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Prólogo de Lincoyán Fernández-Huerta

Entre la cobardía y la imprudencia se encuentra perfectamente ubicado el coraje, esto quiere decir que, si imaginamos una línea recta numérica, hacia el sentido negativo podemos percibir la flaqueza, holganza, sumisión, pasividad, la quietud; y hacia el sentido positivo podemos encontrarnos con lo intempestivo, con lo agresivo, lo temerario o irreflexivo. En ese cero imaginario pondremos al coraje, ese valor humano que nos lleva permanentemente a movilizar y transformar nuestros sentidos más primitivos de vivir en una forma idealmente asertiva, ese mismo coraje que Aristóteles mencionaba como una virtud esencial para lograr un equilibrio en nuestra existencia.

En muchas oportunidades nos hemos tenido que subyugar a las diferentes pruebas que someten ese coraje a un protagonismo inquietante, sin embargo, me resulta cada vez más atractivo identificar cómo, con el paso de los años, nos encomendamos a las respuestas de ese coraje de manera menos efebocrática y cada vez más asertiva. Donde comienza a aparecer la sabiduría en la toma de decisiones, se inicia el camino de minimizar errores voluntariamente, de ser más responsables con lo que decimos, pensamos o actuamos.

Para un influyente filósofo como lo fue René Descartes, la sabiduría y la certeza dependían de un factor: la duda. Surgieron, entonces, dos premisas: todo lo que genere alguna duda debe ser rechazado, y, por otro lado, solo dudando de todo alguna vez en la vida se puede alcanzar alguna verdad. Ahora bien, para Descartes, incluso para dudar necesitamos ser ordenados; así, para dudar correctamente debemos contemplar cuatro aspectos: la evidencia, el análisis, la síntesis y la comprobación. Estas reglas buscan conseguir toda la información posible, con claridad y distinción, luego, ordenar las ideas, ascender de lo simple a lo complejo, y por último rectificar lo anterior hasta comprobar todo.

Siendo sincero, creo que Descartes lleva la duda a su máxima expresión, algo nada atípico tratándose de un filósofo. Pero como una paradoja, como muchos deben saber, si de algo no tenía duda Descartes, era de su existencia, de ahí su célebre frase, “cogito, ergo sum” en donde nos deja como absoluta verdad que, si pensamos y dudamos, entonces existimos.

En la ciencia todo es duda, incluso, con cada nuevo artículo científico publicado en alguna revista, más que verdades, aparecen nuevas interrogantes, que solo vienen a alimentar una imperiosa necesidad de nuevas verdades y que cíclicamente se convertirán en nuevas dudas. Personalmente, lo encuentro fascinante, un círculo interminable de preguntas que difícilmente conseguirán respuestas absolutas, pero que, a su vez, hacen imprescindible mi clara necesidad de existir.

No quiero perderme la oportunidad de responder algunas preguntas, para eso hace falta coraje, sabiduría y duda. Quizás no en ese orden, quien sabe… ¿tendré que responder a esa pregunta?

Durante los últimos años, he sido un principiante entusiasta de la ciencia, un amateur en la comprobación científica, algo así como un niño que apasionadamente observa a su madre mientras cocina y espera tener esa medida perfecta en los dedos para no sobrepasar la dosis de sal en cada comida. Mientras, mi tarea se limita a aprender las recetas, a escribir instrucciones y, de vez en cuando, a arriesgarme con un plato que se encuentre a mi alcance. Mi meta es simple: seguir existiendo con la duda y en la duda, algo así como recordarme con cada nueva interrogante lo interesante y valioso que es responder metodológicamente a mi propia existencia.

La metodología de la investigación es como los cuatro pasos de Descartes para dudar. Es hermoso pensar que la búsqueda de la verdad precisa de metodología, que se sustenta con un orden, que se argumenta en el análisis, que requiere de claridad y que, ridículamente, después de todo lo anterior, necesita repensar y comprobar todo nuevamente.

Llevo una buena parte de mi vida aprendiendo diferentes cosas, y tengo perfectamente claro que aun con regaños y malas ganas, no dejaré de aprender jamás; es más, estoy seguro de que esto es el destino de todos los que probablemente estén leyendo estas líneas en el libro de mi buen amigo Raúl.

Su libro es maravilloso por varias razones, quizás, la primera y más importante, es que no tiene público definido. Solo tómalo en tus manos y dale una lectura, sea lenta y pausada, o veloz, estoy seguro de que lograrás comprender cada una de las cosas que están depositadas en estas páginas. Regálate la oportunidad de aprender de la experiencia, y así aparecerá el coraje, ese que Aristóteles indicó como un valor esencial de vida. El coraje ordenará ideas, aparecerán probablemente dudas, querrás responderlas, y, por lo tanto, como dijo Descartes… bienvenido a la existencia.

En Raúl Aguilera, mi colega y buen amigo, identifico la humildad justa para facilitar su experiencia en este libro. Veo la elegancia para demostrarme que, si él puede, entonces todos podemos. Veo las ganas de trascender con algo y de legar su estilo.

Para todo aquel que quiera comprobar su existencia con una buena metodología de responder una duda, siéntase dichoso de leer las páginas que continúan.

Lincoyán Fernández-Huerta

Director de Kinesiología Sede Concepción – Universidad San Sebastián.

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