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ОглавлениеAntonio Abad
(251-356)
Dijo Antonio:
“Señor, quiero salvar mi alma, pero los pensamientos no me dejan. ¿Qué hacer en mi aflicción? ¿Cómo me salvaré?”
Semblanza personal:
A Antonio Abad, o Antonio el Grande, se le reconoce como fundador del movimiento eremítico que estaba conformado por personas que, como él, cultivaban su espiritualidad en el desierto. Lo habían decidido así porque querían vivir su fe lejos del agitado mundo de las ciudades de la antigüedad y, sobre todo, distanciados de los centros de poder eclesial. Ante el avance inusitado del cristianismo institucional, aliado al poder imperial y apegado a sus propios intereses, Antonio y un gran número de cristianos y cristianas, decidieron huir. Él fue el primero. Su huida no era evasiva; era una forma consciente de resistencia espiritual y de protesta valiente ante la avalancha de éxitos que ya pregonaba el cristianismo de Roma.
El movimiento iniciado por Antonio se amplió después, más allá de los desiertos, a las montañas de Siria y a los centros de Italia, entre otros lugares. Eremita significó, entonces, no solo quienes vivían en esos lugares particulares, sino, más bien, quienes habían decidido vivir alejados y buscar de esa manera su fe. Antonio optó por una fe sencilla y, de alguna manera, una vida cristiana discreta. Para él fue más importante salvarse a sí mismo (de las tentaciones del poder, la ambición y el desenfreno), antes de esforzarse por salvar a los demás.
Para él, la primera batalla que había que ganar era contra sí mismo. Esto era a lo que llamaba salvación: liberarse de los pensamientos que se oponían a la voluntad del Señor, de sus caprichos egoístas, en resumen, de los demonios de su propio corazón. Por eso se preguntaba “¿Cómo me salvaré?” Antonio encontró esa salvación en el desierto, donde vivió por quince años. Después, empezó una labor pastoral con decenas de discípulos que iban hasta el desierto para buscar orientación y consejo. Así vivió hasta su muerte, cerca del Mar Rojo, con más de cien años de edad, según se cree.
Atanasio (296-373), obispo de Alejandría, escribió Vida de Antonio1, una biografía considerada el documento más importante del movimiento monástico de aquellos siglos. A esta obra se debe acudir para conocer la vida del hombre de “sabiduría divina, lleno de gracia y cortesía”, según lo describió Atanasio.
De su cofre de joyas espirituales:
“Un día el santo padre Antonio, mientras estaba sentado en el desierto, fue presa del desaliento y de densa tiniebla de pensamientos. Y decía a Dios: «Oh, Señor, yo quiero salvarme, pero los pensamientos me lo impiden. ¿Qué puedo hacer en la aflicción?» Entonces, asomándome un poco, ve Antonio a otro como él, que está sentado y trabaja, después interrumpe el trabajo, se pone en pie y después se sienta de nuevo y se pone a trenzar cuerdas, y después se levanta de nuevo y ora. Era un ángel del Señor, enviado para corregir a Antonio y darle fuerza. Y oyó al ángel que decía: «Haz así y serás salvo». Al oír aquellas palabras, cobró gran alegría y aliento: así hizo y se salvó”2.
Enseña la Biblia:
“Riqueza efímera mengua; quien reúne poco a poco prospera. Esperanza aplazada oprime el corazón, deseo realizado es árbol de vida. Quien desprecia un precepto se pierde, el que respeta un mandato queda a salvo. La enseñanza del sabio es fuente de vida, sirve para huir de los lazos de la muerte”.
(Proverbios 13:11-14)3
Nos preguntamos hoy:
Ante el acrecentado individualismo consumista y una cultura orientada hacia la satisfacción personal. Preguntémonos: ¿de qué (o de quiénes) debemos huir para cultivar una vida más plena, equilibrada y en paz con Dios, con nosotros mismos y con el prójimo?