Читать книгу El Perro de Santa - G.Z. Sutton - Страница 9
ОглавлениеComo lo hacían cada Nochebuena, Santa y los renos se detuvieron para tomar un refrescante sorbo de agua en Silver Springs. El alto desierto rocoso de Nevada, al este de Lake Tahoe, estaba tranquilo y quieto. El agua del manantial estaba fría y cristalina y sabia a cielo. Siempre esperaban con entusiasmo este corto momento de descanso.
Blitzen escuchó un sonido en la distancia. Con su aguda vista se pudo dar cuenta que era lo que producía este sonido. Volteó la cabeza y se dirigió a Santa.
—Hay un perro allá.
—¿Dónde? —preguntó Santa.
—Hacia al norte —dijo Blitzen, mirando detenidamente—. Parece que está herido.
Como Santa siempre había sido capaz de hablar con animales, le dijo al Golden Retriever:
—¿Estas bien?
—Si...eh…pues…no estoy seguro.
El perro tambaleaba y traía un vendaje sucio colgando atrás de su cabeza. Estaba muy mareado y confundido para preguntarse porque este hombre raro vistiendo un abrigo rojo podía hablar el lenguaje de los perros.
Santa y Blitzen se acercaron lentamente al perro herido.
—Esa es una herida bastante grande la que traes ahí —dijo Blitzen.
Cuidadosamente, Santa le quitó al perro el vendaje sucio que traía en el pelaje y le inspeccionó la herida de casi diez centímetros que tenía en la cabeza. Unas suturas mal hechas cerraban una incisión que empezaba desde la punta de la cabeza hasta detrás del cuello.
—¿Cómo te hiciste esa cortada?
—¿Tengo una cortada? —El perro no podía ver la herida, pero en ese momento entendió porque le dolía tanto la cabeza.
Santa sintió tristeza al oír esto.
—¿Qué estás haciendo aquí y en dónde está tu familia? ¿Estás perdido?
—Yo…yo no sé porque estoy aquí y tampoco sé si tengo una familia —dijo el perro mientras arrugaba la frente. Trató de pensar pero parecía que su mente no quería trabajar. Parecía que el perro se caería en cualquier momento. Santa le palmeó la espalda y le frotó el pecho.
—¿Cómo te llamas?
—Me…llamo… —tartamudeó el perro inclinándose hacia un lado. Santa lo sujeto suavemente con una de sus fuertes manos. Se puso a pensar por un momento.
—No sé. Siento como que debería de saber, pero no sé.
—Eso es muy raro —murmuró Santa—. ¿Qué le ha pasado a este pobre perro? —Santa se puso a mirar el collar del perro. Apenas pudo ver que un nombre había sido bordado en la desgastada piel del collar.
—Aquí dice que te llamas Denby.
—Está bien — dijo Denby—, entonces me llamo Denby”.
Por alguna razón se sintió aliviado. El saber que tenía un nombre lo hizo sentir más seguro y menos perdido. Alguien, en algún lugar, le había dado un nombre, lo que significaba que a alguien, en algún lugar, le había importado.
—No deberías andar aquí, hace mucho frio y esa herida necesita ser limpiada. —Santa apuntó hacia su trineo.
—Como no sabes nada de tu pasado, pienso que deberías venir con nosotros. Sería un placer que nos acompañes.
—Muchísimas gracias —dijo Denby. El alivio lo hizo sentir más débil. Estaba tan mareado y tenía tanto frio y su cabeza le dolía.
—Prometo ser un buen chico.
Santa sonrió y subió a Denby al trineo. Con un “¡Ey! ¡Vamos!” y de un tirón de las riendas, los renos saltaron en el aire. Por alguna razón Denby sabía que esto era raro pero no sabía cómo lo sabía. Algo le decía que animales como estos no deberían volar.
—¿Quién eres?—preguntó Denby.
—Soy Santa, y estoy llevando juguetes a todos los niños del mundo. Hago esto una vez al año en Nochebuena. ¿Acaso no has escuchado sobre la Navidad?
—Tal vez, pero no lo recuerdo —dijo Denby. El no saber nada de sí mismo le hacía sentir algo raro en el estómago. Se esforzó para recordar, pero lo único que se le vino a la mente fue un fuerte olor fresco y verdoso. Después se le vino a la mente una imagen con luces de colores que parpadeaban. ¿Tenían algo que ver estas luces y este olor con la Navidad de la cual este hombre hablaba?
Mientras los renos jalaban el trineo por el cielo, la ráfaga de viento hizo que Denby olvidara el dolor y la confusión. Con una mano Santa sostenía las riendas del trineo, y con la otra acariciaba el pelaje sucio de Denby. Santa empezó a contarle a Denby todo acerca de él y de la Nochebuena.
Denby se llenaba de alegría al escuchar hablar a Santa. Había algo en ese hombre que lo hacía sentir a salvo. De alguna manera Denby sabía que este hombre era especial. Muy especial.
Mientras volaban por el cielo, Santa describía cómo era meterse a las casas de la gente para colocar regalos debajo de sus árboles de Navidad y en sus calcetines navideños. Después le contó a Denby acerca de todos los lugares que había visitado.
—Si hubieras visto San Francisco durante la Fiebre del Oro. Todos vivían en tiendas de campaña y siempre había alguien despierto y caminando por ahí. No es fácil entregar regalos cuando no todos están durmiendo en sus camas.
Denby sentía que debía de saber algo de San Francisco porque el nombre se le hacía conocido, pero cada vez que trataba de recordar, su memoria se ponía borrosa. Desistió el tratar de recordar. Mejor se puso a escuchar a Santa y a observar a su alrededor.
A santa le encantaba la geografía. Le habló de sus ríos, montañas y valles favoritos mientras navegaban por las nubes.
Después de un rato, Denby pudo ver las luces de Los Ángeles debajo de ellos. Santa aterrizó el trineo en el techo de un edificio de apartamentos y sujetó las riendas en un gancho en la parte delantera del trineo. Volteó a ver el enorme saco que abarcaba la parte trasera del trineo.
—Este lugar siempre es un problema —dijo Santa sonriendo—. La Calle Pacifico, la Avenida Pacifico y el Boulevard Pacifico colindan en este punto. Hay mucha gente creativa en esta ciudad, pero de verdad que no saben nombrar las calles. Ah mira, los duendes etiquetaron todo bien este año. —Se veía sorprendido.
Santa le explicó a Denby que tenía cinco de sus mejores duendes que ayudaban con todo. Les llamaba los D-5 y Denby se dio cuenta que Santa estaba muy orgulloso de ellos. Santa le explicó que este año se habían distraído con una gran cantidad de proyectos especiales y no habían tenido tiempo para enfocarse en la Noche de Entrega.
—Espero que el resto de las entregas estén igual de organizadas que ésta.
Santa ordenó los montones de paquetes y piloteó el trineo a la primera casa. Santa se puso a platicar mientras trabajaba. Incluso, Denby pudo escuchar la voz del hombre desvaneciéndose al bajar por una chimenea. La primera vez que esto pasó, Blitzen volteó a ver a Denby y le sonrió. Denby sintió que Blitzen lo estaba incluyendo en alguna broma privada y meneo la cola. Aunque Denby no sabía cuál era la broma, le encantaba que lo incluyeran. Sentía que encajaba.
Cuando las entregas por Los Ángeles fueron completadas con éxito, Santa se puso serio por un rato. Denby le preguntó a Santa cuál había sido su entrega más difícil. Y se dio cuenta que solo le gustaba oír hablar a este alegre hombre.
—Sería hace diez años en los Everglades de la Florida —dijo Santa—. ¿Te acuerdas, Blitzen? Esos dos caimanes pensaban que les gustaría la carne de reno —dijo santa riéndose—. No fueron competencia para Donner y Blitzen pero tengo que admitir que si estaba asustado.
Blitzen se veía orgulloso. Denby estaba impresionado. Ya estaba impresionado de ver que los renos eran capaces de volar. Y ahora se enteró que también eran capaces de hacerse cargo de caimanes.
Siguieron volando. No se sentía como que el trineo viajaba a una gran velocidad, pero cada vez que Denby miraba hacia abajo, el paisaje era completamente diferente. Llevaban un tiempo impecable con las entregas.
A medida que transcurría la noche, Denby se podía dar cuenta que Santa se estaba cansando. Parecía que se movía un poco torpe, así como cuando Denby despertó solo en el desierto. Santa no se había caído, pero se notaba que estaba perdiendo el equilibrio.
—¿Está bien señor? —le preguntó Denby cautelosamente. Santa le explicó que tenía una infección en el oído.
—No me siento muy bien —dijo Santa mientras le acariciaba la espalda—. Pero el tener un amigo aquí me ayuda bastante.
Denby se preguntó si él también tenía una infección en el oído. Tal vez por eso se había sentido mareado.
Mientras volaban al ras de las casas en la ciudad de San José en Costa Rica, un soldadito de hojalata se salió de la enorme bolsa y retumbó en un tejaban galvanizado, haciendo un fuerte ruido. Inmediatamente empezaron a ladrar cinco perros chihuahua. Con un fuerte ladrido, Denby hizo callar a los perros chihuahua.
—Bien hecho —dijo Santa sonriendo—. Ya no me tengo que preocupar de algún mordisco cuando entregue los regalos.
—Eso no suele suceder — dijo Santa—. El trineo tiene un escudo que impide que se caigan los juguetes o Yo. Es una capa protectora muy útil pero desafortunadamente está averiada. Alton, el duende encargado del trineo, no pudo arreglarlo a tiempo —se quejó Santa—. A veces me pregunto qué le pasa. Parece que cada vez es más desorganizado y olvidadizo.
—¿A veces? —dijo Blitzen con un tono sarcástico.
—No seas inclemente —dijo Santa con un tono fuerte. Blitzen agachó la cabeza.
—Lo siento Santa —dijo con una voz suave.
—No causaste daño, mi amigo —le contestó Santa. Blitzen se miró aliviado y asintió con la cabeza.
Santa se dio la vuelta para revisar su saco mientras que el trineo volaba por el cielo, el océano deslizándose debajo de ellos. Santa soltó un quejido mientras buscaba en la bolsa.
—¿Qué pasa? —dijo Denby, preocupado que el oído le estuviera causando dolor a Santa de la misma manera que la herida en su cabeza le había causado previamente un dolor de cabeza a él.
—Algunos regalos no se clasificaron correctamente. Vamos a tener que volar hacia el Este antes de ir hacia el Norte. Debimos de haber entregado estos regalos temprano en el viaje. ¡Qué fastidio!