la etapa más cruenta de la historia argentina, esas mismas voces dan testimonio, recuerdan y también advierten que las marcas a fuego están allí. Y que, aunque muchos y muchas tratan de cerrar heridas, de no mirar para atrás, de inventar una vida de reconciliación, lo cierto es que, sin Memoria, sin Verdad y sin Justicia, no será posible.

1 Periodista y escritora.

No nos han vencido

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