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Introducción

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Imagínese que usted recién se acaba de graduar del seminario y que acaba de comenzar su primer ministerio pastoral. La iglesia a la que fue llamado a servir se encontraba entre las más grandes y con el crecimiento más rápido de la región. Había alcanzado una membresía de casi novecientas personas, con cuatro grandes servicios de adoración y un vital programa de escuela dominical. Se conocía por tener ministerios creativos y eficaces, un innovador programa de jóvenes, un colegio cristiano diurno que estaba creciendo muy bien y un compromiso importante con las misiones internacionales.

Ahora, veinticinco años más tarde, el promedio de asistencia los domingos en la mañana es inferior a ochenta. La escuela dominical ha caído a menos de veinte adultos sin ningún niño. La edad promedio de los miembros es de aproximadamente sesenta y nueve. A los treinta y tres, usted es el miembro más joven de la congregación, a excepción de su esposa e hijos. Los servicios de los domingos por la noche han sido cancelados y se considera una gran victoria si vienen cinco personas al servicio de oración a mediados de semana. El vandalismo es pan de todos los días en los terrenos de la iglesia y cantidades mínimas de dinero están yendo ahora para las misiones y para las obras de benevolencia. El prekinder ha sustentado a la iglesia con su excedente cada vez más escaso, sin embargo, ni siquiera ni una de las familias ni miembros del docente académico asiste a la iglesia.

En su primera semana en la iglesia, usted recibe una llamada telefónica de un representante de la denominación y le dice: “Yo formo parte del comité de crecimiento de la iglesia y a nosotros nos gustaría que considerara una sugerencia nuestra. Ahora yo sé que usted es nuevo acá y sé que este es su primer pastorado en nuestra denominación, pero nos gustaría que considerara la posibilidad de que hable con sus líderes para vender el edificio y la propiedad de la iglesia, que tome los dineros recaudados de la venta y que plante una iglesia en algún otro lugar.”

-“¿Perdón?”, dice usted.

-“Nos gustaría que cerrara. Hemos querido que esta iglesia cierre por más o menos diez años, y ahora que usted está aquí, ¿consideraría la posibilidad de guiarlos a que cierren?” Él le hace recordar que tres pastores anteriormente habían sido expulsados y que otros se habían ido en completa frustración. De hecho, la iglesia ha desmoralizado a la mayoría de sus pastores anteriores.

También durante su primera semana, usted recibe otra llamada telefónica, esta vez de uno de esos previos pastores frustrados.

-“Estamos tan contentos de tenerlo en nuestra denominación,” dice él, “pero debo decirle que he estado preocupado desde que supe que venía a esta iglesia en particular. Yo fui pastor ahí y preferiría verlo servir en cualquier otro lugar.”

-“¿Por qué?”, pregunta usted.

-“Bueno, yo creo que esa iglesia tiene la marca de Satanás sobre ella.”

¡Esas no son exactamente las palabras más alentadoras que quisiera oír durante sus primeras semanas!

El comité financiero le informa que puede que sea difícil que cumplan con la cifra que le prometieron para pagarle su sueldo porque la iglesia no ha logrado cumplir con su presupuesto en años.

La tienda de artículos para oficinas ha marcado su cuenta, y de todas las iglesias de la zona, la suya es la única a la que no se le permite acceder a crédito; solamente se le permite pagar en efectivo.

Usted comienza un servicio de domingo por la noche. La primera noche, la asistencia es de once personas, siendo esa la parte más alentadora de todas. La parte desalentadora es que cinco de ellas pertenecen a su familia inmediata. Otro de los que asiste es un anciano de la iglesia, quien le pide que vayan a comer después del servicio, pero usted le dice que debe regresar a casa después del servicio porque debe hacer algunas cosas, ya que un hombre va a ir a reparar su refrigerador al día siguiente.

-“Mire, ¿por qué no salimos esta noche de todas maneras?”, le dice a la entrada de la iglesia, cuando usted está a punto de comenzar el servicio. “No se preocupe del “@#$% refrigerador.”

En su primera reunión con el directorio, se le informa que hay dos ancianos que han estado haciendo turnos y que van a tener que ser reemplazados.

-“Yo creo que tal persona debiera ser anciano”, dice uno de los hombres. “Yo lo nomino.”

-“¿Es miembro de esta iglesia todavía?”, pregunta otro.

–“No lo sé”, contesta él.

-“¿Viene los domingos?”

-“No, no lo he visto, pero si lo nombramos para el cargo de anciano, quizás venga.”

A medida que usted va conociendo mejor a los ancianos, se da cuenta de que algunos probablemente no conocen al Señor. Y dentro del primer mes, usted pierde a dos hombres de Dios, uno se cambia de casa y el otro muere de leucemia.

Esta no fue la imagen que nos presentaron en el seminario y usted está a punto de renunciar antes de siquiera comenzar.

Lo que le acabo de pedir que imaginara no es un escenario hipotético. Es la verdadera historia de mi primer ministerio pastoral en la iglesia Pinelands Presbyterian Church de Miami. Tiempo atrás, ese cuerpo había sido encendido por miembros entusiastas, ministerios eficaces y conversiones frecuentes. Pero para cuando me llamaron ahí, solamente quedaban las brasas. Yo quería desesperadamente que Dios encendiera esas brasas para convertirlas en llamas otra vez, lo que me hizo investigar Su palabra para encontrar los principios bíblicos relacionados con la revitalización de las iglesias. Por la gracia de Dios, pusimos esos principios en práctica, si bien con muchos errores. Y por la gracia de Dios, la iglesia volvió a la vida.

Dentro de un período de tres años crecimos a una asistencia promedio de más de cuatrocientas personas. Más de la mitad de los que se habían incorporado fueron conversiones o nuevas dedicaciones a Cristo. Pero casi tan gratificante como el crecimiento por conversión fue el hecho de que solamente una familia de la congregación original se había perdido y se había ido a otra iglesia en el proceso de la revitalización. En vez de sentirse privados de privilegios o desguarnecidos, los miembros antiguos pasaron a ser parte fundamental de la “nueva obra” del Señor en Pinelands, regocijándose en lo que el Señor estaba haciendo y mostrando un genuino interés en el ministerio de la iglesia y en la nueva visión para la comunidad a la que servíamos.

Desde entonces, he tenido el privilegio de guiar a otra iglesia por el proceso de la revitalización. La iglesia Christ Covenant Church en Charlotte, Carolina del Norte, creció de treinta y ocho miembros a más de tres mil en el transcurso de diecisiete años. El Señor también permitió que la iglesia impactara grandemente a su comunidad, mientras se convertía en “la sal y la luz” de distintas maneras alrededor de la zona de Charlotte. Lanzamos una cantidad de nuevas congregaciones en la región y también tuvimos el privilegio de apoyar y participar en muchos ministerios misioneros a través del mundo, enviando a muchos de nuestros miembros al campo misionero.

Por supuesto, no toda iglesia exitosa va a crecer tanto como Christ Covenant Church, pero toda iglesia exitosa ciertamente va a experimentar el poder del Espíritu Santo en ella y a través de ella en muchas maneras visibles. Estoy convencido de que este tipo de revitalización, cuando verdaderamente es de Dios, sucede sólo cuando los líderes de las iglesias aplican sabiamente los principios bíblicos relacionados con la salud de una iglesia. En este libro usted aprenderá esos principios, y gran cantidad de la sabiduría, que nuestro Señor usa para llevar a cualquiera iglesia ¡desde las brasas a las llamas!

De las brasas a las llamas

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