Читать книгу La maga y la vampira hacen de las suyas - Henry Lassar - Страница 6
1 Jarabe de miel
ОглавлениеHabitualmente los padres se quejan de que sus hijos son muy inquietos y no tienen de otra que amenazarles con un severo castigo para que se comporten. Todos somos o fuimos niños y es normal haber sido inquietos y traviesos en dosis razonables. Aunque nuestras amigas Mikal y Naila sí que eran un caso de aquellos, un caso extremo de meterse en aprietos.
Ambas tenían diez años, cursaban en el mismo salón y ya tenían un gran historial de travesuras; sin embargo sus acciones no tenían un origen malintencionado.
Para comenzar les contaré sobre Naila y su cabello lacio que le llegaba hasta los hombros, y que casi no se le desordenaba cuando iba a gran velocidad con los patines. Su espíritu aventurero se dibujaba claramente en su rostro, además de su mirada que describía lo lista que era. Digamos que su última travesura, que contaré luego, fue el motivo por el que sus padres, el señor Santino y la señora Julie, la castigaron por dos semanas sin salir de la casa y sin ver la televisión.
Pero llegó el ansiado día en que su castigo se terminó, entonces Naila se despertó muy temprano y desayunó apresuradamente; después se calzó los patines, las rodilleras y el casco. Las vacaciones de verano casi llegaban a su fin, así que estaba dispuesta a recuperar el tiempo perdido.
Salió de su casa y patinó por la acera silbando una canción. Poco a poco fue aumentando la velocidad, esquivando a cuanta persona tenía al frente. «Fíjate por donde pasas, niña malcriada», le decía más de un furioso peatón; sin embargo su destreza en los patines era tanta, que era imposible que se estrellara con alguien.
Recorrió las calles, sonriendo. «Terminó mi castigo, terminó mi castigo», cantaba y bailaba, dando vueltas como un trompo. Realizó otras piruetas con los patines, mientras los vecinos miraban sorprendidos a la niña recorriendo el barrio.
Este barrio llamado el Gran Arándano, tiene un par de colegios, pero el más bonito es uno llamado La Semilla; también tiene muchos restaurantes, incluyendo los de menú vegetariano; un puñado de parques recreativos de distintos tamaños y un auditorio donde se suelen presentar bandas musicales u obras teatrales en fechas festivas.
Gran Arándano era tan normal como cualquier otro barrio, hasta que la Maga y la Vampira comenzaron a hacer de las suyas poniendo todo de vuelta y media. Por esta razón el chisme sobre Naila se esparció en pocos minutos.
—Dice que ya le levantaron el castigo —le dijo una señora a otra, mientras compraban el pan.
—Entonces se avecinan nuevamente las desgracias a este barrio —le respondió angustiada.
En un minimarket una señora decía:
—Si yo fuera su madre la castigaría de por vida.
Pero Naila, muy ajena de los chismes, se encontraba muy contenta porque iba directo a la casa de su mejor amiga, Mikal.
Mientras tanto Boris, el papá de Mikal, se encontraba preparando el desayuno. A su hija le encantaban los panes con mermelada y a su esposa los panes con mantequilla. Mientras hervía el agua y tostaba los panes en la sartén, su oído agudo le hizo escuchar el chirrido de los patines acercándose más y más. Ese chirrido característico le ponía los pelos de punta.
El señor Boris pegó la oreja a la puerta, esperando lo peor. Alguien comenzó a tocar la puerta. Toc, toc, toc. Rogó para que se tratara de cualquier otra persona. Enseguida el timbre sonó en más de una ocasión.
—¿Hay alguien en esta casa? —pregunta Naila desde el otro lado.
El señor Boris se apegó a la puerta, tratando de hacer el menor ruido posible, esperando que la niña se fuera de una vez mientras se comía las uñas por la angustia. «Fueron dos semanas de paz y tranquilidad», pensó.
Cuando dejaron de tocar la puerta y el timbre por fin el papá de Mikal se sintió aliviado y respiró con tranquilidad. Luego caminó despreocupadamente hasta la cocina listo para terminar de preparar el desayuno, pero se detuvo sorprendido al ver a la avispada Naila degustando un pan tostado untado con mermelada.
—Delicioso —dijo con la boca llena.
El señor Boris no sabía si estar impresionado o enojado. Estaba a punto de hacer una rabieta cuando por la escalera bajó Mikal, con la misma cara risueña de siempre y con su desordenado cabello de rizos que le llegaba hasta la mitad de la espalda.
Naila se alegró de ver a su mejor amiga después de dos semanas y corrió a abrazarla fuertemente.
El papá de Mikal se repuso del enojo que le había puesto la cara roja como un tomate y le preguntó a Naila cómo recórcholis había entrado a la casa. Ella le explicó que simplemente había entrado por la ventana abierta de la cocina.
—Señor, tenga cuidado, un ratero o un gamberro se puede meter a su casa —le recomendó con una sonrisa de oreja a oreja.
—Espero que hayas reflexionado mucho en tus días de castigo —dijo el señor Boris, sin estar convencido.
En ese mismo instante bajó la señora Ágata, con ruleros en la cabeza y con una mascarilla verde en la cara. La sorpresa de ver a Naila en su cocina hizo que le saltaran todos los ruleros y se le escurriera la mascarilla.
Es que todos tenemos siempre una visita incomoda, pero las visitas de Naila superaban los limites. La última visita, que había sido hace dos semanas, originó un problemón que les costó un severo castigo a las dos amigas. Ese día durante una hora llovió jarabe de miel en todo el Gran Arándano. Sí, cosas tan delirantes sucedían cuando Naila y Mikal se juntaban.
Realmente esta historia comienza un año atrás, cuando Mikal y sus padres se mudaron al Gran Arándano. A los pocos días Mikal y Naila se conocieron en el colegio La Semilla, mientras cursaban el quinto año de educación primaria. Las dos se llevaron tan bien que se hicieron buenas amigas.
Desde entonces comenzaron a frecuentar sus respectivas casas, donde se la pasaban jugando, viendo televisión, recortando revistas, regando plantitas, bailando o cantando. Cuando Mikal sintió que ya tenía la suficiente confianza de su amiga le confesó su más grande secreto, bueno, quizás no tan gran secreto porque todo el mundo se terminaría enterando al poco tiempo:
—Soy una maga.
Naila comenzó a reír hasta que se le enrojeció la cara. Mikal le enseñó la lengua un poco molesta de que no le creyera, luego agarró el televisor y lo encogió hasta hacerlo del tamaño de una tacita de té. Su amiga, totalmente sorprendida, comenzó a hacerle un montón de preguntas.
—¿Cómo aprendiste a hacerlo? —le preguntó primero.
—He leído los libros de magia de mis padres —contestó Mikal.
—¿Tus padres son magos?
—Hace muchos años que no son magos, pero eran muy famosos porque vencieron a muchos villanos.
—Yo quiero aprender magia.
—Yo te enseño, pero quiero que tú me enseñes a patinar.
—Trato hecho.
Las siguientes semanas, después del colegio, Naila se pasaba a la casa de Mikal y juntas repasaban los libros de magia. Las enseñanzas no fueron muy productivas para ambas, porque Naila fue incapaz de aprender magia y Mikal no lograba dominar los patines, cayéndose constantemente cuando practicaba en la calle.
Un día la señora Ágata llegó del trabajo y encontró la casa hecha un completo desastre, como si un tornado hubiese pasado. Asustada caminó por toda la casa, asimilando la catástrofe y casi pega un grito de terror cuando por poco choca con el gato, que se encontraba levitando por toda la casa. Luego supo que todo se debía a una fallida clase de magia de su traviesa hija.
—Mikal, arregla este desastre y luego ve a tu habitación —le ordenó su mamá, muy molesta.
Cuando la señora Ágata estaba más tranquila tuvo una pequeña charla con Naila, que todavía se preguntaba la razón de su incapacidad de aprender la magia más básica como hacer aparecer un conejo de un sombrero.
—Naila, no quiero romper tus ilusiones —le dijo ella—, pero necesitas nacer con un don para que realmente puedas aprender y hacer magia.
—Pero puede que haya nacido con el don —replicó Naila, muy esperanzada.
—Entonces te haré unas preguntas para saber si naciste con el don.
—Está bien.
—¿Cuándo fuiste una bebé tus cabellos se movían como si tuvieran vida propia?
—No, para nada.
—¿Cuándo eras más pequeña podías cambiar el color de tus cejas a voluntad?
—No lo recuerdo. Aunque creo que no.
—¿Eres capaz de resolver veinte adivinanzas en menos de una hora?
—No me he tomado el tiempo de hacerlo.
—Según tus respuestas es muy difícil que puedas ser una maga.
Naila se entristeció mucho.
—No te desanimes, Naila —dijo la señora Ágata con optimismo—. Tienes un gran talento para el patinaje.
De todas formas eso no animó mucho a Naila, que se fue triste a su casa. En el sofá de la sala reflexionó las palabras de la mamá de Mikal, mientras sus papás se ponían lentes de aumento para poder ver la telenovela en la tele reducida al tamaño de una taza de té. Unos días después mientras Naila reposaba en su habitación, que quedaba en el segundo piso, alguien tocó su ventana. Ella abrió la ventana y la cabeza de Mikal se asomó con una gran sonrisa.
—Holaaaaa —saludó con entusiasmo, agitando la mano derecha.
Naila cayó sentada de la impresión. Su amiga estaba agarrada de un scooter volador. Extendió su mano derecha, mientras se agarraba con la izquierda fuertemente del timón.
—Vamos a dar un paseo —le dijo.
Naila tomó su mano y luego se agarró fuertemente de la cintura de Mikal. El scooter se deslizó suavemente por el cielo nocturno, mientras miraban el paisaje de casas iluminadas.
El viento golpeaba fuertemente en sus caras. Mikal ya tenía recogido su cabello rizado y usaba unas gafas elásticas de aviador. Le pasó unas gafas similares a su amiga para que se las pusiera.
Al poco rato el scooter descendió hasta llegar a la casa de Mikal, que estaba adornada para la celebración Halloween. Las dos entraron, se fueron directamente a la cocina y cortaron dos trozos de pastel, que fueron comiendo mientras miraban la televisión, donde se trasmitía una maratón de “Ernest el vampiro”, una serie animada que le encantaba a Naila.
—Ya sé de qué me voy a disfrazar en Halloween —dijo Naila muy entusiasmada—. Me pondré la peluca de mi mamá, una capa roja y por supuesto unos colmillos muy grandes.
—Entonces serás una vampira.
—Sí, una linda vampira.
El día de Halloween Mikal se puso una túnica azul con estrellas doradas y un enorme sombrero de punta que le prestó su papá. En vez de escoba iba con su scooter que estaba adornado con una pequeña calabaza de juguete y una telaraña falsa.
Cuando Naila llegó tenía una larga peluca negra que le llegaba hasta la cintura, estaba vestida con su típico pantalón corto y una camisa, pero encima una capa roja y sus inseparables patines en vez de zapatos. Al sonreír se veían sus falsos colmillos vampíricos.
La señora Ágata sabía que el barrio era muy tranquilo, para dejar salir por un rato a las dos niñas a pedir caramelos, pero de todas formas les pidió que tuvieran mucho cuidado.
—Chicas, diviértanse —dijo. Luego se dirigió especialmente a su hija—. No quiero quejas de ningún vecino.
—No te preocupes, mamá —respondió ella, arrastrando su scooter.
—Y no uses ese scooter como avión —le advirtió.
—Ya, mamá.
Ambas recorrieron el barrio, teniendo alrededor a varios grupos de niños disfrazados de todo tipo de personajes, corriendo, saltando y pidiendo caramelos. Ellas tuvieron la mala suerte de ir a las casas en donde señores cascarrabias las botaban vociferando:
—¡Niñas malcriadas, hoy se celebra el día de la canción criolla!
Les cerraban de un portazo que hacía retumbar los vidrios de las ventanas. Al cabo de media hora tenían sus calabazas de plástico totalmente vacías.
—Creo que un poco de magia no caería mal —sugirió Naila a su amiga—. Vamos a impresionarlos con un acto de magia y nos darán muchos dulces.
Muchos señores, señoras, jóvenes o ancianos se sorprendieron al abrir sus puertas y ver una gran humareda. De la humareda aparecía la Vampira sosteniendo el enorme sombrero de la Maga. Saludaba cordialmente «buenas noches». Enseguida agitaba el sombrero con mucha fuerza hasta que de ahí salía la Maga.
—Hola, somos la Maga y la Vampira —anunciaban muy entusiasmadas, mientras extendían las calabazas vacías.
Este acto no gustó mucho, porque en tres ocasiones seguidas solamente recibieron un miserable caramelo que parecía haber sido guardado durante años por lo duro que estaba. Morderlo quizás les hubiera causado una rotura de dientes.
En una casa una señora se llevó las manos a la boca, sorprendida de que la Maga saliera del sombrero. Le preguntó cómo hizo para poder entrar ahí, pero la Maga quería sus caramelos antes que darle una respuesta.
—Señora, es simplemente magia —contestó.
La señora molesta por la respuesta le cerró la puerta.
Digamos que solo a dos personas les encantó el acto del humo y el sombrero. Se trataba de los esposos Franz y Fernanda, que prorrumpieron en aplausos y les regalaron muchos caramelos, que llenaron sus esmirriadas calabazas de plástico.
—Me dieron un buen susto con ese acto de magia —dijo alegremente Fernanda a las dos muchachitas.
La Maga y la Vampira se despidieron y regresaron cantando a sus casas, pero en el camino vieron como unos niños abusones disfrazados de vaqueros les quitaban sus dulces a niños más pequeños disfrazados de superhéroes. Ambas los siguieron un par de cuadras, escuchando como se reían por sus maldades.
—Hay que darles una lección —dijo Naila. Se acercó a la oreja de Mikal y le explicó detalladamente el plan.
Antes de que los niños disfrazados de vaqueros cruzaran la pista, la Maga se interpuso en su camino con los brazos cruzados.
—Niña boba, sal de nuestro camino —le dijo un niño brabucón, que parecía ser el líder de todo el grupo de vaqueros.
La Maga se llevó las manos a la cara, estiró sus cachetes, sacó una enorme lengua, y sus cabellos rizados saltaron como si fueran serpientes apunto de atacar. Su enorme sombrero saltó por los aires.
A pesar de lo ridícula que se veía su cara fue suficiente para aterrorizar a los niños gamberros, que se pusieron blancos del susto y optaron por correr. En dirección contraria apareció la Vampira patinando velozmente y con una mano ágil les arrebató las calabazas repletas de dulces. Ellos siguieron corriendo, asustados.
El sombrero bajó del cielo, primero cubriendo toda la cabeza del niño más brabucón y luego tragándoselo de un bocado.
Los niños vaqueros corrieron por todo el barrio, diciendo entre alaridos que un monstruo estaba suelto y que un horrible sombrero se había tragado a su amigo.
La Maga recogió su enorme sombrero y luego se puso las gafas de aviador al igual que la Vampira. Ambas se fueron volando con el scooter, en busca de los niños disfrazados de superhéroes para devolverles los dulces.
Mientras volaban observaban el pánico de la gente en las calles, corriendo de un lado a otro, metiendo a sus hijos a sus casas, cerrando con trancas las puertas, apagando las luces, sin dejar de vociferar «un monstruo está suelto en la calle, llamen a la policía, mejor al ejército». Ellas no le dieron tanta importancia al alboroto.
Al final no lograron encontrar a los niños disfrazados de superhéroes, así que la Maga dejó a su amiga en su casa, donde sus padres esperaban nerviosos en la puerta.
—Naila, me tenías preocupada, dicen que un monstruo anda suelto por el barrio —dijo su mamá muy preocupada.
El sombrero de Mikal se agitaba mucho. Se lo sacó y metió todo el brazo rebuscando en su interior hasta que sacó al niño brabucón disfrazado de vaquero como si fuera un conejo y lo dejó sentado en el piso. La señora Julie saltó de la sorpresa.
—Espero que hayas aprendido la lección —le dijo Mikal.
El muchacho estaba tan mareado que parecía como si varios pajaritos volaran alrededor de su cabeza. Mikal otra vez deformó mágicamente su cara, haciendo que el vaquerito saliera corriendo como si hubiera visto la cosa más espantosa del mundo. De paso el señor Santino y la señora Julie también recibieron el susto de sus vidas.
Naila comenzó a reírse tanto que le dolió la panza.
Muchos días después ambas volvieron a acordarse de aquel loco Halloween, entre risas risueñas.
—Deberíamos darle una lección a los niños malos más seguido —dijo Naila.
—Entonces desde ahora seremos la Maga y la Vampira —dijo Mikal.
De hecho las intenciones de ambas eran buenas, pero los resultados muy desastrosos. Guardaban sus disfraces en sus mochilas y se los ponían cada vez que querían impartir justicia ante algún abusón del colegio La Semilla.
Los monstruos raros y los sustos que impartían la Maga y la Vampira no fueron del agrado de la directora del colegio, que llamó a los padres de ambas.
—Señor Boris, está prohibido que su hija use magia en este colegio —le dijo educadamente—. No quiero verme obligada a expulsarla.
El señor Boris asintió, un poco avergonzado.
—Su hija le anda dando sustos a sus compañeros usando una rara peluca y colmillos —le dijo la directora a los padres de Naila—. Su hija no usa magia, pero es tan peligrosa como la alumna Mikal.
A pesar de la prohibición de usar magia dentro del colegio, ambas se las arreglaron para hacer de justicieras una vez saliendo de clases. Sin embargo las cosas no se limitaron a la época estudiantil. En las vacaciones de verano la Maga y la Vampira idearon un plan para obtener mucha agua azucarada; así que buscaron entre los viejos libros un conjuro ideal para endulzar mágicamente el agua.
Pero resultó que la lluvia se convirtió en jarabe de miel, que comenzó a caer en todo el barrio durante una hora.
El Gran Arándano atardeció pegajosos y con una gran plaga de moscas y hormigas.
Los vecinos tuvieron que echar insecticida, también limpiar y baldear durante tres días seguidos las pistas, las aceras, los techos de las casas, las banquetas de los parques, los postes de luz, entre otros muchos rincones. Ya era de conocimiento popular que la Maga y la Vampira habían tenido que ver en el desastre.
«¡Otra vez la Maga y la Vampira haciendo de las suyas!» era la expresión popular de la mayoría de los vecinos.
Aquella travesura les había valido a ambas dos largas semanas de castigo.
Es por eso que el señor Boris se revolvía el cabello y se mordía la uñas muy estresado cada vez que Naila venía de visita a su casa. «Otra desgracia puede ocurrir cada vez que se juntan», pensaba muy intranquilo.