Читать книгу Supongamos que viajo sola - Helena Palau - Страница 5

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Llegué a casa de Sara como tantas tardes tristes de esos meses. Me senté en la mesa de la cocina y me ofreció una cerveza. Abrió la puerta que daba a la terraza para dejar escapar el humo del tabaco y, de repente, un grupo de personas gritaron «¡sorpresa!» asomándose desde fuera. Amigas y amigos, todos vestidos de blanco. «Somos tus ángeles de la guarda», me dijeron. Me sentí la persona triste más protegida y afortunada del mundo.

A vosotros, y a los que hubieseis estado ahí de haberos conocido antes, os dedico este libro.

Supongamos que viajo sola

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