Читать книгу La era del neuroTodo - Guillermo Javier Nogueira - Страница 7
INTRODUCCIÓN
ОглавлениеEl saber es costoso y no suele hacerse de buena gana.
Platón
La raza humana: una especie incapaz de hacer frente a su propia diversidad, su propia complejidad, su propia diferencia radical, su propia alteridad.
Jean Baudrillard
Difícil tarea la de estudiar, investigar y pensar acerca de un objeto complejo. Las dificultades aumentan al querer simplificarla, pues dicho proceso requiere de varias etapas, cada una de las cuales es una transacción con posibles pérdidas y ganancias, aciertos y errores. Se inicia con una reducción del objeto en estudio para adecuarlo a la escala del investigador, según sus capacidades y posibilidades: el mesomundo, sin descuidar también el micro y el macromundo. Luego vendrá una segunda reducción, más bien una fragmentación en trozos de complejidad y tamaño manejables y, siguiendo el camino inverso, el rearmado, la integración en un todo similar al original pero raramente idéntico. La tarea se complica exponencialmente cuando el sujeto-objeto de estudio es a su vez similar al sujeto-objeto que lo está estudiando; incluso interrogándose a sí mismo por las propias razones del ser y el hacer, tal como lo resumiera elegantemente John Eccles en su frase “lo fascinante es el cerebro estudiando al cerebro”.
Recorrido con semejanzas a “El jardín de los senderos que se bifurcan”, “Las ruinas circulares” o “La biblioteca de Babel”, tanto como con las inferencias y deducciones de las ciencias. Quizás nuestro destino humano sea construir reiteradamente torres de Babel o, tal como lo expresa Jean Baudrillard, plantearnos que nunca la ciencia ha postulado —ni siquiera la ciencia ficción— que las cosas nos descubren al mismo tiempo que las descubrimos; según una inexorable reversibilidad. Estamos predestinados a hacerlo alentados por la curiosidad y por la vana ilusión de respuestas que den cuenta de un todo imaginado, quizás fantaseado, a veces alucinado. De ese modo, marchamos hacia ese vacío que nos seduce, interroga y que llamamos ignorancia. Nos pertenece por estar dentro nuestro y nos llama en tanto que hay un afuera e inclusive un adentro misterioso, lleno de territorios por explorar, objetos por conocer y experiencias por vivir. Este vacío nos atrae como sujetos destinados a cumplir un mandato irrefrenable, un imperativo instintivo que llamamos curiosidad, cuyo aplacamiento o satisfacción será siempre parcial y provisorio. Nunca la totalidad o el absoluto inamovible.
Transitamos la huella hecha camino por innumerables seres humanos que no podían dejar de estar sorprendidos, tanto por los mundos que iban construyendo, como por su propia tarea. Una interrogación sin fin y la quimera de hallar la respuesta final que lo abarcara todo. Por eso siguen habiendo caminantes, ya que como dice el poeta, en realidad no hay camino, sino que se lo hace al andar. Por suerte es así en tanto que caminar es moverse y moverse es sinónimo de estar vivo.
Como los cronistas de viajes, algunos caminantes, a veces conmovidos por lo que va apareciendo, lo que van conociendo, sienten la necesidad de compartirlo y comunicarlo de diversas maneras. De ese modo han ido surgiendo desde el relato personal alrededor de una hoguera, hasta la escritura y las ilustraciones de todo tipo en los claustros y ahora su difusión masiva y veloz en los medios de comunicación. Todos tienen el común denominador del lenguaje en sentido amplio. En nuestro tiempo la charla alrededor del fuego ha sido reemplazada por los congresos, simposios, programas de TV, diarios, revistas y, en un salto tremendo, la transmisión electrónica de datos en tiempo real. Este salto, prima facie ventajoso, lleva en germen el error de suponer o creer firmemente que toda información es veraz, que más abundancia y velocidad son valores positivos en sí mismos y significan progreso. Dicho en otros términos, la equivocación consiste en no percibir que el aumento de datos no representa necesaria e invariablemente más y mejor conocimiento y comprensión. La aceleración lleva en su seno la desaceleración, efecto colateral indeseado y no previsto.
Leyendo un artículo del New York Times sobre la neuropolítica, tuve la abrumadora sensación de estar en una rampa ¿ascendente? ¿descendente? en la que gradualmente se va agregando el prefijo neuro a casi todo. Aparecen así la neurofilosofía, la neuroética, la neuroestética, la neuroteología, la neuroarquitectura, el neuromarketing. Hay varios más y sospecho habrán muchos más por venir.
Este fenómeno proviene de ver y oír con frecuencia a personas provenientes de las más diversas actividades, refiriéndose a aspectos del funcionamiento cerebral como explicación causal de las conductas más diversas. Suelen hacerlo con convicción y una aparente erudición, no siempre sustentable en los hechos. Así les escuchamos atribuir a neuronas, circuitos, estructuras cerebrales y neurotransmisores, las preferencias políticas, sexuales, deportivas, al igual que nuestra manera correcta o incorrecta de razonar. La alusión al uso de partes del cerebro identificables o el procesamiento independiente en cada hemisferio son un bocadillo común. Otro pregonar frecuente es dar por sentado el potencial ilimitado del mismo, que posibilitarían la modificación beneficiosa bajo la guía del programa o el gurú de turno. La finalidad sería lograr una vida plena y feliz. Esta manera de pensar abarrota los escaparates de las librerías con la legión de libros de autoayuda. Contribuyen también con lo suyo los llamados libros de divulgación aunque por fortuna no todos ellos. No es lo mismo divulgación que vulgarización.
Brindar información que lleve a un mayor conocimiento es un fin loable y deseable, sin embargo, no siempre se logra cumplir con él, pues no toda observación, su relato y transmisión, son copia fiel del original. Como mínimo hay un copista que elige qué transmitir.
La divulgación científica es una tarea no siempre exitosa. Puede fallar por el método escogido o por las variantes de la presunta ignorancia encarnada en los destinatarios, e inclusive por las propias falencias de aquellos dedicados a la tarea, entre las cuales la carencia de un marco ético adecuado no es un detalle menor.
Hay una delgada y frágil línea que separa divulgar de adoctrinar, engañar o publicitar, la misma que separa información de propaganda. Sorprende cómo frecuentemente, casi impúdicamente, algún tipo de divulgación disimula ocultas intenciones bajo el viso de los “formadores de opinión”. De ese modo, apelan a la libertad del receptor a quien asignan buen conocimiento y comprensión de la advertencia disimulada por ellos mismos bajo términos tales como “infomercial o espacio patrocinado”, al mismo tiempo que lo obnubilan con enunciados prometedores plagados de certezas que muchas veces distan de ser confirmadas como tales. Pueden igualmente distorsionar la atención con el exceso de detalles e información irrelevante.
Es audible en algunos ámbitos el ruido de las vestiduras rasgadas negando o minimizando el poder de la palabra, tanto para informar como para desinformar, distraer o confundir. El periodismo en algunos casos es uno de ellos. Por un lado pregona el orgullo de ser el cuarto poder defensor de la libertad y al mismo tiempo, al ejercer dicho poder como formadores de opinión, ponen en entredicho el libre albedrío, facultad que aún merece ser estudiada cuidadosamente.
Las noticias falsas (fake news) son tomadas como una novedad reciente, cuando en realidad lo único que tienen de novedoso es la magnitud y rapidez de la difusión. Han existido siempre como engaño interesado, pues poseemos la capacidad de mentir de diversas maneras, incluso deliberadamente. Aquí se da una paradoja que vale resaltar: la divulgación apropiada va de la mano del esfuerzo por educar y producir saberes, que no es lo mismo que el simple trasvasamiento de información o conocimientos que suele salir a la luz como vulgarización.
La divulgación, si es tomada por intereses espurios, tergiversada, falseada, sobresaturada, retaceada o brindada sin atender a las posibilidades y/o capacidades del receptor, termina siendo lo contrario de lo buscado como propuesta éticamente responsable. Se convierte en una incorporación como reflejo condicionado. El meme o el trieme, son modelos de transmisión cultural que lo posibilitan, como señala Susan Blackmore.
La curiosidad que todos poseemos puede ser manipulada como el hambre en los perros de Pavlov, que terminan respondiendo a lo que en el fondo es un engaño: sonido en vez de comida.
Por diversas razones el mundo de las neurociencias va ocupando un lugar prominente tanto en las publicaciones científicas como en las destinadas a la divulgación y al resto de la prensa y los medios en general.
Surge así lo neuro, que por esa misma dinámica se va convirtiendo en una totalidad: el neuroTodo. Conversión a mi juicio desafortunada de un sustantivo en adjetivo. No es lo mismo por ejemplo decir “neuromarketing” que “probables, posibles o conocidas bases neurales del marketing”. La adjetivación califica, adjudica, define, en tanto que el sustantivo describe, alude.
En este contexto lleno de incertidumbres e ignorancia aparece el neuroTodo como lo opuesto. Se sustantivan de ese modo entidades que se suponen clara y exclusivamente determinadas por el funcionamiento del sistema nervioso.
Epistemología, ontología, teleología son algunos de los desafíos que cual obstáculos obligan a ser cautelosos o dejar en suspenso la próxima aventura del pensamiento. A pesar de la crítica que personalmente me hiciera Mario Bunge, aún sigo pensando como Claude Bernard, que lo que se gana en profundidad se pierde en extensión. Sabemos cada vez más, y así aparecen nuevos mundos que explorar en un aparente camino infinito en línea con ese pensamiento.
Ubicado en este escenario como actor y espectador, me siento sorprendido, a veces indignado, por la certeza con que se difunde y vulgariza información sobre conocimientos de los cuales aún sus creadores, descubridores o inventores se expresan tímida y cautelosamente, o inclusive guardan silencio a la espera de datos más contundentes.
Cualquier conducta o creación humana se podrá denominar del mismo modo. No es casual que en nuestra sociedad actual globalizada, sea el misterioso y a veces indefinible mercado el que define las necesidades de conocimiento, interpretación y predicción, impulsando su búsqueda en el funcionamiento del sistema nervioso: lo neuro. De esa forma se presume existe una explicación única científica y veraz para cualquier quehacer humano incluyendo su propia naturaleza. Esto dista de ser cierto al menos por ahora. Precisamente el advertir esta situación ha sido el acicate para este ensayo.
Como suele suceder, son las últimas lecturas las que mantienen su vigencia y nos condicionan. Así, la obra de Von Uexkül y de Daniel C. Dennet, junto con algunas asociaciones a Darwin, Leonardo y Maquiavelo, motivaron mis reflexiones. Impacto particular tuvo un artículo de Adela Cortina, quien señala que Aristóteles consideraba al ser humano como un animal social y no simplemente gregario, dado que contaba con el logos. Con la palabra que nos hace sociales podemos deliberar conjuntamente: la palabra puesta en diálogo que tiene por meta la comunicación con el uso pragmático del lenguaje que debe cumplir con las cuatro pretensiones de validez:
1. Inteligilibilidad de lo que se dice.
2. Veracidad del hablante.
3. Verdad de lo afirmado.
4. Justicia de las normas.
Cortina señala que si se alteran no hay palabra comunicativa, ni auténtico diálogo, sino violencia por otros medios. Creo que en el uso exagerado de lo neuro algunas de las pretensiones de validez son violadas, lo que hace que mi personal sensibilidad las detecte y suenen señales de alarma. Alarma que Rafael Yuste, neurocientífico de la Universidad de Columbia (Estados Unidos), impulsor de la iniciativa Brain, hace explícita desde otra perspectiva en un artículo que lleva por título: “Por qué hay que prohibir que nos manipulen el cerebro antes de que sea posible”. También Gina Rippon provocativamente habla de “neurobasura”.
Estas lecturas junto con otras ya incorporadas como aprendizajes con sus orígenes vagamente recordados, sumadas a las charlas con maestros y amigos, hacen que, plasticidad mediante, me parezca interesante analizar este fenómeno del neuroTodo.
El multiverso, la física cuántica, la ingeniería reversa, son algunos ejemplos de mi ignorancia que no he podido disminuir haciendo uso exclusivo de mis conocimientos de las neurociencias. La filosofía con Baruch Spinoza, Friedrich Nietzche, Jacques Derrida y Gilles Deleuze ampliaron mi pensamiento crítico, en especial con la idea de Derrida acerca de “la danza del pensamiento en el campo del conocimiento y la propuesta de invertir los opuestos para reconocer que lo son desde la perspectiva del observador que trata de poner la suya en el centro dominante y llevar la opuesta a la periferia y excluirla”.
Por ello, de esta experiencia como profesional y como observador de “lo que sucede”, reconociendo que es mucho más lo que no sé, que aquello de lo que estoy seguro de conocer, saber, comprender y poder explicar, surgen estas páginas a modo de advertencia que espero alienten a los jóvenes a reconocer e intentar disminuir la suya en este camino de serendipity.