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Capítulo Cuatro
ОглавлениеTres meses antes
–¿Tu apartamento está muy lejos de aquí? Empieza a hacer frío –Luke apretó el hombro de Louisa, que apoyó la cabeza en su brazo. Era tan sólido, tan fuerte, tan cálido.
–Deja de quejarte. Hace una noche preciosa.
–Tienes frío.
–No, en serio…
Luke se quitó la chaqueta de cuero para ponerla sobre sus hombros.
–Vamos a tomar un taxi, te llevo a casa.
La prenda conservaba el calor de su piel y el aroma de su colonia. Y cuando miró su perfil supo que no quería que la noche terminase. Nunca.
Una vez en el taxi, se inclinó para darle la dirección al taxista. Cuando terminó, Luke la tomó por la cintura para sentarla en sus rodillas.
–¿Qué te parece besarse en el asiento de un taxi?
Las pulseras de Louisa tintinearon mientras le echaba los brazos al cuello.
–Me parece muy bien, pero desgraciadamente llegaremos en cinco minutos.
–Una pena –susurró Luke, buscando sus labios.
Sabía a café y a pasión contenida. Louisa empezó a temblar mientras acariciaba su cuello…
–Será mejor que paremos –dijo él entonces, con voz ronca–. Cinco minutos no es suficiente.
En la oscuridad del taxi podía ver el brillo de sus ojos, las pupilas tan dilatadas que el gris había desaparecido.
Y el sólido bulto bajo su trasero hizo que sintiera un escalofrío.
–¿Por qué no subes a tomar un café? –sugirió.
La oferta sorprendió un poco a Louisa. A ella le gustaba tontear. Disfrutaba de las miraditas, las caricias y la anticipación, pero no solía llevar más lejos un tonteo. Por la sencilla razón de que el sexo siempre había sido una decepción para ella.
A los veintiséis años, nunca había tenido un orgasmo. Había dejado de besar ranas años antes porque, francamente, fingir un orgasmo era una pesadez. A pesar de todo, siempre había sabido que algún día oiría campanitas cuando encontrase al hombre de su vida.
Y esa noche, cuando conoció a Luke en casa de Mel, su corazón le había susurrado: ¿podría ser él?
Se habían llevado bien de inmediato, tan absortos el uno en el otro que habían ignorado a sus anfitriones y a los demás invitados a la cena. Luego, él se había ofrecido a acompañarla a casa y, mientras paseaban por Regent’s Park, con el sol empezando a ponerse, las flores perfumando el aire y el agradable calor de su brazos, todo le había parecido increíblemente romántico. No tenía el menor problema en admitir que por fin había conocido a su príncipe azul. Y el deseo que le provocaba era la guinda del pastel.
Luke frunció el ceño, deslizando una mano por su brazo.
–¿De verdad quieres que suba?
–¿No te apetece? –preguntó Louisa, sorprendida.
Él hizo una burlona mueca.
–Claro que sí, pero debo decirte… bueno, una vez que estemos en tu apartamento, no va a interesarme el café.
–Uf, menos mal –dijo ella, con el corazón acelerado–. Porque me parece que no tengo.
Luke soltó una carcajada.
–Me alegra que estemos de acuerdo –murmuró, mordiéndole suavemente el cuello mientras el taxi se detenía frente al edificio.
Pagó al taxista mientras ella salía del coche y luego tomó su mano para acercarse al portal. Louisa tuvo que rebuscar en el bolso para encontrar la llave, tan nerviosa que no era capaz de acertar con la cerradura.
–Déjame a mí –dijo él, abriendo la pesada puerta de roble.
Durante toda la noche había estado abriendo puertas para ella, apartando sillas, preguntándole si quería esto o aquello, pagando el taxi antes de que pudiese sacar el monedero. En la próxima cita se ofrecería a pagar la mitad de todo, por supuesto. Ella era una mujer moderna. Pero debía admitir que esa actitud tan anticuada y caballerosa la hacía sentir especial, preciosa y más excitada que nunca.
Luke le tomó la mano en cuanto entraron en el portal.
–¿Qué piso?
–El último –Louisa suspiró–. Tendremos que darnos prisa – añadió, soltándole la mano para correr escaleras arriba.
–Oye, espérame –riendo, Luke subió los escalones de dos en dos para llegar a su lado.
A pesar de ir al gimnasio dos veces por semana, Louisa estaba sin aliento cuando llegaron arriba, seguramente más por nervios que por agotamiento.
No encontraba la cerradura en la oscuridad, y cuando le apartó la melena a un lado para darle un mordisquito en el cuello, las llaves cayeron al suelo.
Riendo, Luke se inclinó para recuperarlas.
–Será mejor que abra… antes de que nos dejemos llevar aquí mismo.
La puerta se abrió por fin y Louisa dejó escapar un gemido cuando la tomó en brazos, su expresión decidida, sus alientos mezclándose. Le echó los brazos al cuello, intentando dejar de temblar. Si se excitaba un poco más lo estropearía todo.
Luke la dejó en el suelo para apoyarla contra la pared, la falda del vestido por la cintura, sus piernas desnudas rozando la tela de los vaqueros.
–Llevas toda la noche volviéndome loco –murmuró, su voz temblando de deseo–. Dime que tú sientes lo mismo.
–Sí –murmuró Louisa, apretándose contra su torso.
Cuando apartó a un lado el encaje de las braguitas para hundirse en su húmedo calor, de su garganta escapó un sollozo. Estaba temblando, incapaz de creer lo que sentía. Cuando Luke la acariciaba, le provocaba un río de lava ardiente entre las piernas.
Sorprendida por esa nueva sensación, se agarró a sus brazos, temblando.
–Por favor… –susurró, pensando que estaba a punto de saltar a un precipicio y romperse en mil pedazos.
–Déjate ir –la animó él–. Te gustará, lo prometo.
Cuanto volvió a rozar el capullo escondido entre los rizos, Louisa se apartó.
–No puedo.
Luke iba a pensar que estaba loca, pero no podía hacerlo. No podía saltar a lo desconocido, y contuvo el aliento, sintiéndose como una tonta.
Qué buen momento para descubrir que era frígida, cuando su príncipe azul estaba bajándole las bragas.
–Relájate –dijo él, haciendo perezosos círculos sobre los pliegues de su sexo, pero sin tocarla donde ella quería.
Podía ver unas arruguitas alrededor de sus ojos… ¿estaba riéndose? ¿Pensaba que era gracioso?
Qué horror. No se había sentido más expuesta en toda su vida.
–Tal vez deberíamos dejar el café para otro día –susurró, mientras intentaba apartarse.
Él le puso las manos en las caderas, atrapándola contra la pared.
–¿Qué ocurre?
–No estoy de humor para esto –respondió ella, sin mirarlo a los ojos.
Luke le levantó la barbilla con un dedo.
–Estabas muy cerca y, de repente, te has puesto tensa. ¿Qué ha pasado?
Louisa negó con la cabeza, temblando.
–No importa, déjalo –murmuró, desolada.
Pero cuando Luke le tomó la cara entre las manos y le acarició la mejilla, se le encogió el corazón.
–Pues claro que importa. Solo tienes que relajarte. Si estás nerviosa, es normal que no puedas llegar al orgasmo.
Lenta, muy lentamente, mientras sus dedos hacían magia, Louisa empezó a relajarse. Y cuando rozó sus pezones con el pulgar, se pusieron tensos ante la caricia.
–¿Lo ves? Puedes hacerlo –dijo él, satisfecho.
Volvió a besarla como si estuviera poseyéndola mientras le quitaba la chaqueta de los hombros para tirarla al suelo…
–Quiero verte –murmuró, dando un paso atrás.
Ella dejó que tirase del corpiño del vestido y le quitase el sujetador, alegrándose de estar a oscuras.
Debería sentirse avergonzada. Estaba prácticamente desnuda mientras él estaba vestido, pero al ver un brillo de admiración en los ojos grises, sintió una punzada de incontenible deseo.
Luke inclinó la cabeza para acariciar uno de sus pezones con la lengua, lamiéndolo y rozándolo con los dientes hasta que estuvo rígida de deseo. Por fin, cuando lo metió en su boca y tiró de él, Louisa dejó escapar un suspiro, el placer ahogándola. Y cuando volvió su atención hacia el otro pecho, sometiéndola a la misma tortura, un sollozos escapó de su garganta.
–Muy bien, vamos a lo que importa –susurró Luke, el aliento masculino acariciando sus pechos desnudos.
Tiró de sus braguitas hacia abajo y ella levantó los pies, temblando. Cuando levantó el vestido para apretar la palma de la mano contra su monte de Venus, Louisa enredó los dedos en su pelo, tirando de él para darle un beso ferviente, apasionado.
El deseo crecía hasta volverse insoportable. Sin pensar, movió las caderas, empujando hacia su mano hasta que por fin un largo dedo se introdujo en sus húmedos pliegues, buscando, tentando. Louisa dio un respingo cuando tocó el capullo escondido, la sensación eléctrica.
–No te asustes, esta vez vamos a ir despacio.
Siguió acariciándola hasta dejarla sin respiración. Pero en aquella ocasión no sintió que iba a caer a un precipicio; al contrario, estaba dispuesta a lanzarse de cabeza. Un sollozo escapó de su garganta mientras todo su cuerpo parecía desbaratarse en una gloriosa explosión pirotécnica.
–¿Lo ves? No ha sido tan difícil –bromeó Luke mientras le besaba el cuello.
Olía de maravilla, pensó Louisa con una enorme sonrisa en los labios. De modo que era eso…
Sentía como si acabase de conquistar el universo. Luke tomó su cara entre las manos para mirarla a los ojos.
–¿Qué tal si lo hacemos otra vez? En esta ocasión, juntos.
–Me parece muy bien.
Riendo, Luke le colocó un mechón de pelo detrás de la oreja.
–Te llevaría a la cama, pero me temo que no vamos a llegar a tiempo –murmuró, sacando la cartera del bolsillo para extraer un preservativo.
Louisa miró el impresionante bulto bajo sus vaqueros.
Fascinada, alargó una mano para pasar los dedos por la tela, pero Luke la sujetó.
–No, mejor no –le dijo con voz ronca–. No quiero decepcionarte.
A ella le gustaría decir que no habría ninguna decepción. ¿No sabía que estaba loca por él?
Pero entonces Luke bajó la cremallera de su pantalón para ponerse el preservativo y Louisa tragó saliva. ¿Había visto alguna vez algo tan magnífico?
–Enreda las piernas en mi cintura –murmuró Luke, apretándola contra la pared.
Ella hizo lo que le pedía, lanzando una exclamación cuando lo sintió dentro. Pero la ligera molestia fue olvidada por completo en unos segundos.
Luke empezó a moverse, al principio meciendo suavemente las caderas hasta que estuvo dentro del todo. Louisa jadeaba, sintiendo que perdía el control de nuevo. Pero no podía ser, era demasiado rápido. De nuevo, su inexperto cuerpo se rebelaba y cuando contrajo los músculos el dolor hizo su aparición.
–¿Qué ocurre?
–Lo siento, no puedo evitarlo.
–Me encanta, pero eres tan estrecha –Luke tragó saliva–. No quiero hacerte daño. Vamos a intentarlo así…
Mientras se movía, la acariciaba con un dedo hasta que sintió que se relajaba. Entonces sujetó sus caderas y empezó a empujar de nuevo, apretándose contra ella, entrando tan profundamente que Louisa estaba abrumada.
Se oyó sollozar de gozo mientras explotaba de nuevo, sus gemidos haciendo que Luke se dejase ir.
–Maldita sea –susurró, apoyando una mano en la pared, tan atónito como ella.
Louisa tuvo que agarrarse a sus hombros para no caer al suelo.
–Vaya, entonces esto es de lo que tanto habla todo el mundo.
–¿No lo sabías? –Luke sonrió mientras se subía la cremallera del pantalón.
Debería sentirse incómoda, cortada, pensó, pero la euforia que le corría por las venas lo hacía imposible. Luke le había dado algo que había temido no conocer nunca.
–Eres el primer hombre que pasa el test Meg Ryan –le dijo, echándole los brazos al cuello–. Debería darte una medalla.
–¿Qué es el test Meg Ryan? –preguntó él, riendo.
–¿Has visto Cuando Harry encontró a Sally? Es una película romántica muy divertida.
–Pues no, creo que no.
–Ella finge un orgasmo en un restaurante. El test Meg Ryan es cuando una mujer no tiene que… –Louisa hizo una pausa, poniéndose colorada–. Tú sabes que el ego masculino puede ser muy frágil y antes yo solía… en fin, ya sabes…
Empezaba a sentirse como una tonta. ¿Por qué había tenido que contárselo?
–Lo entiendo –dijo él, sin dejar de sonreír–. Y me alegra mucho que no hayas tenido que fingir un orgasmo conmigo.
El beso que depositó en sus labios era un susurro de ternura y afecto.
–Será mejor que tengas cuidado –le advirtió Louisa–. Estoy a punto de enamorarme de ti.
En cuanto dijo esas palabras supo que había cometido un error. Luke se puso tenso y el brillo de humor desapareció de sus ojos.
–¿Te importa si uso el cuarto de baño?
Ella parpadeó, sorprendida por el cambio de tono. Qué raro. Por un momento, parecía como si se sintiera culpable.
–No, claro que no. Está al final del pasillo. Voy a ver si me queda algo de café.
–Muy bien.
Louisa lo miró mientras se alejaba, su estatura y sus anchos hombros haciendo que el pasillo pareciese más estrecho.
Después de rebuscar en los armarios no encontró café y tuvo que conformarse con un té de hierbas. Luke entró en la cocina unos minutos después, tan guapo que Louisa tuvo que contener un romántico suspiro.
–Tenemos un problema.
Ella lo miró, sorprendida por su seria expresión.
–¿Qué problema?
–Se ha roto el preservativo.
–Ah, vaya.
–¿Tomas la píldora?
–No, no la tomo, pero no creo que vaya a pasar nada.
Decirle que no había tenido la regla en dos meses porque su ciclo menstrual era muy irregular no le parecía muy romántico, de modo que dijo:
–Estoy al final del ciclo, así que no puedo quedarme embarazada.
–Ah, muy bien –Luke se apoyó en la encimera y colocó un pie sobre el otro–. Pero si hubiese algún problema me gustaría que te pusieras en contacto conmigo.
–Sí, claro –Louisa no pudo contener un escalofrío de aprensión. ¿Por qué iba a tener que «ponerse en contacto» con él si estaban saliendo juntos?
–¿Sabes una cosa? Lo he pasado muy bien esta noche. Eres preciosa, inteligente, sexy y muy dulce.
Aquello sonaba a despedida y, de repente, Louisa tuvo una horrible premonición.
–No eres para nada lo que había esperado –siguió él–. Y, por eso, la confesión que debo hacerte es aún más difícil.
¿Confesión? Eso no le gustaba nada.
–¿A qué te refieres?
–Para empezar, no sabes quién soy, ¿verdad?
No sonaba como una pregunta, pero ella respondió de todas formas:
–Pues claro que lo sé. Eres Luke, el compañero de squash de Jack.
«Y mi príncipe azul» hubiese añadido, pero no parecía el momento. La declaración de amor tendría que esperar hasta que se conocieran un poco mejor.
–Ya me lo imaginaba –dijo él muy serio.
–No te entiendo, ¿qué es lo que imaginabas?
–Soy Luke Devereaux, el nuevo lord Berwick. Me sacaste en la lista de los solteros más cotizados del país.
–Tú eres… ah, ya veo.
Pero no lo veía. ¿Luke era lord Berwick?
Habían tenido que publicar una fotografía borrosa, hecha por un paparazzi, porque era un hombre muy reservado que no quería aparecer en los medios, pero podía ver el parecido. Aun así, no podía creerlo.
–Qué coincidencia tan extraña, ¿no?
Debería alegrarse, pensó. El hombre de sus sueños resultaba ser el soltero más cotizado de Gran Bretaña. Pero no se sentía alegre.
Sentía como si acabase de entrar desnuda en una habitación llena de gente. El hombre que estaba frente a ella no era un tipo normal sino un extraño. Y esa fría mirada no ayudaba nada a calmar su nerviosismo.
–No ha sido una coincidencia –dijo Luke.
–¿Ah, no? ¿Qué estás intentando decir?
–Acepté la invitación de Jack esta noche porque quería conocerte. No me gustó el artículo, me ha causado muchos problemas en las últimas semanas y… –Luke hizo una pausa– tenía intención de decírtelo.
Louisa se agarró al borde de la encimera.
–No entiendo. ¿Por qué no me lo has dicho antes?
Él se pasó una mano por el pelo.
–Cuando empezaste a flirtear conmigo pensé que sabías quién era, así que te seguí el juego. Y luego… en fin, luego todo se ha complicado.
¿Qué estaba diciendo, que aquella noche había sido una trampa, una broma?
–¿Por qué lo has hecho? ¿Querías reírte de mí?
Y si era así, lo había conseguido. Se había derretido entre sus brazos, le había dicho que estaba enamorándose de él… incluso le había hablado del test Meg Ryan. Se lo había dado todo mientras él la despreciaba.
Unas lágrimas de angustia asomaron a sus ojos, pero hizo un esfuerzo para contenerlas. No iba a darle esa satisfacción.
–No, no ha sido así –dijo Luke.
–¿Ah, no? ¿Y cómo ha sido entonces? Corrígeme si me equivoco, pero parece que tienes muy mala opinión de mí y de lo que hago. Estabas molesto por el artículo y, sin embargo, me has seducido.
–Había olvidado el artículo cuando llegamos aquí.
–¿Se supone que eso debe hacerme sentir mejor?
–No te pongas sarcástica. Tenía razones para estar molesto contigo. Al menos, podrías haber tenido la cortesía de avisarme de la publicación del artículo o preguntarme si quería aparecer en esa absurda lista.
No podía hablar en serio. ¿Estaba dando a entender que todo aquello era culpa suya?
–Eso no tiene nada que ver –replicó Louisa–. Deberías haberme dicho quién eras inmediatamente. Me has engañado, esa es la verdad. Me has seducido para vengarte por un artículo que no te gustó. Es patético.
–No, eso no es verdad. Además, habría que ver quién ha seducido a quién. No te he oído quejarte cuando te llevaba al orgasmo.
Eso la enfureció.
–Serás arrogante, idiota… –Louisa tomó una taza para tirársela a la cabeza, pero él hizo un quiebro y su taza de Mickey Mouse acabó haciéndose añicos contra el suelo.
–Cálmate…
–Vete de aquí ahora mismo –lo interrumpió ella. El momento de violencia había pasado, dejándola agotada y débil. ¿Cómo podía haber sido tan ingenua?
–Muy bien, me iré si eso es lo que quieres –Luke salió de la cocina y tomó su chaqueta del suelo antes de abrir la puerta.
Ella lo siguió por el pasillo, lanzando sobre él todo tipo de insultos, pero en cuanto la puerta se cerró tuvo que apoyarse en la pared. La misma pared en la que se había apoyado unos minutos antes, cuando Luke Devereaux la había hecho sentir el único orgasmo de su vida. Bueno, habían sido dos.
Con una lágrima rodándole por el rostro, se dejó caer al suelo, enterrando la cara en las rodillas en un vano intento de esconderse de su propia estupidez.
¿Cómo podía haber sido tan tonta?
¿Cómo podía haber hecho el amor con un hombre al que ni siquiera conocía? ¿Y por qué, sabiendo que Luke Devereaux era un fraude, sentía como si le estuvieran arrancando el corazón del pecho?