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Introducción

El año 2020 nos sorprendió como humanidad con la experiencia inédita de una pandemia que afectó a todos los pueblos de la tierra. En el mes de mayo de ese año, al verme impedido de desarrollar normalmente mi tarea profesional de abogado debido al cierre de los tribunales, me encontré con una disponibilidad de tiempo inusual, como le ocurrió a la gran mayoría de las personas.

Esta circunstancia me impulsó a orar con mayor frecuencia. Cada día, en mi encuentro de oración personal con Dios, le expresaba mi sentir interior signado por la incertidumbre. Mi pregunta recurrente era: ¿qué quieres de mí, Señor? Participar semanalmente de una comunidad de fe me ayudó a discernir la voluntad de Dios Padre para mi vida en esa circunstancia. Poco a poco, tomó forma el impulso de transmitir mi experiencia de camino en la Iglesia y el anhelo de la construcción de la civilización del Amor, tal como lo expresa San Pablo VI. Así, se plasmó la iniciativa de escribir estas líneas.

Cuando hablamos de un Iglesia renovada nos referimos a una Iglesia que vuelve a nutrirse de las fuentes de su nacimiento. Es la presencia del Espíritu Santo, derramado en Pentecostés en la primera comunidad cristiana congregada por María, la madre de Jesús, hace más de 2000 años, la que lo hace.

Es la fuerza de lo alto que fluye del Espíritu Santo y se expresa hoy en toda la Iglesia y en toda la humanidad, con el mismo poder que resucitó a Jesús. Así, somos transformados en hombres y mujeres nuevos, constructores del Reino de Dios en este momento de la historia.

El Espíritu Santo no deja de soplar e irrumpe en aquellos que quieren recibirlo. Su manifestación se encarna en obras y en semillas de vida, en medio de tantos síntomas de muerte en la realidad personal, social y eclesial.

Vivimos un vertiginoso cambio de época en que la humanidad se hace profundos replanteos de toda índole en diferentes ámbitos: político, económico, laboral, filosófico, existencial, entre tantos otros. Somos testigos que el Espíritu Santo, encarnado en hombres y mujeres contemporáneos, ofrece respuestas a una realidad que muchas veces pareciera carecer de rumbo.

Un signo de la presencia de este Espíritu se revela en nuestro Papa Francisco, quien hace oír su voz en medio del desierto del mundo. Nuestro Pastor nos invita a un fuerte proceso de conversión cultural. Este camino claramente no se agota en un camino espiritual y de interioridad personal, sino que se expresa en propuestas de vida social muy concretas.

Entre los documentos que así lo manifiestan, encontramos Evangelii gaudium y Laudato si´, cuyos aportes resultan muy valiosos para la vida social, el diálogo como instancia clave de unidad en la diversidad, el cuidado de la Creación como parte de una ecología integral y el acento puesto en los pobres, excluidos y marginados del mundo.

Otro signo de la presencia del Espíritu Santo para transitar este proceso de conversión e integrar la fe a la vida de todos los días, son los Movimientos eclesiales y Nuevas comunidades. Así lo expresó el Papa San Juan Pablo II en su alocución en la Plaza de San Pedro en el Pentecostés de 1998.

El Espíritu Santo no deja de soplar. Impulsa el crecimiento de la semilla de una nueva civilización que tiene como cimiento los valores del Evangelio, plasmados en la Enseñanza Social de nuestra Iglesia. Son tiempos de asumir desafíos, de generar nuevas propuestas, de ofrecerse como odres nuevos para un vino nuevo (cf. Mt 9,1).

A lo largo de su historia, la Iglesia ha ofrecido distintas respuestas al acontecer social. Entre ellas, la necesidad de atención que suscitaban las viudas y huérfanos en las primeras comunidades. Más tarde recibimos los aportes de los Padres de la Iglesia y del Magisterio Social hasta la publicación del documento Rerum novarum en 1891, donde León XIII sistematizó esa enseñanza. Estas respuestas se sustentan con el valor del testimonio de tantos sacerdotes, religiosos y religiosas, laicos y laicas de vida discipular de Jesús, quienes expresan con sus vidas que el Reino de Dios ya está entre nosotros.

En medio de un mundo que por momentos parece desmoronarse, con estructuras fundadas en el individualismo, el consumismo superficial, la indiferencia y la exclusión, este trabajo intenta ser una luz de esperanza.

Ofrecemos aquí algunas reflexiones y testimonios que contemplan la dignidad de la persona humana, con sustento en los valores de la solidaridad, la participación y el bien común, principios claves para construir un mundo más fraterno y solidario en este nuevo tiempo de la humanidad.

Una Iglesia renovada, una nueva humanidad

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