Читать книгу A la salud de la serpiente. Tomo II - Gustavo Sainz - Страница 7

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Periódico El Mexicano

Mexicali, Baja California

Jueves 28 de noviembre de 1968

Página seis

Cartas de nuestros lectores:

Se nos pide publicar lo siguiente:

Señor licenciado don Rafael Martínez Retes

Ciudad

Muy estimado señor licenciado y fino amigo:

Desde las páginas de este periódico le envío un afectuoso saludo, necesario, porque hace muchísimo tiempo que no han coincidido nuestros caminos. Tengo el deseo, también, de hablarle acerca de un artículo suyo que apareció recientemente en un semanario local, y en el cual le carga a nuestro común amigo, don Cristóbal Garcilazo, algún milagrito que en mi concepto no ha realizado. En realidad, don Cristóbal se limitó a cumplir como un caballero de la pluma, con algo que consideró un deber a pesar de sentirse tal vez un poco oficioso. ¿La razón? La Familia y la Patria, señor licenciado, son algo demasiado sagrado para ser realmente oficioso cuando se tocan.

Sin embargo, algo sucedió, y tal vez me sea posible decírselo de este modo: aunque desde luego tengo la certeza de que no constituye su lectura habitual, por distracción habrá leído usted alguna vez esos cuentos de vaqueros hechos para niños y usados por adultos en ocasiones para conciliar el sueño.

Pues bien, un personaje muy usado y necesario en estos cuentecillos, lo constituye el “villano”, hombre más o menos listo, a cuya destreza añade el ser extremadamete ambicioso, soberbio y nulo en escrúpulos. Generalmente vive en algún pueblito del Oeste, casi siempre con pocas comunicaciones; los mejores negocios del pueblo son suyos, entre los cuales nunca falta el “saloon” en donde se reúne toda clase de gente.

Se rodea de pistoleros, asesinos a sueldo, abusivos y sin honor, dispuestos a causar, cuando menos, molestias a los vecinos del pueblo, como para que estos no olviden quién es el que manda allí. A quien le cae mal, le manda quitar su empleo o le molesta en sus propiedades. Si alguien muere y deja fortuna, no le falta manera de hacer que la venda, y si hay algún huérfano indefenso, en alguna forma termina por ser víctima. (Esto último es la especialidad de los “villanos”.)

Llega un momento en que, cuando dispara un salivazo sobre la escupidera, ésta se tambalea, y si no se voltea es porque él la sostiene con la fiereza de su mirada, pero el ruido producido hace salir a la carrera y con el rabo entre las patas a todos los perros del pueblo.

Para no cansarlo, este tipo, que en el fondo no es sino un cobarde, como todos los abusadores, termina por sucumbir ante el valor y la virtud de otro personaje de estos cuentos, a quien llamamos “héroe”. Desde luego esto sucede sólo en los cuentos.

Pues aquí, en el caso en que usted se refirió en su artículo, todo lo dicho por el señor Garcilazo es cierto, y aún otras cosas que no dijo, como por ejemplo que algún profesor dejó un trabajo a tres señoritas de unos trece años de edad, en el que debían investigar cómo la mujer puede tener relaciones sexuales y evitar el embarazo. ¿Pruebas? Cuando quiera puede usted pedírmelas.

¿Pero qué sucedió? Pues que hubo uno de esos personajes que aún escupen en las escupideras, que ordenó que se negara todo a como diera lugar, y todo se negó.

¿Y la Cultura? (Porque el lenguaje empleado en esas obras literarias es menor que castrense…) ¿Y la Cultura?, repetiré… Pues la C­ultura en la escupidera, gracias.

Lo saluda atentamente su afectísimo amigo,

Doctor Miguel Serafín Sodi


curioso, pero la desgracia del Personaje que No Escupía en las Escupideras era que cuando menos lo esperaba, y generalmente cuando estaba a solas, su conciencia se inundaba inmediatamente de todo aquello en lo que menos le gustaba pensar, como por ejemplo y sin saber por qué, de pronto ya iba con Viviana durante mucho tiempo en un pequeño volkswagen rojo rugidor, el coche siempre en marcha, y las calles (si estaban él y Viviana juntos) debían ser de la ciudad de México, y en todo parecía bifurcarse en más de cinco secuencias, pero siempre volvía a la escena inicial, agobiante, en un coche pequeño, demasiado pequeño, él y Viviana tan alta, ella ejerciendo una extraña presión sobre él, y de pronto Viviana desa­parecía, él iba solo, no podía frenar ese coche ni bajar, la presión continuaba, la velocidad aumentaba, el coche carecía de frenos y él angustiado, tratando de frenar con motor, casi desesperado, sudaba copiosamente y su corazón latía con violencia, y de pronto ya no iba en el coche sino corriendo por las calles de México, por la colonia Roma, enajenado, buscando a Viviana, entonces curioso no es la palabra justa ni precisa, tendría que haber dicho increíble, absurdo, o incoherentemente, o de pronto y de súbito otra vez esa extraña, angustiante sensación de estar adentro de algo así como un círculo, pero más espeso que un círculo, algo como una tienda cilíndrica de campaña o un huevo alquímico, una celda de aislamiento o una cabina de algún vehículo espacial, no precisamente un coche, sino algo parecido a uno, y no a cualquier coche, sino a uno de esos volkswagen tradicionales, uno de esos bugs o beatles, una especie de círculo o coraza de la invulnerabilidad, algo que se manejaba, que ocasionalmente se podía manejar o podía intentarse dirigir como un coche, o quizás tendría que prescindir de una palabra como sueño, tan limitada, y en vez de eso decir un desasosiego, o una sensación, una confusa e indescriptible sensación, algo más difuso, intuido, sospechado, alucinado pero en medio de la bruma, en un coche una mañana neblinosa, la segunda o tercera vez que el maldito coche los ayudaba a resolver alguna situación complicadísima, como si él fuera el elegido, o el condenado, y lo aislaran dentro de una rueda, porque si había algo que predominaba en esa sensación era una forma oval, un espacio ahuevado, cóncavo, un círculo mal trazado, vivo, y en vez de un coche de un modelo determinado quizás debía tratar de precisar el año, 1967 a la mejor, o 1964, o 1968, aunque el 68 todavía no terminaba y ya estaba demasiado cargado de veneno y supuraba recuerdos demasiado iracundos y desagradables…, el año 68 estaba lleno de muerte y mugre y desgarramientos y chispas y gritos, de dedos que acusaban y políticos que sonreían, de frustraciones y lamentos, de confusión y autoritarismo, y también estaba demasiado cerca, inclusive no había terminado aunque su experiencia mexicana hubiera terminado, si es que podía terminar ¿podría llegar a terminar alguna vez?, faltaba poco para las celebraciones del año nuevo, y quizá por eso sobrevenía esa sospecha de que el 68 siempre estaría cerca, no importaba que terminara o no, no iba a importar que progresara el año 69, no importaba cuánto se alejara el 68, las calles del 68 permanecerían llenas de sangre, abusos y manipulación informativa, siempre iban a estar llenas de sangre, las lavarían y volverían a lavar, todos los días iban a ordenar lavarlas, todos los días generaciones y generaciones de priistas displiscentes y ocasionalmente enérgicos, restregarían y restregarían la sangre indeleble, la sangre que él no lograba olvidar, que no iba a olvidar, como tampoco podía olvidar a su inquietante Viviana, unida siempre a ese volkswagen rojo rutilante, siempre encerrado, encerado y pulido, y eso ni siquiera sabía por qué, eso quizás era lo que quería descubrir al empezar a mecanografiar esa noche, al pasar de su libreta verdosa de Santiago Galas a la máquina eléctrica de escribir, por ejemplo que en ese coche que de pronto se imponía con semejante violencia a sus sentidos, titubeaba asustado, tenso, atento a pisar en orden los pedales, a coordinar el clutch y las velocidades, a mantenerse derecho al centro de la calle, recto, sin rozar a los otros automóviles, frenando a tiempo, no de golpe sino suave, segura, firmemente…, atravesaba una mañana ¿o era una tarde?, bueno, una atmósfera neblinosa la primera vez que manejó (rojo brillante deslumbrante, casi irreal, recién lavado y todavía sin placas, con un permiso provisional para conducir, con su antena extendida), iba con Viviana que insistía en enseñarlo a conducir (todavía adolescente y muchos años antes de emigrar y desaparecer, segura de sí misma y de él, ineluctable, dicharachera, críptica, ondulante, imprevisible, fresca, extraña, frágil, joven, simpatiquísima), y recorrieron calles aprendidas de memoria durante las clases de manejo que siguieron, las avenidas tristes, sinuosas, grises, resquebrajadas, crepusculares, por donde Viviana se malhumoraba porque él no aprendía a soltar el clutch, ni a poner las velocidades, ni a ver hacia el frente o hacia los lados antes de atravesar las avenidas, ni a detener (con la firmeza o la violencia o la ambigüedad necesaria) el volante, y enfilaron, rodaron por la avenida Constituyentes, saliendo de la ciudad de México a cada vuelta de las llantas, y sea por impericia o por esos azares que le gustaban tanto a André Breton que se dice que los coleccionaba, no logró, el Personaje que No Escupía en las Escupideras no pudo dar la vuelta para regresar, para volver a la ciudad de México, a su punto de partida, y tuvo que seguir a fuerza y nervioso hasta Toluca, por una carretera ancha, ondulante y desconocida (gris y negra), polvorienta y confusa a la luz de la tarde… Viviana reía a carcajadas y regresaron casi de milagro, ella manejando, y los amigos (bueno, personas cuyo teléfono estaba anotado en una libreta que siempre cargaba consigo, y que años después al verla, muchos años después, ya no lograba recordar bien los rostros que correspondían a todos esos nombres con dobles apellidos, ni qué papel jugaron en su vida), y los amigos, decía, que se enteraron de ese viaje (crepuscular) ilusorio y vertiginoso, no dejaron de felicitarlos con afectuosos ­golpecitos en la espalda y sinceras sonrisitas de admiración, pues calificaron la carretera de “muy difícil”, y su salida de verdadero atrevimiento, más si apenas era su primer día de manejo (Viviana lo obligaba a encender el motor y a reconocer su frecuencia vibratoria, a man­tenerlo siempre en el mismo tono, y un día antes había roto en sanciones y lo amenazó con que él jamás, nunca aprendería, lograría, podría manejar, aunque luego le dieran licencia de primera mediante un incómodo cohecho), y del viaje siempre recordaría la atracción irresistible del abismo en esa carretera que subía y subía, pues en las curvas quería caer en la tentación de no librarlas y embestir el desquiciante y feroz, atrozmente desconocido y hermoso vacío que se presentaba siempre al frente, el regreso con el auto jadeante, el olor a quemado, trompicando, hasta que descubrieron que no había quitado el freno de mano (olía pegosteosamente y repugnantemente a hule quemado), y la presencia inquietante y desasosegadora de Viviana, siempre ahí, como si estar con ella implicara estar al borde del peligro, de cierto peligro, o allí porque quizás era de ella de quien quería hablar, de quien debía hablar para entenderla un poco más, hablar para empezar a entenderla, para tratar, para intentar entenderla, los dos sentados allí, en ese coche tan unido a su vida con ella, revisando un cuaderno escolar de Viviana pleno de anotaciones incomprensibles, casi jeroglíficos sobre la danza como lenguaje, la danza como expresión, algunas consideraciones teóricas, discurso de la danza, ejercicios, planos de movimientos y tensiones, y de pronto, entre tantas líneas técnicas, resaltaba un poema todo tinta y pasión como diría Paz (por cierto grandes árboles a ambos extremos de la carretera mecidos por el viento, pero de hojas negras que se movían como murciélagos, como millares y millares de pequeños murciélagos o cigarras o algo peor, un hervidero como de plaga bíblica):

Y así fue

con un beso y un abrazo

nos acoplamos

y así también fue

me las ingenié para decir no

con otro verso y un tropiezo

besos

y la tercera copla

textos enigmáticos que despertaban el amor y la curiosidad del Personaje que No Escupía en las Escupideras, que insistía en ver todo lo que ella hubiera escrito, en rescatar, encontrar, subrayar, pasar en limpio jirones de esa escritura tan extrañamente literaturizada, y así habían sobrevivido una buena época, comunicándose por escrito más que oralmente, pues Viviana casi no hablaba, cumplía rígidos y austeros votos de silencio para pagar una indescriptible culpa, que a veces trataba de explicar pero que explicaba en un estilo tan rebuscado, críptico, y al mismo tiempo tan alejado de las más elementales reglas de sintaxis, que el Personaje que No Escupía en las Escupideras no había logrado entenderla a pesar de los años, a pesar de haber vivido a su lado casi cuatro años, o más bien de haber sobrevivido, sí, sobrevivimos, porque sus amigos, sí, mis amigos, tenía muchos amigos le decía Viviana mientras iba a dejarla hasta su casa muy al principio de su relación (pero no le contó que le dieron la espalda, que dos o tres murieron cuando apenas cursaban la Preparatoria, que los más no sabían jugar ajedrez, ni dibujar, ni tratar con cuidado sus revistas y libros, ni la comprendían del todo, ni la aceptaban, ni querían oírla, fingían oírla más bien, fingían jugar, fingían interés en visitarla y la deseaban pero no se atrevían a decirle nada, luego vinieron los abusos de confianza, las malas interpretaciones, los intereses creados, los infundios, las puñaladas por la espalda, las competencias disimuladas o no, las coartadas, los celos, la falsa solidaridad, las excomuniones, los desprecios)…,

ni Tanzania ni el adn ni los megatones ni los lavaplatos eléctricos ni el valium ni la televisión descartaron nuestra infancia decía Viviana, o preguntaba, podía estar haciendo una pregunta ¿cómo saberlo?, porque nunca preguntaba nada directamente, no hablaba con ninguna sencillez, ni claridad, hasta para decir las cosas más sencillas, frases elementales de sujeto, verbo y predicado, se complicaba, hablaba en una especie de tono de poesía simbolista, o postmoderna, y además con pedantería, gozando las complicaciones, la estupefacción del escucha, al pie del arco donde el año reincide, por ejemplo, mi cuerpo litigoso, suave y tierno, cada vez más sombracanes, gárgolas sangrías, él retoma más y más eso yo desconozco, yo la mallarmeana o tirrene servil, sí, apenas empezaba, interponía el Personaje que No Escupía en las Escupideras, por dotar de algún sentido a la conversación, para simular que se trataba de una conversación, por cierto que en aquella época decían Tirón Pedogüer y nada más había un canal en los aparatos de televisión en blanco y negro y sólo unas horas cada día, de cuatro a diez de la noche, detenía el volkswagen frente a su casa (aunque esto era un decir, era un departamento al frente de una fila interminable de otros todavía más pequeños y que semejaban una vecindad, y además no era suya, sino de sus padres, y tampoco de ellos, porque la alquilaban y siempre andaban atrasados con el pago de la renta), y pese a los obstáculos, freno de mano, volante y palanca de velocidades (luces de otros autos, ruidos de toda clase, voces, palabras de niños que rodeaban el coche y se burlaban de ellos), conseguía besarla, más o menos intensa, apasionada, frenéti­camente, y luego un poco para dejar pasar su enfebrecida ansiedad, para dejar de estremecerse y tranquilizarse, intentaban hablar de sus problemas, de sus proyectos, de las dificultades de Viviana para bailar de­terminada música, del reloj estrambótico de su menstruación, de sus deseos siempre insatisfechos, de sus absurdos votos de silencio y las extrañas manías alimenticias que la llevaban a comer por colores según los días, los lunes sólo cosas amarillas, los martes verdes, los miércoles rojas, y así, él improvisando un recuerdo concéntrico (¿o sería mejor decir antropocéntrico por no decir obnubilado?), adonde destacaba su gran capacidad para la ternura y la comprensión, la armonía de su cuerpo, así como cierta proclividad al erotismo desprejuiciado, esto es, que le dijo lo mismo repetidas veces, que por qué no se iba a vivir con él de una vez por todas, y se dejaban de subterfugios y ambivalencias, y ella arrugaba el entrecejo como si hubiera mucho sol y estuviera tratando de enfocar su vista, curioso dijo, o extraño, o dijo otra de esas frases incomprensibles que eran como si desarrollara 15 o más ideas simultáneamente, sin separar las frases sino al contrario, mezclándolas, y uno podía distinguir ocasionalmente cierto sentido, algo que tenía que ver por ejemplo con lavar el coche, o con la escuela de baile, o con el ballet de Martha Graham, o con verse al día siguiente, actividad que ella aludía con frases como y el primer rayo ya no está sobre el evangelio de san Juan o abierto sobre la vertiente, y bostezaba, y él lavaba el coche personalmente cada mañana, al amanecer para transportarla, lo estacionaba en alguna zona sombreada de la calle y le pedía ayuda a algún vecino, o al teporocho que se encargaba de la portería del edificio de enfrente, terminaban aprisa, su sirvienta preparaba entonces la comida y él se sentaba frente a la máquina de escribir (una olivetti paquidérmica que había comprado con dinero prestado por Vicente Leñero, 3 500 pesos que tardó como una década en poder pagar), y pensaba en Viviana (y algunos peligros y la mayoría de sus terrores nocturnos se esfumaban como por pase mágico) o en los anteojos de Lourdes, porque salía con ella cuando Viviana apareció, la propia Lourdes se la había presentado, y en su sueño habían aparecido los anteojos de Lourdes (no sobre su nariz sino abandonados sobre un buró, como si los miraran cuando hacían el amor, un brillo en forma de estrellita, rutilante, deslumbrador), o en todas esas inquietudes que surgían hirviendo de él y se alzaban como sueños ajenos, a lo mejor lo que pretendía hacer en aquella época era una obra autónoma mediante la cual lograría comunicar un Yo que se bastaba por sí mismo, un como equilibrio fuera del tiempo, una salud artificial, pero se distraía (y vaya si se distraía, era pura dispersión tanto si escribía como si no), pensaba en Viviana, en sus mallas de baile, y veía a Viviana todavía adolescente y atractivamente esquizofrénica reclinada en su gran, hermoso escarabajo rojo deslumbrante, y subía a su departamento en un tercer piso, siempre con la imagen del coche en la memoria, 330-PI, piojos iracundos murmuraba, 300 pianos indecentes cuando entraba en su departamento, Viviana ya viviendo a su lado, un convenio sencillo, la invitó a una reunión de cumpleaños y al principio no iban a invitar a nadie más pero se corrió la voz y cayeron más de cuarenta amigos y conocidos, la cena fue casi medieval, seguida de una desvelada, desentonando canciones y controlando borrachos, y después de tres días y haciendo cuerpos a un lado para poder encontrarse, se preguntaron ¿por qué no vivir juntos a partir de entonces?, curándose la cruda, y cuando él la invitó a salir en busca de un libro, y le explicó que como todos los de ese autor era una mezcla de lenguajes académicos, jergas especializadas, neologismos, dialectos, cultismos, barbarismos, y ella aceptó acompañarlo en el volkswagen, como si nada más él buscara pretextos para manejar, porque en segundo lugar, curiosamente, también estaba ese recuerdo de estar al lado de Viviana tantas veces en un volkswagen, el mismo siempre rojo, casi siempre limpio, brillante bajo la luz solar, él manejando y mirándola de soslayo, en coche quizá para no estar en casa, en coche para no enfrentarse a sus caóticos discursos, en coche para separarla de los demás y no compartirla, en coche para tener el pretexto de detenerse y abrirle la puerta, bajar, mezclarse con la gente, tomarla del brazo, y visitar con ella una librería cerca del Zócalo y la siguiente hasta lo más intrincado de San José Insurgentes, y Viviana al principio lo esperaba fuera, de espaldas al aparador de las librerías, tantos títulos y tantas carátulas la mareaban y luego le dolía la cabeza, aunque ella nunca se quejaba, el Personaje que No Escupía en las Escupideras se lo imaginaba, Viviana sentada en la banqueta a esperarlo, respirando espléndidas bocanadas de smog, mientras él compraba libros como El hombre que quería a su mujer, Los comediantes, Aquellos adorables tipos raros, La Madonna dei Filosofi y El cortesano del sol, y a la salida ocasionalmente el problema mexicano por excelencia, tres mil ochocientos treinta movimientos para escapar de la pequeña trampa en que los habían colocado un buik modelo 39 y un ford 62, digamos, y una vez en el penúltimo movimiento, chíngale, que le pega al volkswagen rojo rutilante, que fue como pegarle a su ego, pero no descendieron allí sino hasta llegar a su edificio absolutamente malhumorados, un sí es no es jodidísimo, ver el golpe resultaba igual a Horrenda Desesperación, él como espectro de sí mismo rechinando los dientes, Viviana instándolo a la calma, sacudiendo la cabeza, que no podía jorobarse hediondo el gozo de alimañas, que avergüenza la jodida felpa cocopleonástica, las instancias del vértigo y el ascoplo de sorbentes abolladuras sin mí ni yo al después, y que apenas tú ya otro con su tú en ti o sinmigo se animisbiaban al soliloquio vértigo hasta morder la tierra, sin saber cómo, incurriendo en argumentos más vagos y dilatorios antes de entrar en una especie de somnolencia, porque alternaba así momentos de normalidad juvenil, de expresiones, emociones, pasiones, intereses, visión del futuro, conciencia de la situación, con un ausentismo tajante, denso, que la hacía semejante a una zombie, y del que salía preguntando si había terminado determinado tiempo, si habían transcurrido 24 horas, digamos, o tres semanas, o dos meses, porque si había transcurrido ese lapso entonces ya podía romper su voto de silencio o su voto de aislamiento y ya podía volver a su cotidianidad de lecturas y salidas y tardes frente a la máquina de escribir y películas o visitas a los amigos, sin ninguna duda y con furor discreto y disimulado el accidente del volkswagen, tratando de organizar su discurso sin ramificaciones innecesarias, con causas y consecuencias, acuérdate Balmori, porque te preocupaste y luego reíste a placer ¿y por eso se neurotizan?, gruñó Balmori, y fueron a su coche, un Mercedes del año del caldo, y mira, me pegó un tranvía y ¿sabes cuánto me dieron?, no ¿cómo voy a saberlo?, ¿cuánto te dieron por el golpe?, cien pinches pesos, y a Lourdes le describió la actitud de Viviana, entre balbuceos y meopas, que como siempre que estaba despierta era empecinadamente burguesa (porque dormida era igual que casi todas las mujeres), y ella aulló de berrinche, un lío, abrió la portezuela en plena marcha, el Personaje que no Escupía en las Escupideras frenó, y la pequeña Lourdes descendió, vio el golpe y se enojó aún más columpiando su cabeza de arriba a abajo al mismo tiempo que sujetaba sus anteojos (su hermosa cabeza), y entonces, ya como quien dice en Pleno Viaje hacia la Histeria, patearon (transeúntes azorados, ateridos, con los ojos frenéticos mirando ¿mirando qué?, mirándolos), todos los malditos volkswagens que estaban estacionados (inanes) en esa calle hasta abollarlos (joderlos) más o menos como el suyo, chíngale, y luego descansaron, el Personaje que no Escupía en las Escupideras la fue a dejar hasta Tlatelolco y la besó, pero después de todo ese desgaste físico no pudieron seguir (¿a qué podrían seguir?, ¿desnudarla allí en plena calle, aunque fuera dentro del coche?, y la calle no era precisamente solitaria, su calle estaba siempre llena de jóvenes que bebían cerveza o jugaban tochito o baraja o dados, y mecánicos haciendo talacha a media banqueta, y amas de casa camino de la panadería o de vuelta con sus botellas de leche, sin hablar de multitud de edificios con ventanas indiscretas y vecinas chismosas), y además era miércoles, había semanas llenas de miércoles y le tocaba pasar por Viviana a la escuela de danza atrás del Auditorio, pero curioso otra vez, curioso por tercera vez, porque no era de Lourdes de quien necesitaba hablar, no era del volkswagen del que quería hablar, sino de Viviana, sólo que era difícil hablar de Viviana, no había por dónde empezar, no había comienzo, era como si siempre hubiera estado a su lado, inadvertida, y de pronto hubiera empezado a notarla, hasta la víspera del viaje a Iowa, la noche que desapareció, o peor, como si su lenguaje fuera ineficaz para hablar de esa muchacha atlética y confusa, como si fuera insuficiente, o peor, todavía peor, como si fuera ajeno, como si el lenguaje no le correspondiera, las espaldas rotas por la plegaria catarro, empezaba Viviana por ejemplo, salazón infecta en lo vivo del caldero, la ruda melena de los acantilados es como si hubiera sellado mi entrada con rayas y nubes, una llama en cada dedo enmascarado, él tratando de reír, un poco por irresponsabilidad, un poco por cobardía (temía ponerse a tratar de entenderla), ahora sí que le gustaba cuando callaba porque estaba tan ausente, y se refugiaba escribiendo, y como no podía con la novela inició un guión de cine que podría llegar a vender, sobre todo si lo ayudaba su antiguo amigo Macotela, que estaba relacionado con productores particulares y estatales, Viviana tratando de corregir la primera versión, prometiéndole hacerla lucir, relucir, oigo el grito perdido del que vende silencio, decía, porque ahora el fulgor del instante, hay que conjugar acantilado hasta el fin de vocablo alrededor de las pagazas, ¿por qué sin estrofas de almíbar son músicos igual, tantos qués móviles que gravitar?, es lo único que me asemeja al quehacer imperecedero del Manco de Lepanto explicaba él, un poco harto de tanta faramalla, pero a la vez seducido por su amor surrealista, cortazariano, girondiano, paciente en su impaciencia, como esperando un entendimiento que si no estaba allí iba a llegar, seguro que iba a llegar, y ella reía, sí, reía cada vez que él hablaba, a lo mejor le resultaba incomprensible por compensación, demasiado escueto, desprovisto de retórica, de barroquismos, de churriguerías y sonreía, sí, reía, se rascaba, se levantaba, meneaba, inclinaba, hacía como si, repetía, iba, estornudaba, decía, bostezaba, farfullaba, alzaba los pies, tomaba asiento, bebía, se quejaba, cerraba los ojos, los guiñaba, pedía, sonreía, sacudía la cabeza, esbozaba una leve inclinación, levantaba el dedo meñique, jadeaba, estiraba las piernas, lo miraba, hacía un amago de caricia, replicaba, entretejía sus manos, chasqueaba los dedos, se enderezaba, gruñía, respondía puntualmente, estornudaba, se aquietaba, ceceó, ­consagró, cubileteó, volvió a toser y a estornudar, abría mucho los grandes ojos, se pasaba los dedos por un lado de su nariz, en fin, y por las noches acostumbraba hojear la libreta adonde el Personaje que no Escupía en las Escupideras llevaba el control del coche porque, de pronto, si Viviana se encontraba un espacio inesperado, un desliz, en cualquier parte de cualquier cuaderno o libro o margen, la sorpresa del poema, como si sólo pudiera ser coherente escribiendo,

Prendidos de la mano corríamos

y te veía

entre ojo y mirada

fugaz embebecida

Andaba sola y te buscaba

ayer en tu casa

hoy en tu sonrisa

es que sentía tus pasos en mis pies

y tus dientes en mi boca…

Te pedía la sed

y lloraste el desierto

comiendo tu hambre

tragaba nuestras lágrimas

Prendidos de la mirada

la cambiamos

y te fugabas

ya no te veía

entre ojos apretados

Ahora queremos preguntarte

si rechina mi carcajada entre tus dientes

O

si te reías con mi boca

luego venía el cumpleaños de la hermana del Personaje que no Escupía en las Escupideras, la misma noche que bazuquearon la puerta de San Ildefonso, y entonces quedaba de nuevo enfrentado al estrépito de esos días, los granaderos a caballo saltando sobre su coche para ir a reprimir una manifestación, los eternos embotellamientos de tránsito, muchachos y muchachas asustadísimos, iracundos y asustadísimos, el desquiciamiento del orden, los gritos, las bardas pintadas, gente que corría, miedo, inscripciones sobre las bancas de Paseo de la Reforma, especialmente aquella que decía la juventud estará tranquila cuando esté colgado el último gra­nadero con las tripas del último gorila, a la mañana siguiente despertando con un tremendo dolor de cabeza y buena dosis de melancolía y confusión, o de confusión melancólica e ira sulfurante, no quería salir pero tampoco quería prestarle el coche a Viviana, era peligroso, de pronto se salía de sí misma y era capaz de soltar el volante y dejar que el volkswagen siguiera solo, aunque también le gustaba que Viviana saliera, que se enfrentara a los perdón y los compermiso y los buenos días y los ¿me da su hora por favor?, o ¿sabe dónde queda tal calle?, de todos los días, y la soledad realmente le gustaba, y le gustaba en aquella época aún más, pero ella mostraba el lado oscuro de su temperamento, la inconsistencia de su comprensión (la cara engarruñada), su carácter confuso y egoísta (carajo), y terminaba encerrándose en el baño, abrumada, llorando la injusticia, y el Personaje que no Escupía en las Escupideras hablaba con Lourdes por teléfono y se pasaban horas platicando, o tomaba un libro, Giles Goat Boy digamos, y trataba de leerlo, pero no pasaba de las primeras páginas, adonde los editores le decían a John Barth lo mal que escribía y la porquería de novela que había hecho, y el resto del tiempo se quedaba balanceándose en su mecedora, sin hacer nada, oyendo de vez en cuando a los Beatles y mirando hacia afuera, por las ventanas que daban a un patio amplio lleno de basura, escuchando a lo lejos el vocerío de los manifestantes que de vez en cuando, rítmicamente, frecuentemente, se organizaban, ponían de acuerdo y le mentaban la madre a los funcionarios públicos, luego otra imagen, como en los sueños, con luz crepuscular un anochecer en el Distrito Federal, es decir, nubes bajas, polvo, ruido, contaminación, Lourdes saliendo con su mamá a comprar el pan y al volver con la bolsa agradablemente caliente y olorosa a bolillos recién horneados en las manos fueron detenidas y subidas a un camión escolar (bueno, un camión pintado color naranja, pero utilizado para transportar parapolicías y llevarse a multitud de detenidos), que se puso en marcha poco después atiborrado de adolescentes azorados, de modo que no verían las señales luminosas en el cielo (como en Vietnam), ni a los soldados, ni a los miembros del Batallón Olimpia cargar contra la multitud tan desprevenida como desarmada, ni los tanques, ni los helicópteros, ni las ametralladoras, ni los guantes blancos, ni los gritos, ni la sangre, ni los heridos, ni los cadáveres, ni las carreras, ni las órdenes de exterminio, ni las caídas, ni los innumerables zapatos perdidos, ni las quejas, ni las mentadas, ni supieron adónde las habían llevado, una celda angosta que compartían con otras mujeres, de lejos venía cierto olor a establo y entendieron todavía menos cuando empezaron a pasar los días y no las dejaban salir, tampoco las enjuiciaban ni abusaban de ellas, la comida era mala y con un candor inigualable pensaron que una dieta no les vendría mal, pero empezaron a perder el equilibrio físico y mental cuando supusieron que habían estado allí, que las habían mantenido allí no dos o tres meses, sino quince o veinte meses, imposible saber qué día era, de qué mes, de que año, de qué planeta, de qué Historia, asimila tu largo latido óseo y desarticula el jadeo en sus detalles, decía Viviana, la tarde del pan caliente y la detención tan injusta como sorpresiva, el papá de Lourdes no podía llegar a su casa, los semáforos no funcionaban, estaba lloviznando, venció toda clase de dificultades, pasó barricadas, se identificó ante el cordón policial (¿o eran soldados vestidos de civil?), y empezó a sospechar algo malo cuando comenzó a subir los escalones llenos de agua, encharcados a cada paso (el elevador no funcionaba), y lo peor, cuando una luz de linterna eléctrica en el segundo piso lo llevó a dudar y alargó la mano para tocar el agua del suelo y era demasiado espesa y pegosteosa y sobre todo demasiado guinda ¿o roja?, y corrió hasta su departamento y encontró la puerta derribada, pedazos de estuco por todas partes, porciones de la pared desprendidas, como arrancadas con zapapicos, los muebles rotos, los vidrios rotos, todo revuelto como si hubieran ido a buscar algo, histéricamente hubieran buscado algo demasiado importante o valioso o peligroso, los cajones desprendidos de los armarios y los escritorios, volcados hacia abajo, y en el cuarto de baño, en el pequeñísimo cuarto de baño había sangre, una como mano de larguísimos dedos rojos embarrada en la pared y que al parecer pertenecía a un cuerpo que había sido arrastrado por la sala y el comedor y el quicio de la puerta y las escaleras afuera, y además el sonido de las sirenas policiales, o de las ambulancias, luces rotatorias, luces tintineantes, luces rojas y blancas y azules y blancas, y las órdenes allá abajo, varios pisos abajo, y los soldados en retirada, o reorganizándose a marchas forzadas, pateando con fuerza el suelo de su patria, los cláxones y él enmarañado, tratando de sentarse en el suelo de lo que había sido la recámara conyugal, y tratando de ponerse a llorar, de abandonarse a un llanto convulso y estéril, luego el insomnio y la búsqueda desesperada por hospitales y delegaciones y cárceles y cruces y cuarteles, hospicios, casas de beneficencia, asilos, clínicas privadas, casas de amigos y amigas, de conocidos, redacciones de periódicos, estaciones de radio y tv, las centenas, millares de llamadas de teléfono a otros amigos y otros conocidos, las visitas a funcionarios que podían ayudarlo, que prometían ayudarlo a encontrar a su mujer y a su hija, los anuncios ofreciendo recompensas por sólo datos sobre su paradero, las noches de insomnio y las llamadas equívocas, no se sabe si bien o mal intencionadas, pues lo arrojaban a nuevas esperanzas delirante y enloquecido, pero pasaron meses y meses, y entonces en la máquina del Personaje que no Escupía en las Escupideras ya era 1970 o 1988, había soñado con su vieja máquina mecánica y habían pasado 22 meses de la noche del 2 de octubre de 1968, y allí (arriba de esa página que estaba escribiendo dentro del sueño) estaba un padre desesperado porque ni su hija Lourdes ni su esposa Lourdes habían aparecido, y entonces él invitaba a una compañera de trabajo consoladora y de bonitas piernas para que vivieran juntos, y si todo funcionaba, que pronto se casaran, por qué no, y esa mujer tenía una hija, más o menos de la edad de Lourdes pero con los senos más grandes, y esta hija se quedó con la recámara de Lourdes y hasta empezó a usar ciertas prendas de ropa de Lourdes, de manera que la noche que Lourdes y su mamá regresaron, muchos meses después, probablemente 22, casi dos años después, con la sensación de haber resucitado pero más bien asustadas y desubicadas y anonadadas y estragadas, y encontraron a esa chica de senos desorbitados con una piyama de Lourdes que la tía de Lourdes le había regalado precisamente a Lourdes cuando cumplió dieciocho años (y la verdadera Lourdes no se inmutó)…, sí…, respondió Lourdes y trataba al mismo tiempo de no escuchar, vuelta hacia la pared, terminando de vestirse, el Personaje que no Escupía en las Escupideras abrazándola un poco por costumbre, un poco para impedir que se volviera, un poco porque sí, un poco por conmiseración y otro poco por complicidad y amor, ajustando su mano derecha a uno de sus senos suave y firme y denso, ¿quién dijo eso de que el amor se gasta y de que amamos para terminar con el amor?, no sé murmuró, pero ya no era Lourdes sino Viviana quien lo miraba escribir esa frase, la leía en voz alta y se respondía a sí misma, los ideogramas se dibujan tirando las brujas del sol sobre los apéndices con mayor o menor fuerza, y eso los hace colmar de sentido…, y él tenía que entender otra cosa, siempre así, porque de otra manera no podrían entenderse, entonces él rompía la página y ella lo miraba extrañada, un resoplido de envenenados poco ortodoxos sobre los dogmas fríos, sobre la fuente sagrada de lechería siseando, sellada, erígete sobre el periplo y separa en pulsaciones de doble esfera y arco porque ya nadie quiere saber las cuitas del infecto ingrato ínclito bucólico, y le arrebataba los pedazos y conminaba a distribuirlos por varias partes de la ciudad alborotada por las Olimpiadas, pero no era el relato de Lourdes el que quería contar, porque Lourdes al llegar el echeverrismo salió de la prisión (y por lo tanto el Personaje que no Escupía en las Escupideras lo supo mucho después, aunque ahora, después de tantos años, las fechas se fundían o confundían, y no sabía si estaba escribiendo una noche de invierno de 1968 en Iowa City, o si estaba reescribiendo otra noche de invierno en Albuquerque, New Mexico, 20 años después, o si volvía a reescribir todo otra mañana de invierno en Bloomington, Indiana, 32 años después), la mamá de Lourdes un poco jorobada y disminuida (por no decir desquiciada), Lourdes con una arruga en el entrecejo que antes no tenía, y un mechón de canas que le quedaba muy bien, en medio de su sueño, una vez Viviana le había enseñado viejas cartas que el Personaje que no Escupía en las Escupideras le había escrito a Lourdes y él las rompió en cuadritos más o menos de regular tamaño, y luego contaban que los habían ido a abandonar en distintos sitios, uno por ejemplo lo dejaron en las bodegas de Aurrerá por Ciudad Satélite, a la entrada, otro frente al restorán Passy, otro en un escalón del Hotel del Prado, otro frente al mural de Diego Rivera Un domingo en la Alameda, como si se le hubiera caído a la muerte catrina, otro en una butaca del cine Roble, otro en un sobre que membretaron y timbraron para The Interamerican Foundation for the Arts, 35 West 44 Street, New York, New York, y depositaron en el correo, otro en quién sabe dónde diablos, o en quién sabe qué apestosa cantina, burdel o miscelánea, y luego el caso es que trataron de recuperarlos y no encontraron ni dos, por lo que ya no pudieron reconstruir las cartas, algo indispensable para ese juego que apenas y rebasaba su nivel de pretexto para estar juntos y recorrer la ciudad, discutir su posible futuro, que Viviana declinaba “futuridad”, ¿es que no tenemos futuridad?, decía, y gozar a brazos abiertos su compañía, porque Viviana a veces hasta podía llegar a ser domesticable, o parecer, pero pasaba demasiadas horas dentro del volkswagen, como si fuera un cuerpo con cuatro llantas y dos portezuelas, que bebía gasolina y comía calles, avenidas, periféricos, pasos a desnivel, callejones, cerradas, glorietas, esto en otro lugar para seguir un orden sucesivo, en quinto lugar, por ejemplo, el primer día que le pidió aventón una pareja, él de barbas existencialistas, ella con los cabellos largos, lacios, sueltos, sucios, cada quien con una manta enrollada debajo del brazo, urgidos de que los sacaran de allí, mirando hacia todas partes para comprobar si los seguían, y los detuvo un Tamarindo, ¿qué hice?, nada, dijo, ¿pero cuánto me van a dar para que los deje ir?, y la noche que nos desbarrancamos con todo y volkswagen por el estado de Guerrero…, o se había quedado atrapado entre las calles de Manuel González y San Juan de Letrán y vio cómo docenas de muchachos detenían una patrulla y una camioneta de la Dirección General de Tránsito y les prendían fuego, otro camión de la línea San Rafael y Anexas y lo incendiaban también, le pidieron permiso para sacar la gasolina del tanque del volkswagen para fabricar bombas molotov, y en eso un hombre semidesnudo y enchapopotado subió jadeando, venían muchos detrás de él, y el Personaje que no Escupía en las Escupideras al mismo tiempo que el tipo éste le pedía ayuda, ponía en marcha el motor, metía reversa, derribó el garrafón adonde vaciaban su gasolina, y salió a gran velocidad y rugiendo de ese lugar, pero dos coches lo empezaron a seguir, no tenía mucha gasolina, y fue como si el hombre, que era un agente secreto al que habían tusado, hubiera movido la carretera, la sacudió como si fuera una alfombra y se desbarrancaron sin remedio, o la vez que no conseguía regresar del aeropuerto y llamó por teléfono a Viviana para que lo dirigiera, y volvía a perderse y volvía a llamarla, y luego todas esas noches lluviosas que llevaba a Arquímedes Kastos a su casa más allá de Tacuba cuando se dispersaban las manifestaciones, vaya olorcito, cómo te quejas decía él, es el olor de la Refinería, el olor de pleno siglo xx, estamos en una sociedad industrial, y no es lo mismo atrás te huele que tengo un tubo metido, o como se diga ese chiste, y luego frente a su casa recién pintada de rosa mexicano, ésa es la fachada para no insultar a los pobres, es de utilería, porque detrás están mis jardines otomanos, la alberca, los perros, y las risas, aunque el regreso hasta casa de Viviana era por calles siniestras franqueando un panteón del que sobresalían impresionantes mausoleos, frente a palacios españoles posteriores a Hernán Cortés, convertidos ahora en accesorias o tendejones de mala muerte, y el cielo rojo por las llamaradas de la Refinería de Atzcapotzalco, las calles llenas de baches y parejas que volvían el rostro para que la luz de los faros de su volkswagen no les diera en la cara, ay, esas noches, y una vez fueron a comprar unas zapatillas de baile y detuvo el volkswagen en una calle de ésas en las que en cualquier momento se les podía aparecer Drácula para preguntarles la hora, y el coche no arrancaba, sólo tosía, hasta ellos llegaba el barullo del Casco de Santo Tomás, se rumoraba que el ejército iba a entrar allí, en el Instituto Politécnico, el Personaje que no Escupía en las Escupideras paró un camión de pasajeros y le pidió al chofer que lo auxiliara, y el chofer nada más de mirar el coche y como olisquearlo diagnosticó su coche está ahogado, no quería empujarlos, le rogaron mucho, lo forzaron y al primer ­empujón tronó la defensa y se rompieron las calaveras, tenían miedo de permanecer allí y de repente verse envueltos en una persecusión con soldados y agentes secretos, temían dejar el coche abandonado, temían quedarse allí, y ahora, de lejos, sabía que no podía dejar a Viviana abandonada, pero también temía quedarse allí con ella, así que prendía el radio y ponía al máximo el volumen, pronto se encendieron luces y de una vecindad salieron unas niñas y se acercaron, había una especialmente deleitable, y el Per­sonaje que no Escupía en las Escupideras comprobó que en las colonias proletarias descubría siempre mujeres preciosas, como Donají, y Lucía, y Luly, y Beatriz, y Patricia, y Marcela, y Viviana, en la esquina un grupo más rijoso quemaba una llanta, luego de esa noche se inscribió en la ama y un mecánico arregló el problema en cinco minutos mientras él hojeaba un periódico adonde se hablaba de la subversión comunista… sólo que el coche anduvo tres calles a tropezones y volvió a detenerse, su relación tampoco andaba bien, Viviana se negaba a hacer el amor, a mostrarse desnuda, no aceptaba dormir a su lado, llevaba días sin bañarse, no quería que la tocaran, que la miraran, yo te soy escuchando tu voz soy tu queja decapitada atenta al silencio continuo del infierno igual al vengador yo puedo vuelta ignorancia y deseo porque sólo lo real es posible y secreto por eso subo hasta tu yo, y lo decía con naturalidad, pero también incomprensiblemente y como reclamando su compañía, como si dijera quédate conmigo, no te vayas, es peligroso, como si no creyera del todo en su militancia por participar en cuatro o cinco marchas, tres mítines, reparto de propaganda, carreras y escaramuzas pintando bardas, bancas de cemento y paredes de edificios públicos, ni que dijera la verdad cuando afirmaba que iba a una marcha con el grupo de la Facultad de Filosofía y Letras, como en los sueños, el mecánico lo había acompañado hasta la distribuidora, lo que pasa, lo conminó, es que usted no sabe cómo se maneja este coche, ¿y cómo se maneja?, carburándolo, forzando las velocidades, empezó y siguió con un vocabulario incomprensible describiendo acciones igualmente sin sentido, el Personaje que no Escupía en las Escupideras pensando en deshacerse del vehículo con el pretexto de que chorreaba aceite, pero por milagro todo se compuso cuando rodaron hasta el taller de un amigo de Lourdes, al volkswagen no tuvieron que hacerle nada y lo invitaron a brindar, y al calor de los bocadillos y de las copas invitó a Lourdes a dar una vuelta para que le trajera suerte con el coche, y fueron hacia la carretera a Cuernavaca, hartos por su incapacidad de verdadera acción política, tanta confusión estudiantil, tantos rumores de represión fascista, y repetían sin convicción que si no iban a poder hacer la revolución social por lo menos harían su revolución en la recámara, se sentían cansados y pararon frente a un cine sin espectadores, la gente temía salir a la calle, pero Jacques Perrin y Emma Penella no lograban interesarlos y Lourdes se quitó sus anteojos y comenzó a besarlo con desesperación, con ansiedad y hasta cierto miedo, interrumpiéndose sólo para los quizases y los talveces y los ojalases, porque según ella se debía haber casado con ella y no con Viviana, pero si no estoy casado reclamaba él, y luego más besos y varios porqués, y muchos nuncamases y tampocos y hasta jamases y hasta para siempres septiembremente hasta que consideraron todo en corto circuito, voy al baño dijo Lourdes lloriqueando, toma, y le tendió los lentes, no te vayas a meter al de hombres, o la histeria de Viviana que le negaba el coche cuando él hacía compromisos que no podría cumplir sin el volkswagen, y la depresión, el desaliento que los invadía cuando se acercaba la fecha en que deberían pagar la letra de 1 400 pesos y no tenían ni los 150 de un artículo publicado esa semana, y un golpe en el guardafangos derecho, y un rayón en la portezuela de su lado porque había cruzado frente al issste y una docena de estudiantes tiraban piedras, bombas molotov y agua hirviendo desde las ventanas, y varios granaderos los urgían a salir de allí y les lanzaban gases lacrimógenos, y cada vez más histéricos disparaban sus lanzagranadas, apenas se podía respirar y un hombre le arrojó por la ventanilla un pañuelo empapado en vinagre y le indicó a señas que se lo pusiera en la cara, y la vez que dejó las llaves adentro y no pudo pasar por Lourdes a tiempo y ella se enojó, aunque después le hablaba por teléfono y lo llamaba Inmundo, con afecto, y volvía a llamarlo, el amor no podía surgir así, ella vivía tan lejos, el amor es coito, decía Renzo Rosso, en millones de formas, invertebradas o pensantes formas de coito, dualismo de órganos recíprocos que hunde sus raíces en el inescrutable azar de células, fibras, vasos y recuerdos complementarios, pero esto era literatura y la realidad era muy distinta, la realidad estaba llena de obstáculos y veladuras, y era más cruel y ácida que lo que mostraba La dura espina, y luego la vez que Polo Duarte le dijo que en la Librería del cine Manacar un cuate suyo había visto una copia de El río de las aguas dormidas, y era como si el Personaje que no Escupía en las Escupideras no se hubiera comunicado nunca con los funcionarios de la Fundación Ford en la calle de Río Nilo en la ciudad de México, y no hubiera volado a Iowa City el 26 de septiembre de 1968, era como si se hubiera quedado en México, y todos esos días de Iowa, esa agitada cotidianidad que tanto le gustaba en compañía de Ambrosia fuese precisamente un sueño, una posibilidad, y en realidad, precisamente el 2 de octubre por la tarde, Viviana y él se hubieran entretenido curioseando en las librerías del centro, calcu­lando que la circulación por Paseo de la Reforma estaría cerrada, por lo menos en las primeras horas, porque se había anunciado una gran concentración en la Plaza de las Tres Culturas, se creía que esa tarde más de medio millón de personas iba a tomar parte en ese mitin al que asistirían muchos periodistas extranjeros, de los que estaban en México para cubrir las Olimpiadas, lloviznaba y apenas lograban mantenerse unidos bajo un paraguas, compraron dos libros de Conrad en la librería del señor Botas, era apenas el mediodía y calculaban llegar a Tlatelolco como a las cinco de la tarde, o cinco y media, había dejado de llover y entraron en Zaplana en San Juan de Letrán, adonde no se pudieron contener y compraron las novedades de editorial Lumen, El hombre invisible, Una nueva vida, Una chica como tú, Los cachorros, Izas, rabizas y colipoterras, no era fácil bajar al centro en esa temporada, y miraban las carátulas de los libros sobre las mesas medio urgidos de salir pronto para llegar temprano al mitin, pasaron muy de prisa por la Librería del Prado, y Carlos Hernández les regaló un Harper’s Bazaar y un Creepy, y hasta entonces se dirigieron al cine Manacar, histéricos, porque no se podía ir demasiado rápido, con la premura de no desperdiciar demasiado tiempo, conscientes de su cita en la Plaza de las Tres Culturas, Viviana lo esperaba bajo el paraguas y él corría por el auto y la recogía, o al revés, él se llevaba el paraguas y ella se quedaba bajo un quicio, pero total, cuando llegaron a esa librería, una vez vencido el tráfico, estaban cansados y mojados, como dicen los novelistas decimonónicos hasta-los-huesos, les quedaba un billete de veinte pesos todo arrugado, Viviana quería esperarlo en el auto, ya no podía más, pero el Personaje que no Escupía en las Escupideras no aceptaba, de ninguna manera, ella lo había presionado para ir hasta allá, y él no sabía todavía lo que eso implicaba, dejaron el paraguas en el asiento de atrás y se fueron cantando y brincando un poco como Gene Kelly en Cantando en la lluvia, esquivando charcos, encaramándose en las bases de los postes y alzando la cara para recibir el agua plena y apasionadamente, irresponsables, tan felices que hasta dejaron el cambio del billete de veinte en la librería, el libro sólo había costado 9.90, ruidosos y cada vez más eufóricos, ahora sí a la manifestación, a exigir cuentas de una vez por todas al pinche gobierno, ya encarrerados los ratones que chingara a su madre el gato, habían dejado el coche en una callecita lateral llama­da Asturias y no estaba, ¿cómo?, no habían tardado ni diez minutos y no acababan de creerlo, desandaron el camino una y otra vez, incrédulos, hasta acabar de nuevo en la librería para usar el teléfono y llamar a la Compañía de Seguros, a la policía, a los padres de Viviana y los suyos, para que los recogieran y llevaran a la Delegación para levantar la demanda, y luego a la manifestación en la Plaza de las Tres Culturas, pero en la Delegación el caos era total, aunque lograron solidarizarse con un matrimonio que se había presentado también para reportar el robo de su auto, el Agente del Ministerio Público pasándose de listo, ¿están seguros de que no se los llevó la grúa de Tránsito?, ¿no se los habrán embargado por exceso de pago?, en fin, no sabían nada de lo ocurrido en la Plaza de las Tres Culturas, adonde no pudieron llegar, Viviana lo consentía, lo mimaba, besaba y acariciaba por todas partes y murmurabaque bueno, piensa que Amón, Cabeza de Carnero reinaba con una estrella sobre el Olimpo y tú, yo que contaba con las espiras en forma de media luna y los novillos castrados jadeando en la encrucijada, tan desasosegado había quedado de ver a Lourdes, pero no pudo pasar por ella, hacía una semana que no sabía de ella, Manuel Rivera lo acompañó a levantar un acta al Servicio Secreto, los periódicos hablaban de cadáveres en Tlatelolco, como si hubieran levantado su autocensura, describían vehículos volcados e incendiados, columnas de humo en el Campo Marte, y era como si toda la ciudad tuviera miedo, se temía incluso que se cancelaran las Olimpiadas, pero se inauguraron los Juegos Olímpicos y su volkswagen apareció por Contreras sin cristales, sin volante, sin asientos, sin llantas, sin portezuelas, sin motor, sin defensas y sin placas, ¿destruido como la juventud de su país?, ¿devastado como su ciudad?, la Compañía de Seguros tardó tres semanas en reconstruirlo, y ellos una semana más para poder circular de nuevo, mientras Sócrates Campos Lemus y muchos otros empezaban la redacción de La novela oficial, los periódicos con listas de desaparecidos, con la supuesta identificación de los líderes de la conjura comunista, días de frustraciones, de discusiones domésticas, en las librerías, en las calles, en el supermercado, y en los suplementos entrevistas con los intelectuales detenidos, Obsesivos días circulares, el Personaje que no Escupía en las Escupideras redactando fichas, la infancia de Lourdes, porque no podía hacer la infancia de Viviana, un poco desesperado, inquieto, ¿por qué tenía esa propensión a numerar, a gobernar lo ingobernable, a narrar lo inenarrable?, la juventud de México dormida, se había dormido, parecía dormida, y el coche que no podía estacionar en ninguna parte, apenas entraba en el cine o en alguna fiesta y ya quería salir para ver si los manifestantes no le habían pasado por encima, o los grana­deros, o si todavía estaba allí adonde lo había dejado, muchas noches de insomnio se levantaba, o a media película y salía para ver si su volkswagen permanecía tal y como, o por lo menos donde lo había dejado, le puso alarmas de todo tipo y trampas que algunas veces funcionaban en su contra, los del Servicio Secreto le demostraron cómo se lo habían robado en siete segundos, se roban de 15 a 20 volkswagen por día le dijo alguien en la Delegación de policía, ¿y por las noches?, y allí iba en zonas olvidadas del Periférico a 140 kilómetros por hora, a todo lo que daba el motor, como para confrontar al vendedor que le entregó el coche y le dijo que no corriera mucho, hasta que supiera manejarlo bien, aunque a veces sentía que el coche lo manejaba a él, la ciudad amenazante ahí afuera, la ciudad antropófaga, carnívora, él manejando casi a la defensiva, como si fuera a una batalla, volvía a su departamento con la camisa empapada en sudor, se tiraba en la cama y sentía que la cama también lo llevaba a toda velocidad por una carretera, no podía escribir, su guión de cine resultó un bodrio, una historia informe y sin sentido como esos juegos mecánicos que montan algunos niños y los adultos que pasan escar­necen, orinan, arrojan bolsas de supermercado llenas de basura maloliente, y siempre llovía y era de noche o parecía de noche, y bajaba la temperatura el día que salió para ir a buscar a Viviana a la escuela de danza y el coche no estaba, ¿se lo habría llevado ella?, pero entonces por qué le había pedido que la recogiera, no estaba, ¿o no había pedido que fuese por ella?, no se lo iban a creer en la Compañía de Seguros, ni en la Delegación, ni los del Servicio Secreto, no podía ser, caminó hasta un teléfono público y no se animó a llamar a nadie, o era que no servía, se pasó las manos por el cabello, por la cara, por todo el cuerpo, la llovizna ligera pasó a tormenta tropical y empezó a correr en busca de refugio, corría para llegar a un lugar seguro, estaba corriendo sin saber a dónde ir, corría desesperado, asustado, imposible distinguir si esa agitación física producía esa carrera, o si esa carrera en la que de pronto volaba a grandes zancadas no era más que un sueño intranquilo producido por su cena ordálica, tenía miedo de no poder ir a encontrar a Viviana, tenía miedo de separarse de ella, jamás podría acortar la distancia que lo separaba de ella, y en eso estaba, un poco arrepentido y un poco intranquilo, mejor si lograba escribirlo todo, ya escrito lo vería menos complicado, y hasta se animaba a intentar interpretar esa relación, porque no entendía por qué le gustaba tanto Viviana, por qué se arrojaba con tanta fuerza hacia ella, ¿sería porque era incomprensible?, ¿o a él le faltaba el “descodificador” adecuado?, ella siempre cifrada, quizás un poco loca, hermosa y agradablemente ajena, como la Nadja de André Breton, como la Maga de Cortázar, pero estaba más cerca que ellas, podía tocarla, dura y suave a un tiempo, delgada y grácil, alta y joven y fresca, una frescura de fruta madura, casi comestible, y lo escuchaba y se comprometía con casi todas sus preocupaciones, se solidarizaba con sus proyectos, o quizás no podía oponerse, quizás la manera de hablar de él, para ella, era tan críptica como la de ella para él, ¿por qué iba a comprenderlo?, porque estaba seguro de que le gustaba, ¿por qué no iba a gustarle?, ¿o le temía?, ¿o le gustaba lejos, en quién sabe qué lugar, aunque no demasiado lejos de su vida?, ¿encontrable?, sí, encontrable, real, en el futuro inmediato, insomne y despierto podría hacer un café y tratar de relajarse para pensar con serenidad, todavía intranquilo y frustrado, quizás más intranquilo que nunca, inseguro, vulnerable, más frustrado que nunca, desasosegado, Viviana no estaría en ningún hospital, no se sabía dónde estaba, ni siquiera sabía si estaba viva, alguien le dijo que su cabello había encanecido, que la vieron en el aeropuerto de Montreal, viva, y por lo menos no sentía el apremio de salir a buscarla inmediatamente, ni la necesidad de interpretar sus acertijos, sus fascinantes trabalenguas, asustado, o más bien aterrorizado por descubrirse todavía dependiente, todavía fascinado por ella, todavía inquieto…

En un trabajo sin precedente, dentro de mi trabajo de magia negra y blanca, he estado tratando de descifrar tu sueño. Como es un caso difícil tendrás que esperar hasta mi próxima carta. Así pues, espera, y debes hacerlo pacientemente ya que recibirás importantes y extraordinarias revelaciones.

En el apéndice de tu última carta me pedías que investigara qué películas se estaban exhibiendo en los meses de mayo y junio de 1960 en la ciudad de la Escenografía. Como has de saber desde hace semanas está cerrada la Hemeroteca y han prometido abrirla hasta el dos de enero de 1969. Pero si te hago esperar todo este tiempo, con lo impaciente que eres te volverías más neurótico, y recordé que Genaro es un maniático de los periódicos semanales. Tiene la colección completa del Figaro, donde cada semana hacen reseñas de todas las películas exhibidas en el D. F. Lo único malo es que no traen los títulos originales cuando son películas extranjeras. Por lo que te mando los títulos a reserva de que checaré y buscaré los originales cuando vuelvan a abrir la Hemeroteca. En 1960, en pleno auge de la Revolución Cubana y de la guerra fría en torno a la pobre isla, con una campaña sin igual, durante los últimos meses del mandato de López Mateos, Terencio se podía meter a un cine y ver por ejemplo Sirenas y tiburones, una comedia de Blake Edwards, con Tony Curtis; Viaje al centro de la Tierra, con Pat Boone en el cine México; Esclavo del deber, en el cine Chapultepec; un bodrio mexicano en el cine Roble, Caperucita Roja, de René Cardona, imagínate. En la primer semana de mayo se estrenaba La estrella vacía, en los cines Alameda, Continental y Polanco, una película de Emilio Gómez Muriel con María Félix. Nuestro querido Efraín Huerta decía de la película: “Bien hecha, con diálogos en su mayoría bastante pedestres. No es, claro está, una historia poética; al contrario, es una historia brutal, cínica y bárbara”. También se podía ver El kimono escarlata en el cine Ariel. Trabajaba Victoria Shaw quien según Efraín Huerta era bellísima. La segunda semana de mayo habían estrenado en el sufrido D. F. una avalancha increíble de películas mexicanas. La tijera de oro, con Tin Tan y Lilia Guízar se estrenó en el cine Mariscala. El tesoro de Chucho el Roto, con Luis ­Aguilar y Fernando Soler en el cine Olimpia. Dormitorio para señoritas, con Mapita Cortés y Lorena Velázquez, en el cine de Las Américas. Chao, chao, bambina, con Elsa Martinelli en el Metropolitan. Julia la pelirroja, en el Paseo. En la tercera semana de mayo se estrenaba en el Versalles una película soviética, Ilia Muromets. “Una excelente producción soviética que suscitará serias controversias. ¿Entre quiénes? Bueno, pues entre los que suponen que los maestros de la fantasía son los norteamericanos”. Póker de reinas, otra película mexicana con el Loco Valdés, que se estrenó en el Mariscala. Los miserables, en el cine París. Calibre 44, con el Piporro en el Palacio Chino. Hundan al Bismark, inglesa, en el cine México. Drama de primera plana, en el Polanco y el Continental, norteamericana, basada en la obra de Clifford Odets. La última semana de mayo se siguieron estrenando bodrios en la ciudad del polvo. Muchachas de hoy, que según Huerta se parecía a Con quien andan nuestras hijas, solamente que hablada en italiano. Yo no me caso, compadre, en el Mariscala, con Luis Aguilar y Rosita Quintana. Pistolas invencibles en el Orfeón, con Roberto G. Rivera y Armando Silvestre, más “las melosas y desafiantes canciones de Elvira Quintana”. El esqueleto de la señora Morales, de Alcoriza, en el Chapultepec. La primera semana de junio seguía la racha de bodrios. Se estrenaron Gorila al asalto, francesa, en el Paseo; El perro humano, de Disney; Las cuatro milpas, en el Orfeón, con Manuel Capetillo; La novia de nueve metros, en el Ariel y en el Roxy, que era una dizque sátira a la política nortea­mericana. En la segunda semana de junio se estrenó una película genial de Orson Wells, Sombras del mal. Creo que el título en inglés es el mismo. Pero por lo demás seguía la racha de bodrios. Se estrenaba en el Variedades, Quinceañera, “bonita pe-lícula, hecha sobre una línea melodramática muy firme. Tres quin-ceañeras en apuros, cada una por diversos motivos sociales y económicos. Maricruz es la cenicienta. Papás ideales Hortencia Santoveña y José Luis Jiménez. Dulzona y conmovedora, sobre todo cuando se acerca el gran final a ritmo de vals. Preciosas de verdad, Martha Mijares y Tere Velázquez. Le gustará a usted por sencillamente humana”. La nota, por supuesto, de Efraín Huerta. Macario en el cine Alameda, con actuación “genial” (Huerta), de López Tarso. “Macario no ha gustado a la nueva ola de críticos de cine en México, lo cual para usted, señor espectador, es la mejor garantía de que verá una película muy nuestra y extraordinariamente bien hecha”. Pancho Villa y la Valentina en el Mariscala, con la reaparición de Elsa Aguirre. En el Roble una película norteamericana, Barco sin puerto: “Dos rudos frente a frente. Gary Cooper ya casi desha­ciéndose, y Charlton Heston, un actorazo”. La muerte en este jardín, que a pesar de la dirección de Luis Buñuel resultó bastante mala. ¿Te acuerdas de Simone Signoret? Y Tres angelitos negros en el Real Cinema, por supuesto mexicana. En la tercera semana de junio, Un genio anda suelto, inglesa, con Alec Guiness en el Latino. Maria X de Julian Duvivier en el Paseo. Las tres coquetonas, mexicana, en el Olimpia. El amor se paga, italiana, en el Prado. Zarzuela 1900, española, en el Real Cinema. Destino de tres vidas, italiana, en el Arcadia. Pecar fue mi destino, franco-italiana, historia de tres prostitutas, en el Metropolitan. Verano de amor, ­norteamericana, fue de lo mejor de esa semana. No es dama, es mi mujer, con Tony Curtis, Janeth Leigh y Dean Martin, en el Chapultepec. En la última semana de junio se estrenaron Dicen que soy hombre malo, con Paco Michel y Lilia Prado, en el Orfeón. El tesoro del ahorcado, con Robert Taylor, en el Ariel. Comenzó con un beso, con Glenn Ford, en el Roble. La rebelión de los gladiadores, italiana, en el Metropolitan. La venganza, española, dirección de Bardem, en el Arcadia. Las cinco monedas, con Danny Kaye, se estrenó en el México. Y bueno, compadre, ya me cansé de sacar títulos del Figaro, espero que te sirvan. Sobre el problema de traer a México tu enorme grabadora y demás aparatos de sonido, nadie me ha sabido decir mucho. Tengo que hablar con los abogados que trabajan en la Dirección de Derechos de Autor sobre tus problemas de aduana, para averiguar qué puedes y qué no puedes traer. En mi próxima carta espero tenerte noticias. También en mi próxima te hablaré del resumen anual de libros, y de los nuevos descubrimientos de Carballo. Estoy leyendo la novela de Margarita Dalton, que me dicen fue la primera esposa de tu amigo José Agustín. De los seis ­ítulos que han publicado es la más decorosa, junto con la de Parménides, pero de esto te hablaré en la próxima porque estoy muy cansado. ¿Ya tienen invitaciones para las posadas? Kastos.

O:

Cuates, hermanos y cía: qué padre que se vayan a nueva york o nueva babilonia, con sus jardines colgantes y toda la cosa: aquí sin novedad en el segundo frente: digo en el segundo frente porque ahora ando muy absorbido por el erotismo, pero más seleccionado o más vulnerable: tengo muchas cosas que contarles, pero les anuncio para que no se asusten y se sientan tranquilos en dubuque street, pero no, no son tantas, lo que pasa es que me puse a elaborar un chorro de cosas para decirles mentalmente y ahora ya no sé cuáles eran: como les digo, y esto es top secret, estoy redactando una narración del dos de octubre para un libro que se publicará espero que pronto: para eso veo a veces a octavio paz, quien me tiene clasificado como “el testigo de tlatelolco”, y no me saca de allí: yo me saldré pronto porque quisiera que él leyera mi novela, así que pronto se lo anuncio ¿ya les dije que he ido un chorro al teatro?, pues sí, un chorro, ya era hora, a obra por día, y al cine a ver teorema de pasolini, y goto, l’ile d’amour (buenísima, de un francés polaco), y películas viejas, porque si no es aquí, dónde las voy a ver, drácula, de tod browning; pero teorema me impresionó, es muy buena ¿no?, sólo me interesó en realidad su manera de contar, de intercalar símbolos, pero su simbolismo por sí mismo no me interesa, no, de verdad, o será que yo me limité a verla como una burla de la idea divina, una burla muy bien hecha, utilizando elementos bíblicos: lo que me gustó es el ritmo de imágenes y símbolos y anécdota pura: como narración es extraordinaria: leí una novela en portugués y me asombro de mis adelantos, aunque como es obvio en mis clases no puedo pronunciar ni una palabra (¿por qué esta tendencia mía al lenguaje escrito?), bueno, la novela es vidas secas de graciliano ramos: es muy interesante la maldita novela, con elementos limitados adrede, pero con una manera de manejar el tiempo estupenda y sobre todo el acercamiento a un paisaje que siempre está remitido a su observador: estoy empezando una novela del escritor que me recomendaste, fernando sabino, se llama a marca y me está gustando un chorro: por desgracia y para mis estudios tengo que leer una bola de cosas que no me interesan, pero a las que trato de sacarles algo: son casi todos los textos que hay sobre la conquista y sobre la colonia, en méxico y perú, y sobre poesía gauchesca y cosas así: o releer el señor presidente y hacer un trabajo, y meterme en autores como unanue o ulloa o concolorcorvo, en fin, qué le vamos a hacer: sigo haciendo planes para irme a españa o a italia: a propósito, dos propósitos mejor dicho: me escribió ya enrico y qué padre gente, en su primera carta de pronto que resbala un papelito verde y que veo la cara de miguel ángel y de pronto una cifra, 10 000, sácatelas dije, se equivocaron de destinatario, pero no, eran para mí y eran de enrico, pues sí, me mandó 10 000 liras, es increíble, con lo sentimental que soy cuando me pasan estas cosas, suspiro y digo y pienso que la vida vale la pena de vivirse con gentes tan padres sobre este mundo, pinche mundo, y después que pasado mañana llega nixon y por todo parís nixon go home, o nixon dehors, pero en realidad está escrito con la I convertida en un símbolo del vaticano, la X convertida en una suástica y la O cruzada por una cruz, porque el KKK francés se firma así en todos sus graffiti: pues sí, gran sorpresa, y luego le contesté y ya me volvió a contestar y ya le contesté, y ya me anunció lo que me dices en tu carta, que le encanta la correspondencia, y a mí cada vez más: qué padre escribir cartas: oye, a propósito, ya en un capítulo de mi mamotreto están incluidos fragmentos de cartas tuyas, espero que no te enojes y que me pases los copyrights de tus cartas; el otro a propósito era por españa: voy a hacer lo que tú dices, es decir, te envío a ti mi novela y tú la envías a méxico ¿no?, digo, te sale a ti más caro pero yo quiero que la leas antes ¿está bien así?, pero lo que no sé es si debo escribirle una carta a carlos barral, porque me dice que le escriba en un último telegrama suyo, o sea que le digo lo que tú me dices ¿no?, o si es lo mismo pues se la envío directamente a díez canedo ¿no?, por otro lado, no puedo envíartela hasta que no me llegue la copia: kastos va a mandármela pronto: oye, no se pueden enviar por barco bultos registrados, entonces o hago una cosa, que es envíartelos por barco sin registrar, o los envío por avión a méxico y registrados: lo que me detiene de enviarlos por avión es que me sale carísimo: dime entonces, en caso de urgencia los mando sea como sea pero con la seguridad de que llegarán, no te preocupes, por lo pronto sólo me apuro por conseguírtelas, y ya que me dijiste que no corrías prisa con los Plexus, lo he hecho con calma, pero en el correo no me los admitieron por barco y registrados: la revista opus voy a conseguírtela a principios de año y el 16 de plexus me lo dan esta semana: lo de flash gordon va solito porque es un libraco inmenso: oye, como regalo especial, voy a comprar la segunda edición de los versos circunstanciales de mallarmé de 1921 y la guardo para ustedes, ¿te interesa? Voy a comprar un ensayo de válery sobre da vinci en su primera edición: el otro día estuve en una librería de primeras ediciones y fue lo más sobresaliente que vi, aparte de todas las primeras ediciones de las obras de mauriac, en fin, sólo curiosidades: créeme, no te enojes, pero dime si no te urgen los plexus o los opus: lo de hara kiri lo voy a seguir comprando, y estoy consiguiendo ediciones viejas de bizarre, encontré un número viejísi­mo dedicado a los monstruos, yo creo que te interesará un chorro, si consigo otro ejemplar te lo mando inmediatamente: los en-víos te los hago con retardo porque cuesta más el envío que las mismas revistas, pero no te preocupes, de cualquier manera he pensado que todo lo que compre aquí, cuando lo envíe a méxico o yo llegue a méxico, si alguna vez nos vemos en méxico, tú podrás verlo todo y lo que te interese será tuyo: en realidad lo pienso como una forma de contribuir a tu extraordinaria colección y a tu fantástica, absolutamente fantástica biblioteca ¿no?, ¿de opus te interesan todos los números?, van en el número once: y claro, sí, de nuevo me alegro mucho de que se vayan a nueva babilonia, es sensacional, creo, a ver cuándo la podré conocer, y vuelvo con el tema pero es siempre estar dándole vueltas al mismo tema y vueltas y vueltas, como que todo es así, pero me encuentro en una tranquilidad que me permite pensar y crear un poco subterráneamente, todo un poco subterráneamente, y del nuevo relato o novela corta ya llevo diez cuartillas, y comienza siendo una cosa totalmente distinta a como la pensé cuando todavía no escribía ni una sola letra, ¿cómo terminará?, creo yo que ni un mago medieval podría saberlo: ya me estoy volviendo obsesivo y con eso cuidado, bikerful como dices tú: lo que pasa es que en mi estado emocional tengo ahora unos contrastes que me descon­ciertan porque paradójicamente estoy muy tranquilo disfrutando un erotismo particular y muy padre y con serenidad, llegando al fin de la novela, sin dinero pero contento, y por otro lado con una tristeza inaudita por una serie de gente en méxico (ya no digamos por los cuates míos presos), por las gentes con las cuales me escribía y eran “amigos” o “amigas” o “amantes”, tú conociste a débora (recuerdo que cada vez que la veías le decías “devórame deborita”) y cuates así, que de pronto me dejan de escribir y yo me desilusiono profundamente de ellos, y yo me pongo como cucaracha (por lo aplastado) por pensar en ellos, cómo me faltan así, carajo, pero ni modo, y lo que pasa es que deveras a algunos de estos cuates los quería, y los quería de verdad, pero fallan, ni modo, y débora así tan feo, sin escribirme, bueno, pues, lleno de contrastes, pues en la lejanía pues uno ya no sabe, a ver qué pasa, y si no pasa pues se atoró y no pasó, voy a comprar si puedo los discos que me dices, y ya quiero leer más literatura brasileña, y de pasada te mando una foto, la primera que me saco en parís, y de tres fotos, la mejor de las tres, y de todos modos tengo grandes proyectos de viaje antes de que se me termine la beca, a ver si se me hacen, a ver: bueno, pues me compré dos suéteres parisinos, y ya varió mi vegetación: la próxima semana me compro unos pantalones, y el próximo mes unos zapatos, y ya saben j’ai beaucoup des choses a dire mais je ne sais pas quoi: sigo un poco de rutina y las mañanas me las paso dándoles vueltas y vueltas a las tazas de café con mis croisants, y seleccionando las partes para el último capítulo de mi novela: en las tardes me voy al louvre o al museo de arte moderno, y en las noches al cine o al teatro: esto no pasa todos los días porque los lunes y martes tengo que estar en el instituto, y los jueves en el seminario con roland barthes, y a veces también con él, con severo sarduy y otro cuate salimos a cenar o a tomar un café, en fin, y yo a veces tengo que pedir prestado para ir al cine, pero si no, me voy por ahí a recorrer parís y a pensar en un chorro de cosas, desde las distancias hasta las disonancias de los fragmentos que estoy escribiendo: por cierto, la entrevista con robbe-grillet me la quitan y me la prestan, porque el cuate éste ya quiere filmar, ya le hice el guión y ahora quiero asistir a la filmación, el guión es para una película de media hora, y durante esa media hora un hombre ve desde una ventana desnudarse a una mujer y esa mujer sueña con ser desnudista en el crazy horse: disfruto como nunca el recorrer librerías, lástima que aquí tengo menos oportunidades de comprar libros, bueno, con mis nostalgias y decepciones y con las ganas que tengo de que me contesten los dejo ya, kastos me escribió y me cuenta de sus problemas con juvencio ramen: tengo muchas ganas de que kastos conozca a carlos fuentes y seguro lo conocerá: bueno, ciao, ahora sí los dejo tranquilos y en paz, cuídense mucho y sigan ganando premios: cuando gane la película me mandarás la crónica de mailer ¿no?, te adjunto crónica sobre barthes, los quiere ya saben quién, athanasio.

¿cuándo se van a echar una vuelta por parís?

POR ÚLTIMO: he pensado que se tienen que armar de mucho aguante para soportar mi cursilería ¿no?

A la salud de la serpiente. Tomo II

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