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Capítulo 3
ОглавлениеPOR FIN he averiguado dónde tenía escondido el botiquín mi ama de llaves –anunció el anfitrión de Ally nada más entrar en el amplio estudio del primer piso, y dejó el botiquín encima de la mesa de caoba.
Ally se tragó el nudo de la garganta producido por la angustia. ¿Cómo conseguía Dominic absorber todo el oxígeno de una estancia al entrar en ella? En fin, al menos ya había entrado en calor, estaba seca y limpia. Desgraciadamente, el enorme chándal que había encontrado en la habitación de invitados, contigua al estudio, olía a él. Se lo había puesto después de darse una ducha increíblemente rápida en el baño de la habitación.
Ahora que iba descalza, Dominic aún le parecía más alto. Los pantalones de traje y la camisa blanca de confección impecable acentuaban el buen tono muscular y la esbeltez de su cuerpo.
–Ya veo que has encontrado algo de ropa –dijo Dominic mirándola con intensidad.
–Sí, gracias –respondió ella con nerviosismo.
–¿Te sangra aún la herida de la pierna?
–Creo que no. Me he limpiado la herida con la ducha. Creo que está bien.
–Vamos a ver –Dominic le indicó un sillón en un rincón del estudio–. Siéntate para que eche un ojo a esa herida.
A Ally se le erizó la piel. Pensó en negarse, pero vio que Dominic no iba a aceptar un no por respuesta. Entonces, atravesó la estancia, intentando no cojear, y se sentó en el sillón. Cuanto antes acabaran con eso antes podría volver a respirar con normalidad.
Se quedó perpleja al ver que Dominic se arrodillaba delante de ella. Se agarró con fuerza a los brazos del sillón cuando él abrió el botiquín y comenzó a hurgar dentro.
¿Cómo era posible que se encontrara en esa situación? ¿Cómo era posible que estuviera jugando a los médicos con Dominic LeGrand, en su mansión, en la intimidad de su estudio, vestida con un chándal de él y prácticamente nada más?
Sintió una intensa comezón en la entrepierna.
¿Por qué se avergonzaba de su reacción? Los dos eran adultos. Dominic siempre la había cautivado, incluso de jovencito, y ahora era un reconocido donjuán. Lo que ocurría era que encontraba a Dominic abrumador; sobre todo, teniendo en cuenta la poca experiencia que ella tenía con los hombres.
Entre cuidar a su madre, encargarse del sostén de la familia y los estudios, no había tenido tiempo ni oportunidades para nada más. De hecho, seguía siendo virgen. Eso explicaba por qué la exagerada reacción de ella ante una persona tan arrolladora como Dominic.
Tras esa explicación de por qué Dominic la atraía tanto, se lo quedó mirando mientras él dejaba encima de una mesa baja unas gasas y toallitas desinfectantes.
A pesar de estar arrodillado, su cabeza estaba casi al mismo nivel que la de ella. La luz de la lámpara alumbraba los mechones dorados de él. También se fijó en la cicatriz y se preguntó cómo se la habría hecho.
Cuando Dominic le agarró un pie, ella dio un respingo en el asiento. Sintió un profundo calor en el sexo cuando los callosos dedos de Dominic le rodearon el tobillo.
–¿Te duele? –preguntó Dominic clavando sus ojos color chocolate en los de ella.
–No, es solo… –«ningún hombre me ha tocado ahí nunca. Increíble que un tobillo pueda ser una zona erógena».
–Bien –Dominic frunció el ceño, pero no insistió–. Si te hago daño, dímelo.
Ally asintió, el cuerpo entero le vibró cuando Dominic le subió la pernera del pantalón hasta por encima de la rodilla.
–Una herida fea –murmuró él mientras agarraba una de las toallitas desinfectantes–. ¿Cómo te la has hecho?
–Me crucé con tu novia cuando ella salía de tu casa.
–¿Mira te ha hecho esto? –dijo él sin disimular una repentina cólera.
Ally asintió, a pesar de que se arrepentía de habérselo dicho.
¿Para qué sacar el tema de la ruptura del noviazgo de Dominic? Al contárselo, se había mostrado pragmático, pero podía haberle restado importancia falsamente. Igual que había fingido no dar importancia a que su padre, años atrás, se hubiera referido a él como a su «hijo bastardo» durante una cena, sentados a la mesa; o igual que la falsa sonrisa de él al recibir una bofetada de Pierre, y ella tratando de defenderle.
–Hay gente que se merece que le hagan daño, ma petit –la respuesta del padre de Dominic todavía la turbaba.
Nadie se merecía eso y mucho menos Dominic, que aquel verano le había parecido un alma perdida, con secretos que se había negado a compartir.
¿Y si realmente le dolía haber roto con Mira? ¿Y si su enfado era una forma de disimular, de ocultar su sufrimiento?
–Perdona, no era mi intención disgustarte.
–¿Disgustarme? ¿Qué has hecho tú para disgustarme?
–He mencionado tu ruptura, te la he recordado. Ha debido ser terrible para ti romper tu noviazgo.
–Alison –dijo él con una nota de condescendencia en la voz–. En primer lugar, no me has causado ningún disgusto. Quien me ha sacado de mis casillas es ella con su comportamiento de insufrible niña mimada. Te ha hecho una herida…
–Ha debido ser un accidente –lo interrumpió Ally, enternecida por la preocupación que mostraba Dominic.
–Conociendo a Mira, lo dudo mucho –dijo él–. Y, en segundo lugar, la ruptura no me ha causado ningún disgusto. Ese noviazgo ha sido un error y habría sido mucho peor si me hubiera casado con ella.
–Pero… has debido estar enamorado de ella en algún momento, ¿no?
–¿Eso crees? –dijo Dominic con una cínica sonrisa–. ¿Por qué piensas que he debido estar enamorado?
–Porque… porque ibas a casarte con ella –¿no era evidente?
Dominic ladeó la cabeza y se la quedó mirando.
–Ya veo que eres igual de romántica que cuando tenías diez años –declaró Dominic con un claro paternalismo.
–No tenía diez años cuando nos conocimos, tenía trece –le corrigió ella.
–¿En serio? –Dominic empleó un tono burlón–. Ah, tan mayor.
Ally, sumamente incómoda, cambió de postura en el asiento. Ya no era una niña, tenía veinticinco años. Y aunque su experiencia sexual fuera muy limitada, lo compensaba con creces lo mucho que le había tocado vivir.
–Puede que fuera romántica entonces, pero ya no lo soy –declaró Ally.
–En ese caso, ¿por qué creías que yo tenía que estar enamorado de Mira? –preguntó Dominic como si eso fuera lo más ridículo del mundo.
–Quizá porque tenías pensado pasar el resto de la vida con ella –respondió Ally sarcásticamente.
–Nuestra relación no era una relación amorosa –dijo Dominic en tono pragmático mientras seguía tratándole la herida–. Necesitaba casarme, tener esposa, para asegurarme un buen negocio, y Mira cumplía los requisitos necesarios. Al menos, eso era lo que pensaba yo. Pero aunque no me hubiera dado cuenta a tiempo del error que estaba a punto de cometer, se suponía que nuestro matrimonio no iba a durar más de unos cuantos meses.
–¿Era un matrimonio con fecha de caducidad? –preguntó ella, atónita por el cinismo de Dominic.
–Puede que me equivocara al proponerle a Mira que se casara conmigo, pero no soy tan imbécil como para atarme a ella durante el resto de mi vida… ni a ninguna otra mujer –concluyó Dominic.
–Entiendo –dijo Ally, aunque no lo entendía.
De repente, se acordó del día en que había sorprendido a Dominic fumando en uno de los jardines del castillo de su padre, después de que este se hubiera estado metiendo con él durante el almuerzo y de que le hubiera llamado algo, en francés, que ella no había entendido pero que se había tratado de algo malo.
–No deberías fumar, es malo para la salud. Papá se va a enfadar contigo –le había dicho ella.
–Ve y chívate si quieres, Allycat. A él le va a dar igual.
Entonces había sonreído de la misma manera que estaba sonriendo ahora, pero entonces ella había notado tristeza en su mirada y se había dado cuenta de que el insulto le había dolido más de lo que aparentaba. Sin embargo, ahora no veía tristeza en los ojos de Dominic, solo humor por la ingenuidad de ella.
Dominic acabó de vendarle la herida.
–Bueno, ya está –anunció él pasándole una mano por la pierna, y ella tembló–. ¿Qué tal?
–Bien –respondió ella, y se sonrojó cuando Dominic lanzó una ronca carcajada. ¿Se había dado cuenta Dominic de que no estaba pensando solo en su pierna?
Una sonrisa sensual curvó los labios de él.
Sí, lo sabía.
Dominic apoyó ambas manos en los brazos del sillón para incorporarse, encajonándola durante unos segundos.
El corazón le latía con una fuerza vertiginosa, igual que otras partes de su cuerpo, cuando él le ofreció una mano.
–Vamos a ver qué tal andas –dijo Dominic.
Cruzaron la estancia para ver qué tal andaba.
–¿Sigues bien? –preguntó Dominic sonriendo.
–Sí, todo bien –respondió ella, devolviéndole la sonrisa.
–¿Te apetece una copa? –Dominic le soltó la mano para acercarse al mueble bar que tenía entre las estanterías.
–¿Has dicho en serio eso de pedirme un coche para que me lleve a casa? –preguntó ella, porque no quería beber y después ir hasta el East End de Londres en bicicleta.
–Por supuesto.
–En ese caso, me encantaría tomar una copa. Gracias.
–¿Qué te apetece? Tengo whisky, ginebra, brandy… –Dominic abrió la puerta del mueble bar y añadió–: ¿Una copa de Merlot? ¿Un refrescante Chablis?
–Cómo se nota que eres francés –bromeó ella.
–Cést vrai. Soy francés. Me tomo el vino muy en serio –declaró Dominic enfatizando su acento francés, y la hizo sonreír.
–El Merlot suena bien –contestó Ally.
Dominic sirvió una copa de vino y le rozó los dedos al dársela. El brazo volvió a picarle, pero esta vez ni la asustó ni se avergonzó de ello. Estaba excitada.
–¿Bon? –preguntó Dominic.
–Muy bueno.
Dominic apoyó la cadera en el mueble bar y se cruzó de brazos, y Ally pudo ver la contracción de sus pectorales a través del tejido de la camisa blanca de lino.
–¿Tú no bebes? –preguntó Ally.
–Ya me he tomado un whisky esta noche. Además, quiero mantener la cabeza despejada.
–¡Ah!
Quería preguntarle por qué sentía la necesidad de mantener la cabeza despejada, pero la sensual sonrisa de Dominic se lo impidió.
Se distrajo con la sorprendente belleza del rostro de Dominic, sumamente viril. Tomó otro sorbo de vino y dejó que el calor del alcohol se extendiera por su torso. Aquello era mucho mejor que pedalear hasta Whitechapel en medio de un chaparrón.
–¿Te gusta la vista? –preguntó él con voz profunda y en tono burlón.
Ally parpadeó, cegada por el ardor de esa sonrisa. Momentáneamente.
Las mejillas le ardieron.
«Por favor, Ally, deja de mirarlo y di algo, cualquier cosa».
–¿De qué negocio se trata? –preguntó ella.
–¿Negocio? –Dominic arqueó las cejas.
–Sí, el negocio por el que estabas dispuesto a casarte sin amor.
–Un negocio sumamente importante para mí –contestó Dominic–. Hay un extenso terreno urbanizable frente al paseo marítimo de Brooklyn, el único de esas características en los cinco distritos. Quiero hacerme con él y construir; principalmente, casas. Por desgracia, es propiedad de un grupo de hombres que se niegan a entrar en tratos con alguien que consideran… Cómo lo diría… ¿de dudosa moral? Durante la primera etapa del proyecto sobre todo, mi vida privada debe dar la impresión de ser sólida y estable. Tenía pensado divorciarme una vez que lo tuviera todo bajo control.
–Así que ibas a casarte por dinero, ¿no?
–El dinero es importante, como debes saber muy bien –dijo Dominic, y ella se ruborizó–. Pero no, no se trata solo de dinero. Quiero ampliar mi negocio, dar un salto cualitativo. Este proyecto serviría para lograr que LeGrand Nationale dominara el mercado del desarrollo inmobiliario en Estados Unidos.
No, no era solo una cuestión de dinero, sino también de prestigio. ¿Tan sorprendente era que eso fuese tan importante para Dominic, cuando había tenido que demostrar su valía desde muy joven? No podía echarle en cara su ambición, a pesar de que su cinismo la entristecía.
–Bueno, dejemos de hablar de mis negocios –murmuró él descruzando los brazos y acercándose a ella. Al llegar a su lado, le acarició la mejilla con la yema de un dedo, y un intenso calor se agolpó en su entrepierna–. Háblame de ti. ¿Cómo es que estás de mensajera en una bicicleta? ¿Tan mal te ha ido en la vida, Allycat?
El apodo de antaño le inflamó los sentidos, pero la atención que él le estaba prestando era aún más potente. Debía tener cuidado, aquello era solo una conversación, nada más.
–No muy mal –mintió ella–. Trabajo de repartidora porque se paga bien y puedo compaginarlo con los estudios. Yo… estoy estudiando en la universidad.
–Así que eres lista además de bonita –Dominic le pasó el dedo pulgar por los labios y ella, instintivamente, abrió la boca y suspiró.
–Si te pidiera permiso para besarte, Alison, ¿qué responderías?
Ally asintió sin pensar.
Besar a Dominic no era una buena idea, pero Ally era incapaz de controlar la euforia que le corría por las venas. La idea de que Dominic la deseara era aún algo más tóxico que su aroma o el hecho de que le estuviera acariciando el cuello.
–Debes responder en voz alta.
–Sí.
«Por favor».
–Merci –el ronco agradecimiento le provocó nudos en el estómago.
Se dio en la pared con las nalgas cuando él la empujó. Entonces, Dominic deslizó la mano por debajo de la camisa del chándal antes de cubrirle los labios con los suyos. Un gemido escapó de su garganta y Dominic le penetró la boca con la lengua.
Se la acarició con maestría, con exigencia, al tiempo que deslizaba una mano por debajo de la cinturilla de los pantalones y le cubría una nalga.
–¿No llevas bragas? –preguntó Dominic con las pupilas visiblemente dilatadas.
–Estaban… estaban mojadas –respondió ella con voz ahogada.
–Voy a tener que castigarte por eso, Alison –murmuró Dominic en tono burlón, pero apasionado al mismo tiempo.
Un profundo deseo se apoderó de ella.
–Quiero verte, ¿dáccord?
Ally volvió a asentir, había perdido el habla.
Dominic le alzó la camisa del chándal y se la sacó por la cabeza. Ella tembló mientras él paseaba la mirada por el húmedo sujetador deportivo que llevaba puesto.
–Très belle.
Dominic le agarró ambas muñecas, le alzó los brazos y se los pegó a la pared. Los pechos de ella, alzados, pidieron atención mientras su respiración se tornaba más y más trabajosa.
Dominic le cubrió un pecho con la mano libre y lo sacó de la copa del sujetador.
–Magnifique… –murmuró él antes de bajar la cabeza para chupar y mordisquear el pezón.
Ally no podía dejar de temblar y gemir. Era demasiado y, a la vez, no suficiente. Sentía el miembro erecto de él, preso dentro de los pantalones, en el vientre; pero quería sentirlo dentro de ella.
Dominic levantó la cabeza, le desabrochó el sujetador, liberó el otro pezón y continuó la tortura.
Ally se agitaba y suplicaba cuando Dominic, por fin, volvió a cubrirle la boca con la suya. La enorme erección entre sus muslos, sus pechos desnudos pegados al torso de él. El miembro de Dominic encontró ese punto en su entrepierna, lo frotó y oleadas de placer la sacudieron.
El orgasmo le sobrevino rápida e intensamente, y fue incapaz de controlarlo. Arqueó el cuerpo mientras parecía estallarle en mil pedazos.
Apenas podía respirar cuando Dominic, con voz áspera, le dijo al oído.
–Dieu, ¿has tenido un orgasmo, Alison?
Al abrir los ojos, Ally le encontró mirándola con un deseo tan fiero que le resultó aterrador y liberador simultáneamente.
Dominic no parecía demasiado contento. De hecho, daba la impresión de estar perplejo. ¿Había hecho ella algo malo?
–Sí… –respondió Ally–. Yo… lo siento, no he podido contenerme. ¿Debería haberlo hecho?
Dominic, sorprendiéndola, echó la cabeza hacia atrás y echó a reír.
–Creo que debería irme ya –murmuró ella, confusa y avergonzada.
Pero Dominic no la soltó y dejó de reír.
–No, de ninguna manera. Acabamos de empezar, a pesar de que te hayas adelantado.
–He dicho que lo sentía… –con un beso, Dominic acalló su protesta. Fue un beso exigente y posesivo.
–No tienes de qué disculparte –declaró él–. ¿Tienes idea de lo adorable que eres?
Dominic había hablado en voz baja, pero con una sinceridad que le llegó al corazón. Entonces, él le puso una mano en el rostro y la miró con gesto de aprobación.
¿Qué estaba pasando? Aquello le parecía demasiado íntimo, demasiado emocional. Era más que sexo.
–Por favor, Dominic… –comenzó a decir Ally.
–Sssss –Dominic le acarició el hombro y ella se estremeció de placer–. Me gustaría acostarme contigo, Alison. ¿Qué te parece?
–A mí… a mí también me gustaría.
«Muchísimo».
–Bien.
Dominic le dedicó una maliciosa sonrisa. Después, le soltó los brazos, le quitó el sujetador y la dejó plantada delante de él desnuda de cintura para arriba.
–Très, très belle –murmuró él con voz espesa, cargada de deseo–. No sabía que mis pantalones de chándal pudieran sentar tan bien.
Ally cruzó los brazos para cubrirse los pechos, brutalmente consciente de lo desnuda que estaba, y más si se comparaba con él.
Entonces, Dominic la levantó en sus brazos.
Ally le rodeó el cuello mientras él la llevaba a la habitación de invitados. Era una habitación lujosa con una cama grande y algunas antigüedades. Dominic cerró la puerta del estudio, así que la única luz que iluminaba la estancia era la del cuarto de baño, que tenía la puerta abierta, y la luz que entraba por la ventana del mirador.
Dominic la dejó en la cama y el pulso se le aceleró cuando él comenzó a desabrocharse la camisa y a desnudarse.
La luz de la luna le bañaba la piel bronceada y los músculos de su torso. Era un cuerpo magnífico. Se quedó sin respiración mientras contemplaba el oscuro vello que rodeaba las aureolas de Dominic para luego bajarle como un reguero y desaparecer bajo la cinturilla. Se le secó la garganta cuando Dominic se abrió la cremallera de los pantalones y se quitó los zapatos.
El erecto miembro saltó cuando se bajó los calzoncillos.
Sus miradas se encontraron. A Ally le pareció milagroso no desmayarse cuando Dominic se tumbó en la cama.
–Quítate esos pantalones, ma belle –dijo él.
Ally se bajó los pantalones del chándal y los tiró al suelo. Dominic se colocó encima de ella y Ally lanzó un quedo grito.
Sus cuerpos desnudos estaban en contacto. Los dedos de Dominic electrificaron todas sus terminaciones nerviosas mientras colocaba su miembro en el sexo de ella.
–Estás completamente mojada, ma belle –dijo él con ardor–. Dime qué es lo que te gusta.
«No lo sé».
Ally se tragó la respuesta. No sabía cómo contestar a esa pregunta. Dominic era el primer hombre que la veía desnuda, el único que la había tocado, que la había acariciado…
Arqueó las caderas y gimió cuando él volvió a acariciarle el clítoris con el pulgar.
–¿Te gusta esto? –preguntó él, pero ahora sin tocarla.
–Sí, sí… más, por favor… –no le importaba que Dominic notara su desesperación. Quería volver a sentir ese glorioso alivio.
–¿Puedo tocarte yo también? –preguntó ella.
El profundo gruñido que él emitió junto a su garganta fue una bendición.
–Oui.
Ally le acarició el pecho y sintió la contracción de los pectorales. Le sintió temblar de pies a cabeza al rodearle el miembro. Sintió pánico momentáneamente al sopesar el tamaño y dureza del pene de Dominic. ¿Sería posible que eso tan grande y duro le cupiera dentro?
Pero cuando el dedo pulgar de Dominic volvió a acariciarle el clítoris todo pensamiento la abandonó.
Ally le acarició mientras él también la acariciaba. Pero mientras que las caricias de Dominic eran firmes y seguras, las suyas eran tímidas e indecisas. No obstante, le produjo un inmenso placer el estremecimiento de él cuando le tocó la punta del pene. Podía sentir el ardor de él, igual que el suyo. Separó las piernas y alzó las caderas, incapaz de controlar el deseo. Dominic le introdujo un dedo y ella casi enloqueció.
–Estás muy estrecha. Hace bastante que no haces el amor, ¿verdad? –preguntó él.
Ally asintió, ¿qué otra cosa podía hacer? Nunca había sentido semejante placer.
–Vamos, córrete, ma chérie –dijo Dominic.
Y, sin más, Ally alcanzó el clímax. Lanzó un ronco grito y una gloriosa sensación la envolvió. Pero cuando flexionó los dedos se dio cuenta de que aún tenía agarrado el rígido y duro miembro de él.
Dominic abrió un cajón de la mesilla de noche, sacó un sobre y lo abrió. Entonces, le apartó la mano de su erección.
–Ya no aguanto más –murmuró él con urgencia.
Dominic se puso el preservativo y entonces la penetró. Ally sintió un agudo dolor y ahogó un grito.
–¡Merde! –Dominic se detuvo.
Ally se mordió el labio para no gritar. El intenso placer que había sentido se tornó en dolor, pero lo peor fue la expresión horrorizada que vio en el rostro de Dominic.
Se había dado cuenta.
Ally se movió en un intento por acomodar mejor el miembro de Dominic dentro de ella, albergaba la esperanza de recuperar el deseo que había desaparecido de súbito.
–No te muevas –gruñó él–. No quiero hacerte aún más daño.
–No te preocupes, no me duele.
–No mientas. Es la primera vez, ¿verdad?
Ally quería mentir, no quería ver la expresión de culpabilidad de él. Pero no podía hacerlo, era demasiado evidente.
–Sí, pero no tiene importancia –respondió ella en un susurro.
–Será mejor que salga de dentro de ti.
–No, no, por favor –Ally lo agarró por los hombros–. No pares. No quiero que pares.
El dolor había disminuido y la llama del deseo empezaba a arder de nuevo.
–Maldita sea, Alison, no sabes lo que me pides. No estoy seguro de poder tener el cuidado necesario.
–No quiero que tengas cuidado, Dominic. Lo único que necesito es que me trates como a una mujer.
«Trátame como si fuera tu mujer».
Esa idea estúpida y romántica se hizo eco en su mente.
–No soy una mujer delicada. Sé lo que quiero.
«Y lo que quiero eres tú».
Ally enterró los dedos en los cabellos de él, animándole a continuar. Dominic lanzó una maldición, pero le acarició la mejilla y le pasó el pulgar por los labios.
–D´accord, ma belle –susurró él con los ojos oscurecidos y la mirada intensa.
Entonces, lentamente, se introdujo por completo dentro de ella. El extremo del pene le acarició un punto en su interior y ella jadeó, un delicioso estremecimiento de placer le recorrió el cuerpo.
–¿C´est bien? –preguntó Dominic, su perfecto inglés le había abandonado.
–Sí –gimió ella–, muy bien.
Dominic se movió despacio al principio, pero sus empellones se tornaron más rápidos y con la misma intensidad que el ardor de ella.
Oleadas de placer la sacudieron una vez más. Le agarró con fuerza mientras una salvaje tormenta la absorbía. Sus gemidos se tornaron en gritos mientras se sentía como si el cuerpo se le estuviera derritiendo y, en ese momento, Dominic se dejó caer sobre ella, acompañando sus gritos y gemidos con los suyos.
Agotada, exhausta, Ally se abrazó a él.
«Es solo sexo. Es solo una noche. No significa nada».
Pero no podía ignorar que, después de doce años, sus sueños se habían convertido en realidad. Y la espera había merecido la pena.