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Prólogo

En tus manos, querido lector, tienes unas páginas en la que podrás percibir la experiencia de una persona que se encontró con Jesús en el camino de la vida. En la Iglesia, con sus luces y sus sombras, encontró una comunidad que le ayudó a descubrir que todos somos discípulos misioneros de quien es la luz del mundo: Jesús de Nazaret. Fruto de esa experiencia son estas páginas.

La pandemia, que como una tormenta inesperada y furiosa se desató sobre la humanidad, trajo consecuencias muy variadas y de todo orden. Todos estamos en la misma barca, y entre todos buscamos caminos de sanación y de superación. Solos, no podemos. Como nos cuenta el autor, este libro es fruto de su oración en medio de la oscuridad de esta peste. ¿Qué querés de mí, Señor?

El Papa Francisco, en la soledad de aquella plaza de San Pedro, en el atrio de la Basílica, dirigió su palabra al mundo y su bendición. Un gesto que nadie olvidará. Un gesto que dijo más que millones de palabras. En la noche oscura brilló la luz del Evangelio. La tempestad que enfrentaron los discípulos en la frágil barca, mientras Jesús dormía, solo encontró sosiego cuando el Maestro de Galilea les ordenó calmarse. La Palabra de Dios es la única palabra necesaria. Es la que inspira toda obra buena; la que despierta el amor en el corazón del hombre.

A lo largo de los siglos, la pequeña barca de la Iglesia, que contiene a mujeres y hombres frágiles y pecadores, sigue surcando los mares de la historia humana haciendo resonar la Alegría del Evangelio. El Concilio Vaticano II, bella inspiración de San Juan XXIII, fue el acontecimiento que despertó a la Iglesia para volver a las fuentes de la revelación, a la Palabra de Dios. Y a la vez, renovó la vida de la Iglesia al plantear la pregunta: ¿qué dices de ti misma? Esa Iglesia que se definió “Pueblo de Dios”, pudo redescubrir su misión al dejarse interpelar por “los signos de los tiempos”.

“El Verbo de Dios desde el momento en que se encarna en la cultura del ser humano, los acontecimientos seculares (la cultura, la política, los derechos humanos, la educación, etc.) llevan en sí elementos que, como dijo Juan XXIII en Humanae Salutis, permite vislumbrar que, en medio de las tinieblas, de las angustias, de las sensaciones de vacío, existen momentos históricamente densos y particularmente significativos, en los cuales acontece alguna palabra de Dios o una moción del Espíritu. En el mundo y en la historia está encarnada la Iglesia. Ella no puede desinteresarse del mundo y por ello el discernir los signos de los tiempos, como mandato de Jesús (Mt 16,3), representa una tarea irrenunciable, ya que solo así podrá cumplir el cometido que el mismo Concilio se propuso, a saber, servir a la totalidad del género humano, de manera que acomodándose a cada generación y por medio de un lenguaje claro pueda responder a las siempre presentes interrogantes del género humano” (Juan Pablo Espinosa-Arce, Signos de los tiempos, en Gaudium et Spes, Redacción, hermenéutica y teología. Revista Espiga, vol. 15, núm. 32, pp. 119-136, 2016, UNED).

A lo largo de estas páginas el autor, desde su experiencia de fe, nos cuenta la acción transformadora del Evangelio a través del tiempo. Cómo hermanas y hermanos de todas las épocas, también se preguntaron, iluminados por la Palabra: ¿Qué querés de mí, Señor? Y desde su realidad, de modo personal y comunitario, fueron encarnando al buen samaritano que se conmueve ante el dolor del marginado, ante los gemidos de la humanidad sufriente. Así se fue plasmando la Enseñanza Social de la Iglesia, que con sus principios y valores hacen carne el mensaje del Evangelio en la sociedad. Encontraremos en esta obra, cómo un cristiano busca, desde su profesión, difundir esas enseñanzas y plasmarlas en su accionar. En su caminar, Gustavo Vivona, ha experimentado aquello que dice el Documento de Puebla, y retoma el de Aparecida: “(los fieles laicos) son hombres de la Iglesia en el corazón del mundo, y hombres del mundo en el corazón de la Iglesia” (DP 786. DA 209).

Mientras uno va leyendo estos capítulos, se puede palpar que, desde joven, Gustavo, fue impactado por aquel apremiante llamado de Pablo VI a construir la Civilización del amor. Es lo que expresa taxativamente la Evangelii Nuntiandi: “El campo propio de su actividad evangelizadora, es el mundo vasto y complejo de la política, de lo social, de la economía, y también de la cultura, de las ciencias y de las artes, de la vida internacional, de los medios de comunicación de masas, así como otras realidades abiertas a la evangelización como el amor, la familia, la educación de los niños y jóvenes, el trabajo profesional, el sufrimiento, etc.” (EN 70).

La experiencia que palpamos en este libro, la ha vivido alguien que encontró la Palabra viva de Jesús en un movimiento eclesial, de esos que nacieron en la época post-conciliar. Yo he sido testigo del nacimiento del Movimiento de la Palabra de Dios, en aquella Pascua de 1974. El P. Ricardo Mártensen estuvo hospedado en la comunidad de seminaristas de la que yo era parte. Nos llamaba la atención lo novedoso de estos encuentros juveniles, caracterizados por la oración comunitaria y por las expresiones espontáneas de verdadera alegría. También eran años difíciles y críticos en Argentina. Un carisma nuevo nacía en la Iglesia y fue dando sus frutos. La Palabra de Dios cautivaba a los jóvenes laicos para transformar sus vidas y la sociedad en la que vivían.

Después de varios años, en el corazón del autor permanece encendida la llama del amor a Jesús y su Evangelio. Gozoso de participar de la vida de la Iglesia en sus tantos servicios, conservando muy viva la vocación de ser comunidad, encarnando un modo de Iglesia comunidad de comunidades. Le duelen las debilidades y miserias de la Iglesia, de sus miembros, pero eso no lo lleva a ponerse a un costado para juzgarla, sino que se siente parte del Pueblo de Dios, y quiere purificarlo con su amor misericordioso. Tiene un amor fuerte por la Iglesia-Pueblo de Dios.

La pandemia en la que se gestó este libro ha dejado sus enseñanzas. Una de ellas es el valor de los vínculos. Al no poder entrar en contacto presencial con los demás, nos hemos dado cuenta que somos seres necesitados de la escucha. Esta palabra ha quedado muy grabada en el corazón del autor. Escuchar lo que el Espíritu dice a las iglesias. Escuchar al otro, a la o las personas con las que convivo o con las que trato diariamente. Veremos en estas páginas con cuánto entusiasmo, Gustavo vive el proceso sinodal de toda la Iglesia. La necesidad de un auténtico diálogo, con la realidad socio-cultural en la que vivimos, con sus instituciones y organizaciones.

¿Qué querés de mí, Señor? Ha sido la pregunta que dio inicio a la elaboración de esta obra. Pregunta parecida a la de San Francisco de Asís: Señor, ¿qué querés que haga por ti? La respuesta del Señor le ha llegado a Gustavo a través de su misión y servicio en la comunidad. En el Evangelio y en la enseñanza del Papa Francisco ha encontrado la respuesta: cuidar la Casa Común y cuidar la fraternidad. Son los temas de las encíclicas Laudato sí’ y Fratelli Tutti.

“Sanar el mundo. Catequesis sobre la pandemia” es el título del libro que reúne las nueve catequesis del Papa Francisco, pronunciadas en las Audiencias Generales de los meses de agosto y septiembre de 2020. Son verdaderas respuestas a la pregunta “¿Qué querés que haga?”

“La Iglesia, aunque administre la gracia sanadora de Cristo mediante los Sacramentos, y aunque proporcione servicios sanitarios en los rincones más remotos del planeta, no es experta en la prevención o en el cuidado de la pandemia. Y tampoco da indicaciones socio-políticas específicas (cf. Octogesima adveniens, 4). Esta es tarea de los dirigentes políticos y sociales. Sin embargo, a lo largo de los siglos, y a la luz del Evangelio, la Iglesia ha desarrollado algunos principios sociales que son fundamentales (cf. Compendio de la Doctrina Social de la Iglesia, 160-208), principios que pueden ayudarnos a ir adelante, para preparar el futuro que necesitamos. Cito los principales, entre ellos estrechamente relacionados entre sí: el principio de la dignidad de la persona, el principio del bien común, el principio de la opción preferencial por los pobres, el principio de la destinación universal de los bienes, el principio de la solidaridad, de la subsidiariedad, el principio del cuidado de nuestra casa común. Estos principios ayudan a los dirigentes, los responsables de la sociedad a llevar adelante el crecimiento y también, como en este caso de pandemia, la sanación del tejido personal y social. Todos estos principios expresan, de formas diferentes, las virtudes de la fe, de la esperanza y del amor” (Francisco. Audiencia General, 5/08/2020).

La experiencia de la fraternidad es algo que Gustavo Vivona ha tenido desde muy joven, cuando empezó a integrarse al Movimiento, en su juventud. El trato cordial, sencillo y llano con el P. Ricardo y las demás personas, crearon vínculos muy profundos de fraternidad, lo cual le hizo cambiar la imagen de la Iglesia que tenía hasta entonces. Cambió la misma imagen de Dios en su corazón. Él expresa en el capítulo tercero: “No hay que entrar solamente en un templo para encontrarse con el sagrario de Jesús… ¿Qué nos significa creer en el Señor? El mensaje de esta presencia es: siempre me encontrarás en el prójimo” (P. Ricardo, MPD, El sagrario humano de Jesús, Espiritualidad del trato fraterno, 2006, p. 31).

Agradezco al autor la invitación a prologar “Una Iglesia renovada, una nueva humanidad”. Pocas veces he aceptado hacerlo. Al tratarse de hablar de la Iglesia que yo también he vivido en la segunda mitad del siglo XX y principios de este, me sentí motivado a escribir estos párrafos. Se trata de presentar una experiencia de la “maternidad” de la Iglesia. Solo así se la entiende cabalmente. Una Iglesia nacida del seno de la Trinidad, y a la vez una realidad bella y misteriosa que crece en los corazones lavados con la sangre de Cristo y animados por su Espíritu.

Que este libro sea una invitación a soñar con una Iglesia pobre para los pobres. Que nos invite a la esperanza y a la alegría de vivir la comunión con Dios y los hermanos. Textos como los que leerás en adelante, querido lector, querida lectora, nos invitan a soñar y a esperar, y decir con Alexis Valdés:

Y todo será un milagro.

Y todo será un legado.

Y se respetará la vida,

la vida que hemos ganado.

Cuando la tormenta pase

te pido Dios, apenado,

que nos devuelvas mejores,

como nos habías soñado.

+ Carlos José Tissera

Obispo de Quilmes

Quilmes, noviembre de 2021

Una Iglesia renovada, una nueva humanidad

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