Читать книгу A la salud de la serpiente. Tomo II - Gustavo Sainz - Страница 6

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Periódico Respuesta

Director general Isaías Quezada R.

Mexicali, Baja California

Martes 19 de noviembre de 1968

Página dos

Cartas de un maestro

“Eso de prostituir…”

Sin firma

Es probable que hayas notado el lío suscitado por un editorial del Director local de El Mexicano contra un profesor del cetys. El periodista lo acusa de obligar a leer a una joven ante sus condiscípulos cierto libro que no les parece a los padres de familia. El profesor se defiende públicamente y varios columnistas bordan sobre el tema. Soy maestro de Ética Profesional y estoy en mi séptimo año de impartirla. Eso se une al hecho de que soy profesionista y allí tienes por qué tengo suficiente derecho para juzgar sobre el asunto. Fíjate bien: el conflicto se ha enfocado falsamente. Porque el problema no está en saber si se puede o no leer en una escuela determinada determinados libros. Este modo de ver las cosas es insidioso y sólo sirve para demagogia. Es evidente que en la escuela se puede leer y estudiar cualquier libro. Pero el discutir si se puede o no se puede es demagógico ya que resulta similar a la famosa pregunta sobre el Artículo 145 y su derogación: “¿Sería lícito atentar contra la Patria?” Nadie podría responder que sí. Pero la dificultad de ningún modo estriba allí. El meollo a dilucidar está precisamente en saber si conviene o no mostrar a estudiantes de primero de Preparatoria, al principio del curso, esta clase de literatura. Si es prudente, bajo qué condiciones se puede. Si no lo es, por qué y durante cuánto tiempo. Así, lo que más se debería debatir es un asunto de prudencia o cautela. Más de

(Pasa a la página ocho)

(Continuación inhallable: en la página ocho hay sólo anuncios, y la continuación del artículo no aparece en ninguna otra página)

Periódico El Mexicano

Martes 19 de noviembre de 1968

Página editorial

Doble aclaración

por Cristóbal Garcilazo

Efectivamente, como dice el amigo Galván Ochoa, tuvimos una cordial entrevista con el licenciado Rafael Padilla, en la que se aclaró que el inmundo Gazapo jamás fue leído en clase ni recomendado a los educandos como ejemplo de literatura moderna. No así La tumba, que no hemos leído (por lo que no podemos opinar), pero de la cual alguien que nos merece todo respeto ha comentado que más bien debería llamarse La tumbo (con “o” final, compañero linotipista).

Al habernos hecho eco de las madres de familia inconformes, nos concretamos al bodrio obra de Gustavo Sainz, Gazapo, mismo que según sesudos educadores, críticos literarios y estudiantes de ambos sexos (que estamos seguros y hasta podríamos apostar que dentro de cinco años ya no opinarán lo mismo), es una novela importante y llegará a recibir distinciones, entre las que apuntan hasta un desaforado Premio Nobel de Literatura.

Por lo demás hallamos una auténtica joya en nuestras Facetas del domingo anterior; que antes de que se recomiende al alumnado algún tratado de literatura moderna, el catedrático o quien lo recomiende, literatos, críticos, columnistas, etcétera, den lectura al “tratado” en el seno de su hogar, y si sus hermanas o sus hijas pasan la prueba, entonces hagan lo mismo en las escuelas.

Para nosotros, insistimos, es un asunto terminado, porque las madres de familia se dieron por satisfechas y “más vale no meneallo” como decía el Quijote. Hacemos la cita porque Enrique está empeñado en comparar a Cervantes con los carretoneros de ayer y hoy. Cosas de la juventud, a la que alguien le ha metido en la cabeza que es la más indicada para regir el mundo.

Pasemos a la otra aclaración (siguen cinco párrafos más sobre el pri, la universidad local y los agitadores profesionales…)


y en eso golpearon en la puerta con suavidad, tres, cuatro veces, como si temieran no despertarlos pero también como si hubieran golpeado en el fondo del cerebro del Carretonero de Ayer y Hoy, sobresaltándolo tantas veces como golpes habían sonado en esa puerta como verdaderas llamadas de atención, desacralizándolo, rompiendo lo armónico de sus evocaciones, confrontándolo, oh, era Carlos Cortínez, buenas noches desde atrás de sus gruesos anteojos y con ligero acento chileno, ¿no estabas dormido?, yo no, o no sé, a lo mejor estoy en medio de una pesadilla, pero Ambrosia sí, no hables muy fuerte, no alces la voz, ¿qué se te ofrece?, bueno, nuevas disculpas, pero a la vez cierto cinismo, cierta familiaridad, inusitada confianza, acabo de salir del teatro, venía a contarte, te tengo que contar, la representación estuvo fantástica, tienes que ir, no sabía que los estudiantes de aquí eran tan brillantes, mira, más que profesionales, estupendos, casi escalofriante de tan buena, ¿qué obra?, Entertaining Mr. Sloane, de Joe Orton, yo no sabía que al autor lo habían asesinado a martillazos mientras dormía dijo Cortínez, como buscando su asombro, lo leí en el programa, lo mató el amigo con quien vivía, Kenneth Halliwell seguía Cortínez, quien a su vez se envenenó con barbitúricos el año pasado, todo esto como si tratara de venderle esta información, interponiendo un pie para que no pudiera cerrar la puerta e inclinando el cuerpo hacia adelante para forzar la invitación a pasar, invadiendo su espacio personal, resquebrajándoselo, y seguía, el funeral fue un poco ridículo, fíjate que lo cremaron al compás de esa canción de los ­Beatles, Un día en la vida, su canción favorita, y para colmo el asesino y el asesinado habían testado recíprocamente, el uno en beneficio del otro, ¿lo puedes creer?, de modo que el enredo legal todavía está debatiéndose, ¿de veras?, en serio, ¿puedo pasar?, bueno, está bien, entra un ratito nada más, pero no hagas mucho escándalo porque yo también tengo sueño y me quiero ir a acostar, ¿pues que no te acabas de levantar?, un poco impertinente, impositivo, invasor, inquisitorial, ah, ¿y me puedes prestar ese librito con todos los verbos castellanos conjugados?, para no decir que sí el Carretonero de Ayer y Hoy contó un episodio que llevó a la cárcel a Orton cuando tenía 17 años, fíjate que lo descubrieron en la biblioteca pública pegoteando fotografías de hombres y mujeres desnudos, obscenos, pornográficos, en los libros más inocentes y más solicitados, y tuvo que quedarse en la cárcel durante seis meses, pero Cortínez lo visitaba a esas horas seguramente no para conversar, sino para ver a Ambrosia que le gustaba de más, y si ella estaba dormida, como pasaba casi siempre, Cortínez hablaba fuerte, vociferaba, abjuraba, excomulgaba, reconciliaba casi a gritos, con el subterfugio de cierto pretendido interés en escribir una novela, y miradas rápidas, oblicuas, supuestamente desinteresadas al espacio adonde podría aparecer Ambrosia, y ¿qué es una novela para ti?, le preguntaba el Carretonero de Ayer y Hoy, Cortínez no era becario del International Writing Program, era un estudiante de la Universidad que vivía al final del cuarto piso, en ese mismo pasillo del Mayflower, a un lado de Alfredo y Pía Veiravé (por cierto había otro poema de Veiravé a propósito de esta época, titulado Objetos no identificados:

Caminando en círculo alrededor del globo

terráqueo, relatando el viaje

en todas las lenguas posibles

del orgullo, de la indiferencia, de la pasión

estoy otra vez en un jardín inmóvil

donde

hay muchos objetos no identificados

unas inocentes cebras listadas bajo los abedules

pálidos huéspedes enfermos en el dorso del disco

el ojo de Polifemo bajo la flor

del jacaranda

un monstruo de vidrio con botones

un héroe homérico que muere a la orilla del mar

las hojas del gomero bajo la lluvia

la fórmula química del arco iris…

En esta lista debo agregar

desde el domingo pasado

la leve, mágica nieve de Iowa)

y Carlos Cortínez participaba o pretendía participar en la mayor cantidad de eventos del Programa, que por lo demás carecía de actividades fuera de una reunión semanal, los miércoles por la tarde, donde uno de los becarios contaba para los demás cómo era la vida literaria en su país y hablaba discretamente de sí mismo, reuniones bastante divertidas, más delirantes según lo exótico de cada país, y que el Carretonero de Ayer y Hoy gozaba particularmente porque él era el último orador, dado que era el más joven del equipo, y tenía su turno hasta el segundo miércoles de mayo de 1969, pero Cortínez, que tomaba muy en serio las clases de Gordon ­Brotherston, había escrito una docena de poemas y un par de artículos críticos, y tenía ideas tan ortodoxas como pensar que las novelas implicaban siempre la resolución del problema del individuo en una sociedad abierta, y contaba particularmente con frases precisas para provocar al Carretonero de Ayer y Hoy y meterlo en meandros bizantinos, confrontaciones que el Carretonero de Ayer y Hoy había aprendido a no enfrentar, ni tolerar ni visitar sino de muy lejos, prefiriendo rumiar una vez a solas, pues no toleraba las visitas más de unos cuantos minutos, cómo habría seguido la discusión, o cómo caería en alguna próxima discusión alguna de sus despeinadas ideas, como aquella de la novela como un movimiento lingüístico y estructural, necesario e incesante, rítmico y con velocidad calculada, de lo conocido a lo desconocido, una verdadera aventura, lo que esperaba corroborar con una cita de Genet, quien decía a propósito de alguien que “si sabes de dónde sales y sabes a dónde llegas, eso no es una aventura literaria, sino un trayecto en autobús”, o aquella otra de la historia de la novela como la historia del rechazo y la modificación inclemente de las formas narrativas, una y otra vez, o la pregunta tantas veces formulada con pequeñas variantes ¿por qué el artista no se contentaba con el ensueño, por qué tenía la necesidad de ofre­cérselo a los demás?, aunque a veces Cortínez animaba otra clase de argumentos, otros intereses al parecer genuinos, y eran de esa clase de intereses que el Carretonero de Ayer y Hoy nunca podía rechazar, pues se anunciaban casi siempre como insolubles problemas literarios, por ejemplo, como la posibilidad de una novela futura, y Cortínez, que era un sabio manipulador, lo provocaba más que bien con una frase como “escribí una novelita breve cuando era muy joven”, ¿de veras? (ojos azorados del Carretonero de Ayer y Hoy, que se arrojaba los cabellos hacia atrás como para destapar los oídos), sí ¿y la publicaste?, uno frente al otro, los dos en las sillas reclinables a un lado del larguísimo escritorio, el Carretonero de Ayer y Hoy a veces recargando un brazo sobre el teclado de su máquina de escribir, no, susurraba Cortínez empezando a subir la voz, no creo que valiera nada, salvo un personaje de nombre estrambótico que bauticé con letras rebuscadas febrilmente una noche de insomnio: Kaatziza; silencio estupefacto del Carretonero de Ayer y Hoy que advertía estar frente a una situación absolutamente existencial, pues por más que revisaba tres o cuatro posibilidades no atinaba a saber hacia dónde iba Cortínez, y Cortínez se reacomodaba sus gruesos anteojos, lo miraba interrogativo y pausadamente, como si intentara evitar localismos chilenos, con una cadencia ligeramente hipnótica que a veces provocaba el irreversible sueño del Carretonero de Ayer y Hoy, y continuaba: el protagonista de mi novelita, especie de alter ego del autor, desbarataba su propia vida y una cierta felicidad tranquila que había alcanzado, por perseguir a esa mujer, y nunca quedaba claro en el librito si ella era real o un espejismo, aunque te diré que poco le importaba al protagonista si su Kaatziza había sido soñada o de carne y hueso, a lo que no quería ya resignarse era a vivir sin ella, porque vivir sin ella implicaba la infelicidad, la confusión, el delirio, sí, se había vuelto imposible vivir sin ella, pero ¿por qué no la publicaste?, no sé, no se me ocurrió, por ahí se quedó ese manuscrito, mi primer trato con la ficción, por llamarlo así, mi entrada en el fuego como dices tú, pues en verdad no era sino un largo poema en prosa con toda la exaltación de los 16 años y después de haber leído, deslumbrado, la prosa de Neruda en El habitante y su esperanza, ¿y a la sombra de Dulcinea y de Susana San Juan?, ¿tú crees?, bueno ¿y por qué me cuentas todo esto precisamente hoy y sobre todo a esta hora de la noche o de la media noche?, bueno, pasada la embriaguez de esa semana que me llevó escribirla, pasados los años, ya que bien había visto el nulo valor literario de mi intento, del que por otra parte no me había hecho ilusión alguna ni había perseguido su publicación nunca ¿eh?, pero nunca, y del que me quedó sin embargo el fervor de la escritura nocturna, sin vacilaciones, como dictada y vertiginosa, un poco como tú la concibes, sí, como dice tu adorado Octavio Paz “hablar por hablar, arrancar sones a la desesperada, escribir al dictado lo que dice el vuelo de la mosca, ennegrecer”, por cierto bifurcaba el Carretonero de Ayer y Hoy, y a propósito de moscas, en la nueva novela de Cortázar, al final, un personaje que se llama Juan se pone a observar las extrañas figuras que dibujan las moscas al volar, esos insólitos poliedros, pero Cortínez seguía como si no lo hubiera escuchado, descalificando lo dicho, como si sólo su cuento importara, y lo peor, seguía, es que Kaatziza se quedó para siempre conmigo, y con ella quedó marcada mi vida a la búsqueda perpetua de semejante ideal femenino, tú sabes que mis dos matrimonios fracasaron, en parte, quizá por esa tremenda distancia en la que mis esposas se situaban al compararse con las exigencias casi mitológicas de esa Kaatziza incorpórea, quien desde su altura imposible me movía a crear expectativas irracionales, todo esto con exaltación manifiesta, con grandilocuencia teatral y en alta voz que bajaba de volumen para concluir, y de resumir esa experiencia juvenil pasaba a confesar un proyecto de novela que había llegado a esbozar mezclando un poco de realidad con una chica del Quebec y otro poco de sus fantasías, y empezaba por describir a Isabelle, 22 años e hija de un matrimonio católico muy severo, insistiendo que no sólo era bella sino dueña a la vez de una personalidad frágil y encantadora, cosa frecuente entre esos franceses de habla y costumbres algo arcaicas que viven en el Quebec, la había conocido el año anterior, Cortínez vivía un romance pasajero con Claire, una profesora de alma lírica y erotismo desinhibido, y en un festival de música al aire libre, Isabelle, que era amiga de Claire, había entrado en su órbita de observación, aunque no hubo nada durante un año o más entre ellos, aparte de ese primer deslumbramiento, aquí una pequeña pausa como para subrayar el dramatismo de lo que vendría, pero al verano siguiente, empezaba Cortínez como absorbiendo una buena cantidad de aire, a poco de regresar para unas vacaciones al Quebec, seguía cada vez más entusiasmado, logré dar nuevamente con Isabelle, y se detenía un momento, guardaba un inquietante y repentino silencio, como esperando un guiño, un gesto, una palabra que le permitiera continuar, como dudando si debía continuar o no, como revalorando un secreto de incalculable valor, ¿lo contaría o no?, como si fueran las 10 de la mañana de un domingo y no las 2 de la mañana de un jueves, y se pudiera permitir toda clase de altos y disgregaciones, en fin, seguía, la llamé por teléfono y en medio de esa llamada conseguí restablecer los hilos, los tenues hilos que podrían habernos unido, y luego de asegurarle que mis relaciones con Claire habían terminado, arreglar una cita, ¿y qué decía ella?, bueno, que estaba cansada de su trabajo, ¿en qué trabajaba?, dirigía un programa radial y también hacía algo para la televisión, aguardaba con impaciencia unas vacaciones que le llegarían pronto y pensaba marcharse a algún lugar con sol en abundancia, quería ir al mar, se le antojaban las frutas exóticas, las largas playas, el descanso, y sí, se acordaba de él y estaría en­cantada de volver a verlo, bien, entonces nos citamos se animó todavía un poco más Cortínez, y desde ese primer día de nuestro encuentro hubo algo mágico, ella era un ser angelical, tal vez un poco débil, un poco indecisa, demasiado espiritual, fuimos a comer a un restorán y luego, ante el ejemplo de otras parejas, bailamos allí suave, dulcemente, como si nos amásemos desde siempre… la sensación de esa noche, moviéndonos apenas junto a dinámicos bailarines en una pista de luz tenue, con música dulzona de los años cincuenta, es muy difícil de explicar, de un lado el escenario neutro y cotidiano, y del otro, la certeza de estar viviendo uno de aquellos instantes privilegiados, de esos que llegan muy de tarde en tarde en una vida, si es que llegan, y que Joyce llama “epifánicos” acertadamente, y como te puedes imaginar, las muchísimas diferencias que nos separaban desaparecieron por completo ese verano, al menos para nosotros, no para sus padres, que veían magnificada la diferencia de años, mi situación dentro de un matrimonio todavía no finalizado y desde su perspectiva católica, irreductible, el problema que presentarían mis cuatro hijos y mis dos hijas, etcétera, y por otra parte veían a su angelical Isabelle muy inexperta en materias amorosas, apegada por 22 años no sólo a un hogar armónico, sino a una misma casa en un mismo barrio de una misma ciudad de un mismo país, lo que se puede llamar una familia archiconservadora, enfrentada de pronto al veneno de una seducción veraniega instigada por un forastero, peor, por un latinoamericano venido de no se sabía dónde ni menos para qué, lamentablemente debo omitir una buena cantidad de pormenores, aunque ciertamente sé que en tales detalles tendría que detenerse la novela que me gustaría escribir, pero debo dejarte en claro que Isabelle era virgen y que ardiendo yo en deseos de consumar lo que parecía un amor recíproco, era tal mi estado de feliz exaltación que postergaba mis urgencias eróticas sin sufrir realmente, sino más bien gozando esas posibilidades, difiriéndolas en una especie de retorcido masoquismo que exarcebaba mi deseo, le escribía cartas todas las noches e iba a depositarlas personalmente en el buzón de su casa, ella me respondía con sutiles mensajes desde su audición radial, yo la escuchaba fielmente cada tarde, de dos a cuatro, para oír su voz, aunque fuese presentando música que no me interesaba, y pasando avisos comerciales que me interesaban menos, luego nos reuníamos, comíamos en cualquier lado, cualquier cosa, y a veces venía a mi cuarto en el Pavillon Parent, atestado por los alumnos de verano que acudían tras los cursos de francés, y allí, en mi estrecha celda, nos tendíamos y nos besábamos como dos escolares temblando de amor, una vez inclusive llegué a quitarle la blusa y le besé los senos blanquísimos con una sensación de levedad tan excelsa, con movimientos tan lentos y mágicos, como nieve quizás, nieve descendiendo inmaterialmente sobre la tierra absorta, bueno, espero que puedas entender cómo junto a una mujer así se me dormía el deseo, que era algo que los padres de Isabelle no entendieron nunca, porque para ellos, planteada ya la situación conflictiva de que nuestras vidas querían unirse, una batalla a muerte se había desencadenado, y ellos usa­ban todas las estrategias, todas las tácticas que han usado los padres de todo el universo, y triunfaron desgraciadamente separándonos, porque el amor que se nos había despertado no quería violencias ni engaños, y lo creíamos tan superior que ni siquiera exigía la presencia física inmediata, niños que éramos, ella 22 años y yo 38, y nos intervenían el teléfono mientras hablábamos, me decían que Isabelle no estaba en casa cuando iba a buscarla, o como ocurrió en una soleada tarde de domingo en que la visitaba en el jardín de su casa, su madre siempre se nos instalaba a diez pasos de distancia, declaradamente para leer un libro de arte sobre catedrales europeas, pero evidentemente para vigilar nuestros gestos y palabras, todo con cierta suavidad, con disimulada energía, sin antagonizarnos abiertamente, estce que vous connaissaiz Strasburg?, oh, comme je voudrais y aller!, y dejábamos su observación en el aire, sin respuesta, pero como Isabelle quería a sus padres y confiaba en ellos, suponiéndolos libres de toda intención mezquina, terminábamos dudando de nosotros antes que de ellos, algo de malo tendría que haber en nuestra atracción y seguro que era una falla nuestra el no poder detectarlo, y aquí viene el verdadero problema, porque dudo que frente al papel, puesto ya a escribir mi novela, pudiera describir una de aquellas tardes con toda fidelidad, o más bien, con la fidelidad que me gustaría, imagínate esa luz, yo tirado en el pasto y frente a mí Isabelle toda frescura sentada en una silla de terraza con un vestido blanco, y créelo o no, con una rama de jazmín jugando entre sus dedos, conversábamos en voz baja y en español para eludir la vigilancia materna, Isabelle tenía las piernas cruzadas y la superior se balanceaba ligeramente equilibrando un liviano zapato de lona, y entonces usé ahí toda la audacia que había podido acumular en mis 38 años de vida, y también toda la malicia y gentileza que sólo a esa edad comienza a aprenderse, para despojarla de ese zapato de cuento de hadas, depositarlo en el pasto, y volver luego mi mano a acariciar su pie desnudo, todo realizado con tal calma y naturalidad que nada ni nadie en el mundo hubiera podido notar alteración alguna, y sin embargo mi corazón latía con inusitada fuerza, y el de ella, aunque no me lo dijo, lo podía casi ver levantándole el pecho, irrigándole furiosamente unos tonos rosados por su rostro translúcido, ella buscaba no sé si alivio o mayor embriaguez en el aroma del jazmín, a cuyo ritmo rotatorio se aferraba ahora que el ritmo del balanceo de su pie moría aprisionado en mi mano, su bendita madre por ahí, cargando con su presencia de incalculable valor erótico a la menor de nuestras caricias, si escribo la novela se la quiero dedicar a ella, ¿a Isabelle?, no, a su mamá, a la mamá de Isabelle, e incluso creo que la tendría que escribir en francés para que la entendiera la vieja intrusa, y miraba impertinente al Carretonero de Ayer y Hoy, quien cortésmente había mostrado todo el interés que era capaz de mostrar para escuchar semejante historia, verdadero interés, y Cortínez se levantaba para mirar los libros en el estante sobre el escritorio, la mayor parte de ellos propiedad de la biblioteca universitaria, deteniéndose ocasionalmente en alguno que no conocía, como el volumen de obras completas de Oliveiro Girondo, y luego con una impertinencia pocas veces vista, empezaba a leer las páginas sueltas que había sobre la mesa, borradores de la novela, cartas inconclusas, cartas de amigos, una lista de nuevas inscripciones pintadas en las paredes de la Sorbona, arriesga tus pasos en los caminos que no haya explorado nadie, arriesga tu cabeza con los pensamientos que nadie haya pensado, ceder un poco es capitular mucho, la insolencia es la nueva arma revolucionaria, en fin, una revista francesa, La Nef, número 31, algunos rollos de película super 8 mm, todavía empacados, de manera que el Carretonero de Ayer y Hoy tenía que inventar algo rápido para distraerlo o despedirlo, pues no quería exponer demasiado su intimidad, no le gustaba esa actitud, y lo sentaba casi a empujones, fíjate Cortínez, soñé con mi amigo Kastos, por ejemplo, soñé que iba a México por una semana, de un jueves a un miércoles, y en esta época México, la carnívora ciudad de México está llena de foquitos de colores, es la temporada de comprar la popularidad, de ver a cuántas posadas te invitaron ¿no?, la temporada del humanismo y la condescendencia y la bondad bastarda de la conspicua clase media, que por lo menos unos días al año la gente se siente llena de amor, y yo fui a México ¿me entiendes?, en estos días, y vi a mi amigo Kastos discutiendo sobre un escritor mexicano con un hombre viejo, y yo me cuidaba de no intervenir en la discusión, porque ese hombre, por alguna extraña razón, me odiaba, y me odiaba de una manera casi delirante, aunque no sé quién sería, y luego estaba en la librería de Polo Duarte, otro amigo, la librería se llama Libros Escogidos y está en una calle llena de iglesias y de edificios coloniales, frente a un parque muy bonito que se llama la Alameda Central, era sábado, había muchos foquitos de colores, adornos, piñatas, globos, fotógrafos ambulantes, gente disfrazada de Reyes Magos y de Santa Claus, familias, y me sorprendía ver que había muchas tiendas cerradas por la avenida Hidalgo, especialmente porque era temporada de Navidad, y entonces al pasar por una iglesia que se llama San Hipólito, tres hombres gordos de traje negro y camisa blanca sin corbata me ofrecían al pasar cacahuates garapiñados, un dulce mexicano ¿lo conoces?, muy cortésmente, sin agresividad de ninguna especie, y yo tomaba tres cacahuates y me los arrojaba a la boca con cierta gula, a pesar de que no me gustan ni nunca me han gustado esos dulces, y seguía caminando, pasaba por una casa adonde estaba cantando una amiga que se llama Matilde, que tiene una voz espléndida, y cantaba acompañada de una guitarra y un bongó, y en algún momento de la letra decía guapachá, qué rico guapachá, y yo pensaba oyéndola, oí toda la letra de esa canción en mi sueño y me parecía deliciosa de tan rítmica y tan traviesa, tan maligna, pletórica de dobles sentidos, que Matilde era una cantante con tantas cualidades como la Streisand o Nancy Wilson, me fascinaba oírla cantar el repertorio de Julie London, pero además era mucho más bonita, de piel apiñonada y ojos de Bambi enormes, y pensaba que debía venir a probar suerte a los Estados Unidos, que me la iba a traer, pero todo se complicaba al pensar que aquí en Iowa no conozco a nadie que toque la guitarra o el bajo ni el bongó, ni a nadie relacionado con la industria de los discos o los espectáculos, luego estaba en mi departamento con una antigua amiga que se llama Viviana y la ayudaba a lavar los trastes, bueno, la vajilla como dicen los Veiravé, no te rías, y yo le hablaba de Matilde buscando en un viejo aparato de radio un programa que nos interesaba, hasta que dí con él, era en xew, la voz de América Latina desde México, y era un programa de chistes pero no entendíamos los chistes y nos mirábamos con incredulidad y hasta cierta angustia, desolados, porque era como si no comprendiéramos algunas inflexiones de la lengua y la gracia se nos escapara, luego estaba de nuevo en la librería de Polo Duarte tratando de comprar dos ejemplares de Cambio de piel, cuando desperté con sabor a cacahuate garapiñado en la boca, y creo que eso es todo doctor, mucha gente en mi sueño, y combinaciones de palabras que admiraba y combinaciones de palabras que no entendía, ¿qué piensa usted de todo esto?, Cortínez se quitaba los anteojos y se pasaba los dedos por los ojos cansados, masajeaba los párpados, y como Ambrosia no se había despertado y el Carretonero de Ayer y Hoy parecía predispuesto a contarle sus mil y una noches de indigestión y nerviosismo, se despedía, creo que tengo que irme, ya estoy cansado, entonces ¿me puedes prestar el libro de todos los verbos castellanos conjugados?, también habría que dormir ¿verdad?, o se arrojaba casi de clavado sobre algo que le interesaba, el ejemplar de 62, modelo para armar por ejemplo, entonces la más reciente novela de Cortázar, centro de discusión de cualquier reunión de latinoamericanos relacionados con la literatura, ¿me lo puedes prestar?, ansioso, con una ansiedad casi histérica, y todavía no respondía el Carretonero de Ayer y Hoy, lo estoy leyendo, apenas acabo de empezarlo, y si te vas pronto a lo mejor lo terminaré esta misma noche y te lo presto mañana, ¿qué tal está?, ¿cómo quieres que esté?, no sé, es que Cortázar a veces no me gusta del todo, no se trata de gustar empezaba el Carretonero de Ayer y Hoy pero se arrepentía inmediatamente, porque no quería detener a Cortínez ni un segundo más, quería volver a estar solo, había muchas cartas por escribir, y la novela y su Diario (hacía un par de días que no escribía en su libreta ni dibujaba), y algunos libros por leer, la tibieza de Ambrosia, la cama tibia también, cachonda y enormidades qué pensar, la noche era todavía joven, más o menos joven, bueno insistía Cortínez, pero ¿es una novela?, caray respondía el Carretonero de Ayer y Hoy, es un libro que ciertamente admite el calificativo de “novela”, pero podríamos aplicarle otro, podría ser también un acto, digamos, un final de juego (“ese juego idiota: la vida”, decía Cortázar), es más bien como un subterfugio para tener a Cortázar en casa, “la locura es portátil”, dice uno de sus personajes, y como si esa hubiera sido una frase mágica, Cortínez dio tres cuatro pasos en dirección a la puerta, dijo unas frases oscuras a manera de despedida, estiró el cuello como tratando de ver hacia la recámara, se ajustó los anteojos sobre el puente de su nariz, movió la mano en un gesto displiscente, chao bisbiseó con acento chile­no, y el Carretonero de Ayer y Hoy cerró la puerta con lentitud, con firmeza, a piedra y lodo, como emparedándose, había quedado un poquito del olor de Cortínez, olor de tabaco rancio y sudor, un olor ajeno a ese lugar de trabajo y que el Carretonero de Ayer y Hoy no sabía cuánto tiempo iba a necesitar para esfumarlo, aunque ese olor sin duda estaba allí para algo, ¿no era ésta una de las proposiciones de Cortázar?, quizás ese olor ciertamente desagradable para él, estaba allí para impedirle seguir con su novela, ya iba en la página 110, para impedir que leyera en ese lugar las cartas de sus amigos y la continuación de 62, modelo para armar, y entonces debía ir a acostarse junto a Ambrosia, cuanto antes mejor, con toda seguridad Ambrosia estaría calientita de más, aunque no tenía sueño, eran apenas las tres de la mañana, Cortázar planteaba que el universo tendría que ser un delicado, infinito circuito adonde un sabio loco practicaba las más caprichosas conexiones, donde todo tenía que ver con todo, y al mismo tiempo nada tendría que ver con nada, un señor podría rascarse en París y provocar un estornudo en algún norteamericano desprevenido, bastaría escribir una obra maestra para producir el estrepitoso estallido de un vaso, aunque quien habría dejado caer el vaso podría pensar que su descuido habría sido la causa de la rotura, pero se equivocaría porque esa causa tendría asignado otro ejemplo, todas las causas tenían efectos imprevisibles, probablemente y antes de que pasara mucho tiempo, un futbolista mexicano desviaría un penalty y se rompería un tendón o un menisco, y en efecto, el nuevo libro de Cortázar a lo mejor no tenía que ver con la literatura, esa vieja polveada, tenía más bien que ver con algo así como andar en bicicleta, o jugar con el gato o hacer chistes en un idioma apenas aprendido, Alfredo Veiravé le había hecho notar que la clave estaba en el capítulo 62 de Rayuela, y también curiosamente en la página 62 de La vuelta al día en ochenta mundos, adonde aparecían Calac y Polanco, exactamente los mismos personajes de 62, modelo para armar, y en el capítulo 62 de Rayuela podía leerse “Si escribiera ese libro, las conductas standard (incluso las más insólitas, sus categorías de lujo) serían inexplicables con el instrumental psicológico al uso. Los actores parecerían insanos o totalmente idiotas. No que se mostraran incapaces de los challenge and response corrientes: amor, celos, piedad y así sucesivamente, sino que en ellos algo que el homo sapiens guarda en lo subliminal se abriría penosamente un camino. Todo sería como una inquietud, un desasosiego, un desarraigo continuo, un territorio donde la causalidad psicológica cedería desconcertada, y esos fantoches se destrozarían o se amarían o se reconocerían sin sospechar demasiado que la vida trata de cambiar la clave en y a través y por ellos”, proposición inquietante sin ninguna duda, sin ninguna clase de dudas, y en la página 62 de La vuelta al día en ochenta mundos, Calac filosofa “Entre la confusión original y el orden previo a la concepción de un tiempo y un espacio racionales, no hay nuestro fulminante fiat lux y un ponerse a fabricar en serie la creación. Sospechan (los maoríes) que ya del caos a la materia hay un proceso sutilísimo, y tratan de figurarlo cosmológicamente. Te advierto que ni siquiera llegan a la materia, porque son tantas las fases preliminares que uno ya está cansado en los aprontes”,

a lo mejor, 62, modelo para armar había sido escrita antes que Rayuela, o simultáneamente, como si fuera un cuaderno de notas, allí estaba ese episodio con los tres náufragos que tenía su equivalente en el espléndido episodio de la tabla entre dos ventanas con Talita (en Rayuela), y con la persecusión de los pobres en el barco en Los premios, y esa extraordinaria voluntad de hacer algo diferente con el lenguaje, las descripciones de Helene, por ejemplo la secuencia de lesbianismo, la escena del argentino y Celia, y esas secuencias sexuales y el crimen final como para parodiar cierta moda, como que no pesaban tanto ante el valor de un texto sobre las relaciones humanas urbanas como no había otro en América Latina, parecía más bien un libro traducido del inglés, el humor de Cortázar era casi metafísico, no residía como podría creerse en los chistes de los protagonistas cuando estaban en los pasillos del tren subterráneo, ni cuando inventaban palabras, ni cuando veían a Celia con cara de anuncio, ni cuando tropezaban con Harold Harolson y alguien decía que por fin comprobaba que nombres así no nada más existían en los libros de Borges, sino más bien cuando un lector como el Carretonero de Ayer y Hoy terminaba la lectura de un libro así como un aire de flauta, algo doméstico, con facilidad, con la misma intensidad o gusto con que Cortázar debía tocar improvisaciones en la trompeta, una bocanada de aire fresco, algo que hacía falta cuando la mayoría de los escritores parecían sólo preocupados por escribir una obra maestra, y sobre la mesa también un ejemplar de la revista Time adonde venía un artículo sobre la primera novela de Andy Warhol, un libro enorme hecho a partir de grabaciones, parecía que habían puesto 8 o 10 o más grabadoras distribuidas convenientemente en un departamento, y luego habían grabado una fiesta interminable, y estaba todo transcrito allí, todas esas frases banales, obtusas, oblicuas, elípticas, incompletas, idiotas, que se dicen durante una fiesta, sin dirección ni finalidad aparente, quizá dejando un pequeño espacio para que se colaran algunas otras cosas, ciertos movimientos, digamos, que se desarrollarían y pasarían a través de los que hablaban bajo la forma de sanciones muy breves y frecuentemente hasta agudas o equívocas, “tro­pismos” los llamaba Nathalie Sarraute (“les di ese nombre”, escribió en un famoso prólogo “a causa de su naturaleza instintiva, espontánea, similar a la de los movimientos realizados por ciertos organismos vivientes bajo la influencia de estímulos exteriores como la luz o el calor”), y a diferencia de los momentos “epifánicos” joyceanos, revelaban la verdadera vacuidad del género humano, su rebajada racionalidad, su empecinada estupidez, y eran frases además vacías de belleza o de trascendencia, y a veces hasta de sentido o de simple información, pero el libro parecía interesante, bueno, interesante e ilegible, pues leerlo implicaba casi asistir a una de esas reuniones de la mafia artística neoyorquina como si se fuese un fantasma, sin poder participar de ninguna manera, excepto como testigo, y oír con desusual atención toda esa cháchara en un idioma derivación del inglés que habían logrado malabarear los drogadictos y otros transgresores, el Carretonero de Ayer y Hoy con un plumón en la mano y su libreta abierta, una de sus libretas, ausente todavía un rato aunque quería anotar que había ido a Times Photo porque allí trabajaba un amigo de Ambrosia, Paul Wigger, que lamentablemente no estaba, y empezó a escribir que entonces el otro empleado trató de convencerlos de comprar una cámara de cine de 16 mm, por razones innumerables, pero que no hicieron caso, salieron a comer hamburguesas y encontraron a Luiz Vilela, volvieron a la tienda y ya estaba Paul Wigger, hablaron durante hora y media sin atreverse a tomar decisiones, Luiz daba de vueltas sin atreverse a salir de la tienda, afuera había como 7 grados farenheit, hasta que el Carretonero de Ayer y Hoy se decidió por una cámara súper 8 mm, sonora, con estuche, batería, rollos, lentes de acercamiento y un gran angular, todo, una belleza de aparato, como una joya interplanetaria, y durante horas no hicieron más que ver la cámara y por la cámara, a través de la cámara, leer el folleto explicativo, ana­lizarla, sopesarla, mirar por la mirilla, ensayar distancias focales, e inclusive al atardecer, durante el crepúsculo, convenientemente abrigados salieron al bosque atrás del Mayflower y tomaron un poco de película del cielo anaranjado a través de los árboles retorcidos, ahora sí que el espacio como un atributo del pensamiento, de la voluntad, del gusto, leer la realidad a través del lente de la cámara, no de izquierda a derecha, no de arriba para abajo, no en círculos, no de derecha a izquierda sino en trozos, las botas de Ambrosia pisando el suelo de nieve y hojas secas, y un poco más lejos una niña patinando en el río congelado, ardillas, un venadito desamparado, Ambrosia columpiándose en un columpio rechinador, al fondo el cielo con colores lujosos casi impresionistas, imposibilidad absoluta de un discurso coherente, una extensión blanca muy vasta y al fondo un árbol negro amenazante como una pesadilla, fascinación por el vacío, lo blanco, la inmensidad helada, la pureza del invierno, lo natural suplantando a la información y la cultura, la cámara registrando ese vasto espacio heterogéneo, anárquico, adonde un gordo desde un coche les hacía violentas señas con un brazo, el zoom y el reconocimiento, era Juan Agustín Palazuelos que volvía del supermercado y los invitaba a su casa, su enorme barba negra adentro de la bolsa de víveres que cargaba sobre su estómago, aceptaron gustosamente y lo ayudaron a bajar las cosas, el Carretonero de Ayer y Hoy se bebió dos vasos de cocacola y Ambrosia dos cervezas dos equis, ¿dónde las conseguiste?, hombre, manito, si las cervezas mexicanas son las mejores del mundo ¿cómo chingaos no iba a conseguirlas?, festejando el invierno y burlándose de los acentos nacionales, las cadencias, las tonadas, riendo a la menor provocación, un destello en los dientes de Palazuelos cada vez que se dirigía al Carretonero de Ayer y Hoy con su sonrisa triunfal, demasiado triunfal, escuchando discos (Jimi Hendrix: All along the watchtower; los Doors: Hello, I love you; Hugh Masekela: Grazing in the grass), hablando de Gonzalo Rojas, Braulio Arenas, Federico Schopf, Enrique Lihn, Oscar Hahn y otros jóvenes poetas chilenos, mientras la esposa de Juan Agustín y los niños decoraban el árbol de navidad, un arbolito artificial, y otro estudiante chileno de risa pronta, Grínor Rojo, ¿de dónde es tu nombre?, preguntó el Carretonero de Ayer y Hoy dispuesto a oír una historia complicadísima de emigrantes escandinavos, y Grínor displiscente, riendo o como burlándose ligeramente de su impertinencia o de su expectativa, aclarando que de ninguna parte, o bueno, que de su casa, que lo había inventado su papá, a lo que Ambrosia confrontó que el Carretonero de Ayer y Hoy había bautizado a un personaje de novela con el nombre más extenso que ella podía reconocer, ¿Terencio Rancio?, pensó el Carretonero de Ayer y Hoy, o lo dijo en voz baja, pero Ambrosia seguía, no, J. K. Menelao, en Gazapo, que se llama, según consta en una de las últimas páginas, J. K. Menelao Ignacio Adolfo, y miró al Carretonero de Ayer y Hoy como para saber cómo seguir, tan desamparada como los animalitos de las lindes del bosque, y entonces el Carretonero de Ayer y Hoy, un poco bajo la presión de la concurrencia y sin pavonearse demasiado, más bien intimidado por la presunción de su Ambrosia, recitó J. K. Menelao Ignacio Adolfo Enrique Julio Diego Ricardo Jorge Arturo Gómez Ávila Pérez Hurtado González Amezcua Oseguera Lozano Ortiz Caro Álvarez Páez Herrera Carreón Carmona López Quiroz Cinta Delgado Gallardo Salazar Fuentes Cifuentes Ausentes Presentes Me Clavas Los Dientes Y Tu No Sientes La Corroconchuda de Tafirulillo Cid Azcoil y Veraniego a sus órdenes…, Palazuelos y su esposa un poco nerviosos bebían grandes tragos de coñac, Grínor miraba a Ambrosia con una curiosidad desanimada y a la vez trataba de encender todos los foquitos del árbol navideño, buscaba algún fusible flojo, enchufaba clavijas sentado en el suelo, de vez en cuando soltaba una idea que al Carretonereo de Ayer y Hoy le hubiera gustado quedarse a desarrollar, tendrían que verse más seguido, por ejemplo que las obras literarias eran como mitos seculares cargados de pasado, presente y futuro, que transmitían los deseos arcaicos infantiles, a la vez como realizados en el pasado, como realizados en el presente por la actualización de la escritura y la lectura, y como realizados o realizables en el futuro por la fuerza misma de la dramatización de las palabras, o esta otra, propuesta por Palazuelos, la actividad creadora como una actividad lúdica, absolutamente del lado del placer, del lado del goce, el Carretonero de Ayer y Hoy satisfecho, casi podría decirse que feliz, acompañado, solidario, enriquecido, mirado, consentido, los niños corrían escaleras arriba y luego sonaban sus pisadas y cosas que caían y de vez en cuando la esposa de Palazuelos exigía orden y venía la calma, en eso arriesgó que para él todas las grandes novelas eran como los vestigios de unas cenizas, como el recuento del naufragio, y todos en la casa trataron de encontrar novelas que escaparan de eso hasta que irrumpieron los niños otra vez, eran tres, el Carretonero de Ayer y Hoy pensaba que nunca podría vivir con tres niños, demasiada competencia, no, rió para sí mismo, demasiada responsabilidad, se necesitaban como diez personas para cuidar a tres niños, Juan Agustín enseñándole sus poemas, iban a traducirlos entre él mismo y Gordon Brotherston, el librito estaba titulado en inglés, Juan Agustin’s High Fidelity Machine:

1.

(arañas en las ventanas

haciendo diseños iguales

a los de nuestras manos árboles

agrietan el cielo sobre el diluvio amarillo

haciendo diseños

iguales a los

de nuestro corazón

ninguna música por apasionada que sea

de Hungría o de cualquier parte impedirá

que este hielo se agriete sin un sonido

haciendo ningún diseño)

2.

esta tinta pegajosa cubre nuestras

manos cubre toda la habitación

sólo los analfabetos se ahogarán

3.

(Schubert tocando en la chimenea

y los estantes llenos

de ladrillos los impromtus no deben

ya sernos tan inesperados)

y hablaba de todo eso con Ambrosia al volver al departamento, ciertamente entusiasmado y contento, casi realizado, eufórico, las banquetas demasiado resbalosas, todo cubierto de hielo, la brisa helada petrificadora, la calle Bloomington demasiado larga y silenciosa, blanca, vulnerable, ellos tropezando a cada momento, resbalando continuamente, las luces de los postes de alumbrado público rodeados de niebla, como pequeños planetas, y entonces cierta luminosidad que surgía de ellos como cayendo sobre una vegetación derrotada por la nieve, emociones encendidas, actitudes triunfalistas, imágenes, palabras amorosas, el Carretonero de Ayer y Hoy estrechando cariñosamente, afectuosamente a Ambrosia con un brazo y con el otro cobijando, protegiendo la nueva cámara como si estuviera viva y temiera un enfriamiento, un resfriado, urgido por caminar más de prisa y llegar a la salud artificial que representaba su pequeño departamento, y sobre todo su novela en proceso, envuelto en vaho, una especie de calor que surgía de los dos y los protegía, como una neblina, como una burbuja, y esa extraña luz al final de la calle Dubuque, y el deseo cierto de tratar de describir esa sensación al llegar a casa, si es que llegaban, tan difícil era caminar esa noche, una curiosa sensación, una extraña sensación, cierta seguridad, pero a la vez sentimiento de la precariedad, miedo del invierno, del frío, de la intemperie, de la noche insensible, de la nieve insensible, curioso temor, curioso, así había empezado un párrafo para su novela algunos meses atrás, quizás en septiembre, acabado de desembarcar en Iowa City, o en octubre, a lo mejor lo había fechado, curioso, aunque curioso no era la palabra justa ni precisa, o sí, una como afirmación, e inmediatamente después de una coma, una duda, curioso…

Acabo de recibir tu carta en donde te haces una sugestiva pregunta: ¿qué maldito virus es el culpable de nuestra desaforada necesidad de información? Yo diría que no solamente es una necesidad de información, sino de formación, para estar, mejor dicho, ser consecuentes con lo que nosotros mismos nos hemos impuesto: ser unos intelectuales, informados en términos generales, y formados en nuestras respectivas actividades. Así, por ejemplo, tú estás formado de una manera sólida en literatura, y a la vez tienes una excelente información en muchas otras ramas y campos culturales, como así mismo yo pretendo estar formado dentro de la sociología, pero informado en literatura, cine, teatro, periodismo político, en fin, lo que es quizá la forma de demostrar que hoy se puede llegar a ser un intelectual de primera sin tener la estúpida idea sectaria de que “yo solamente sé dentro de mi campo”. También responde a una actitud del verdadero intelectual, no de los bastardos que leen dos libros al mes y ven cinco películas, sino del hombre de ideas, que tiene una responsabilidad crítica y una lucidez no en términos del humanismo sentimental, sino de una visión crítica del mundo. Hoy más que nunca sigo pensando que el intelectual es un eterno aguafiestas, un hombre que es la mala conciencia en medio de una sociedad conformista, estupidizada por la maldad de unos medios de comunicación que mitifican y digieren para ellos las peores ideologías a través del peor cine, la televisión y los periódicos que modelan el conformismo y los estereotipos de la clase media. El intelectual traidor que renuncia a las fáciles comodidades que da el con­formismo de la clase media, rodeado de los mitos que están desapareciendo, pero cada fin de año surgen virulentamente. Creo, contigo, que somos solemnes. En realidad, en el fondo siempre lo hemos sido. Nuestro humor no es más que una muestra de la importancia que tiene para nosotros tomar conciencia de los males del subdesarrollo, de la estupidez, de la ignorancia, de la mala fe, de los que dicen ser nuestros amigos, de la opresión de la sociedad industrial, en una palabra, de las enajenaciones del mundo moderno. También nuestra obsesión por la cultura es un rechazo a la política de las relaciones de contragolpe, que para darte un ejemplo, esa política de relaciones humanas la siguen bichos y estúpidos como un tal Juvencio Ramen, que realmente es siniestro. En el fondo nos atacan tanto (aquí te recuerdo tanto a la estúpida Diana Cazadora o mis ex amigos), porque realmente no toleran que leamos, que veamos el cine como lo hacemos, que estemos vívidamente interesados en todo (curiosidad pantagruélica la llamas tú), porque ese es nuestro estilo de vida, porque es nuestra forma de derrotar a la desesperanza, al conformismo, a la mala fe. Ellos han escogido el camino más fácil: leen dos libritos, citan cuatro, y se hacen los autocríticos. Esto lo digo porque la otra vez me encontré con Genaro en Sanborns y estaba la Diana Cazadora, que no perdona el éxito de los demás, y nos atacó a ti y a mí, pobre mujer. Pensar que un día creí que tenía posibilidades de ser una escritora, y en realidad la práctica ha demostrado que la única posibilidad que tiene es ser una chismosa furibunda y madre de un bodoque que parece rinoceronte.

Ya no te han hablado por teléfono, lo que indica que sí eran gente que estaban más o menos cercanas y creían que así te molestaban por la noche. Han salido muchos libros nuevos, como siempre que se acerca el fin de año. Por ejemplo, Mortiz te man-dó la poesía de Efraín Huerta, un libro de Juan Bañuelos titulado Espejo humeante, un libro de poemas de Marco Antonio Montes de Oca, Pedir el fuego, un ensayo de Juan García Ponce, Des­consideraciones, una novela de Ricardo Garibay, Bellísima bahía, y un libro de cuentos de Francisco Tario, Una violeta de más. Por cierto, todos ellos vienen dedicados por sus respectivos autores. La Editorial Siglo XXI ha sacado muchos libros que son fundamentales para el sociólogo y el intelectual en general. Un libro de Marcuse que reúne una serie de conferencias que dio en la Universidad de Berlín sobre la responsabilidad de los estudiantes, de los intelectuales, las posibilidades de la revolución, el papel de la ética en un mundo de amorales, etcétera. Políticamente hablando es un libro espléndido. Se llama El fin de la utopía, y me lo leí casi de una sentada. En literatura el mismo Siglo XXI publica la Nueva antología personal de Borges, una novela de Fernando Alegría, Los días contados, unos ensayos de Ramón Xirau, Palabra y silencio, otra recopilación de ensayos de García Ponce, La aparición de lo invisible. En la colección mínima un libro extraordinario que te voy a mandar, La calumnia, relación humana, a ver si así entendemos al monstruo Juvencio y amigos que lo acompañan. La Editorial Nuestro Tiempo también ha sacado buenos títulos. Un magnífico y didáctico libro sobre La revolución cubana y su economía, de un economista norteamericano muy brillante. Un ensayo de tu amigo Alonso Aguilar, Dialéctica de la economía mexicana. Alianza Editorial también nos ha invadido con nuevos títulos, unos ensayos sobre la revolución, la historia del urbanismo, unos comentarios de Voltaire, en fin, y una decena más.

Sobre mis planes para el año entrante, aún son inciertos, pero parece ser que la beca que pedí a Boston me la van a dar. Hace un mes conocí casualmente a un sociólogo de Harvard, joven de la nueva izquierda, informado y con una gran curiosidad por toda la cultura, a tal grado que podía ser fácilmente amigo nuestro y agarrarnos el paso. Está en México porque está haciendo su investigación para su tesis de doctorado, y está muy bien relacionado en los Estados Unidos, tiene influencia y hasta cierto poder en las universidades de Columbia y Boston, y acaba de mandar una carta apoyándome, para que con mayor facilidad me den la beca. Este sociólogo se llama Charles McCormack, y como te dije está interesado en todo. Le hablé de ti y a los tres días ya había comprado Gazapo en inglés, lo encontró en Dalis, y lo estaba leyendo.

El movimiento estudiantil ha terminado. Las tropas estuvieron cerca de la Universidad, porque los provocadores ­convocaron a una manifestación, que afortunadamente se evitó y así se ha diluido el conflicto estudiantil, con bastante frustración y amargura para los estudiantes y buena parte para los espectadores. La política no es una cosa fácil, requiere lucidez e información, no buenos deseos sentimentales solamente. El caso de José Revueltas es desde luego lamentable, pero tal parece que lo estaba buscando. Él sabía que tenían orden de aprehensión contra él y no se amedrentaba, no aceptó esconderse, siempre ha querido desafiar al sistema y se arriesgaba así, un poco desesperado. Le ofrecieron sacarlo del país pero no quiso irse, es como si hubiera elegido ser un mártir. Casi podría decirse que se entregó a la policía e hizo una serie de declaraciones fantásticas, de alucinado, como decir que era el autor intelectual del movimiento. No son falsas, no las inventaron los periodistas, conozco gente que estaba allí y oyó sus declaraciones. Parece un santo laico. Lo único bueno de todo esto es que semejantes atropellos han empezado a llamar la atención sobre sus libros, que por fin comienzan a circular. Ojalá y los reediten.

Tus hijos adoptivos están flojeando mucho. Estos días se van por la tarde a ver a Viviana, aunque Pillo prefiere quedarse e ir al cine con Balmori.

Lo del teléfono yo creía que era idea tuya, pero siempre les dije a los niños que no convenía quitar la extensión. Me dicen ellos que la estúpida de tu vecina se quejó con el dueño de que aquí se hacía mucho ruido. Yo creo que es afán de molestar, porque la que hace verdaderamente ruido es ella, que los sábados organiza unas dizque orgías con pintores alcohólicos y otras gentuzas que revolotearon hace años alrededor de La Mafia. Pobre mujer, es una histérica. La otra vez salía cuando intentó hacerme regresar, supuestamente porque me hablaban por teléfono al teléfono de su departamento. Como comprenderás, le dije que ya me iba y que tenía prisa, le dije adiós. Porque los demás días la histérica ni me saluda, lo que por otra parte no me importa.

Salúdame mucho a Ambrosia. Su carta estaba muy bien escrita, y me da gusto que esté leyendo tanto y aprendiendo tantas y tan fantásticas cosas en el mundo de la sociedad industrial. Cuando termine tu beca ¿se van a separar, o van a venir a vivir los dos juntos? ¿Todavía no sabes?

Tu amigo,

Arquímedes Kastos

O:

gazapos, ambrosias, helados ermitaños queridos: pues recibo su carta y aparte de la de ustedes la de kastos y estoy descubriendo que para mí las cartas no se presentan con esa textura idiomática que a ti tanto te ha gustado, sino como una textura sentimental, como verás siempre quiero resolver primero mis problemas sentimentales, y entonces a través de las cartas estoy descubriendo mis relaciones esenciales, mis amistades profundas (si tú quieres), mis cariños trascendentes (¡uta!), para mí las cartas están siendo como un cedazo, cuele y cuele, muy pocas gentes están quedando, últimamente estoy tan sensible que hasta las comas significan algo para mí, total, me enfrento definitivamente con la distancia y con la separación, y luego intento crear aquí otras amistades y otras relaciones (estoy oyendo a los doors), junto con ésta mando las revistas prometidas, dándoles inmensos agradecimientos por el cheque, deveras son inmensos (ya no los agradecimientos), sino ustedes, el número 16 de plexus está ya encargado y el libro de flash gordon espero comprártelo pronto, oye, es bueno que de vez en cuando me jalen mis orejas por mis informalidades, aunque no las hago adrede, ni inconscientemente, todo es por la maldita lana, y bueno, pues ya se fue carlos fuentes y de la única gente que le pude hablar para que conociera allá fue de kastos, es decir, de las gentes que él no conoce y que yo conozco, pero la sorpresa fue grande cuando una semana después recibí un telegrama en donde se me pedía mi novela urgentemente, el telegrama lo firmaba carlos barral, yo pedí explicaciones y recibí este otro: “interesado novela informe fuentes gustaría conocer recién terminada, carlos barral”; a propósito de esto necesito pedirte, qué novedad, consejo: la novela la terminaré antes de las vacaciones de pascua (17 de marzo), me faltan dos o tres capítulos y una revisión que haré sobre el texto mismo, que ya he pasado, he trabajado y en realidad tengo poco que corregir, excepto tu sugerencia de cambiarles de nombre a algunos personajes, es decir, de ponerles epítetos que no los singularicen (esto todavía no lo resuelvo y no sé bien qué hacer), la idea de que coloque los capítulos en 123456789 y final, es otra cosa importante, pero aunque no lo parezca es muy difícil de hacer, bueno, lo difícil es decidir, pero para marzo me pienso ir a italia pero con mi novela viajando de un lugar a otro de esta pinche tierra, es decir, viajando hacia iowa, ahora con la proposición de barral no sé qué hacer, sólo hay un original y una copia (que espero me regrese kastos), pero además ¿cómo ves tú la posibilidad de publicarla en seix barral?, eso quiero que me aconsejes, nadie más puede hacerlo, severo me dijo que seuil publicaría la novela en francés el año que viene, pero que antes tenía que estar publicada en español, así que no sé, en italia pienso comenzar en firme con el relato del que ya te hablé, la semana pasada estuve con octavio paz y le mostré algunas cosas mías, hoy tengo que hablarle pero tal vez lo vea hasta la semana próxima, no sé, esta semana me he dedicado a ir al teatro, y de lo que vi, lo que más me ha gustado ha sido comedie de beckett, lady macbeth de chéjov, con una actriz buenísima que se llama balachova, la lección de ionesco (pero la cantante calva está muy mal puesta; lo de ionesco lo vi en la rue de la huchette), y una obra muy buena y escandalosa que se llama le concile d’amour de oscar panizza, con decorado y vestuario de leonor fini: les escribo en esta hoja con cortinajes barrocos y cursilísimos ¿camps?, para corresponder en alguna medida al sobre tan impresionante que me mandaron, en fin, para cambiar ¿no?, estoy apantallado con vasarely, con schopfer, con le parc, con una exposición conjunta de ellos en saint germain des prés; de cine fui a ver una de bresson, de leer terminé this side of paradise, y varias entrevistas de el arte de narrar, de emir rodríguez monegal, entre otras, la tuya, a propósito, emir está aquí según me dijo severo, todo mundo alaba mucho la nueva novela de goytisolo (parece que se llama la reivindicación del conde don julián), bueno, todo el mundo son carlos fuentes y severo sarduy, ¿qué pasó con lo de gazapo?, a cada rato me voy a bailar a una boîte o a una cave o a un pub a tomar unos heladazos sensacionales, o a intentar entrar al mundo de la copa, y es que tengo una “novia” que es un as, o una maestra, y me enseña a comer con vino, a saborear el cognac, a empezar por los aperitivos, y entonces nos vamos a los pubs a pedir grog au rhum y cosas así, y claro cuando nos quedamos a dormir en mi cuarto no le hago nada, digo, no hacemos nada, sino traernos dos botellas de vino, pasteles, sandwichs, quesos, ensaladas, pathés, un tocadiscos prestado y nos ponemos a contarnos chistes, a oír a juliette gréco o a platicar de todo, padrísimo, no saben, bueno, lo del currículum quién sabe qué me da porque no sé exactamente qué debo poner, esta nevando, te pongo todo y quitas aquello que te haga carcajearte, así como que puse y dirigí dos obras de teatro mías en la universidad, ¿eso se debe poner?, ¿o que gané una rosa de oro que luego se la regalé a una muchacha?, ¿ves cómo no sé lo que se debe poner en un currículum de esos?, lo de mis obras lo puse para esta beca, pero creo que lo único que produce es risa pensando que yo me creo muy salsa al decir que he dirigido dos obras mías, en fin, se los mando adjunto y ustedes elegirán, no es mucho, creo que de veras tendrán que agregarle algunas cosas, no sé, bueno, me despido, los dejo en paz, repito, no se olviden de que existo y recuerden que los quiero un chorral, los quiero con tubo, carajo, a pesar de que estoy flaco y jodido, a pesar de la tranquilidad, y sin mi luenga barba,

athanasio


O:

Periódico Tele/Express

Barcelona, España

Noviembre 20, 1968

el juzgado de orden público

ordenó la destrucción del libro

“los escritos del che”

Ayer, inspectores del Cuerpo General de Policía procedieron a la destrucción de los tres mil ejemplares, totalidad de la edición de la obra Los escritos del Che, de Editorial Lumen. Dichos ejemplares habían sido secuestrados semanas atrás y se encontraban a disposición del juez de Orden Público de Madrid. Los escritos del Che recogían una serie de originales de Ernesto “Che” Guevara. La obra no había llegado a ser difundida en nuestro país.

Y:

Querido amigo: Éste es pues el segundo episodio del “caso”. Guillotinaron los libros en la misma imprenta donde se encontraban sellados desde el secuestro. Los cortaron meticulosamente en cuatro partes simétricas, de 10 en 10, y a medida que los papeles iban cayendo al suelo, otros los recogían, los metían en sacos muy limpios, los cargaban en un camión y se los llevaban. El hecho es más que una pura formalidad, es un acto simbólico para nosotros, el impresor y todos los demás editores e impresores del país.

Todo eso se realizó por orden del Juzgado de Orden Público cuando todavía ningún juez había declarado que en la obra había “materia delictiva” y, por supuesto, cuando no había habido ni proceso ni sentencia. Un espléndido golpe de cojones, y perdone la palabra pero es la única adecuada.

Lo esencial ahora es no manifestar tristeza ni desmoralización. Seguir adelante con las quejas a través de las escasas vías legales que aún nos quedan. Pronto ya no las habrá y todo será más sencillo. La cosa va de mal en peor.

Le ruego divulgue al máximo la noticia entre sus amigos y en la prensa si es posible. Es un gran favor que le pido.

Cordialmente,

Beatriz de Moura

O:

Querido Gustavo: Un poco atrasado (la primavera) pero te respondo:

1. Gazapo irá a la imprenta en 15 días. Espero tengamos éxito.

2. Discos: contéstame haciéndome saber cuántos dólares te envío para cubrir la compra de los siguientes discos:

a) El banquete de los Rolling Stones (último)

b) El nuevo de los Beatles (doble, todo blanco y con los pósters chiquitos de ellos)

c) Uno plateado doble que han publicado los Cream.

d) Experiencias de Jimmy Hendrix, también doble y último.

e) Wilson Picket, long play que contiene Hey Jude, o en su defecto el simple.

3. ¿Será posible tener en Buenos Aires algunos de esos títulos porno o eróticos de que hablas?

4. Haz las crónicas de México todo lo agresivas que quieras y envíamelas. ¿Cuánto tardarás?

5. ¿Por qué no me hablas más de tu libro en proceso, de tus cuentos (cantidad de páginas, títulos, título), y de tu libro de ensayos (temas, longitud, ya sabes).

6. En la aduana postal que yo sepa no tendré problemas con tus envíos.

7. ¿No quieres que te envíe los libros a Iowa en vez de a México?

Espero tus noticias pronto. Un abrazo de Jorge Álvarez

A la salud de la serpiente. Tomo II

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