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Presentación
El auge de la extrema derecha en las huellas de los fascismos históricos
ОглавлениеDesde principios del siglo XX, los fascismos se han transformado en uno de los fenómenos políticos que más a hecho correr tinta en el campo político intelectual y académico. A partir de la conformación de los Estados totalitarios hasta nuestros días, los fascismos han desempeñado uno de los factores claves en las nuevas configuraciones políticas e identitarias modernas. Pero ante la necesidad de comprender cuáles fueron las bases que dieron forma y contenido a los llamados fascismos históricos, muchas veces se tiende a priorizar aspectos de índole psicológicos sociales o historiográficos dejando de lado el análisis político que delineo su asenso.
En estos últimos años hemos asistido a un resurgimiento de la extrema derecha reaccionaria, autoritaria y/o fascista en todo el orbe: ella gobierna ahora en la mitad de los países del mundo. Los casos más conocidos son Trump (Estados Unidos), Modi (India), Orbán (Hungría), Erdogan (Turquía), Daesh (Estado Islámico), Duterte (Filipinas) y Bolsonaro (Brasil). Pero en varios países detectamos gobiernos muy cercanos de esta tendencia, incluso sino tienen una definición explicita como es el caso de Putin (Rusia), Netanyahu (Israel), Shinz Abe (Japón) y también se destacan los casos de los gobiernos de Austria, Polonia, Birmania, Colombia, etc. De hecho la distinción entre estos dos grupos es bastante relativa.
En cada uno de estos países, la extrema derecha tiene características propias, en muchos de los casos en Europa, Estados Unidos, India, Birmania, «el enemigo», es decir el chivo expiatorio, son los musulmanes y/o los migrantes; en algunos países musulmanes son la minorías religiosas (cristianos, judíos, yezidis). En ciertos casos predomina el nacionalismo xenófobo y el racismo, en otros el fundamentalismo religioso o el odio a la izquierda, al feminismo, a los homosexuales. A pesar de esta diversidad existen rasgos comunes en la mayoría de ellos: el autoritarismo, el nacionalismo integral, la intolerancia religiosa o étnica (racista), la violencia policial/militar como sola respuesta a los problemas sociales y a la criminalidad. La caracterización de fascistas o semi-fascistas puede aplicarse a algunos, pero no a todos. Enzo Traverso utiliza el término de «post-fascismos», que puede ser útil, designando a la vez una continuidad y una diferencia.
Por el contrario, el concepto de «populismo», utilizado por ciertos politólogos, por los medios de comunicación y por una cierta parte de la izquierda, es perfectamente incapaz de dar cuenta del fenómeno en cuestión, y sirve solamente para la confusión. Si en América Latina de los años 1930 hasta 1960 el termino correspondía a alguna cosa relativamente precisa como el varguismo o el peronismo, su uso en Europa a partir de 1990 es cada día más vago e impreciso. Si definimos el populismo como «una posición política que toma partido por el pueblo contra las elites», lo que es válido para cualquier movimiento o partido político. Este seudo concepto, aplicado a los partidos y movimientos de extrema derecha, conduce —voluntaria o involuntariamente— a legitimarlos, a hacerlos aceptables (¿Quien no está por el pueblo y contra las clases dominantes?), evitando entonces los términos que nos alertan como la extrema derecha, los racismos, la xenofobia y por supuesto los fascismos.
Pero, aun cuando pudiésemos tener un análisis señero sobre la genealogía del fascismo, resulta casi imposible no preguntarse hoy en día, cuál es la relación entre el fascismo histórico y los llamados «nuevos fascismos» que ocupan la escena política actual. Más aún, ¿cómo después de la brutalidad y los horrores de los totalitarismos de entre guerras, en las actuales democracias nos encontremos con un sostenido resurgimiento —no solo de los movimientos de extrema derecha sino además de los partidos políticos— de la ultraderecha radical y populista? Por ejemplo, ¿quién se imaginaría que después de la experiencia del Nationalsozialistische (NSDAP), un partido de ultraderecha, la Alternative für Deutschland (Afd), haya superado considerablemente cualquier sondeo electoral, y se posicione democráticamente en el Bundestag alemán? ¿Cuáles son las reales causas de este nuevo fascismo democrático?
Aportemos algunos datos a este respecto. Recientemente el Rassemblement national (ex Front national) de la ultraderecha francesa se ha impuesto sobre la lista Renaissance (RE) donde se encuentra el partido gobernante, La République en marche (LREM), dando no solo un duro golpe al oficialismo sino además trazando inmediatamente el terreno político que se vendrá. En las últimas elecciones el partido político de ultraderecha la Lega se impuso con un 34% de los votos en el parlamento italiano marcando así las fuerzas en lo que concierne al llamado proteccionismo regional y a las políticas antiinmigrantes. Aun cuando todos pensaban que después de Franco España estaba brindada contra los nuevos fascismos, el caso de Vox revierte la tendencia y se inscribe tanto en el congreso como en el parlamento europeo. Ley y justicia (PiS) se asegura en el parlamento polaco con un 43,6% en las últimas elecciones. En Hungría ya son gobierno con Fiatal Demokraták Szövetsége (Fidesz). Después de las elecciones parlamentarias de 2019, solo Amanecer dorado va en retirada producto de los conflictos judiciales que lo hundieron y llevaron al partido a la insolvencia económica.
Si observamos al otro lado del atlántico, el escenario no es muy distinto. Desde el mencionado «¡American first!» —articulado con un importante voto de los conservadores blancos y cristianos evangélicos «pro-valores de la familia»—, la política estadounidense mantiene un rumbo con un claro rasgo de miedo al otro, un miedo que fortalece el espíritu nacionalista y racista. Las preguntas a este respecto son variadas, las respuestas a lo menos desconcertantes.
Los efectos de estas políticas fascistas ya se pueden ver en nuestra región y tienen un mismo tenor en su propagación: políticas racistas en contra de los inmigrantes, el fortalecimiento de un sentimiento nacionalista y xenófobo, el racismo y la discriminación a los pueblos originarios, el odio a las minorías sexuales, el sometimiento legal y el lugar restrictivo de las mujeres, etc. Es sabido que el incremento del voto evangélico marca de manera determinante las políticas gubernamentales sobre cuestiones relacionadas con la vida, la familia y la libertad religiosa en las que se encuentran las políticas pro-vida, de género y sexualidad —como las que promueve, a nivel internacional, la organización estadounidense Alliance Defending Freedom (ADF)—. Pero son estas organizaciones que manejan presupuestos millonarios las que terminan inclinando los Estados laicos a ser meros Estados confesionales. Pero la «nueva política» fascista es sumamente pragmática no solo en lo que respecta a los «valores tradicionales», también en lo que concierne a la configuración de sus tácticas y procedimientos de despliegue en crisis.
El desarrollo de estas políticas las podemos ver actualmente tanto en Brasil («O Brasil acima de tudo deus acima de todos»), como en el golpe de Estado en Bolivia a través de un fuerte protagonismo de ideologías racistas y fundamentalismo religioso («llevar a Dios de vuelta al Palacio Quemado»). Las políticas de represión juegan un factor determinante en la configuración de los nuevos fascismos no solo al eliminar el disenso político y criminalizar la movilización social que amenaza el principio de autoridad —el orden natural de la dominación—, sino que además permite «resguardar» al Estado-nación de un «enemigo interno» («Ley antiterrorista del Estado» en Chile) que pone en riesgo la «normalidad institucional» y la distribución de las partes de la comunidad (Rancière).
Lo que nos llama la atención acá, es que más allá de encontrar ciertas características o parecidos programáticos en estos fenómenos, es necesario preguntarse por el aspecto político que los une. Por ejemplo, ¿Qué tienen en común el fascismo histórico con los nuevos fascismos democráticos? Diremos que, en determinados momentos, y fundamentalmente en periodos de crisis, ambos apuestan por una «nueva política» de cuño populista para salir de las distintas crisis. Diremos que las crisis son el efecto producido por la comunión de una misma cultura política y económica (Badiou). Las divisiones entre oligarquías o clases políticas, de todo el espectro político, son pura «abstracción» todos pertenecen a un mismo grupo político y económico. Si pudiésemos sintetizar lo que tienen en común los actuales partidos y movimientos de ultra o extrema derecha es que participan y se aprovechan activamente de este efecto de desorientación generalizado. ¿Qué alternativas hay en la política para salir de la crisis? En este terreno de falsos positivos, al no haber solución alguna de las distintas crisis de representación o legitimidad política —crisis sociales de desigualdad, crisis económicas, etc— los fascismos encuentran su oportunidad al entregar una «solución» o lo que se llamo en su momento una «tercera vía». Pero esta vía solo se puede entender a la luz de un debilitamiento de los partidos de izquierda que junto con cierto sello melancólico (Traverso) no hacen más que exponer cierta desidia frente a la convulsión del mundo (Gramsci).
Para empezar a analizar estos fenómenos, hemos decidido abrir este número con una entrevista titulada «El ‘golpe’: nuevas estrategias del fascismo» que el filósofo Jean-Pierre Faye realiza al artista Roberto Matta en Paris el año 1974. Este documento, aparecido en el número 18 de los Cuadernos del colectivo Change, a través de ediciones Seghers/Laffont, muestra, a un año del golpe de Estado en Chile, la preocupación de Matta de pensar las nuevas estrategias del fascismo. La palabra «golpe», en el contexto de las «estrategias del nuevo fascismo», es un «fenómeno internacional, que puede ocurrir en cualquier momento». Para Matta la cuestión es saber si el intelectual «intelige» esta situación o se dedica solo a repetir como un ventrílocuo los grandes temas del «subconsciente, la lucha de clases, la historia de la poesía» etc. Es necesario, nos dirá, una investigación profunda, pues «un análisis que remita solamente a los términos de lucha de clases resulta insuficiente». Es necesario poner en marcha una «crisis del pensamiento», una especie de deconstrucción, si se quiere, del método para pensar esta compleja realidad. Si la realidad nos muestra represión, violencia, violación a los derechos humanos, asesinatos, la pregunta es cómo en una situación de esta envergadura, donde precisamente al oprimido «se le niega la posibilidad misma de hablar», el intelectual es capaz de transformarse en un intelectual «orgánico» o «colectivo» que pueda no solo «reanimar la cuestión de los derechos humanos, de los derechos de los pueblos» sino además darse cuenta que estamos frente a un «enemigo nuevo» que se hace carne en el «egoísmo» en la «guerrilla interna» aquella que nos lleva al individualismo a la desintegración de los lazos sociales. La advertencia de Matta es lúcida a este respecto en los tiempos que corren: «Muchas veces se concibe al fascismo como ‘verbo’. Pero hay que verlo como una conjugación: pasado, presente, futuro.»
Seguimos con el texto de Enzo Traverso «Fascismos. Sobre George L. Mosse, Zeev Sternhell y Emilio Gentile». Se trata de un recorrido pormenorizado del fascismo abordando los diferentes aportes de estos tres historiadores, Mosse, Sternhell y Gentile. El autor reflexiona sobre algunos topicos de interpretación problematicos de estos autores, mostrando por qué una diferenciación entre fascismo del interior ha dejado de lado aspectos de indole políticos. Por ejemplo, se rechaza la interpretación antifascista del fascismo (mosse, Gentile), se niega la pertenencia nazi a la «familia política de los fascismos» (Sternhell) o se dejan relegados aspectos como el anticomunismo, o la violencia del fascismo, factores claves para entender los distintos genocidios. Finalmente se aborda la idea de un «origen francés del fascismo» (Sternhell), dejando abierta la polémica frente a la supuesta «inmunidad francesa» frente al fascismo.
Continuamos con Jean Marie Vincent y su texto «Sobre el alza y la victoria del nazismo», donde aborda las discordias que se producen al analizar, desde el idealismo nacionalista y el concepto de autoridad, el fenómeno del fascismo. Para Vincent estas confusiones que suelen emplearse en el alza y la victoria del nazismo remiten generalmente a nociones de tipo nacionalistas y connotaciones subjetivistas (psicológicos sociales e historicistas). El punto es, cómo entender los fenómenos de adhesión sin dejarse llevar por «generalidades apresuradas» sin correr el riesgo de, por ejemplo, «aumentar la importancia de los conflictos psicológicos en relación con los conflictos sociales». Para Vincent es necesario tratar el fenómeno desde varios niveles a saber, aquellos que remiten a una «dialéctica de las fuerzas políticas», es decir, desde «las modificaciones en las relaciones de clase», desde «los deslizamientos ideológicos» de la población y los «cambios de las correlaciones de fuerzas políticas» sabiendo, sobre esto último, que «los giros decisivos se sitúan a nivel de la política y del Estado en tanto que bloqueo de las relaciones de clases». La tendencia recurrente de hacer de estos fenómenos una suerte de «fatalidad» que nubla un estudio «esquemático de las estrategias y de las tácticas seguidas por las principales fuerzas políticas» es fundamental a la hora de encontrar un punto de partida y saber cuáles fueros las razones, como punto de referencia, de la derrota de la Republica de Weimar.
El siguiente artículo titulado «El retorno de la «nueva política» de los fascismos: organización, violencia y terrorismo de masas» de Roberto Merino Jorquera y Juan Riveros Barrios, pretende, según sus autores, mostrar que lo que fue en su momento una «nueva política» fascista —sus prácticas, estrategias y tácticas—, actualmente, son perfectamente reconocibles en nuestras sociedades contemporáneas. El artículo reconoce que el factor político es un aspecto decidor al momento de estudiar las «nuevas» formas de fascismo. De este modo, se pretende mostrar que es necesario un estudio retrospectivo y crítico que revalorice su historia, sus estrategias y tácticas políticas para limitar su amenaza en el presente.
Seguimos con el texto de Caio Bugiato «Para entender el neofascismo en Brasil: un ensayo de las contribuciones de Nicos Poulantzas». Teniendo en cuenta el movimiento neofascista en Brasil, Bugiato da cuenta de qué manera «las luchas de clases y las fracciones de clase en Brasil» es un elemento que permite comprender la coyuntura política actual que atraviesa el país carioca. Centrándose en el texto Fascismo y dictadura de Nicos Poulantzas (1970) el autor reflexiona sobre el concepto de fascismo, «la dinámica política de este fenómeno y la posibilidad de verificarlo hoy». De este mismo modo, se analiza la coyuntura política actual y se considera el «surgimiento del (neo)fascismo como una característica sorprendente del presente».
El artículo de Juan Domingo Estop, «Notas sobre el ‘fascismo del siglo XXI’», se encarga de diferenciar el fascismo clásico de los nuevos movimientos de extrema derecha. Para el autor un rasgo a diferenciar es que los movimientos de extrema derecha se encuentran «en el marco democrático formal» y en su «participación en el dispositivo de poder neoliberal». En este sentido el «fascismos del siglo XXI» se encuentra a la defensa de las «comunidades espontáneas» que valorizan y refuerzan el rol de la familia, la libertad de culto, etc, pero también del «mercado que propugna el neoliberalismo». En esta dinámica de defensa y dar «seguridad» a la clase media, el neofascismo «apela a los aparatos represivos de Estado y a su ideología espontánea».
En el texto «¿Qué hay después de la globalización? Advertencias sobre el fascismo eterno», Moisés Valenzuela nos invita a reflexionar sobre la «transformación» que ha sufrido el fenómeno de la globalización. Inmediatamente nos advierte que su permanencia se «limita a intercambios y alianzas económicas» mientras que al interior de «algunos Estados» se origina un sentimiento «nacionalista» y racista. Hablamos de un «posfascismo» que como lo señala Valenzuela discursea sobre «seguridad y soberanía» tal como lo hizo antaño el fascismo histórico. Al identificarse con la exaltación nacional pasa por alto y no se cuestiona «la forma en que son concebidas las relaciones de producción».
Lorena Souyris en su artículo «El auge de los nacionalismos: la violencia metafórica como forma contemporánea de nacionalismos» formula la idea de que la discusión sobre los orígenes y auge de los nacionalismos, «a conllevado a pensar que una violencia discursiva se inscribe en los modos de aparición de dichos nacionalismos». Para la autora, más allá de que estos discursos han justificado «conflictos de Estado y de guerra», lo que se encuentra de fondo acá es una «razón de Estado-Nación». Esta figura que conforma una «concepción de identidad» aloja a la «violencia dentro de un lenguaje instituido de poder nacionalista». De modo que examinar los nacionalismos implica descubrir la «violencia metafórica inscritos en y como lenguaje». Lo que subyace en este estudio es la manera en que las retoricas fascistas «comprometen una política nacionalista» para el «establecimiento de formas identitarias».
Continuamos con Pedro Karczmarczyk y el título «La democracia, el derecho y el capitalismo» donde nos propone abordar el fenómeno de la «nueva extrema derecha» y la pregunta por «las instituciones democráticas». Karczmarczyk aborda el problema del derecho en el marxismo, donde este es «específicamente capitalista y crucial para las relaciones de producción». El trabajo indaga que cualquier política emancipadora «debe realizarse contra el derecho». El autor examinara el vínculo histórico entre «el establecimiento de la republica democrática y la invención de la escuela en Francia» con el objeto de mostrar la relación de «prácticas disciplinarias y formas jurídicas» que no se deducen desde la instauración del sistema sino desde «una serie de enfrentamientos con una dirección estratégica».
Terminamos de cerrar este dossier con el texto de Alex Celis titulado «Arcaismo y Modernidad. Una aproximación desde la noción de energía a las reflexiones de Georges Bataille en torno al fascismo». Para el autor, una aproximación al trabajo de Bataille implica una crítica a la Modernidad (crítica moral según Habermas) y el modo en que «el movimiento de energía permite la articulación del estado fascista y su identificación con un flujo de energía cósmico, donde el fascismo sería naturalizado». En otras palabras, para Celis, Bataille habría visto en el fascismo una vía desde el «estado discontinuo y aislado de la existencia humana» (el momento prefascista de la historia) deviene en una «experiencia de la continuidad», «un movimiento general de magnitudes naturales, cósmicas».
Juan Riveros Barrios
Roberto Merino Jorquera
Santiago de Chile, diciembre 2019