Читать книгу Una noche en Montecarlo - Heidi Rice - Страница 7

Capítulo 2

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Belle

Mentía. Hubo un tiempo en el que lo quise todo de Alexi Galati. No solo su cuerpo sino su amor, pero al verlo tan alto, tan fuerte, en vaqueros y camiseta, con aquellos pectorales que parecían haberse definido aún más en aquellos últimos cinco años, supe que aquellos deseos eran sueños infantiles nacidos del más torpe enamoramiento.

Había encerrado esos sueños cinco años atrás, después de la cruel expulsión que me dejó sin nada, desilusionada y sola con diecinueve años. Y, como descubrí dos meses después, embarazada de él. Me negaba a permitir que volvieran a salir a la superficie porque lo encontrara más guapo y atractivo con treinta que con veinticinco.

Yo había cumplido veinticuatro, y había sobrevivido. Y tenía un hijo maravilloso al que adoraba.

Con las mejillas encendidas le vi quedarse inmóvil al descubrir quién era yo, y me alegré de ver que se sentía tan incómodo como yo.

Pero otro pensamiento se materializó al segundo, llevando consigo el sentimiento de culpa con el que llevaba cinco años peleando.

¡No! Mi prima Jessie iba a llevar a Cai, mi hijo, al circuito aquella tarde.

Ya sabía que era arriesgado acceder a ir a Barcelona para hacerle las pruebas al coche que había contribuido a desarrollar en mi papel de experta en combustible en el departamento de I+D de Camaro, pero Renzo, mi jefe, había insistido mucho y yo me había asegurado de que el equipo Galanti no iba a estar aquel día en la pista de pruebas.

A Cai le encantaban los coches, y el viaje había sido para él un premio muy especial, pero no quería que se encontrara cara a cara con su padre.

Alexi no sabía de la existencia de su hijo. Yo me hallaba aturdida después de la muerte de Remy y de la pérdida de mi trabajo y de mi vida en Mónaco, cuando descubrí que me había quedado embarazada.

No había tenido el valor de decírselo a Alexi y, a medida que avanzaba el embarazo, más razones encontraba para justificar mi cobardía y después, en los años de vida de Cai, cada vez era más fácil no hacer esa llamada. Mi dulce, sonriente y precioso niño, que tanto se parecía a su padre pero que siempre sería mío, no tendría por qué conocer el cinismo y la frialdad del hombre que le había dado la vida. En realidad yo solo estaba protegiendo a mi hijo.

Había visto reportajes de la vida amorosa de Alexi en la prensa, en las columnas de cotilleo y en los blogs de las famosas, y me había convencido de que nunca querría ser padre. ¿Cómo iba a querer tener ataduras y renunciar a su glamurosa vida de mujeriego para cambiar pañales?

Pero al enfrentarme por primera vez con la posibilidad de que conociera a Cai, todas mis justificaciones empezaron a venirse abajo. No estaba preparada para enfrentarme a aquella realidad, y tampoco lo estaba mi hijo.

–Quiero que te vayas –le dije con voz firme, aunque temblaba como una hoja por el miedo y por el calor que nunca me abandonaba cuando estaba en la misma habitación que aquel hombre.

No había dicho nada. Se había quedado plantado en el sitio, pero se controló mucho más rápido que yo y la absoluta sorpresa que había aparecido en su cara quedó escondida tras una máscara de cinismo que recordaba perfectamente del día que nos separamos en el cementerio, a pesar de que el calor de su mirada contaba otra historia, un calor que reconocía perfectamente de la fatídica noche en que Cai fue concebido.

¿Cómo podíamos seguir deseándonos cuando los dos nos odiábamos de aquel modo?

Aún me quedaban veinte minutos antes de que llegaran. Tenía tiempo. Lo único que tenía que hacer era conseguir que Alexi se marchara antes de que Jessie y Cai llegaran. Tan difícil no podía ser, ahora que sabía quién era ella. Al fin y al cabo, había estado dispuesto a pagar miles de euros años atrás solo para no tener que volver a verme.

–La oferta sigue en pie –dijo unos minutos después.

–Yo… ¿qué? No puedes hablar en serio –balbucí. No podía pensar de verdad que yo iba a querer pasar tiempo en su compañía, y mucho menos trabajar para él.

–Hablo completamente en serio. Necesito un piloto de reserva y quiero que seas tú. Deberías estar en la pista y no detrás de una mesa. Una vez que hayas firmado con Galati, podremos hablar de que ocupes un puesto de piloto principal, puede que la temporada próxima. Haré que te valga la pena romper tu acuerdo con Camaro.

Le vi bajar la mirada y echarle una ojeada de abajo arriba brevemente, pero no por ello menos insultante. Mis mejillas se incendiaron al darme cuenta de que él pensaba que Renzo y yo éramos amantes.

Sabía que corrían rumores en el quepo Camaro de que yo me acostaba con el jefe. Renzo había sido fundamental para el crecimiento de mi carrera al contratarme nada más acabar mi máster en bioingeniería y tecnología de combustibles el año anterior. Había sido también increíblemente flexible sobre mi compromiso con el trabajo y el cuidado de mi hijo, se había hecho amigo de Cai –que lo idolatraba– y a veces había llegado a preguntarme si me consideraba algo más que una empleada y una amiga… pero nunca había traspasado esa línea y yo, por mi parte, no le había invitado a hacerlo.

–No estoy en venta –espeté, decidida a no dejar que se viera el daño que me había hecho su insinuación.

No necesitaba su aprobación. Me había costado cinco años superar su rechazo. Cuando llegué a Londres y descubrí que estaba embarazada, el dolor por Remy y cuánto había perdido el día de su muerte estuvo a punto de destruirme.

Pero me levanté del suelo con la ayuda de mi maravillosa prima Jessie y me obligué a concentrarme en lo que importaba.

Tuve a mi hijo y me dediqué a mantenernos a los dos con dos trabajos mientras asumía una deuda estudiantil inmensa y estudiaba por las noches para alcanzar un sueño que, en el último año, por fin había empezado a despegar.

Había sido un error monumental ocultarle que tenía un hijo, algo de lo que me había dado cuenta en los últimos minutos y que tendría que rectificar en cuanto pudiera gestionarlo de un modo en que no le hiciera daño a Cai.

Pero no tenía que defender mi reputación profesional ni ante Alexi ni ante nadie.

–Es una pena –replicó él, y la piel se me erizó– porque, te pague lo que te pague Renzo, vales mucho más, y con el talento que he visto en la pista hace diez minutos, es obvio que deberías pilotar.

–No quiero competir –dije, abriéndome paso entre la niebla sexual que amenazaba con ahogarme para centrarme en sacarlo de allí. No tenía tiempo para negociar, ni para obsesionarme cómo me hacía sentir solo con mirarme.

–¿Y por qué demonios no quieres pilotar? Siempre fue tu sueño desde que eras una cría, ¿no?

Me sorprendió que lo recordara. De adolescente primero y luego de hombre, siempre me había ignorado ostensiblemente.

–Hubo un tiempo en que sí, pero ya no. Y ahora, ¿haces el favor de marcharte, antes de que tenga que llamar a seguridad?

Aquella era una amenaza vacía y los dos lo sabíamos. Nadie de seguridad iba a echar a Alexi Galanti de las pistas. Él era la realeza del motor. Pero yo estaba desesperada.

No me sorprendió que no solo ignorase la amenaza, sino que en lugar de marcharse se acercara lo bastante para que me llegara su perfume embriagador, almizclado, picante y con un toque de pino. Me temblaron las rodillas y volví de golpe a aquella noche, pero mostrarle a Alexi alguna debilidad nunca había sido buena idea.

–Dime por qué –insistió, y que mostrase interés en lugar de frustración resultó mucho más peligroso–. Dime por qué renunciaste a tu sueño, bella notte –dijo, utilizando el sobrenombre que se había inventado aquella noche, sin duda para intimidarme más–, y me iré.

Abrí la boca decidida a darle una respuesta que le hiciera marcharse, pero la única explicación que se me ocurrió fue la verdad.

«Porque he tenido un hijo al que quiero más que a la misma vida, y no tiene a nadie más, así que no puedo arriesgarme a dejarlo solo y que pueda morir como le pasó a Remy. Conseguí encontrar un modo de reajustar mis sueños y alimentar mi pasión por las carreras, sin olvidar mi obligación para con mi hijo».

Pero no podía decirle eso.

Mientras le daba vueltas a la cabeza intentando encontrar una alternativa viable, se me ocurrió pensar que mi propia falta de sinceridad me había acorralado.

De pronto, la puerta se abrió y Cai entró a todo correr, diez minutos antes de la hora prevista, un manojo de energía de cuatro años… y el agujero negro que tenía en el estómago implosionó. Por primera vez en mi vida, no me alegré de ver a mi hijo.

–¡Mamá, mamá, he visto el coche! –gritó, loco de contento, corriendo hacia mí sin prestar atención a Alexi ni a nada más–. El señor Renzo me ha dejado tocarlo.

Alexi dio un paso atrás, tremendamente sorprendido. Cai se estrelló contra mí y el amor que sentí por él en cuanto lo tuve en los brazos después de diez horas de parto interminable me volvió a sepultar.

–El señor Renzo ha dicho que voy a poder subirme si me porto bien.

Sus bracitos rodearon mis piernas y me miró con sus ojos llenos de amor. El azul de sus iris era del mismo color aguamarina que los del hombre que lo miraba como si fuera un extraterrestre.

–¿Me dejas, mami? –me rogó, ajeno por completo a la tensión. Casi podía ver cómo Alexi hacía cuentas mentalmente, casando fechas y edades.

Con la luz que entraba por la ventana brillando en su cabello negro y ondulado e iluminando su estructura ósea tan Galanti, el parecido con su padre resultaba sorprendente.

Alexi no era estúpido, y cuando mi mirada se topó con la suya por encima del niño, vi su tremenda sorpresa y el ceño que se había dibujado en su frente al mismo tiempo que apretaba los labios.

Acaricié el pelo de mi niño intentando que no me temblaran las manos. Tenía que sacarlo de allí, llevarlo lejos de Alexi. No quería que presenciara la confrontación que se avecinaba.

–Por supuesto que sí, chiquitín.

–Ya no soy chiquitín, mamá. Soy grande

Y su risa contagiosa, tan inocente y dulce, solo apretó aún más el nudo de angustia que me cerraba el estómago. Pasara lo que pasase, mi único pensamiento fue el de proteger a mi hijo de la inminente revelación.

Me agaché delante de él para abrazarlo y para apartarme momentáneamente del ceño acusador del hombre que estaba detrás.

–Sí, pero ¿has sido bueno?

Cai asintió con vehemencia.

–Sí, mamá. Pregúntale a la tía Jessie. Me he echado la siesta sin decir ni mu.

–¿Es cierto eso, Jess? –le pregunté a mi prima, que había entrado detrás de él y miraba a Alexi y a su hijo alternativamente.

No le había dicho quién era el padre de Cai, y ella no sabía nada de carreras de coches, así que no iba a reconocer a mi antiguo empleador, pero era obvio que había notado el parecido.

–Hombre, sin decir ni mu… pero ha sido poco –se rio–. ¿Me lo llevo a ver si puede subirse al coche? –preguntó, cazando al vuelto la situación.

«Gracias, Jessie. Eres mi salvadora. Otra vez».

–Genial –contesté, y tuve que aclararme la garganta. El agradecimiento que sentía por aquella mujer me estaba ahogando–. Yo voy dentro de un momento.

–¡Sí! –exclamó Cai, dando un salto y lanzando un puño al aire–. Ven pronto, mamá, que quiero que me veas en el coche. Y que me hagas fotos para enseñárselas a Imran –añadió, refiriéndose a su mejor amigo del colegio.

Iba a correr hacia Jessie, pero se frenó en seco. Acababa de darse cuenta de la presencia de Alexi.

–Hola –dijo, con la confianza de un niño de cuatro años al que nada intimidaba–. ¿Eres amigo de mi mamá?

Alexi miró a su hijo sin pronunciar palabra, y la culpa que tanto tiempo llevaba evitando me engulló.

¿Había hecho algo terrible al no decirle nada a Alexi?

–Sí –contestó, con la voz cargada de emoción, bebiéndose hasta el último detalle de las facciones de su hijo.

Pero era mentira. No era mi amigo, sino mi adversario.

Menos mal que el niño no lo percibió en su mirada al correr hasta Jessie. Pero desde la puerta se dio la vuelta y le dedicó una de sus más brillantes sonrisas.

–Tú también puedes venir a verme en el coche si quieres.

Alexi asintió.

–Vale.

Jessie lo sacó de la habitación y me miró preocupada.

–Tómate el tiempo que necesites.

Se me ocurrió que una eternidad no sería suficiente mientras cerraban la puerta. Yo sola me había metido en aquel lío e iba a tener que encontrar el modo de salir, si es que era posible.

El silencio descendió como un sudario mientras esperaba que el hacha cayera, pero cuando Alexi habló, dijo lo último que yo me esperaba.

–El parecido de tu hijo con Remy es sorprendente. ¿Por qué demonios no me dijiste que estabas embarazada de él cuando te eché?

Por un instante no comprendí, pero luego recordé su acusación junto a la tumba de su hermano. Que los dos lo habíamos engañado. Que Remy y yo éramos más que amigos.

¿Y si le dejaba creerlo? Si le decía que Casi era hijo de Remy, no tendría derecho alguno sobre mi hijo. Sobre nuestro hijo.

Pero la nube de culpa que tanto tiempo había contenido no me dejó seguir con ese razonamiento. Entre nosotros había habido tantas mentiras, tantas omisiones que nos habían llevado donde nos encontrábamos en aquel momento que tenía que decirle la verdad por dura que fuese.

–No se parece a Remy, Alexi. Nunca me acosté con tu hermano. Tú fuiste mi primer amante.

«Mi único amante», estuve a punto de decir, pero Alexi no necesitaba saber que ningún otro hombre me había hecho sentir lo que sentía por él. Lo que seguía sintiendo por él, si el pulso de calor que palpitaba en mi abdomen tenía algún significado.

–Cai no es hijo de Remy –continué, porque parecía desconfiado y confuso, y el cinismo de sus facciones se había tornado en piedra. Respiré hondo–. No es hijo de tu hermano, Alexi. Es hijo tuyo.

Una noche en Montecarlo

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