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Prólogo

Joan B. Llinares

Deseo comenzar estas líneas introductorias solicitando la amable indulgencia de toda persona que emprenda su lectura, pues quisiera contar una anécdota de mi biografía personal que está en el trasfondo, como él me lo ha confirmado, de la generosa invitación que el autor de este libro, el profesor Hasan López, me ha hecho para que las redactara. Más que de una anécdota, se trata de una etapa ya lejana de mi vida académica como docente e investigador. Por ello, reconstruir el contexto que la hace comprensible requiere hoy día de cierta imaginación, puesto que para representárnosla con cierta visibilidad y poder entenderla, hemos de retrotraernos unas cuantas décadas en el tiempo y situarnos en los años finales de la década de los setenta y primeros de la de los ochenta del siglo pasado, hace ya unos cuarenta años. Por entonces tenía yo la responsabilidad de impartir a tres grandes grupos de primer curso la docencia de la asignatura troncal de Antropología en la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Valencia. Los alumnos y alumnas podían ser de los que estaban matriculados en lo que llamábamos Filosofía pura, pero también podían pertenecer a las secciones y especialidades de Pedagogía y de Psicología, opciones estas que compartían la gran mayoría de ellos. Según los planes de estudios de aquel momento, en ese primer año de estudios universitarios el alumnado todavía no había tenido asignaturas de Historia de la Filosofía, en todo caso empezaban por entonces a cursarlas y lo bien cierto es que aún estaban lejos de haber asistido a clases de Historia de la Filosofía Moderna y Contemporánea. Esas dos características de los discentes, por una parte, su pluralidad de intereses y objetivos no directa ni estrictamente filosóficos y, por otra, su carencia de preparación en obras de filosofía contemporánea, hicieron que, en mi docencia de esa asignatura, me fuera alejando del programa que yo mismo había tenido al estudiarla, marcado por la presencia de la Antropología Filosófica alemana de la primera mitad del siglo XX, algunas referencias a la Antropología Biológica de ese tiempo, y la práctica ausencia de otras materias antropológicas, desde la Etología hasta la Antropología Social y Cultural, que por entonces tanto nos interesaban.

En la comparación de los programas universitarios de momentos diferentes de la vida académica española se detecta con claridad la incidencia del paso del tiempo, sobre todo si esos programas se refieren a ciencias humanas y sociales, pues se elaboraron en un país que pasó de la dictadura a la democracia, como yo mismo tuve que vivenciar en carne propia, desde mis años de estudiante antes de 1975 a aquellos en los que ya pude trabajar como profesor encargado de curso, cerca ya de 1980. He de añadir que mis compañeros de Departamento me concedieron plena libertad a la hora de elegir las materias a explicar. Para mí, la Antropología Filosófica no podía ejercerse sin estar en diálogo con los estudios de Antropología Social y Cultural, como así lo detectaba en los filósofos franceses, alemanes y británicos de la segunda mitad del siglo XX y, sobre todo, como así se manifestaba en la vida y la obra de uno de los máximos intelectuales del momento, Claude Lévi-Strauss. En efecto, pensamos que esto se le hará evidente a todo aquel que haya leído esa bella, profunda y fascinante autobiografía intelectual, filosófica y etnográfica a la vez, que es su libro Tristes trópicos. Con esta concepción abierta e interdisciplinar de la Antropología en la mente, traté de encontrar materiales adecuados que pudiesen servir en el día a día de las clases para iniciar a los alumnos en su estudio. He de confesar que fue en parte por mis propias necesidades de formación y de conocimientos, y partiendo de ellas mismas, en un proceso que tenía muchos rasgos de autodidactismo, como comprendí que una especie de introducción histórica a esta disciplina bien podía ser el mejor camino para resolver de forma adecuada los problemas que me planteaba la docencia que me había estado encomendada.

Preparé entonces poco a poco, aprovechando el trabajo que habían realizado en este mismo sentido otros autores, como Ángel Palerm en México, la confección de un conjunto de textos de bibliografía internacional que permitieran a mis alumnos la lectura de valiosos testimonios escritos de los diferentes encuentros de los occidentales con seres humanos de otras lenguas y culturas, de otros modos de vida y de pensamiento, de otros hábitos vitales y otras religiones, a lo largo de la historia. Esta exigente tarea fue creciendo en varias dimensiones a la vez, desde la obtención de ediciones críticas de textos originales y de buenas traducciones, incluso teniendo que hacerlas nosotros mismos o solicitarlas a personas competentes, hasta la recolección de fichas bibliográficas de selectos comentarios críticos sobre aquellos testimonios, pasando por la necesaria ampliación de autores y épocas a reseñar, atendiendo a la consecución de una panorámica complementaria y suficiente, que abarcase desde la Antigüedad griega hasta el presente. Este ambicioso programa pronto llegó a sobrepasar lo abordable en las clases teóricas de un curso académico, pero posibilitaba lecturas y trabajos diversos para las clases prácticas que motivaban el aprendizaje personalizado. Por otra parte, de mis cuadernos de notas y de entregas que se depositaban en la fotocopiadora se pudo pasar a la edición de tres volúmenes de materiales gracias a los amigos de Nau Llibres, que los publicaron, y a la colaboración de compañeros como Vicente Sanfélix y Nicolás Sánchez, que me ayudaron en algunos capítulos. Recuérdese que por entonces no sólo se preparaba la celebración de determinados Juegos Olímpicos, también la del denominado Quinto Centenario del descubrimiento, la conquista y la colonización de América, con la consiguiente edición o reedición de una notable cantidad de textos de viajeros, misioneros, teólogos, juristas, geógrafos, naturalistas, gobernadores e historiadores de los siglos XV a XVIII que estuvieron activos en aquel continente, un conjunto de obras hispanas de reconocida importancia para la Antropología. Pues bien, fue en este contexto concreto, aquí brevemente recordado, en el que surgió la conveniencia de dedicar un capítulo al norteamericano George Catlin, capítulo que luego apareció publicado en 1984 en el volumen III de nuestros Materiales para la historia de la Antropología. Es de justicia añadir que la traducción de las páginas que antologamos de la que seguramente sea la obra principal de este autor, Letters and notes on the manners, customs and conditions of the North American Indians, la llevó a cabo nuestro amigo Rafael García Doménech, quien por entonces acababa de regresar de unos años en Boston. Son estos fragmentos textuales, acompañados de algunos grabados suyos, los que dieron a conocer a nuestros alumnos la personalidad de aquel inquieto norteamericano, y seguramente fueron ellos los que le descubrieron su vida y su obra al joven Hasan López, que por entonces comenzaba a estudiar su licenciatura en Filosofía en nuestra Universidad y a interesarse vivamente por la Antropología.

Por fortuna, aquella semilla se ha convertido en un frondoso árbol que ya está dando sus frutos. En efecto, ese antiguo alumno ha proseguido y ampliado sus estudios, ha cultivado su vocación antropológica con constancia y esmero, y se ha especializado sobre todo en el estudio de las imágenes en los documentos etnográficos tanto de la historia de la Antropología como en testimonios y creaciones de la actualidad. Esta excelente preparación, que ya le ha proporcionado una magnífica tesis doctoral, un buen puñado de inteligentes artículos y la organización de varias exposiciones de gran calidad, le permite a Hasan López brindarnos ahora un valioso y original estudio de la obra pionera de George Catlin, un estudio que se convierte de hecho en una ponderada introducción crítica a su original legado de doble vertiente, literario y gráfico a la vez. He insistido en la cualificada preparación del profesor Hasan López porque este simpático y contradictorio aventurero norteamericano, apasionado por las tribus de indígenas de su gran nación de las que deseaba recopilar materiales que constituyeran un futuro museo antropológico, no sólo redactó cartas, dio conferencias y narró pormenorizadamente sus viajes de exploración y sus encuentros y estancias entre muchas tribus de aquellos indios, a los que sus compatriotas menospreciaban porque los consideraban salvajes por su desconocimiento de los usos y costumbres de la civilización occidental, sino que también se consagró con persistente tesón a pintar una y otra vez los cuerpos y los rostros de muchas individualidades notables de dichos indios, así como a dibujar sus entornos y paisajes, sus actividades al aire libre, sus rituales y danzas, sus cacerías y sus creaciones artísticas, consiguiendo así crear una impresionante colección gráfica de obligada referencia en la actualidad. De ahí, pues, que para hacerle justicia a tal legado no sólo se necesiten análisis textuales que indiquen en qué medida, con qué retórica y desde qué supuestos teóricos un escritor redacta un testimonio concreto sobre determinada alteridad sociocultural de manera que sus lectores creamos en la veracidad de lo que nos cuenta y en la calidad de sus explicaciones, también se requiere estar familiarizado con los problemas de las múltiples imágenes que dibujó y pintó, pues fue sobre todo con ellas y gracias a ellas como este controvertido pionero logró fama y se dio a conocer en América y en Europa a partir de mediados del siglo XIX. También es por ellas en particular por lo que su huella perdura entre nosotros y nos posibilita reconstruir con vivacidad los rostros de esa alteridad cultural que ya no podemos observar si nos desplazamos a las praderas norteamericanas porque forma parte del pasado y ya ha desaparecido de la faz de la tierra.

Para llevar a cabo este doble cometido, Hasan López sitúa la labor etnográfica autodidacta de Catlin en su tiempo, desvelando los implícitos supuestos teóricos desde los que se construyó su mirada sobre aquella alteridad sociocultural, una mirada aparentemente espontánea pero inevitablemente condicionada, y unas preconcepciones bastante obvias que dependían mucho de las corrientes románticas y primitivistas, tan típicas del XIX. La profunda obra teórica de Tvetan Todorov Nosotros y los otros sirve de óptimo soporte para encuadrar y discutir con buenos argumentos las ingenuidades y falacias de tal cosmovisión. Y para analizar la obra gráfica del pintor norteamericano con finura y rigor se lleva a cabo también un doble cometido: Hasan López compara los cuadros y dibujos de Catlin con los de otros artistas del momento que participaron en exploraciones similares, como es el caso del pintor suizo Karl Bodmer, quien acompañó al príncipe y naturalista Maximilian von Wied en su viaje por el interior de Norteamérica, y, por otra parte, los compara con acuarelas y grabados de quienes representaron a los indios americanos anteriormente, ya en el siglo XVI, como hizo Theodor De Bry. Estas atentas comparaciones permiten obtener una versión contrastada de la manera de objetivar plásticamente la alteridad sociocultural por parte de Catlin, de detectar las poses y puestas en escena que solía escoger, los colores predilectos con los que solía pintar los retratos de los jefes indios, el enfoque con el que construía su visión de los grupos humanos y con el que mostraba los paisajes de su entorno… A ello se añade una sabia correlación de lo que escribía y pintaba este pionero con lo que por fechas similares hacía en Francia el gran Eugène Delacroix a partir de su viaje a Marruecos y Argelia, descubriendo así evidentes paralelismos entre la pintura indigenista norteamericana y el orientalismo de los artistas europeos del XIX, ampliándolo además con lo que de los cuadros del primero decía Baudelaire, con la versión que ofrecen las novelas sobre los indios que publicaba por entonces Fenimore Cooper, o las reacciones que ante los espectáculos que organizó posteriormente Catlin por Europa manifestaron significativos escritores como George Sand y Charles Dickens.

Gracias a este ameno estudio, y a la nítida lucidez que nos aporta, podemos percatarnos de que en las historias de “indios y vaqueros”, en los “centauros del desierto”, en esos “pequeños grandes hombres” de aquel momento o en el “otoño cheyenne”, por aludir a relatos y películas de tales trágicos encuentros socioculturales, así como en los patéticos espectáculos de pobres disfrazados de nativos o de indios aquejados de enfermedades y del aburrimiento de tener que repetir sus danzas a la hora establecida ante un público curioso y engreído, esto es, en los zoos humanos que tanto abundaron en el siglo XIX en nuestras ciudades europeas, estamos de hecho ante situaciones de choque y de explotación cultural, y que los valiosos documentos que surgieron a lo largo del expolio del indio americano bien merecen que meditemos sobre ellos y sobre nosotros mismos, a la vez que los contemplamos reconociendo toda su belleza y toda su dignidad.

La pintura de frontera de George Catlin

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