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Capítulo 2

El primer paso. La transformación del sistema perceptivo visual

El objetivo fundamental en este capítulo es tratar de explicar cómo la novedosa modificación paulatina del sistema perceptivo visual, mediante procesos epigenéticos, inauguró el linaje Homo.

La evidencia de este proceso la tenemos en el arte prehistórico.

Es necesario, antes de entrar de lleno en el tema, exponer en un breve resumen el proceso de hominización a partir de la transformación visual.

En un paso anterior al principio de la hominización el sujeto estaba incluido, por así decirlo, en las condiciones biológicas generales que la naturaleza imponía, ese organismo la aceptaba con pasividad contemplativa, pero luego, a raíz de incipientes cambios que se produjeron en su estructura ocular y sistema visual se fue abriendo una pequeña y novedosa apertura hacia lo real. Entonces, el antropoide dejó de ser únicamente expectante de la naturaleza y comenzó a intervenir dentro de ella.

Para su supervivencia aquel antropoide necesitó procesar adecuadamente la información del medio interno y externo de manera organizada, y construir una visión coherente de sí mismo y de su mundo. La construcción de su realidad se fue haciendo, paulatinamente, mediante el interjuego de una serie de estructuras anatómicas, neurológicas y procesos que le permitieron significar y dar sentido a la experiencia.

Por lo tanto, la realidad percibida pujó con fuerza arrolladora e inexorable, ampliándole las condiciones necesarias para aumentar aún más la percepción del mundo y arrastrándolo de esta manera, en forma imperativa, a sucesivas modificaciones tanto en la organización biológica, fisiológica como en la estructural, hasta obtener la percepción total de su mundo circundante, en sus amplias y distintas dimensiones. A ese organismo que pudo proyectarse hacia la realidad externa en su real dimensión, la realidad le fue exigiendo una adaptación continua para que le llegue hasta el interior del ser. Esto ya no fue solo supervivencia.

En consiguiente, el primer paso, no solo porque es primero sino porque es fundamental, estaría dado por el desplazamiento hasta la posición frontal de los ojos en la cara con una distancia interpupilar óptima para poder, de esta manera, percibir el exterior con precisión y con una visión estereoscópica (capacidad de apreciar el relieve real y la distancia precisa en la que se encuentran los objetos). Esta nueva capacidad, que permite percibir el ambiente con exactitud, lleva a los homínidos a buscar una posición que les permita ampliar aún más ese privilegio.

Podríamos decir que este primer paso se caracteriza fundamentalmente por la modificación del sistema visual del sujeto para percibir su mundo, que podemos suponer fue azarosa, pero le permitió a este organismo ir desprendiéndose de las condiciones que impone la naturaleza mediante un proceso epigenético.

La posición erecta que se conoce como bipedación, y que se considera como el rasgo que define a la subfamilia de los Homínidos, sería entonces el paso siguiente que se agrega al proceso pero como una consecuencia directa del sistema perceptivo visual. Otra consecuencia inmediata fue el desarrollo de manos más hábiles y precisas para el manipuleo, anteriormente ocupadas, principalmente, para ayudar al desplazamiento.

Al tiempo, la ubicación de la base del cráneo se desplaza desde la parte de atrás hacia el centro medio, facilitando la capacidad de percepción visual del entorno circundante. Esto lleva a producir también un cambio en la zona del cuello que permitió la ubicación adecuada de las cuerdas vocales dentro del espacio que ocupa la caja fonadora facilitando, de esta manera, una mayor capacidad de modulación de los sonidos vocales.

Estos cambios conllevan una reducción gradual del tamaño de la cara y las mandíbulas. La cara de los primeros homínidos era grande y estaba situada al frente de la cavidad craneal. El morro va disminuyendo su prominencia debido a que los dientes se redujeron, la cara, entonces, con estas modificaciones amplía el área de visión que antes estaba ocupada por el morro, permitiendo a la visión tener acceso a áreas que antes no tenía y facilitando una completa rotación ocular sin obstáculo que interfiriera.

El cerebro aumentó y varió su ubicación, además de la creciente verticalidad de la frente (hueso frontal), la cara relativamente pequeña de los hombres modernos quedó situada debajo, no delante, de la mayor cavidad craneal. Pero andar erguido produjo otras modificaciones anatómicas en el esqueleto, en la parte inferior de la columna vertebral, en la pelvis y en las piernas. Además, su musculatura cervical se hizo menos fuerte, ya que la posición vertical no requiere tanta fuerza para sostener el cráneo; también las paredes craneales se han hecho más delgadas.

La necesidad de disponer un espacio físico mayor para albergar las nuevas áreas cerebrales que se fueron desarrollando funcionalmente para poder representar lo percibido del mundo exterior y sus procesos mentales consecuentes, culmina con un cerebro de mayor tamaño, grande comparativamente con el tamaño del cuerpo en relación con otros mamíferos.

Algunas de las regiones del cerebro se han mantenido sin cambios durante la evolución de los primates, otras han cambiado recientemente con una secuencia distinta de ADN que es exclusiva de los humanos y nuestros parientes cercanos extinguidos.

Aquel incipiente cerebro humano comenzó a poseer la capacidad de representar su mundo de manera simbólica y real al mismo tiempo, esto le permitió una eficiente adaptación al entorno, que luego será favorecida por la selección natural. Prueba de ello es la especie que ha tenido más chances de sobrevivir y dejar descendencia fértil.

Al tener acceso a la realidad circundante y al conocimiento en base a experiencias necesariamente se van desarrollando nuevas sinapsis, la aparición de funciones neuronales específicamente humanas y nuevas áreas corticales dando lugar a una encefalización mayor. Superponiéndose y sin ser anuladas las funciones básicas que responden a estados primitivos en las distintas especies, como ser: respuesta al peligro, búsqueda de comida, tener sexo y encontrar parejas, el cuidado de la descendencia, creación de lazos sociales, etc.

Frente a esa realidad reconocida también se acentúan las emociones y los sentimientos. Quedan atrás los protoesquemas simples y van estructurándose esquemas de tipo cognitivo, emocional y conductual. También se van alojando en el aparato psíquico áreas sensibles a conflictos y traumas psicológicos que nos acompañan hasta la actualidad con sus diversos síntomas.

Si bien no disponemos de evidencias concretas sobre este proceso psicológico, ya que no tenemos restos fósiles disponibles, podemos deducirlo por las manifestaciones observadas en los rituales y, sobre todo, en el arte prehistórico. En ellos se puede analizar como evidencia única y clara, los pasos progresivos en la forma en la que el hombre primitivo, desde el inicio de su nueva ubicación en la escala animal, llegó a poder expresarse de forma simbólica hasta llegar a la construcción del lenguaje. Justamente es el arte el primer acto cultural y en su evolución se podría ir ubicando el tiempo que llevó la estructuración visual hasta la culminación en el hombre moderno. En relación con el tiempo que llevó el proceso de evolución de la especie humana, la aparición de la conciencia se produce en lo que serían minutos de tiempo geológico. De repente, el hombre se convierte en un animal autoconsciente, epistemológico, simbólico, racional y libre.

Hoy podemos seguir apreciando la realidad con precisión y nitidez objetiva, y por consiguiente, la exploración de ésta gracias a aquella transformación inicial de la visión.

Humano. El origen

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