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Introducción (1)

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Ningún cambio, ninguna transformación, se da por fuera de las condiciones establecidas por el tiempo. Mejor dicho, por la historia: ese cúmulo de acontecimientos datados que permiten leer, desde el presente, una cadena de hechos medianamente organizados. Para entender el cambio chino que nos proponemos analizar, es necesario trasladarse por un momento en el tiempo hasta el siglo XVIII, cuando la dinastía Qing (1644-1911) era la potencia dominante en Asia. Su sistema político y las instituciones de construcción del Estado se basaron en estructuras heredadas de dinastías chinas anteriores, así como en los códigos sociales y culturales de interacción entre las entidades políticas de Eurasia Central, Asia Oriental y el Sudeste Asiático. Sin interesarnos en desarrollar esos aspectos históricos en detalle, propios de otros registros, queremos detenernos solo en uno de esos episodios con consecuencias que atraviesan todo ese largo siglo. Es un tiempo marcado a sangre y fuego por múltiples motivos, en el cual los británicos, franceses y norteamericanos son protagonistas centrales.

Lo que hoy conocemos como República Popular China antes fue un imperio y, como tal, padeció un espantoso período social, político y económico que los chinos consideran “el siglo de humillación”. Hasta entonces, el comercio internacional de China se orientaba hacia el comercio marítimo intra-asiático y solo un puerto estaba abierto a los comerciantes occidentales. En las décadas previas a la Primera Guerra del Opio de 1839 a 1842, la política de comercio exterior de China hacia el comercio chino-occidental se volvió cada vez más reñida con las ambiciones británicas en Asia.

Lo que queremos contar historiográficamente comenzaría con esa primer guerra, cuando a fines de 1839 comienzan los enfrentamientos (si bien menores, del tipo de las escaramuzas) que van escalando. Luego de una media docena de batallas más serias a lo largo de la costa sureste, las cañoneras británicas terminan venciendo a las fuerzas imperiales. Las tensiones se originan en diferencias no de dos naciones, sino de dos imperios.

Cuando los comerciantes británicos se negaron a prometer que no traficarían opio, fueron expulsados de Macao de acuerdo con la ley china, al igual como lo habían sido de Cantón previamente. Como respuesta, los británicos se establecieron en la casi desierta isla rocosa de Hong Kong. Una vez instalados, no se irían por más de un siglo; primero fueron hostigados, y el enfrentamiento que da origen a la conocida como “Primera Guerra del Opio” se produce en los meses de septiembre y octubre de 1839, cuando se enfrentaron barcazas y juncos de guerra británicos y chinos en ese puerto, y también en Bogue (en las afueras de Cantón). La flota británica completa llegó a Cantón meses después (junio de 1840) y dejaron cuatro barcos para bloquear la entrada al puerto, navegando desde allí y hacia el norte con la mayor parte de su fuerza. Un mes después, bloquearon Ningbo con dos barcos y se apoderaron de la ciudad de Zhoushan, frente a la costa de Zhejiang. Dejando allí una fuerza de guarnición, la flota navegó sin oposición hasta la boca del Bei He, cerca de los fuertes de Dagu que custodiaban los accesos a la ciudad de Tianjin.

Esa primera guerra concluye con la firma de un acuerdo (Tratado de Nanjing, agosto de 1842), que es el primero de varios tratados que va firmando el emperador en la medida que, paulatinamente, China es derrotada, cede y paga. Esos tratados tuvieron tremendas consecuencias para lo que hoy es China. En agosto de 1842, los términos del Tratado de Nanjing, ya traducidos al chino, fueron firmados por los comisionados manchúes y el gobernador general de Liangjiang. El emperador aceptó el tratado en septiembre, y la reina Victoria (reina del Reino Unido de Gran Bretaña e Irlanda, y desde 1877 también emperatriz de la India) lo ratificó a fines de diciembre.

Se los conoce como tratados “desiguales”, y es desde allí que esa experiencia y cruce de intereses con las potencias de entonces que China moldea una apreciación sobre Occidente. Perspectiva que aún hoy salpica la relación con este lado del mundo. Lo que pasó entonces, hoy, sigue presente en la memoria histórica del país. De otra manera, pero presente al fin.

Desde la Revolución Industrial y durante algo más de cien años queda contenido el siglo de la pax británica, como lo caracterizó Eric Hobsbawm (el siglo largo que llega hasta la Revolución bolchevique). Es el momento de los barcos de vapor, los ferrocarriles y el telégrafo, que aceleran el comercio mundial junto con la industrialización y la producción en masa. Inglaterra se convierte en el primer país en adoptar formalmente el patrón oro, lo que significa que las monedas son convertibles en una cantidad específica de oro, creando estabilidad en los tipos de cambio y facilitando el comercio y la inversión (las naciones más desarrolladas hacen lo mismo). Occidente capitaliza los recursos naturales de las colonias y los mercados extranjeros, utilizando la fuerza y la presión económica para abrir los mercados de China y Japón, particularmente.

Desde entonces, se va medrando el poder militar y político del emperador tanto por revueltas locales (la principal es la Rebelión Taiping, que comienza en 1850) como en luchas con otros imperios (en la Segunda Guerra del Opio, de 1856 a 1860, contra Gran Bretaña y Francia, quedando ratificada la superioridad bélica de Occidente). Estos enfrentamientos incluyeron la pérdida de partes del territorio, que más que vastos eran estratégicamente importantes (las islas de lo que hoy conocemos como Taiwán y Hong Kong, las penínsulas de Corea y Kowloon, regiones de la Manchuria Interior, etc.). Los principios incorporados en el mencionado Tratado de Nanjing no fueron completamente aceptados en el lado chino, y los privilegios que surgían de él parecieron no conformar a los ganadores. En consecuencia, el sistema de tratados no se estableció realmente hasta que los británicos y franceses libraron esa segunda guerra contra el emperador Qing: el nuevo orden no fue reconocido por la renuente dinastía hasta que una expedición anglo-francesa ocupó el propio Beijing en 1860.

Fue en plena rebelión Taiping que Gran Bretaña aprovecha para pedir al emperador revisar el tratado de 1842, porque el acuerdo que había alcanzado China con Estados Unidos después incluyó una cláusula mediante la cual los acuerdos podrían revisarse cada 12 años. Por aplicación de la cláusula de la nación más favorecida (según la cual todos los poderes extranjeros compartían los privilegios que cualquiera de ellos pudiera obtener de sus negociaciones con China), la corona británica embate para conseguir más prerrogativas, que a la postre llevan a la Segunda Guerra del Opio.

En suma, en ese período los chinos cruzaron armas contra lo que hoy es Gran Bretaña, Estados Unidos, Francia, Japón y varios otros países de hoy y recortes geográficos que ya no existen. Aunque los tratados de China con Gran Bretaña (1842-1843), con Estados Unidos y Francia (ambos de 1844), y con todos ellos más Rusia en 1858 fueron firmados entre poderes soberanos iguales, en realidad la historia (y el ascenso chino más reciente) los trata como lo que objetivamente constituyeron: capitulaciones del emperador chino de turno para detener el deterioro político, militar y económico del imperio.

Pero el oprobio para la corte china no devino simplemente por firmar acuerdos desventajosos.

Antes de las guerras del opio, ya los británicos y estadounidenses en Guangzhou exigieron el tratamiento de extraterritorialidad porque se habían acostumbrado a la protección de sus propias leyes en sus relaciones con los Estados musulmanes del norte de África y el Imperio Otomano, y habían sufrido los intentos chinos de aplicar su Derecho penal a los occidentales, sin considerar, según Occidente, las normas que usaban los occidentales como criterio de evidencia o el mismo aborrecimiento que les ocasionaban los métodos de la tortura. Esa doctrina de la extraterritorialidad fue un sistema por el cual los ciudadanos de países extranjeros que viven en China estaban sujetos a las leyes de su país de origen. La cláusula de la nación más favorecida en virtud de los tratados aseguró a otros países los privilegios otorgados a Gran Bretaña, y pronto muchas naciones, incluido Estados Unidos, operaron barcos mercantes y barcos de guerra en las vías fluviales de China.

Comerciantes al fin, los extranjeros necesitaban su propia ley de contratos, elemento esencial que aparece en los tratados que se firman esos años. La Primera Guerra del Opio fue el punto de inflexión que suspendió efectivamente el control de la dinastía Qing sobre su política de comercio exterior, y así las potencias extranjeras, en particular las occidentales, tomaron un mayor control sobre las instituciones económicas y políticas clave. Más aún, por el Tratado de Tianjin de 1858 firmado con Gran Bretaña, no solamente se abren más puertos para el comercio británico (y el río Yangtze), sino que se permitió la radicación del representante de la corona (embajador) en la mismísima Beijing, lo que permitía la presencia de embajadores extranjeros allí donde reside el emperador. Por otra parte y más allá del comercio, se establecieron oficinas consulares y tribunales extranjeros en China, eximiendo a los ciudadanos extranjeros que residían allí de la jurisdicción de la ley local. De allí, también, lo del siglo de la humillación. Extraterritorialidad bajo la cual los extranjeros y sus actividades en China se mantuvieron responsables solo ante la ley extranjera y no ante la ley china.

Las ambiciones de ultramar del Imperio Británico cobraron un nuevo y contundente ímpetu con la Revolución Industrial británica, y durante el siglo XIX, las mejoras tecnológicas en el transporte impulsaron un renovado esfuerzo de Occidente para expandir el comercio mundial. Después de 1842, los puertos chinos que anteriormente habían estado cerrados a los comerciantes occidentales se vieron obligados a abrir al comercio y la inversión; en estos llamados “puertos de los tratados”, los aranceles de importación en China eran de tasas reducidas.

La historia nos muestra que el despliegue de las fuerzas británicas estaba vinculado a esa necesidad material de un sistema de relaciones sociales naciente, el capitalismo, que aparecía y se consolidaba en su territorio insular, esto es la aparición de una burguesía industrial que requería de insumos para su revolución manufacturera. No se trata solamente, claro, de ir por territorios e imponerse sobre los residentes locales y sus gobiernos, sino de crear las condiciones para que el capitalismo pueda hacerse de lo mismo que requiere en cualquier lugar, para lo cual también necesita de otro tipo de fuerzas que hagan dependientes a los lugares donde consigue imponerse o someter.

Y es en ese devenir que se produce la aparición de buques de guerra extranjeros sobre el río Yangtze, un elemento vital en China. Ancho y de canal profundo, es el más grande del país. Por allí, los cargueros oceánicos pueden fluir hasta Wuhan, y las embarcaciones más pequeñas pueden incluso llegar a Chongqing. La presencia de barcos de guerra extranjeros en ese río se remonta al final de la Segunda Guerra del Opio.

El Tratado de Nanjing estipulaba que el gobierno del emperador Qing debía abrir cinco puertos costeros a lo largo del Yangtsé (Ningbo, Xiamen, Shanghai, Fuzhou y Guangzhou), para que los extranjeros residan y lleven a cabo actividades comerciales (básicamente, para que los británicos pudiesen comerciar, pero en los hechos abarca a todos los habitantes de origen occidental), y dándole la posibilidad de contar con derechos legales extraterritoriales especiales en favor de los buques foráneos para transitar y controlar libremente el río.

Los puertos de los diferentes tratados se convirtieron rápidamente en ciudades sino-extranjeras donde el foráneo jugó un papel cada vez más importante en la urbanización de China. Cada puerto de cada tratado era dominado por un asta con una bandera blanca del consulado de Su Majestad (británica). Las instituciones extranjeras del lugar, incluido el club, el hipódromo y la iglesia, eran gobernadas por un cónsul británico secundado por los colegas de otras naciones, todos protegidos por cañoneras amarradas en el puerto. En Guangzhou, Xiamen y Fuzhou, la comunidad extranjera consiguió algún grado mayor de protección al establecerse en una isla. En otros (como Ningbo y Shanghai) los extranjeros ocupaban un área separada de la ciudad china por un río, canal, arroyo u otro tipo de camino acuático; estos enclaves costeros comenzaron como ramificaciones de la cultura occidental, como ciudades con colonias europeas. En definitiva, hacían las veces de puestos de avanzada del Imperio. Pero desde el principio tenían un componente chino, porque los extranjeros necesitaban sirvientes y comerciantes locales, tanto como la misma clase alta china.

Primero Estados Unidos, Gran Bretaña y algunos países europeos enviaron buques para patrullar el Yangtze y proteger sus intereses; así es que, desde 1854 y durante 95 años, una pequeña flota de la Marina de Estados Unidos patrulló entre los puertos de ese gran río para proteger a mercaderes, misioneros y propiedades de sus connacionales. Se la conoció como “Fuerza de Patrulla del Río Yangtze”, pero también simplemente como “Patrulla del Río Yangtze”, “YangPat” y “ComYangPat”. Inicialmente, la patrulla se formó a partir de barcos de la Armada de Estados Unidos y se asignó al Escuadrón de las Indias Orientales. En 1868 las tareas de patrulla fueron realizadas por el Escuadrón Asiático de la Armada del mismo país y al comienzo de las operaciones las lanchas patrulleras iban río abajo, sin exceder a Wuhan, y solo podían llegar a Hankou en el extremo. El primer cañonero estadounidense (el USS Ashuelot) llegó a Yichang luego de veinte años del comienzo del patrullaje, en 1874, y avanzó río arriba hasta el pie de las gargantas de Yangtze, a 1.569 km. del mar.

A medida que la situación en China se volvió más complicada (por las mencionadas revueltas domésticas y las guerras con las potencias), el ejército norteamericano fortaleció las inspecciones y, cuando a finales de la dinastía Qing la situación en China se deterioró profundamente, la Marina de Estados Unidos incrementó su patrullaje en ese río. Diversas lecturas dejan saber que muchas personas de la Dinastía Qing creían que la derrota en las Guerras del Opio había obedecido precisamente a que esa Dinastía no contaba con su propia armada.

Según los tratados desiguales a Estados Unidos, Japón y varias potencias europeas, en particular al Reino Unido, se les permitió navegar por los ríos de China. Hasta aquí, este siglo caracterizado por esos tratados fue dominado por los británicos al imponer su política imperial para conseguir liberar el comercio, requerimiento de su industria naciente. Recién después de 1880, la producción de opio nativo de China comenzó a suplantar el producto indio, cuya importación cesó en 1917. Ese comercio de opio de India a China, entonces, había cumplido un siglo bajo los auspicios británicos. Luego y hasta inicios del siglo XX, la invasión del territorio del emperador Qing ya no fue de su exclusividad sino que la compartió con otros poderes con quienes, a veces, fue rival (Rusia, Francia, Alemania y Japón). De alguna manera, la geografía china es escenario de una rivalidad imperial que se manifestaba en el resto de Asia y Africa y que haría eclosión en la Primera Guerra Mundial.

La Armada de Estados Unidos reorganizó la flota de patrulla del Yangtze en 1901 con cuatro cañoneras españolas capturadas en Filipinas (2) y también envió varios botes con cañones que, después de desmantelarlos y trasladarlos, fueron ensamblados nuevamente en Shanghai y puestos a patrullar el río Yangtze, y desde entonces también algunos afluentes. El USS Palos y Monocacy fueron los primeros cañoneros estadounidenses construidos específicamente para el servicio en el río Yangtze; en California se los construyó en 1913, y la Marina de Estados Unidos los desarmó y envió a China a bordo del Mongolia. El Astillero Kiangnan en Shanghai los volvió a montar y los puso en servicio en 1914, y ese año ambos buques demostraron su capacidad para manejar los rápidos del río superior cuando llegaron a Chongqing, que estaba a más de 2.100 km del mar, y luego más lejos, hasta Kiating, en el río Min.

En ese mismo año, 1901, los buques mercantes con bandera estadounidense regresaron al Yangtze cuando Standard Oil Company puso en servicio un buque tanque a vapor en el río bajo. Los japoneses tomaron el control de gran parte del sector medio e inferior del río en la década de 1930, y las hostilidades alcanzaron su climax en 1937 con la violación de Nanking y el hundimiento del Panay por parte de los japoneses, incidente que se constituyó en la primera pérdida de un buque de la Marina de Estados Unidos, en un conflicto que pronto se convertiría en la Segunda Guerra Mundial. Esta guerra puso una pausa y provocó cambios de poder relativo en tanto la ocupación japonesa en China dio cuenta no solamente de las fuerzas locales, sino también de las embarcaciones occidentales que se encontraban allí. Justo antes del ataque japonés a Pearl Harbor, episodio que marca la incorporación de Estados Unidos a la contienda mundial, la mayoría de los barcos de la Patrulla del Río Yangtze fueron traídos de China.

Esos cambios fueron favorables a China, si se puede encontrar algo favorable en medio de la contienda y de ser escenario de disputa mundial mientras a su vez se libra una guerra civil, porque Estados Unidos y Gran Bretaña renunciaron formalmente a la extraterritorialidad que constituía el eje del sistema de tratados (desiguales) en 1943. Estuvo vigente 101 años.

Luego de la rendición de Japón en 1945, la flota de patrulla del río Yangtze se activó nuevamente, cuando el Almirante de la Marina de Estados Unidos, Kinkade, dirigió la 73º Fuerza de Tarea a Shanghai. En suma, en 1922 esa Patrulla se estableció como un componente formal de la Marina de Estados Unidos en China; se disolvió el 5 de diciembre de 1941 y cesó sus operaciones en China, debido a los pocos recursos de la Armada norteamericana, que necesitaba a los equipos de patrulla y sus barcos en otros lugares para luchar contra los japoneses en todo el Pacífico. Reanudó sus funciones en 1945, pero de manera más limitada y con menos barcos –durante la Guerra Civil china–.

Con la victoria comunista en China, y después que el Ejército Popular de Liberación (EPL) ocupara ese río, la flota estadounidense que lo había patrullado durante 95 años se disolvió en 1949. En esos años de pobreza y debilidad político-militar creciente del Imperio primero y de la República después, los buques de guerra y cañoneras extranjeras navegaron libremente en los ríos del interior de China sin ninguna restricción debido a aquellos tratados desiguales, beneficiados por la jurisdicción extraterritorial. Con la fundación de la República Popular, los días en que los buques de guerra extranjeros eran los dueños de los ríos del interior de China terminaron.

Levantarse en la mañana y observar el río, mientras transitan barcos de guerra con la bandera de Estados Unidos hacia un lado, y a la tarde observarlos en su regreso y así durante casi un siglo, es una marca a fuego en cualquier sociedad, y esa imagen que se va impresionando en la retina, también se llama dependencia. Desde la mirada norteamericana, Lyle Goldstein (profesor-investigador en el China Maritime Studies Institute de la Escuela de Guerra Naval de Estados Unidos) expresa lo mismo, pero con otras palabras: “piensa en esto, ¿cómo te sentirías si supieras que la marina china estuvo patrullando el Mississippi durante casi un siglo de historia estadounidense? Te haría ver el mundo de manera diferente”.

El tiempo ha pasado, y sin embargo los poderes establecidos y que diseñaron ese entramado de poder y dependencia no van a conceder gratuitamente el espacio conquistado a fuerza de contrabando, sangre e intervenciones militares. En mayo de 2020 tiene otra forma de manifestarse. En referencia a la nueva ley de seguridad en Hong Kong, el académico español director del Observatorio de la Política China, escribió el 24 de mayo de 2020 que “el foco principal de la iniciativa china radica en ‘impedir la interferencia extranjera’. La ley, que en buena medida es también una respuesta a la previamente adoptada en Estados Unidos en apoyo de la oposición hongkonesa en diciembre pasado […] tendrá un efecto inmediato sobre la red de ONGs y fundaciones, muchas de ellas apadrinadas por instituciones conservadoras de Estados Unidos y Reino Unido, que han apoyado activamente los movimientos de protesta. La imagen de los manifestantes portando banderas estadounidenses y británicas, las peticiones al entonces presidente para que ‘liberara’ Hong Kong o mismo las apelaciones al regreso de la autoridad colonial, provocaron no solo irritación entre las autoridades sino vergüenza ajena entre amplios sectores de la población continental”.

China fue y es dependiente. Pero no necesariamente lo es ahora de las mismas cosas que lo era antes, sean propuestas políticas, personas y/o recursos. Su carácter de dependiente marca a fuego su devenir, y a tal punto es importante esta observación que realiza grandes esfuerzos políticos y materiales para abandonar esa condición. Ese aspecto fue el detonante de este trabajo, que va desde la dependencia de China al largo camino que la lleva a la independencia, la que tiene una manifestación reveladora en la mayor iniciativa de infraestructura que tiene lugar en este momento en el mundo, y que China diseñó, promueve y financia. Me refiero a la Nueva Ruta de la Seda, que ahora se la conoce como Belt & Road Iniciative (BRI).

Sobre ese camino se pronuncia con formatos novedosos, con los que planea involucrar a sus vecinos, primero, y luego a todo el resto del mundo posible, para comprometerlos en una trayectoria que cree venturosa para todos (win win). Así la presenta. Sin embargo, hay otro plano paralelo, que está dado por los caminos de la interdependencia, que le resultan obligados, pues lo que ahora es China no podría serlo si no hubiese abrevado antes en el conocimiento de aquellos que avanzaron primero. En otras palabras, la dependencia está marcada por la ausencia de conocimiento: se es dependiente cuando no se es dueño del saber, cuando no se puede crear porque la llave del conocimiento no está disponible. Decimos que China se encamina a independizarse porque hasta aquí solo ha sido testigo de cómo los poderosos han establecido los estándares, patrones y normas que tienen que usar cotidianamente, tanto quienes las establecieron como aquellos que son (somos) usuarios obligados.

Si China no participa en la definición de esas pautas, estándares, no tiene otro camino posible que seguir la huella ya trazada por los otros poderes. Por eso trabaja para independizarse y establecer los suyos propios, intentando eventualmente que prevalezcan, tratando de internacionalizarlos sobre la base de aquella iniciativa de proyección global. En definitiva, se despliega con sus propias normas sobre un camino que está creando.

Pero el derrotero que planea seguir para alcanzar una sociedad “modestamente acomodada” (tal cual su pretensión explícita), no termina allí. Hay un último plano del que nos toca ser contemporáneos, testigos. Es uno de disputa hegemónica sobre el que se está escribiendo abundantemente en este momento, y que sólo presentaremos dada su contemporaneidad. Y es en este punto donde juntamos todo: se están disputando los espacios de hegemonía en la producción de aquella tecnología (conocimiento, saberes históricos) que va a regir gran parte de nuestra vida cotidiana, y para poder convertirse en quien establece las normas, estándares y procedimientos para hacer las cosas en el sector de las tecnologías de la información y comunicaciones (TIC’s), hay que patentar los inventos primero, convertirlos en innovación y luego estandarizar los procesos, mundializar los formatos y alcanzar (antes) el lugar que pretenden todas las empresas de países poderosos (y no necesariamente grandes).

El establecimiento de los patrones de producción manufacturera es el trasfondo de lo que mediáticamente se presenta como “guerra comercial” ente Estados Unidos y China la cual, es cierto, se manifiesta en una disputa con los aranceles y los cupos comerciales de una y otra economía. Nosotros creemos que esa es solamente la parte visible del problema, la punta del iceberg. Problema inevitable, por cierto. En este momento no sabemos cómo va a terminar dirimiéndose esa lucha, y la historia aquí hace un giro caprichoso: varias veces esas disputas entre un hegemón y un pretendiente a ocupar ese lugar, se resolvió por la vía armada. Otras veces, las menos, no. Este trabajo pretende recorrer el camino que marca la dependencia en origen que tiene China del conocimiento ajeno, creado y estandarizado por las empresas de los países que ganaron la última gran guerra. También contar cómo China está tratando de sortear esa dependencia a través de iniciativas como la BRI, y de qué manera (qué caminos) quiere seguir, y qué lugares ocupar en esos espacios de decisión tal que la gestión global del mundo, en un futuro mediato, considere sus intereses, los tenga en cuenta. En suma, que la contenga.

El mundo post Bretton Woods tambalea, y China entiende que es el momento de participar en la redacción de las reglas (otras y nuevas) para los dados en llamar esquemas de “gobernanza global”. En este libro, trataremos de recuperar el tipo de estrategias, políticas y operaciones llevadas adelante por la China contemporánea para pasar de la dependencia tout court a la dependencia estratégica, con escalas previas en la independencia y la interdependencia. En el tránsito, hablaremos de estándares, patrones y normas. Esa es la propuesta para las próximas secciones, a sabiendas que no siempre la dependencia se presenta de la misma manera. La pregunta, como todas las de relevancia, tiene una respuesta depositada en el futuro: ¿qué transformaciones podrá producir la política de China en un mundo tan integrado?

1- Para esta Introducción se utilizaron las siguientes fuentes: Eugenio Anguiano Roch, “De la Dinastía Qing en el Siglo XIX hasta el fin de la República de China”, en Historia Mínima de China, Flora Botton Beja (coord.), Colegio de México, México, 2016; Jonathan D. Spence, The Search for Modern China, Nueva York, W. W. Nortonn & Company, 1990; John K. Fairbank y Merle Goldman, China. A New Story, The Belknap Press of Harvard University Press, Londres, 2006; Michael Dillon, History of China. From Earliest Times to the last Emperor, China Translation & Publishing House, 2017; Wolfgang Keller y Carol H. Shiue, “China’s Foreign Trade and Investment, 1800-1950”, Working Paper 27558, National Bureau of Economic Research, 2020.

2- La guerra hispano-estadounidense comenzó en 1898 y culmina con Estados Unidos victorioso, haciéndose de las Filipinas, Cuba –que, se supone, consigue su independencia–, Puerto Rico y Guam. Cuando terminan los enfrentamientos, los puertos de Filipinas se convierten en amarraderos de las embarcaciones españolas tomadas por quienes ganaron, y de allí partieron a China, pero carecían de poder suficiente para ir más allá de Yichang, en los tramos más difíciles del río.

Un mundo made in China

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