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Capítulo Uno

Denby pasaba frio y estaba hambriento. En sus dos años de vida nunca había estado tan hambriento o con tanto frio. Ni su abundante pelaje dorado de Golden Retriever era suficiente para quitarle el frio. Denby también estaba confundido; no entendía porque lo habían dejado solo en el patio.

Su amo había sacado muchas cosas de la cochera y de la casa, las había puesto en la vieja furgoneta blanca y había partido con el niño que había sido el mejor amigo de Denby. El hombre dejó atrás muebles, aparatos y recuerdos.

Y también a Denby.

Después de aguardar tres largos días al retorno de su amo y el pequeño niño, Denby se dio cuenta de algo; su familia nunca más iba a regresar. Siempre había sido un buen perro, y parecía que ellos lo querían. Él trató de entender porque su familia le haría esto, pero no pudo. Él no había brincado sobre ellos o mordido sus cosas. Él tampoco ladraba mucho. ¿Por qué lo habían dejado? El sentimiento de vacío en su corazón resonaba el sentimiento de vacío en su estómago. Guiado por los dolores de hambre en su estómago, saltó la cerca y empezó a buscar comida. Empezó a caminar rápidamente, no estaba acostumbrado a ir por la calle sin correa. Pasó por casas con anuncios de “Se Vende” sobre pastos amarillentos. Se veían tristes y vacías, así como su propia casa.

Denby nunca había ido más allá de las diez cuadras del parque Dolores, en el desbordante distrito de la Misión en San Francisco. Ahora, sin correa, vagaba libremente a donde lo llevara su nariz. Aprendió que los comerciantes de la calle Castro estaban felices de darle golosinas para perro. Le decían lo guapo que era y le acariciaban la cabeza, pero no dejaban que se quedara por mucho tiempo. No importaba que tan bien portado fuera, siempre le pedían que se fuera. Eran amables, pero firmes, y Denby sabía que nunca dejarían que se quedara.

Denby siguió vagando. Poco después se encontró en el centro de San Francisco, un área con edificios altos, hombres en trajes oscuros y rígidos, mujeres en zapatillas altas y muy pocos perros. Ahí no había golosinas para perro, nadie que le acariciara su pelaje y que le llamara “buen chico”.

Después de un rato, Denby notó que una furgoneta blanca lo seguía. El carro en el que su amo y el niño habían partido era blanco. Tal vez el hombre que conducía esta furgoneta sabría a donde habían ido. Denby se detuvo, miró a la furgoneta, y su pecho se llenó de esperanza. Empezó a menear la cola cautelosamente.

El chofer del vehículo se acercó a Denby, y le dijo:

—Ven aquí, perro.

De pronto, alguien más agarró a Denby. Ésta otra persona tenía las manos grandes y ásperas, y jaló el pelo de Denby tan fuerte que le dolió. Denby empezó a aullar y el hombre gritó.

—!Lo tengo!

Rápidamente, el hombre colocó un círculo de plástico alrededor del cuello de Denby, lo apretó fuertemente y aventó a Denby en una jaula en la parte trasera de la furgoneta.

Todo pasó tan rápido que Denby no tuvo tiempo de reaccionar. Hacía un minuto Denby estaba sobre la acera y al siguiente minuto Denby estaba en una jaula en el oscuro interior de una furgoneta. La furgoneta olía a perro. Perro asustado. Denby trató de entender porque lo habían puesto en ese vehículo, pero para él, esto no tenía sentido. Trató de controlar su temor pero éste se rehusó a ser controlado y empezó a temblar.

Denby fue llevado a un edificio grande y apestoso donde había muchos perros de todas formas y tamaños y todos estaban apiñados en jaulas. Él aprendió la palabra “abandonado” y que no había sido el único perro que habían dejado atrás. Aprendió que otros animales también habían sido abandonados por sus familias. Había perros, gatos, conejos y hasta conejillos de indias. Todos estos animales estaban sin hogar. A veces llegaban familias sonrientes y entusiasmadas y se llevaban a una de las mascotas a un nuevo hogar; y a veces los animales que habían estado ahí por mucho tiempo desaparecían. Cuando esto pasaba, Denby siempre sentía una sensación desagradable y fría que lo hacía temblar de la nariz hasta la cola.

Todos los perros empezaban a ladrar o a lloriquear cada vez que alguien entraba al cuarto de los perros. Corrían al frente de sus jaulas, esperando que la persona que pasara por enfrente fuera la persona que los salvara. No pasó mucho tiempo para que Denby empezara a comportarse como los demás. Una y otra vez, los visitantes pasaron por su jaula sin ni siquiera voltear a ver a Denby. Una y otra vez, su cabeza y su cola caían con desilusión y regresaba a su cobija.

Un día, un hombre calvo con una mirada crítica llegó a la perrera. Después de mirar detenidamente a muchos otros perros, se acercó a la jaula de Denby. Denby gimió suavemente al mismo tiempo que se acercaba a los barrotes de su celda, y contempló la cara del hombre.

El hombre que alimentaba a todos los perros sacó a Denby de su jaula. El visitante inspeccionó a Denby, su pelaje, sus dientes y sus ojos, le jalo el pelo, le abrió la boca y le movió la cabeza de un lado a otro. Denby le quería gruñir y quizás hasta perder el control ante aquél hombre, pero estaba tratando de ser un buen chico, tenía la esperanza de que éste hombre lo llevara a su nuevo hogar. Denby deseaba tanto tener una familia otra vez.

—Sí —dijo el hombre—. Éste está bien.

Después de que el hombre llenó el papeleo, él y Denby salieron de la perrera y subieron al carro. El corazón de Denby se sentía elevado. ¿Obtendría una nueva familia? ¿Cómo sería esta nueva familia? ¿Habría un niño con quien jugar y querer? Tal vez habría una niña como la que vivía en la casa de al lado. Ella siempre fue muy tierna con Denby y compartía su comida con él. A Denby le gustaría mucho tener su propia niña.

El hombre condujo hacia el este por más de cuatro horas. No dijo ni un apalabra, lo cual hizo sentir raro y un poco a temeroso a Denby. ¿Estaría enfadado el hombre con Denby? Por fin el hombre detuvo el coche, pero no en una casa sino en un edificio. Metió a Denby en un cuarto blanco lleno de equipo médico. Miró hacia todos lados esperando que un niño o una niña apareciera, pero esto nunca sucedió.

El hombre calvo, junto con un hombre más pequeño, ataron a Denby sobre una cama rodante. Trató de zafarse pero los hombres eran muy fuertes. Denby era un buen chico. Él no mordía. Pataleó y lloró pero no los mordió. Él tenía tantas ganas de morder pero sabía que morder era “malo” y quería que los hombres pensaran que él era un buen chico. Denby apretó sus mandíbulas y se portó bien, aún cuando el hombre pequeño insertó una aguja larga en el costado de Denby.

De pronto todo se obscureció…

El Perro de Santa

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