Читать книгу La Furia De Los Insultados - Guido Pagliarino - Страница 9
CapÃtulo 2
ОглавлениеEl sentimiento del pueblo de Parténope permanecÃa oculto para el despectivo invasor nazi y el miedo que estos intentaban difundir en la ciudad habÃa generado un valiente fervor y un deseo de rebelión. Facimmo âa uèrra a chilli strunzi zellosi3 era ya el sentimiento de numerosos napolitanos, con la sensación de que, san Gennaâ ajutà nno!4 serÃan liberados y por fin la paz serÃa completamente real y dejarÃa de ser una ilusión nacida y muerta un par de meses antes.
El 25 de junio, Italia estaba exultante por la caÃda en desgracia del régimen, que parecÃa definitiva, con Mussolini desautorizado por el mismo Gran Consejo del Fascismo y hecho arrestar por el rey, y con el nuevo gobierno Badoglio ya no fascista, aunque no elegido democráticamente. Pero sobre todo la perspectiva de que el conflicto podÃa terminar era lo que alegraba a la nación. Sin embargo, muy pronto en la ciudad se alzaron lamentaciones que en Nápoles habÃan presentado tonos pintorescos a lo largo de las calles y en la oscuridad de los comercios, como: Chillo capucchióne dâo nuvièllo Cà po âe Guviérno5 o âo maresciallo dâItalia Badoglio Pietro, âo gran generalone! ha fatto diâ a âa rà dio, tòmo, tòmo,6 «La guerra continúa»: strunzâ e mmèrda!7 Luego estaban los que puntualizaban: Nossignori, strunzi noi ati a penzà che ânu maresciallone vulisse âa pace!8 , que se vaya a tomar por⦠Con el armisticio de Cassibile, firmado entre Italia y los angloamericanos el 3 de setiembre y que debÃa haber permanecido secreto hasta el reajuste de las fuerzas armadas italianas para poder contener al vengativo antiguo aliado, pero que habÃa sido hecho público el dÃa 8 por los vanidosos generales vencedores, cayó sobre Italia, a través del Brenero, un mal peor que el anterior: muchas divisiones germánicas nuevas, aguerridas y con sed de venganza se unieron a las tropas alemanas ya presentes en el territorio. «¿Por qué», se preguntaban los italianos más avispados, «los gobernantes y jefes militares no han sabido preparar a tiempo un plan de emergencia a pesar de que era probable desde hace tiempo este movimiento del enemigo? ¿Con las fuerzas del implacable antiguo aliado ya en casa?» Después del 8 de setiembre, el rey sus ministros solo habÃan sabido huir hacia el sur, a Brindisi, aprovechando que la primera división aerotransportada inglesa estaba a punto de capturar esa ciudad, la cual, a diferencia de las demás, estaba casi desprovista de tropas alemanas, y contando con el hecho de que los angloamericanos, una vez conquistada Sicilia, estaban invadiendo el resto de las regiones meridionales de la penÃnsula.9 A duras penas, el soberano, sus secretarios de estado y el general Mario Roatta, defensor fallido de Roma, abandonada a la iniciativa desordenada e inútil de los comandantes de sección, habÃan abandonado la capital para llevar trono, gobierno y alto mando a Brindisi, bajo la protección de sus antiguos enemigos, dejando sin órdenes a las tropas italianas en diversos frentes extranjeros y en Italia, a merced del potente ejército alemán. Después del anuncio oficial del armisticio por parte italiana, realizado personalmente por Badoglio a las 19:37 del 8 de septiembre, el alemán, gracias a los refuerzos aportados con rapidez, habÃa quedado como dueño incontestable desde los Alpes hasta la ciudad de Nápoles incluida, mientras la provincia de Salerno se convertÃa en zona de combate para el desembarco angloamericano del dÃa 9. La cólera de los partenopeos, ya grande por la guerra padecida, se convirtió en fiebre: las tropas habÃan tenido que aguantar durante más de tres años la entrada a traición e improvisada del régimen en el conflicto, el 10 de junio de 1940, apoyando a la Alemania nazi. Nápoles fue bombardeada sistemáticamente por los ingleses y poco después por los estadounidenses, con ciento cinco incursiones hasta el armisticio, todas con disparos que hacÃan añicos un edificio tras otro, con un gran número de muertos, heridos y mutilados y multitudes de familias sin casa. No se perdonó ni un solo barrio, también porque los dirigentes polÃticos y militares fueron incapaces de disponer defensas antiaéreas adecuadas, depositadas casi todas, de modo improvisado, en los barcos de guerra fondeados en el puerto. Y además el hambre, esa hambre oscura y sorda que hace que te tiemblen las piernas. Tras haberse esfumado la ilusión de paz del 25 de julio, hubo más nubes de bombas sobre la ciudad y carestÃa absoluta y enfermedades, con muertos por falta de medicinas. Hasta el 9 de septiembre, Nápoles soportó los males materiales por parte alemana, entre ellos daños muy graves en el puerto, y sufrió redadas y fusilamientos, no solo de militares italianos desbandados, sino también de civiles. También los fascistas, un par de semanas después del 8 de septiembre, aunque fuera a través de subordinados, habÃan tomado posesión de la ciudad, renacidos de sus tumbas polÃticas y convertidos al recién nacido Estado Nacional Republicano (pronto República Social Italiana) constituido el 23 de ese mes por Hitler en persona, poniendo al mando al desanimado y resignado Mussolini, a quien, el dÃa 12, paracaidistas alemanes habÃan liberado del refugio-albergue de Campo Imperatore en el Gran Sasso, arresto domiciliario al que le habÃa relegado el rey.
La tradicional dureza bélica alemana se convirtió, si es que eso era posible, en todavÃa más bárbara, porque habÃa ataques aislados de ciudadanos con el apoyo de los marinos de los barcos fondeados en la Regia Marina: se trataba de una primerÃsima resistencia esporádica espontánea, todavÃa no relacionada con los partidos adversarios del nazifascismo, una rebelión iniciada en la calle de Santa Brigida, donde, en la mañana del 9, una treintena de residentes atacaron a una escuadra de la Wehrmacht, después de que uno de esos soldados, como si practicara el tiro al blanco en una feria, disparara con su fusil de ordenanza Mauser Kar 98k a un mozo indefenso de doce años en una tienda, que se encontraba fuera del local para tomar un poco el sol.
Se habÃa unido aquel grupo de partenopeos humillados el joven subcomisario del que ya hemos hablado de pasada, Vittorio DâAiazzo, que andaba por las inmediaciones cuando el soldado alemán apuntó y disparó contra el joven: el joven oficial de la seguridad pública, muy indignado, disparó sin apuntar, desde una esquina, hacÃa el grupo alemán con su Beretta M34 de ordenanza, vaciando el cargador y matando a dos soldados. Luego desapareció por un callejón lateral, no tanto por miedo al enemigo, sino por temor a tener problemas o algo peor con sus superiores.
Mientras huÃa, aquellos de la treintena de civiles indignados presentes que tenÃan navajas en los bolsillos, es decir, casi todos, las empuñaron y la masa, encendida por el furor de la visión de los cadáveres enemigos y la imagen dâo sbenturà to guaglioâ,10 que, herido en la arteria femoral, agonizaba rápidamente, se abalanzó sobre el resto de la escuadra alemana lanzando gritos bestiales. Primero, tres de los indignados degollaron, destriparon y evisceraron al soldado que habÃa disparado, un soldado recibió un puñetazo en la nariz por un atacante que carecÃa de arma blanca y recibió por parte de otro que tenÃa a sus espaldas una cuchillada que le dejó herido con un tajo horizontal en las nalgas. Casi todos los soldados sufrieron golpes y heridas en brazos y rostro, el peor perdió la nariz. Ningún alemán pudo disparar ni una sola vez contra la horda enardecida y rápidamente, con sus sargentos a la cabeza, la escuadra huyó abandonando su arrogancia sobre el empedrado. Los fusiles y las bombas de mano de los asesinados y los fusiles caÃdos por tierra de los heridos más graves fueron recogidos y ocultados en las casas. Se usarÃan pronto para liberar la ciudad. Los tres cadáveres se llevaron a sótanos y allà fueron desmembrados, los pedazos se desmenuzaron y se sepultaron en diversos lugares de la zona. Luego se murmuró, ¿verdadero o falso?, que, sin embargo, algún buen pedazo de nalga acabó asado en algún vientre desnutrido. Las mujeres de los impávidos rebeldes lavaron la calle, con gran cuidado, hasta el punto de que nunca habÃa estado tan bonita.
Al mismo tiempo, en otra zona de Nápoles, de una manera completamente independiente, un grupo de improvisados combatientes atacó a un grupo de gastadores alemanes, que trataban de ocupar la sede de la compañÃa telefónica, y los puso en fuga. El pelotón alemán se vengó capturando y fusilando un poco más allá a dos carabineros que estaban en servicio de patrulla. No mucho después, toda la compañÃa alemana de atacantes fue sorprendida delante del edificio telefónico y se dio cuenta rápidamente de la insurgencia que habÃa allÃ. Asà que, en contra de los propósitos de los nazis, aumentó todavÃa más la cólera de los napolitanos humillados y, al dÃa siguiente, a los pies de la colina de Pizzofalcone, entre la Plaza del Plebiscito y los jardines correspondientes, hubo una verdadera batalla, iniciada por algunos marineros con sus mosquetes â91 y bombas de mano, y auxiliados por muchos civiles armados con metralletas MP80 y granadas del modelo 24, robadas a los ocupantes el dÃa anterior, y con improvisados cócteles Molotov. Los rebeldes impideron el paso de toda una columna de camiones y camionetas alemanes. Hubo seis muertos, entre marineros italianos que combatieron en primera fila y otros tantos soldados alemanes, además de muchos heridos por ambas partes.
A esto le siguieron duras medidas y graves represalias alemanas, por orden del nuevo comandante de la ciudad, el coronel Walter Scholl, que, el dÃa 12, asumió oficialmente el poder absoluto de la plaza. Una proclama suya impuso la requisa de las armas, salvo para las fuerzas de la seguridad pública, el toque de queda a las 21 horas y el estado de excepción en toda la ciudad, mientras se fusilaba no solo a los militares y civiles que habÃan hecho prisioneros, sino también a diversos ciudadanos detenidos al azar.
Los alemanes se desataron del todo el dÃa 12, saqueando, destruyendo e incendiando. Lo primero que ardió fue la universidad, después de haber fusilado antes a un indefenso marinero italiano y obligado los ciudadanos presentes, no solo a ver la ejecución, sino incluso a aplaudirla. Hasta el 25 de setiembre, aunque después de los primeros dÃas la ciudad no se levantara abiertamente contra los ocupantes, las patrullas alemanas capturarÃan a cualquiera que, no siendo policÃa, fuera sorprendido en la calle con un informe italiano o, vestido de civil, fuera considerado como sospechoso.
Nápoles callaba, pero bullÃa y se preparaba para la rebelión. En particular, los militares desarmados se habÃan unido uno a uno a los miembros de los partidos antinazifascistas y se habÃan ocultado y adiestrado en la guerrilla, muchos en los locales subterráneos del Liceo Sannazaro, primera sede de la recién nacida resistencia napolitana.
El dÃa 25 de setiembre, el mismo en el que Italia sufrió por parte estadounidense dos terribles bombardeos sobre Bolonia y Florencia, se publicó en Nápoles una ordenanza que establecÃa el reclutamiento obligatorio, para tareas penosas, de todos los ciudadanos en edad laboral. Se habÃa encendido la mecha del motÃn que se levantarÃa pocos dÃas después, una perfecta antÃtesis de las intenciones intimidatorias alemanas. Las disposiciones del decreto se pegaron en las paredes a primera hora de la mañana del domingo 26, dÃa anterior al de los primeros destellos de insurgencia.
Aunque la orden sustancial de reclutamiento provenÃa del coronel Scholl, formalmente estaba firmada por la mano italiana del alcalde Domenico Soprano, que, en agosto, nombrado por el gobierno Badoglio, habÃa asumido el cargo del dimitido alcalde fascista Vaccari. Soprano era un hombre de orden, anticomunista y antisocialista y contrario a posibles acciones violentas por parte del pueblo, aunque no era un fascista, sino un liberal: sin duda no un demoliberal al estilo de Gobetti, sino un aristócrata a la antigua. Más por su rechazo hacia las masas populares que por sometimiento a los alemanes, firmó el decreto de reclutamiento laboral: ganar tiempo para mantener la calma era su objetivo inmediato. Pocos dÃas antes del 26 de setiembre, después de haber abierto contactos entre la inteligencia del ejército de EEUU y los dirigentes de los partidos antifascistas napolitanos, precisamente ante la perspectiva de una deseada sublevación de Nápoles, el alcalde Soprano se acercó a representantes del recién nacido Frente Nacional de Liberación (luego Comité de Liberación Nacional), fundado hacia poco, con sede central en Roma y compuesto por el Partido de la Acción, el Partido Liberal, el Centro Democrático Cristiano, la Democracia del Trabajo, el Partido Socialista de Unidad Proletaria y el Partido Comunista. Le presionaron para que cooperara con la naciente oposición a través de las fuerzas de policÃa que dirigÃa, ofreciéndole todo el apoyo posible. Sin embargo, el alcalde, siempre enemigo del social-comunismo y temeroso de cualquier movimiento revolucionario, preferÃa la vÃa de la prudencia, limitándose a dialogar polÃticamente, en secreto, con los dirigentes liberales moderados Enrico De Nicola y Benedetto Croce: sin descubrirse.
Tanto Domenico Soprano como Walter Scholl hicieron mal las cuentas. Porque dentro del plazo establecido por el bando solo se presentaron a los alemanes 150 personas hasta entonces y estas mismas, a lo largo de la tarde del domingo 27 de septiembre y en las primeras horas de la madrugada se dedicaron a peinar salvajemente Nápoles deteniendo a 8.000 ciudadanos indefensos, incluyendo viejos y niños de trece años. Los alemanes habÃan generado la chispa de la rebelión, encendiendo los ánimos de los familiares y parientes de los detenidos, deseosos de liberarlos. A primera hora de la mañana del lunes 27 de septiembre se produjeron los primeros enfrentamientos, llevados a cabo no solo por los militares italianos que hasta ahora se habÃa mantenido ocultos en los sótanos del Liceo Sannazaro, sino también por un cierto número de civiles, aunque la verdadera sublevación popular de Nápoles explotarÃa al dÃa siguiente, con una propagación por calles y plazas de grupos de partenopeos armados de todas las clases sociales, desde las más populares a los intelectuales, incluyendo también niños de doce años y mujeres jóvenes.