Читать книгу Falsa proposición - Acercamiento peligroso - Heidi Rice - Страница 9
Capítulo Cinco
ОглавлениеEl presente
–Serás insensible, insufrible, imbécil… –estaba diciendo Louisa, sus hombros rígidos de indignación.
Ya había derramado suficientes lágrimas por Luke Devereaux y no pensaba derramar ni una más.
–¿De verdad crees que un orgasmo compensa por cómo me trataste?
–Lo único que digo es que el sexo fue tan agradable para ti como para mí, así que deja de fingir que no fue así. Y no tuviste un orgasmo, si no recuerdo mal tuviste varios. Te traté bien…
–El sexo no tiene nada que ver con la mecánica, no sé si lo sabes. Si hubiera sabido quién eras y que querías castigarme por haber publicado ese artículo, no habría ocurrido nada entre tú y yo, así que deja de felicitarte a ti mismo. Me engañaste.
Luke soltó una risotada.
–El sexo no era precisamente un castigo… para ninguno de los dos. Las cosas se me escaparon de las manos, lo sé, pero tú disfrutaste tanto como yo, así que no veo por qué estás tan enfadada.
–Pues claro que no, porque tú no entiendes nada –Louisa se mordió los labios. No se le ocurría un adjetivo lo bastante hiriente.
–Si no te hubieras metido en mi vida…
–Yo no me he metido en tu vida para nada –lo interrumpió ella–. Esa lista es algo que publicamos cada año y yo no te conocía de nada. Si querías pedirme explicaciones, deberías haber ido a mi despacho, como haría cualquier persona normal. ¡Y no pienso aceptar una charla sobre ética periodística de alguien que no sabe nada sobre ella!
Luke exhaló un suspiro.
–Louisa…
–No había cotilleos en ese artículo –siguió ella–. La lista de los solteros más cotizados no es más que un tema divertido para nuestras lectoras, y a los hombres que aparecen en esa lista normalmente les gusta la atención. Si estás paranoico, es tu problema, no el mío.
–Pero me pusiste en esa lista sin mi consentimiento –insistió él.
–¡Porque no tenía que pedirte consentimiento! La prensa es libre, ¿o es que no lo sabes?
–Por tu culpa, tuve que soportar una estampida de chicas deseosas de casarse, un montón de paparazzi y reporteros del corazón en mi puerta. Si no crees que eso es irrumpir en la vida privada de alguien, te engañas a ti misma.
El frío y sereno Luke Devereaux no parecía tan frío y sereno en aquel momento.
–¿Esperas que nadie hable de ti? ¿Vas a decirle a la prensa qué puede publicar y qué no? ¿Quién crees que eres?
No tenía nada de lo que sentirse culpable. No era culpa suya que su nombre hubiese aparecido de repente en la esfera social cuando heredó una de las fincas más grandes del país. Y tampoco era culpa suya que fuese un hombre guapo, rico y soltero. Y, desde luego, no era culpa suya que tuviera fama de esquivo, evasivo y frío. Si no creía que eso fuera noticia, era él quien se engañaba a sí mismo.
Además, no habían publicado los rumores sobre su pasado ni se preguntaban cómo había terminado siendo el heredero de lord Berwick cuando no estaban emparentados siquiera. Blush no era una revista escandalosa. Louisa había trabajado antes para una y conocía bien la diferencia.
–Yo no soy responsable del comportamiento de los paparazzi y ese artículo no te daba derecho a engañarme sobre tu identidad ni a darme ninguna lección.
De repente, Luke pisó el freno en medio de la avenida, dio un volantazo y se detuvo a un lado. Luego se volvió, clavando en ella su helada mirada.
–Vamos a aclarar una cosa: lo que ocurrió entre nosotros fue algo imparable, una fuerza de la naturaleza. Habíamos estado tonteando toda la tarde… –la voz de Luke se volvió más ronca–. Lo que pasó no tuvo nada que ver con una venganza ni con darte ninguna lección. Tenía que pasar, así de sencillo. ¿De verdad crees que pensaba en ese artículo cuando estaba dentro de ti?
–No sé en qué estabas pensando, solo sé que me engañaste. Yo a ti, no –replicó Louisa–. Y no hace falta que te pongas grosero.
–No estaba poniéndome…
Luke se pasó una mano por el pelo, exasperado, y ella aparto la mirada.
Quería agarrarse a la convicción de que había sido una seducción calculada, una mentira, una venganza. La alternativa, que el artículo no hubiese tenido nada que ver, era demasiado peligrosa.
No quería sentirse atraída por aquel hombre. Y, desde luego, no quería reconocer la química que había entre ellos. Se quedaría sin defensas, a su merced de nuevo, y el sentido común le decía que no debía dejarse controlar por su cuerpo.
¿Qué sabía su cuerpo de la vida? ¡La había traicionado de la peor manera una vez y mira el resultado!
–No importa por qué hiciéramos el amor, lo importante es que fue un error que no vamos a repetir.
Luke volvió a arrancar sin decir nada y Louisa miró por la ventanilla, demasiado cansada y disgustada como para seguir discutiendo.
Se sentía agotada y desconcertada. No solo estaba atada a aquel hombre por el bebé que crecía en su interior sino por una pasión elemental y primitiva que aún tenía el poder de hacer que perdiese el control.
Y a él le daba igual. ¿Cómo no? No tenía nada que perder. Su corazón, si lo tenía, nunca había estado en juego.
* * *
Unos minutos después, Luke paró en una gasolinera para llenar el depósito.
–Voy a pagar, volveré en cinco minutos.
Louisa asintió con la cabeza, dejando escapar un suspiro cuando la puerta del coche se cerró. Lo vio acercarse a la oficina a grandes zancadas, los hombros tan anchos que…
Tenía que olvidarse de él, pensó, enfadada consigo misma. Pero ese aire tan dominante que exudaba la sacaba de quicio.
En los últimos cien kilómetros habían intercambiado menos de diez palabras. Al principio lo agradeció, pero a medida que pasaba el tiempo, el tenso silencio había empezado a tomar vida propia, ahogándola.
Cada vez que cambiaba de marcha y rozaba su pierna pensaba en esos largos y competentes dedos acariciándola hasta llevarla al orgasmo…
Cuando dejaron atrás el aeropuerto de Heathrow estaba tan nerviosa que cruzaba y descruzaba las piernas una y otra vez. Había intentado animarse con la radio, pero Marvin Gaye cantando Sexual Healing no era precisamente la mejor manera de calmarse. Cambió de emisora inmediatamente, pero el daño ya estaba hecho.
Luke la miró, esbozando una irónica sonrisa.
–No es mala idea –murmuró, haciendo que el pulso de Louisa empezase a latir con fuerza.
Y, para rematar el desastre, en los últimos meses su vejiga se había encogido hasta alcanzar el tamaño de una nuez. Por el momento, habían parado tres veces para ir al baño y Luke se había mostrado amable. Tenía que darle un punto por no mencionar que esa era otra señal de embarazo que le había pasado desapercibida, pero se sentía menos conciliadora a medida que se alejaban de casa.
Tenía problemas más importantes que un deseo sexual incontenible.
¿Que iba a hacer con su trabajo, por ejemplo?
¿Cómo iba a darle la noticia a su familia? A su padre, un hombre muy tradicional, no le haría gracia que su primer nieto naciese fuera del matrimonio.
Después de tantos años intentando convencer a Alfredo di Marco de que era capaz de tomar sus propias decisiones, le deprimía pensar que iba a tener que librar esa batalla de nuevo. Y luego estaba su apartamento, que era demasiado pequeño para un niño…
Pero no parecía capaz de concentrarse en ninguno de esos temas, por importantes que fueran, y era culpa de Luke Devereaux.
Si no le hubiera hecho recordar esa noche, no se sentiría tan incómoda. Y tenía la sospecha de que él lo sabía. ¿Por qué la llevaba a su casa de campo? Ese viaje podría acabar en desastre.
Pero no había logrado reunir valor para decirle que había cambiado de opinión y quería que la dejase en cualquier estación de tren.
Sencillamente, no tenía energía. Cuanto más se alejaban de Londres, más difícil le resultaba decir nada y su propia debilidad la enfadaba.
Aquel hombre merecía que le bajasen los humos. Aunque no hubiera sido su intención engañarla esa noche, eso no excusaba su comportamiento. Era el ser más arrogante que había conocido en toda su vida y no le gustaba nada que la tratase como si no supiera cuidar de sí misma.
Había tenido que soportar a su padre y sabía que había que plantarle cara a los hombres así. Entonces, ¿por qué no protestaba?
Aunque el sol había empezado a esconderse en el horizonte seguía haciendo calor y Louisa decidió salir del coche. Alegrándose al ver a Luke esperando en la cola para pagar se sentó en un banco y se preparó para la batalla.
Por desgracia, después de ponerse brillo en los labios y pasarse el cepillo por el pelo seguía sintiéndose como si acabara de atravesar la jungla: sudorosa, incómoda y cansada.
Cuando guardaba la bolsa de cosméticos en el bolso vio su móvil y recordó algo más que tenía que hacer. Bueno, al menos podía ponerse en acción mientras esperaba que empezase la batalla.
Tenía que ordenar su vida. Había recibido una sorpresa tremenda aquel día, pero esa no era excusa para acobardarse.
Y solo había una persona a la que pudiera pedir consejo: su mejor amiga, Mel Devlin. Debería haberle hablado de su noche con Devereaux meses antes. Que Mel hubiese notado las consecuencias antes que ella solo demostraba lo buena amiga que era.
Pero suspiró, decepcionada, cuando saltó el buzón de voz.
–Hola, Mel, soy yo. Tengo que hablar contigo… –Louisa vaciló. No podía darle la noticia por teléfono–. Tengo que contarte algo importante, llamaré más tarde.
Después de cortar la comunicación, llamó a su médico en Camden. No quería que la doctora Lester fuera su ginecóloga porque ella no podía pagar una clínica privada y no iba a dejar que Devereaux se hiciera cargo de los gastos. Especialmente sin saber cuáles eran sus intenciones hacia el bebé.
Suspirando, miró los coches que pasaban por la autopista hasta que por fin saltó el contestador de la clínica.
Pero bueno, ¿no había nadie en su sitio aquel día?
–Soy Louisa di Marco y quiero pedir cita con el doctor Khan lo antes posible. Por favor, llámeme a este número…
–¿Se puede saber qué estás haciendo?
Louisa giró la cabeza, sobresaltada.
–¿Estás loco? Me has dado un susto de muerte.
–¿Para qué has pedido una cita?
–¿Por qué espías mis conversaciones?
–No vas a abortar –dio Luke entonces, tomándola del brazo–. No lo permitiré.
Debería decirle que la decisión de tener o no a ese hijo era cosa suya, pero estaba tan sorprendida por su fiera respuesta que no acertó con las palabras.
–Suéltame ahora mismo.
Luke la soltó, haciendo un gesto de disculpa.
–¿Para qué has pedido una cita?
–No voy a abortar, no podría hacerlo.
–Estás mintiendo, te he oído pedir cita con un médico…
–Yo no miento –lo interrumpió ella, enfadada–. Estaba pidiendo cita con mi ginecólogo.
–¿Por qué? Tu ginecóloga es la doctora Lester.
–No, no lo es. Yo tengo mi propio ginecólogo y tú no vas a decirme quién tiene que controlar este embarazo.
–No digas tonterías. La doctora Lester es una de las mejores ginecólogas del país.
–Me da igual que sea la mejor del mundo. Es mi decisión, no la tuya, como es mi decisión tener o no este hijo –replicó ella–. Porque, en caso de que no te hayas dado cuenta, soy yo quien va a tener este hijo, no tú.
¿Cómo se atrevía a decirle lo que tenía que hacer?
Luke frunció el ceño.
–Considerando lo mal que lo has hecho hasta ahora, deberías darme las gracias. Después de todo, si no fuera por mí, aún no sabrías que estás embarazada.
–Bueno, pues ahora ya lo sé y yo me encargaré de todo a partir de este momento. Quiero que me dejes en la primera estación de tren.
–¿Qué?
–Quiero volver a Londres –dijo Louisa, colgándose el bolso al hombro–. Y a partir de ahora puedes dejar de meter tus narices en mis asuntos.
Cuando se dirigía al coche, Luke la tomó del brazo.
–¿Adónde crees que vas?
–¿Se puede saber qué haces? Suéltame de una vez.
–No vas a irte de aquí hasta que aclaremos algunas cosas.
–No hay nada que aclarar –dijo ella.
–Yo soy el padre de ese bebé y eso significa que tengo algo que decir. Yo me tomo muy en serio mis responsabilidades, será mejor que te acostumbres a la idea.
–No vas a decirme lo que tengo que hacer –le advirtió Louisa.
–Y me alegra que no hayas pensado en abortar porque tendrías una batalla entre las manos –siguió él, como si no la hubiese oído–. Nadie hace daño a algo que es mío.
Louisa no podía permitir ese comportamiento machista. Sentía la misma rabia que había sentido de adolescente, que le había obligado a rebelarse contra su padre.
Si Luke Devereaux pensaba que iba a decidir lo que era mejor para ella y para su bebé, estaba más que equivocado. Además, no le gustaba que hablase del bebé como si fuera de su propiedad.
–Yo no acepto órdenes de ti, Devereaux. Ni ahora ni nunca. Estamos hablando de un bebé, no de una posesión personal. Deja de portarte como un matón de tres al cuarto, no me asustas. Y suéltame ahora mismo o me pongo a gritar.
–Te soltaré cuando prometas escucharme.
–Muy bien, di lo que tengas que decir –asintió ella, airada–. Pero eso no significa que vaya a hacer lo que tú digas.
Luke la soltó, pero no se apartó ni un centímetro. Y le pareció… no, no podía ser. Pero el brillo de sus ojos le decía que estaba excitado y cuando bajó la mirada notó el bulto bajo su pantalón.
–Deja de hacerte la inocente.
–Y tú deja de portarte como un hombre de las cavernas.
–Será mejor que sigamos hablando en Havensmere.
–No pienso ir a Havensmere. Te he dicho que quiero volver a Londres.
–No vas a volver a Londres.
–¿Por qué no?
–Porque tenemos que hablar.
–¿Tenemos que hablar o es algo más? ––preguntó ella, mirando su entrepierna.
–Me excito cada vez que recuerdo la noche que hicimos el amor, así que todo es posible –respondió Luke.
De modo que lo excitaba. Bueno, no era nada de lo que sentirse orgullosa.
–Vamos al coche –insistió él.
–No.
–Vamos al coche.
De repente, Louisa se dio cuenta de lo ridículo de la situación y se le escapó una risita.
–Ríete todo lo que quieras. Ya veremos quién ríe el último cuando esté dentro de ti y no puedas respirar.
De repente, el humor de la situación se esfumó por completo.
–No pienso ir a Havensmere, te he dicho que he cambiado de opinión. Quiero volver a Londres.
–Louisa, cariño, ya hemos tenido esta discusión, ¿recuerdas? Si volvemos a discutir de lo mismo no acabaremos nunca y no podremos hablar de lo que es importante –Luke esbozó una sonrisa que la afectó de forma inesperada–. El niño nacerá dentro de seis meses y tenemos un tiempo limitado.
Sin poder evitarlo, Louisa le devolvió la sonrisa. Había olvidado su sentido del humor, lo peligrosamente sexy y encantador que podía ser.
En ese momento, entendió por qué la había cautivado esa noche. No habían sido sus atractivas facciones, su estatura o sus habilidades como amante. Había sido su sonrisa, su magnetismo.
No podía volver a caer en la misma trampa.
Era lógico que casi hubiera olvidado al hombre al que conoció esa noche… porque no existía, era una mentira. Podía ser simpático y encantador cuando quería serlo y la atracción sexual entre ellos seguía siendo muy potente, pero aquel día había demostrado que no tenían nada en común salvo el bebé. Y no debía olvidarlo.
Luke le levantó la barbilla con un dedo para mirarla a los ojos.
–¿Por qué has cambiado de opinión sobre ir a Havensmere?
–Tú sabes por qué –respondió Louisa–. El sexo será un estorbo si estamos solos. Lo es ahora y estamos en la calle.
–Me alegra que lo admitas, pero no sé por qué es un problema.
–No, claro que no –dijo ella, exasperada.
¿Por qué tenía que ser tan irresistible?
–Tu vida se ha puesto patas arriba, pero la mía también, en caso de que no te hayas dado cuenta. Tampoco yo tenía planeado ser padre y menos así, de repente.
–Por favor, no discutamos más, estoy agotada.
De repente, los ojos se le llenaron de lágrimas y tuvo que hacer un esfuerzo para contenerlas.
–Oye, no llores. No es tan horrible –Luke le secó las lágrimas con un dedo.
–Tengo que irme a casa para empezar a ordenar mi vida. Tengo tantas cosas que hacer… –Louisa no pudo contener un sollozo.
Sabía que era una tontería, pero no podía dejar de llorar. La enormidad del embarazo parecía estar ahogándola hasta dejarla sin respiración.
Luke se sacó un pañuelo del bolsillo.
–No te preocupes, ya lo solucionaremos.
Louisa enterró la cara en el pañuelo y se apoyó en él mientras le acariciaba la espalda. Era cierto, su mundo se había puesto patas arriba y agradecía tener a alguien a su lado. Aunque fuese Luke Devereaux.
Por fin, dejó de llorar y se secó la nariz, un poco cortada.
–No sé qué me pasa, deben ser las hormonas.
–¿Te encuentras mejor? –le preguntó él, mirándola con gesto de preocupación.
–Sí, estoy mejor. No sé que me pasa, me siento como la protagonista de un culebrón –Louisa intentó esbozar una sonrisa–. Y me temo que tu pañuelo está hecho un asco.
–Quédatelo, tengo más.
Luke le abrió la puerta del coche y ella esperó hasta que estuvo detrás del volante antes de decir:
–De verdad, quiero que me dejes en una estación de tren. Si me das tu número de teléfono, te llamaré en un par de semanas. Entonces podremos hablar de… bueno, ya sabes.
¿De qué iban a hablar exactamente?
¿De futuras ecografías? ¿Vitaminas, nombres para el bebé? ¿Quería ser el padre del niño? ¿Quería ella que lo fuese?
Sentía como si estuviera subiendo el Everest sin equipamiento adecuado y sin oxígeno. Si lo conociese mejor, podría saber por dónde empezar.
Luke la estudiaba, su expresión indescifrable.
«Por favor, que no siga discutiendo». «Tengo demasiadas cosas en las que pensar ahora mismo».
Por fin, él asintió con la cabeza.
–Sí, claro.
Louisa dejó escapar un suspiro de alivio. Necesitaba tiempo para pensar antes de lidiar con Luke Devereaux, pero una cosa estaba clara: no iba a dejar que tomase decisiones por ella.
–¿Por qué no te pones la chaqueta como almohada y duermes un rato? Pareces cansada.
Ella asintió con la cabeza, agradeciendo que fuese tan considerado, pero cuando miró la chaqueta azul sobre sus rodillas dio un respingo.
–¿Qué pasa?
–No puedo usar esto como almohada. Es de lino y se arrugará. Además, es de Armani. Sería un sacrilegio.
Luke rio mientras cambiaba de marcha.
–Prometo no contárselo a Armani, no te preocupes –respondió, haciéndole un guiño.
Sonriendo, Louisa se colocó la chaqueta bajo la cara, intentando ignorar un extraño cosquilleo en el vientre. Pero no podía ignorar la alegría que sintió mientras cerraba los ojos.
Olía a él, a su colonia, un aroma delicioso y peligroso a la vez. Como su propietario, pensó, mientras se quedaba dormida.