Читать книгу Obras escogidas - Guillermo Jiménez - Страница 8

Оглавление

Prólogo

Milton Peralta

Ricardo Sigala

I. Guillermo Jiménez

Cuando se trata de artistas, Zapotlán el Grande ostenta sus conocidísimas cartas de presentación: Juan José Arreola, José Clemente Orozco, Consuelo Velázquez y José Rolón, que le han dado fama mundial; sin embargo basta con asomarse a los archivos, a las bibliotecas, a las bibliografías, para encontrarse con autores inesperados que quizás por el brillo de aquéllos suelen dejarse de lado injustamente. Es el caso de Guillermo Jiménez, quien además de ser un sólido escritor fue también periodista, funcionario de gobierno, diplomático y hombre de mundo.

Nació el 9 de marzo de 1891. Comenzó sus estudios en Ciudad Guzmán y los continuó en Guadalajara para después hacer una estancia en el seminario. Inició su vida laboral en la oficina de correos —en Zapotlán y posteriormente en Guadalajara—. Ya en la Ciudad de México fue director del antiguo Museo de Antropología e Historia, trabajó en la Secretaría de Educación Pública, y se desempeñó en la Secretaría de Gobernación como director general de información de la nación y como director de Radio y Cinematografía. Sus incursiones en la Secretaría de Relaciones Exteriores lo llevaron a establecerse como canciller en España y Francia, y más tarde como embajador en Austria.

En estos años Jiménez tuvo el buen tino de enviar a Ciudad Guzmán a su amigo Alfredo Velasco una inapreciable cantidad de libros, que entre clásicos y contemporáneos constituyeron una emblemática biblioteca que representó la formación de varias generaciones de intelectuales guzmanenses, entre los que se encuentra Juan José Arreola. Guillermo Jiménez tuvo una intensa actividad social que le permitió departir con los artistas más reconocidos de la época: Pablo Picasso, Diego Rivera, María Izquierdo, Alfonso Reyes, José Gorostiza, Xavier Villaurrutia, Rodolfo Usigli, Ramón del Valle Inclán y Pablo Neruda; entre sus más allegados se encuentran Ándres Henestrosa y Alejo Carpentier, y entre sus coterráneaos, José Clemente Orozco y Lupe Marín.

Guillermo Jiménez publicó una veintena de títulos entre libros de cuento, ensayo, novela, memorias, teatro y prosa periodística, que fueron editados principalmente en México, algunos vieron la luz en España y Francia. Fundó la revista literaria Número, que se publicó entre 1933 y 1935. El escritor zapotlense fue objeto de reconocimientos y distinciones entre las que destacan las Palmas Académicas de Francia como Hombre de Letras (1947), la Orden de Caballero de la Legión de Honor de Francia como Hombre de Letras (1951), la Gran Cruz de Austria (1959), la medalla José María Vigil del Gobierno del Estado de Jalisco (1954) y el Diploma de Gratitud del Ayuntamiento de Ciudad Guzmán (1956). Diego Rivera lo incluyó en sus murales de la Secretaría de Educación Pública.

Guillermo Jiménez murió en la Ciudad de México el 13 de marzo de 1967, sus restos fueron depositados en el Panteón Jardín.

II. Guillermo Jiménez ante la crítica

Para algunos críticos, Zapotlán es un claro antecedente de La Feria de Arreola. Así lo han señalado, por ejemplo, Víctor Manuel Pazarín y Wolfang Vogt. El primero considera que existe una línea directa, «una especie de continuidad y homenaje» entre las obras de Refugio Barragán de Toscano (La hija del bandido), José Rolón (Zapotlán, sinfonía) y los dos libros citados. Por su parte, Wolfang Vogt destaca que ambos describen de manera extraordinaria la belleza de la ciudad: «La prosa modernista de su novela más importante, Zapotlán (1940), emociona al lector por su gran belleza. Con gran maestría evoca Jiménez el idílico Zapotlán de su infancia, un verdadero paraíso». Cabe señalar que, además de los evidentes paralelismos (la ciudad natal y el género de narrativa breve), existe afinidad en la búsqueda expresiva de los dos escritores. Enrique González Martínez sostuvo que el estilo fragmentario de Jiménez (y el de Arreola, podemos añadir) «cabe con holgura en una página y parece que demanda poca intensidad de labor, esfuerzo insignificante y brevísimo tiempo», es en realidad un género muy difícil, para el cual se requiere un enorme talento:

Cada nota de esas que parecen escritas a vuela pluma, ha menester un suave perfume de gracia, o una observación penetrante, o una discreta ironía, o una trascendencia oculta, o una emoción sutil y refinada. Estas minúsculas grageas literarias deben estimular como una droga excitante, producir picor en la lengua, o, cuando menos, perfumar el aliento. Lo soso está prohibido. De esta literatura, más que cualquier otra, debe desterrarse lo mediocre.

La fortuna ha sido caprichosa con Guillermo Jiménez, es cierto, pues apenas ahora comienza a valorarse en su justa dimensión la calidad de su obra. Sin embargo, no le han faltado críticas y comentarios de los escritores más connotados de su tiempo, entre los que podemos contar a José López Portillo y Rojas, quien en su artículo «Un cuentista mexicano», publicado en la prestigiada revista Nuestra América, celebró el inicio literario de Jiménez:

Admiro y aplaudo a Guillermo Jiménez, que hace su aparición en la arena de la literatura con dos libros bien acabados en la mano. Iniciarse así significa poner los pies en el camino del triunfo. Estilo formado ya, fuerte, refinado, exquisito; altiva imaginación, que crea cuadros de despiadada potencia; descripción vertiginosa y enérgica, que con unas cuantas pinceladas de claro oscuro, colorido y relieve a objetos y personajes; simpatía humana, honda, callada y penetrante, bajo capa de crueldad escondida, y sobre todo ello, un profundo sentimiento poético, difundido y como esfumado en el crudelísimo encanto de esas endechas en prosa.

Otro grande de la época, el ya citado Enrique González Martínez, «uno de los siete dioses mayores de la lírica mexicana», también saludó amablemente los pinitos literarios del joven autor zapotlense:

El autor de esta colección (Del Pasado) es un joven que ha publicado ya otra de mismo carácter con el sugestivo título de Almas inquietas. Ha tomado su labor en serio como conviene a escritores bien nacidos, y cuida de su arte como fin noble y no como vulgar pasatiempo. De un libro a otro el progreso es visible; pero yo garantizo que el mismo autor no presume de haber puesto ya fin y remate a su laudable esfuerzo. Como tiene juventud y alientos, como es trabajador, inteligente y entusiasta, y como está en camino de que el gusto y estilo se depuren, firmemente creo que hará la obra que sueña.

Hay otras referencias, también de escritores de renombre, que no pasan de ser meramente anecdóticas, como la de José Luis Martínez: «Guillermo Jiménez es un autor de agradables relatos sobre la vida de nuestra ciudad, de un breve estudio sobre La danza en México y de una cordial estampa de su ciudad natal, Zapotlán (José Luis Martínez)» y la de Enrique Fernández Ledesma: «Lo que tiene de estallante en su trato personal; las frecuentes estridencias de sus juicios, las crudezas de sus entusiasmos, se esfuman en esta bella obra [Constanza] para dar paso a la intelectual distinción del espíritu». Existen, asimismo, algunas críticas que intentan ubicar a Guillermo Jiménez en una línea literaria y establecer paralelismos con el estilo de otros autores: «La canción de la lluvia y La de los ojos oblicuos […] Son páginas en las que respira algo de lo mejor de Jiménez y mucho de las ensimismadas atmósferas que la literatura mexicana registró entre el final del siglo XIX y las primeras décadas del siguiente [el modernismo]». En el mismo tenor, el Diccionario de escritores mexicanos (1997) del Centro de Investigaciones Filológicas de la UNAM asegura que el tono poético de sus narraciones y crónicas recuerda al estilo de Azorín y de Gómez Carrillo. El prólogo de Constanza, escrito por Enrique Fernández Ledesma, esboza también un juicio crítico sobre el estilo de Guillermo Jiménez.

Constanza se lee en quince minutos y la emoción de la lectura nos ronda horas y horas… Así es de fina, de pura, la primaria belleza de los breves pasajes de la obra. Sus cuadros, realizados con una sobriedad mate, dan una impresión de pulimento discreto, de sedante refugio de tersura cordial. Porque lo más cautivador del minúsculo volumen es la concordancia entre su emoción y su estilo. Allí hay equilibrio. Y entre lo que se dijo y la forma en que se dijo, hay un nexo que regula los matices de la palabra y que pone a escala el crescendo de la emoción.

Si bien no son pocos los comentarios y referencias dignos de interés, la obra de Guillermo Jiménez no ha sido suficientemente tratada por la crítica, pues no se le han dedicado estudios que ofrezcan una valoración amplia y profunda de su riqueza literaria. La nueva edición que presentamos, pretende ser un estímulo para que los futuros investigadores lleven a buen puerto esta enorme (y apasionante) tarea pendiente.

III. Las obras escogidas

La obra de ficción de Guillermo Jiménez es prácticamente imposible de conseguir, el lector común o el estudioso de la literatura se enfrenta a esta carencia que ni la panacea de internet puede solucionar. Exceptuando un volumen que publicó la UNAM, otro par a cargo del Archivo Histórico de Zapotlán el Grande, por cierto con escasa o nula distribución en las librerías, y una novela corta en la web, sólo se puede constatar la existencia de la obra de este zapotlense por referencias bibliográficas especializadas. Ante esta realidad el Centro Universitario del Sur y la Editorial Universitaria de la Universidad de Guadalajara abrazaron el proyecto de conjuntar en un volumen la obra de ficción, narrativa y teatro, de Guillermo Jiménez para contribuir así a la divulgación de una obra que, a decir de muchos ha sido injustamente relegada.

Se incluyen en este volumen nueve títulos que fueron publicados entre 1914 y 1940, las plaquets con un solo cuento, ¿Quién es el autor de la Imitación de Cristo? (1914) y Visita a Giovanni Papini (1933); el relato breve Constanza (1921); los libros de cuentos Almas inquietas (1916), Del pasado (1917), La canción de la lluvia (1920) y Zapotlán, lugar de zapotes (1933); y las novelas breves La de los ojos oblicuos (1919) y Zapotlán (1940). Hemos optado por presentarlos en orden cronológico para que el lector pueda apreciar el desarrollo de la prosa claramente modernista en los primeros textos hasta la búsqueda en los experimentos narrativos del siglo XX en Zapotlán.

Nuestra pretensión inicial era incluir aquí toda la narrativa, se realizó un arduo trabajo de recuperación de primeras ediciones, ediciones únicas y reediciones, en bibliotecas públicas, archivos, librerías de viejo, bibliotecas particulares e internet, y se consiguió un corpus valioso de material. Sin embargo nos fue imposible encontrar La ventana abierta (1923), esperamos en una futura edición poder subsanar esa ausencia. En cuanto al teatro, se trata sólo de dos pequeñas obras incluidas en Del pasado como remate o colofón de la colección de cuentos, decidimos dejarlas como parte del volumen respetando la decisión original del autor.

Queremos agradecer a las autoridades del Centro Universitario del Sur y a la Editorial Universitaria por su disposición para consolidar el rescate de la narrativa del autor, a su hija la señora Margarita Constanza Jiménez de Suárez por su importante contribución a la realización de este libro y su confianza en que esta empresa llegara a buen puerto, a todas las personas que nos abrieron sus bibliotecas personales, al Archivo Histórico de Zapotlán el Grande, a Joanna Contreras que hizo la transcripción de los textos, a Didiana Sedano que colaboró en la laboriosa y meticulosa tarea de cotejar el texto con los originales, así como en la unificación de criterios y la corrección. Todos ellos han contribuido a que este volumen de las Obras escogidas… de Guillermo Jiménez sea una realidad.


Obras escogidas

Подняться наверх