Читать книгу Golpe de efecto - Харлан Кобен - Страница 11

6

Оглавление

Un pretendiente obsesivo.

¿Podía ser tan sencillo? ¿Podía ser que un admirador chalado le hubiera disparado una bala a Valerie Simpson porque unas voces le dijeron que lo hiciera? Eso no explicaba la relación con Duane Richwood. Aunque quizá no hubiera tal relación. O tal vez la relación no tuviera nada que ver con el asesinato y, lo más importante de todo, no era asunto de Myron.

Myron entró por la Hobart Gap Road Street. Estaba a menos de dos kilómetros de su casa en Livingston, Nueva Jersey. El Cadillac pálido y techo amarillo canario por fin dejó de seguirlo al tomar el desvío de la JFK Parkway. Quienquiera que lo siguiera, debía haberse figurado que Myron se dirigía a su casa para pasar la noche y por eso ya no tenía sentido seguirlo más. Sin embargo, si el Cadillac volvía a aparecer tras él al día siguiente, Myron iba a tener que ocuparse del asunto y desenmascarar la verdadera identidad del señor del coche azul y amarillo.

Ahora mismo tenía que concentrarse en la pista del enamorado.

Si Roger Quincy era quien había matado a Valerie Simpson, ¿por qué se había inquietado tanto Pavel al mencionar a Alexander Cross? ¿O se trataba nada más que de lo que Pavel le había dicho y no quería traicionar confidencias? Porque, de hecho, ¿no tenía más sentido que Pavel prefiriera mantener la boca cerrada?

El senador Cross era un hombre inmensamente poderoso. Y empezar a contar historias de su hijo asesinado no era en absoluto recomendable, así que por ahí no podía haber nada. Aunque también podría tratarse de algo muy gordo. O de algo sin importancia.

Pensamientos profundos como aquellos eran lo que convertían a Myron en un gran detective.

Aparcó el coche en la entrada. El de la madre estaba en el garaje y el del padre no estaba a la vista. Abrió la puerta con la llave.

—¿Myron? —dijo una voz desde el interior de la casa.

Myron. Menudo nombre... Cualquiera creería que a aquellas alturas ya se habría acostumbrado pero, de vez en cuando, el horror volvía a apoderarse de él. Le habían puesto Myron de nombre de pila. Una decisión de último minuto, según sus padres. Algo que se le ocurrió a su madre en el hospital. ¿Pero ponerle a un niño Myron Bolitar? ¿Era justo? ¿Era ético?

Mientras fue un chaval, Myron intentó ponerse sobrenombres como Mike, Mickey y hasta Sweet J. por su famosa forma de tirar a la canasta. Sí, tal vez fue una suerte que no se le quedara el nombre de Sweet J, pero bueno.

Aviso a todos los padres que estén pensando nombres para sus hijos: id con cuidado con ese tema, es muy delicado.

—¿Myron? ¿Eres tú? —dijo su madre.

—Sí, mamá.

—Estoy en el estudio.

Su madre iba vestida con ropa de hacer ejercicio y miraba una cinta de gimnasia. Tenía una pierna levantada en la posición de la grulla como en Karate Kid. Una voz conocida decía por la televisión: «Y ahora un paso suave a la izquierda...».

El Tai Chi de David Carradine. Fabuloso.

—Hola, mamá.

—Llegas tarde —dijo ella.

—No sabía que hubiera toque de queda.

—Me dijiste que llegarías hacia las siete y son más de las nueve.

—¿Y?

—Pues que estaba preocupada. He visto en las noticias lo de esa chica a quien han asesinado en el Open. ¿Cómo iba a saber yo que no te habían matado?

Myron contuvo un suspiro.

—¿Dijeron en las noticias que me habían matado? ¿Algo sobre cadáveres sin identificar? ¿O sólo que habían disparado a una chica que se llama Valerie Simpson?

—Podrían haber mentido.

—¿Cómo dices?

—Pasa a menudo. La policía suele mentir a los periodistas hasta que lo notifican a los familiares más próximos.

—¿Pero no has estado en casa todo el día?

—¿Y qué? ¿Tú crees que la policía va a tener mi número de teléfono?

—Pero podrían... —Myron se detuvo a media frase. No tenía sentido seguir por ahí—. La próxima vez que se produzca un asesinato en un radio de un kilómetro a mi alrededor, te prometo que llamaré a casa.

—Muy bien.

Su madre apagó el televisor. Luego colocó una almohada en un rincón e hizo el pino sobre ella.

—Mamá...

—¿Qué?

—¿Qué haces?

—¿A ti qué te parece? Estoy haciendo el pino. Es un buen ejercicio. Ayuda a que la sangre fluya mejor. Me hace tener mejor aspecto. ¿Sabes quién solía hacer el pino todos los días?

Myron hizo un gesto negativo.

—David Ben Gurion.

—Y todo el mundo sabe lo guapo que era —dijo Myron.

—No te pases de listo con tu madre.

Su madre era una gran paradoja viviente. Por un lado había sido abogada durante veinte años. En su familia, pertenecía a la primera generación nacida en Estados Unidos. Sus padres salieron de Minsk o de algún sitio así, donde llevaban una vida que, por lo que Myron sabía, era como las de El violinista en el tejado.

En los sesenta se había convertido en una radical, en una genuina quemadora de sostenes, y había experimentado con diversas drogas psicotrópicas (de ahí lo de ponerle Myron a su hijo). No cocinaba. Nunca. No tenía ni idea de dónde estaba guardada la aspiradora. No sabía qué aspecto tenía una plancha y nunca le había preocupado tenerla. En los juzgados, sus repreguntas eran legendarias. Comía testigos de cargo para desayunar. Era muy inteligente, terriblemente perspicaz y muy moderna.

Sin embargo, todo aquello desapareció al tener un hijo. Se desinfló por completo. Se convirtió en su madre. Y en la madre de su madre. Peor. Fue como si Murphy Brown, de la serie Murphy Brown, se hubiera convertido de repente en la abuela Tzietl de El violinista en el tejado.

—Tu padre ha ido a buscar un poco de comida china. Habrá de sobra para ti.

—No tengo hambre, gracias.

—Costillas, Myron. Pollo con sésamo. —Su madre hizo una pausa significativa y luego siguió—: Gambas con salsa de langosta.

—De verdad, no tengo hambre.

—Gambas con salsa de langosta...

—Mamá...

—Son de El Dragón de Fong.

—No, gracias.

—¿Cómo? Pero si a ti te encantan las gambas con salsa de langosta. Si te gustan muchísimo.

—Bueno, venga, comeré unas cuantas.

Ella seguía haciendo el pino, y se puso a silbar como si tal cosa.

—Y... —empezó a decir tratando de sonar lo menos cotilla posible—, ¿cómo está Jessica?

—No te metas, mamá.

—Pero si yo no me meto. Sólo he hecho una pregunta.

—Y yo te he dado una respuesta. No te metas.

—Muy bien. Pero luego no me vengas llorando si algo sale mal.

Como si eso fuera a ocurrir.

—¿Pero por qué lleva tanto tiempo fuera? ¿Qué está haciendo allí?

—Gracias por no meterte en los asuntos de los demás.

—Es que me preocupo —dijo su madre—. Espero que no haya pensado hacer nada malo.

—Que no te metas...

—¿Eso es lo único que sabes decir? ¿No te metas? ¿Qué eres, un loro? Pero ¿dónde se ha ido esa chica?

Myron fue a abrir la boca pero, con gran esfuerzo, la mantuvo cerrada y se fue al sótano hecho una furia. Allí era donde él vivía. Tenía casi treinta y dos años y seguía viviendo en casa de sus padres. Durante los últimos meses no iba mucho por allí. La mayoría de las noches las pasaba en casa de Jessica, en la ciudad. Llegaron incluso a hablar de irse a vivir juntos, pero decidieron tomar las cosas con calma. Con mucha calma. Y eso era más fácil de decir que de hacer. El corazón no sabe ir con calma. Por lo menos el de Myron, no. Y como siempre, su madre le había tocado la fibra. Jessica estaba en Europa en aquel momento, pero Myron no tenía ni idea de dónde. Llevaba dos semanas sin saber nada de ella. La echaba de menos. Y ya empezaba a hacerse preguntas.

De repente sonó el timbre.

—Tu padre —oyó decir a su madre—. Probablemente se ha vuelto a olvidar la llave. Si es que este hombre se está poniendo senil...

Segundos más tarde oyó a alguien abrir la puerta del sótano. Vio aparecer los pies de su madre y luego el resto del cuerpo. Le hizo señas de que se acercara a ella.

—¿Qué?

—Ha venido una chica que dice que quiere hablar contigo —dijo. Y luego añadió en voz baja—: Es negra.

—¡Dios mío! —dijo Myron poniéndose la mano sobre el pecho—. Espero que los vecinos no llamen a la policía.

—No quería decir eso, listillo, y lo sabes muy bien. Hay una familia negra en el barrio ahora. Los Wilson. Son gente muy amable. Viven en Coventry Drive. En la antigua casa de los Detchman.

—Ya lo sé, mamá.

—La estaba describiendo. Lo mismo podría haber dicho que era rubia o que tenía una sonrisa muy bonita. O un labio leporino.

—Ya.

—O que era coja. O alta. O baja. O gorda. O...

—Creo que ya te he entendido, mamá. ¿Le has preguntado quién era?

—No, no he querido parecer indiscreta.

Perfecto.

Myron subió las escaleras. Era Wanda, la novia de Duane. Por alguna razón, a Myron no le sorprendió su visita. Wanda sonrió muy nerviosa y le dirigió un rápido saludo con la mano.

—Siento molestarte en tu casa —dijo.

—No hay ningún problema. Pasa, por favor.

Fueron al sótano. Myron lo había dividido en dos habitaciones. La sala de estar, muy pequeña, que no usaba casi nunca, estaba limpia y presentable. La otra habitación, en cambio, donde él vivía, parecía la casa de cualquier universitario después de haber celebrado una juerga.

Wanda miraba de un lado para otro sin parar, como cuando Dimonte había estado en su apartamento.

—¿Vives aquí abajo?

—Desde que cumplí los dieciséis.

—Creo que es encantador. Que vivas con tus padres, quiero decir.

—Si tú supieras —se oyó decir a una voz en el piso de arriba.

—Cierra la puerta, mamá.

¡Blam!

—Por favor —dijo Myron—. Siéntate.

Wanda dudó un momento pero acabó sentándose en una silla. No paraba de estrujarse las manos de puro nervio.

—Me siento un poco estúpida —dijo.

Myron le respondió con una sonrisa comprensiva y alentadora, su sonrisa Phil Donahue, el famoso presentador de talk-shows.

—Le caes bien a Duane. Le caes muy bien —dijo Wanda.

—El sentimiento es mutuo.

—Los demás agentes no paran de llamar a Duane día y noche. Todas las grandes agencias. No dejan de repetirle que eres de muy poca monta para representar a Duane. Siempre le dicen que ellos pueden ayudarle a ganar mucho más dinero.

—A lo mejor tienen razón —dijo Myron.

—Duane no piensa lo mismo —dijo Wanda haciendo un gesto negativo con la cabeza—. Y yo tampoco.

—Me alegra que no penséis lo mismo.

—¿Sabes por qué no ha querido Duane entrevistarse con todos esos agentes?

—¿Porque no le gustaría verme llorar?

Wanda sonrió. Mr. Graciosillo atacaba de nuevo. Myron era todo modestia.

—No —dijo Wanda—, Duane confía en ti.

—Me alegro.

—Tú no te ocupas de él sólo por dinero.

—Te agradezco que pienses así, Wanda, pero Duane me está haciendo ganar un montón de dinero, eso no te lo puedo negar.

—Lo sé —comentó—. No quiero parecer ingenua, pero él te interesa. Te importa más que el dinero. Te preocupas por Duane Richwood como ser humano que es. Te preocupas por él.

Myron no dijo nada.

—A Duane no lo respalda demasiada gente —continuó Wanda—. No tiene familia. Ha vivido en la calle desde que tenía quince años, sobreviviendo como podía. Y no fue un angelito durante todo ese tiempo. Hizo algunas cosas que ahora le gustaría olvidar, pero nunca le hizo daño a nadie ni nada que fuera grave. En toda su vida no tuvo en quien confiar y se cuidó de sí mismo.

Silencio.

—¿Sabe Duane que has venido a verme? —dijo Myron.

—No.

—¿Dónde está?

—No lo sé. Se ha ido sin decir a dónde. Es algo que hace a veces.

Silencio de nuevo.

—Pero bueno, como iba diciendo, Duane no tiene a nadie más. Confía en ti. Y también confía en Win, pero porque es tu mejor amigo.

—Wanda, todo lo que me estás diciendo es muy amable de tu parte, pero no todo lo hago por altruismo. Consigo bastante dinero por lo que hago.

—Pero te preocupas por tus clientes.

—Henry Hobson también.

—Puede. Pero su carrera está unida al éxito de Duane. Duane es su pasaporte para volver a estar entre los grandes.

—Hay mucha gente que podría decir lo mismo de mí —repuso Myron—. Salvo por lo de «volver», porque yo nunca he estado entre los grandes. Duane es el único jugador estrella del tenis que tengo. De hecho, Duane es el único jugador que tengo que esté en el US Open.

—Tal vez tengas razón —contestó Wanda después de pensar un momento—, pero cuando las cosas se han puesto feas, cuando hoy se ha visto en problemas, Duane ha acudido a ti. Y cuando esta noche se han puesto las cosas feas para mí, yo también he acudido a ti. Eso es lo que importa.

De repente se abrió la puerta del sótano.

—Niños, ¿queréis algo de beber?

—Sí, ¿por casualidad no tendrías un poco de Tang, mamá?

Wanda se echó a reír.

—Oye, listillo, a lo mejor tu invitada tiene hambre.

—No, gracias, señora Bolitar —dijo Wanda.

—¿Estás segura, nena? ¿Un poco de café? ¿Coca-Cola?

—No, nada, de verdad, gracias.

—¿Y una pasta de hojaldre? Acabo de comprar unas recién salidas del horno en una tienda de productos suecos. Es la pasta favorita de Myron.

—Mamá...

—De acuerdo, no hace falta que me lo repitas.

Genial. Su madre era una auténtica profesional para captar indirectas. La puerta del sótano se cerró de nuevo.

—Es un encanto —dijo Wanda.

—Uy, sí, adorable. Oye, ¿por qué no me dices por qué has venido? —dijo Myron inclinándose hacia delante.

—Estoy preocupada por Duane —respondió Wanda volviéndose a retorcer las manos.

—Si es por la visita de Dimonte, no le hagas caso. Ser tan capullo forma parte de su trabajo.

—No se trata de eso —dijo Wanda—. Duane no le haría daño a nadie. Estoy segura. Pero le pasa algo. Está muy tenso todo el rato. Da vueltas arriba y abajo por el apartamento. Se pone histérico por cualquier cosa.

—En este momento está muy presionado. Estará demasiado nervioso.

Wanda hizo un gesto negativo con la cabeza.

—Duane aguanta la presión de maravilla. Le encanta competir, ya lo sabes. Pero estos últimos dos días está muy cambiado. Hay algo que le preocupa mucho.

—¿Se te ocurre qué podría ser?

—No.

—Déjame que te haga una pregunta tonta —dijo Myron inclinando el cuerpo hacia delante—. ¿Recibió Duane alguna llamada de Valerie Simpson?

—No lo sé —contestó Wanda después de pensarlo un momento.

—¿La conocía?

—Tampoco lo sé. Pero conozco a Duane. Llevamos tres años juntos, desde que teníamos dieciocho. Cuando le conocí todavía vivía en la calle. Mi padre se puso hecho una furia cuando se enteró. Es quiropráctico. Se gana bien la vida y siempre se ha esforzado mucho por mantenerme apartada de toda mala influencia. Y en eso voy yo y empiezo a salir con un chico de la calle, con un pillo.

Wanda rió al recordarlo. Myron esperó a que siguiera hablando.

—Todo el mundo pensaba que lo nuestro no iba a durar —continuó—. Dejé la universidad y me puse a trabajar para que él pudiera dedicarse al tenis. Y ahora es él quien me paga los estudios en la Universidad de Nueva York. Nos queremos. Ya nos queríamos mucho antes de que empezara todo esto del tenis, y nos seguiremos queriendo después de que tenga que dejar la raqueta para siempre. Pero ésta es la primera vez que noto que me oculta algo.

—¿Y crees que Valerie Simpson tiene alguna relación con el asunto?

—Supongo que sí —dijo tras dudar un instante.

—¿En qué sentido?

—No tengo ni idea.

—¿Qué quieres que haga?

Wanda se levantó y empezó a caminar por la salita.

—Escuché hablar a esos policías. Dijeron que Win y tú habíais tenido algo que ver con el gobierno, dentro del FBI, después de que te recuperaras de la lesión de la rodilla. ¿Es verdad?

—Sí.

—Pensé que tal vez tú podrías, no sé, investigar un poco.

—¿Quieres que investigue a Duane?

—Está ocultando algo, Myron. Tiene que revelarlo.

—A lo mejor no te gusta lo que descubra —dijo Myron recordando las palabras de Win.

—Me da más miedo seguir como ahora. ¿Lo ayudarás? —dijo Wanda mirándole a los ojos.

Myron asintió con la cabeza y contestó:

—Haré lo que pueda.

Golpe de efecto

Подняться наверх