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PREFACIO

Han pasado casi cinco años desde nuestro descubrimiento y por fin, no sin emoción, presento hoy mi vulgarización del arameo al español de un documento histórico fundamental que se creía perdido:

Durante nuestra última expedición a la India, mientras se estudiaba un lugar arqueológico, mis colaboradores y yo encontramos una galería que guardaba los papiros del primer evangelio del cual se tenía noticia, quedando perplejo después de su descubrimiento: se trata del evangelio en arameo de Mateo, escrito durante el siglo I de la era cristiana, según nos lleva a creer su soporte en papiro unido a la prueba de antigüedad con el método de radiodatación con el carbono 14 y, más exactamente, atendiendo al análisis textual, redactado a lo largo de los años 28-50 del mismo siglo. La obra aparece bien conservada, aunque esté escrita sobre una base fácilmente deteriorable como es la hoja de papiro, gracias a unas condiciones muy particulares de ausencia de aire del lugar en que se encontraba. Juzgo verosímil que esté completa, a diferencia de la mayor parte de las aproximadamente 5.200 copias de libros neotestamentarios hasta ahora a nuestra disposición, por otro lado, como muy pronto de los siglos II y III: de hecho, la más antigua en nuestro poder era hasta ahora el «papiro Rylands» de en torno al año 120. Antes de la publicación, he querido tener una certeza razonable de que se trataba precisamente del documento citado antiguamente por Papías de Hierápolis, Ireneo de Lyon y Eusebio de Cesarea. Finalmente he llegado a la conclusión de que se trata realmente de ese evangelio, como asimismo puede deducirse del análisis textual, del primer evangelio en orden de redacción. Mis colaboradores se han preguntado, no sin entusiasmo: ¿algún día la Iglesia lo incluirá en el Nuevo Testamento, haciendo así que haya veintiocho libros neotestamentarios y, entre ellos, aumentando a cinco el número de evangelios canónicos? Personalmente, no lo creo: aunque, en mi opinión, queda demostrada su autenticidad, persiste el hecho de que, como se puede saber por cualquier experto de historia de la Iglesia, el canon neotestamentario no derivó de proclamaciones de obispos o de sumos pontífices, sino del uso, desde los primeros siglos, por parte de todas las iglesias, de los veintisiete libros, mientras que los apócrifos fueron y son considerados universalmente como textos leídos por solo algunas de esas iglesias, lo que equivale a decir que les falta la llamada «aprobación eclesiástica», consistente en la convicción de todo el pueblo cristiano de que esos libros recogen la Palabra de Dios. En todo caso, el descubrimiento es sin duda extraordinario, tanto para la historia del cristianismo como para los creyentes de la misma religión. Anticipo que una parte de la obra se escribió antes de la crucifixión de Cristo. Se puede hablar de un diario escrito por el apóstol Leví Mateo. Está claro por las palabras de este redactor que durante mucho tiempo no había siquiera pensado que Jesús fuera Dios. Lo había considerado un mesías político, de quien aspiraba a ser ministro. Solo en las últimas partes del libro, redactadas años después y en las que se da testimonio de la resurrección de Cristo, aparece la iluminación y solo entonces Mateo define al Resucitado como Dios y como hombre de cuerpo glorioso y espiritual.

He puesto por delante del escrito una nota epigráfica para los antiguos textos que dan noticias genéricas de este evangelio perdido y ahora encontrado.

He dividido el documento en partes considerando, de acuerdo con el análisis textual, el orden probable de redacción.

He insertado algunas notas histórico-sociales a pie de página, por considerarlas útiles para el lector no especialista.

P.G.

El Vigésimo Octavo Libro

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