Читать книгу Ciudad, espacio urbano y arqueología - Henri Galinié - Страница 8
ОглавлениеEste ensayo se origina en la práctica de la arqueología urbana llevada a cabo en Tours, ciudad a la que me referiré constantemente en este ensayo. No se debe a que Tours sea similar al resto de ciudades, sino a que tengo un conocimiento más familiar con sus orígenes y a que, por experiencia, he llegado a la conclusión de que existe una escala local, dominante e inequívoca de la arqueología urbana, en sentido estricto. Diferentes fenómenos son analizados con diferentes escalas pero la construcción de una ciudad en sí misma se realiza in situ, sometida a sus propias circunstancias. La influencia de fenómenos de mayor amplitud y su impacto a nivel local debe ser tomada en consideración por ser factores relevantes, que sin embargo están sometidos a otros factores zonales, claramente comprensibles e interpretables en el lugar, y que hacen que éste sea lo que es en ese momento determinado.
No está mal ensalzar las virtudes del método comparativo. Pero también hay que considerar que el tipo de historia que vamos a escribir sobrepasa los hechos locales; que lo particular es sólo una influencia parcial ya que existe un fuerte vínculo entre las micro y las macro-sociedades. No es sino una manera indirecta de defender un método que sea capaz de convencer a los demás de adoptarlo; sin su adopción no hay solución. No conozco diez ciudades en Europa cuyos orígenes se encuentren en el primer milenio que hayan sido objeto de un estudio sistemático; significa bien poco para avanzar. Si este ensayo abre la puerta al procesamiento sistemático de las fuentes habrá logrado su objetivo.
Cuando observamos el plano restituido de una ciudad europea antigua o medieval, o un levantamiento catastral del siglo xviii o del xix, nos resulta familiar. El plano nos habla, encontramos semejanzas, es algo reconocible. Algunos detalles nos pueden sorprender por ser respuestas locales a situaciones específicas. Pero los elementos que componen el plano, su distribución y organización, el callejero y las murallas, la totalidad de lo que llamamos estructura urbana tiene características comunes con otras ciudades que conocemos, lo que nos permite una primera comprensión intuitiva.
Este sentimiento fundado en un conocimiento más o menos profundo se refuerza por otro, de tierra extraña, al estar frente a un plano de una ciudad árabe, china o precolombina. Si bien al principio se reconocen los elementos inherentes a la idea de ciudad, una vez pasada la impresión global de conjunto, se evidencian las diferencias y nos hallamos huérfanos de referentes. Lo que era común ya no lo es, o lo es a otro nivel. Sí, vemos calles, barrios, plazas, espacios públicos, murallas, pero la ubicación de unos y otros -a excepción, quizá, de las murallas- es tan diferente que sabemos de inmediato que estamos ante otro tipo de urbanización.
La sensación de encontrar en Europa una forma urbana común; reconocer las variaciones debidas a las condiciones históricas, a la antigüedad del hecho urbano y a las particularidades regionales, entre una multitud de factores de amplitud diversa, no ha sido un obstáculo a la construcción de ciudades de una misma tipología. Es un desafío a nuestros sistemas de interpretación y justifica recurrir a teorías que sobrepasen ampliamente el campo urbano.
¿Cuáles son las fuerzas en juego para que de Milán a Dublín y de Burdeos a Colonia las semejanzas sean más fuertes que las diferencias? ¿La casualidad? ¿Una serie de casualidades? ¿O de necesidades? ¿Qué deter- minismos? ¿Qué voluntad, humana o superior? ¿Qué arquitecto?
Las respuestas, como la pregunta, son vanas en esos términos. La evidencia nos permite adquirir la convicción que referirse a una de estas ciudades es también referirse un poco a las otras, que los factores en acción son múltiples y complejos, más relacionados que ajenos. Si uno de los postulados consiste en analizar la iniciativa individual, como actor o causa, versus el peso de la sociedad, vemos que la balanza se inclina desde el principio a favor de lo segundo, a menos que elevemos a la casualidad al nivel de estructura codificada, uniformizada y organizadora.
Un pre-requisito del método científico consiste en precisar las opciones de las que dispone este actor urbano que constituye el individuo, a veces sujeto, a veces agente de un grupo social, comunidad u organización, en su relación operativa con el espacio urbano.
En relación con los periodos mal documentados conviene interrogarse sobre la validez y utilidad del proceso de creación de un «prototipo». Es decir, a partir de la sociedad medieval un «hombre-tipo de la alta Edad Media», a partir de una organización un «hombre tipo del poder central», a partir de una comunidad religiosa un «monje tipo» o de un grupo social un artesano o «mercader tipo»... El mismo nivel de tipificación se usa en arqueología, cuando las estructuras del suelo o la casa crean al habitante, el taller al artesano, el aderezo al rico o el arma al soldado.
Entrar a la ciudad a través de la arqueología no es sino una manera técnica de restringir el área de estudio a lo materialmente real. Significa establecer los límites del conocimiento posible y abandonar las enseñanzas pre-concebidas. Pero esto no significa restringir el área a la única materialidad de las cosas sino tratar de abarcar la totalidad aprensible por este medio. Esto exige modificar las relaciones con el resto de fuentes e instaurar otras diferentes de las que se llevan a cabo actualmente. Si adoptamos ese procedimiento, se origina un flujo desde las fuentes arqueológicas al espacio, después del medio a los componentes sociales, para acabar en un ir y venir permanente entre las unas y las otras. Es evidente que las fuentes arqueológicas, escritas y planimétricas, aisladas todas ellas, tal y como ocurre con los campos disciplinarios existentes, niegan el planteamiento de la cosa urbana tal y como se propone aquí.
Es necesario aceptar pues que entendemos «entrar a la ciudad a través de la arqueología» no como una limitación disciplinaria del campo de estudio -las realizaciones materiales, la ciudad como un conjunto de realizaciones- sino como una reducción del ángulo de aproximación de un campo, a su vez sin límites. En la interdependencia, la interacción, entre los factores sociales y el espacio es donde las realizaciones materiales revelan un doble significado simétrico: el fin que las inspiró y el resultado obtenido. La utilización de diferentes fuentes toma en consideración este doble objetivo de identificación de los fines, al comprender la complejidad de los factores que conducen al resultado observable, el proceso.
Comprobamos entonces que la comprensión y la explicación no se sitúan al mismo nivel en el proceso, no cumplen papeles simétricos o complementarios. La comprensión es un medio, un instrumento que persigue la identificación de los fines esperados, mientras que la explicación es un resultado buscado que utiliza sus propios instrumentos. Captar esta diferencia entre comprensión y explicación en la acción exige que se entienda el doble estatuto de la explicación, interior y exterior. Internamente, la explicación espera justificar el proceso local en un contexto más amplio que el de la ciudad considerada individualmente. Externamente, la explicación espera colocar una ciudad en situación de comparación con otras ciudades, apoyándose en la observación de las regularidades. En la escala que hemos elegido, la única explicación pertinente es la interna.
La primera certeza alcanzada es que el tipo de historia que se obtiene está muy alejado del habitual relato urbano de la topografía histórica al que estamos acostumbrados. No es la sociedad en su espacio lo que está en el centro de nuestras preocupaciones, sino la naturaleza de la relación que une espacio y sociedad. De esto se concluye rápidamente que con la documentación existente sólo se logran pequeños instantes de esa relación.
De esta forma, ya no nos hallamos en la arqueología urbana ni en la historia urbana o en el análisis de las formas urbanas. Es una situación incómoda para todos, porque la investigación se centra en un objeto científico de contornos mal definidos o inexistentes y nadie se siente cómodo en el seno de las disciplinas reconocidas, porque cada tema solo existe en relación al espacio en constante transformación.
El intento de ubicar el espacio en el centro de nuestras preocupaciones crea modificaciones en la práctica de las cuales solo creo haber atisbado su amplitud. Este ensayo no desea cerrar la discusión sobre este asunto proponiendo soluciones o recetas, sino que ambiciona contribuir al debate sobre las modalidades de estudio del espacio y las sociedades urbanas antiguas y medievales.
Este ensayo debe mucho a intercambios informales a lo largo del tiempo con arqueólogos e historiadores. Evidentemente también está en deuda con mis colegas de la UMR 6575 Archéologie et Territoires como con el pequeño grupo constituido por investigadores de diversos sectores de las ciencias humanas y sociales que acoge en su seno la Maison des Sciences de la Ville de la Universidad de Tours. En seminarios o discusiones libres compartimos una pasión común por la fábrica social de la ciudad. Sin la necesidad recíproca de conocer la praxis disciplinaria de cada uno, no hubiera hecho conocer los míos ni los hubiera corregido ni reorientado.
A todos ellos, que dieron origen a este ensayo, por lo que me enseñaron y me hicieron descubrir, muchas veces sin saberlo, les estoy muy agradecido.