Читать книгу La maga y la vampira hacen de las suyas - Henry Lassar - Страница 7

2 Competencia de glotones

Оглавление

Mikal se levantó temprano y se alistó para su primer día de clases. Planchó su blusa blanca y su falda negra. Se calzó los zapatos bien lustrados y la corbata michi roja, que era parte de la indumentaria del uniforme. Bajó a desayunar. Como era costumbre su padre ya tenía listo el desayuno.

—Hoy vas a comenzar el sexto año —dijo el señor Boris muy entusiasmado, mientras se acomodaba la corbata negra para ir a trabajar en una compañía de abogados.

La mamá de Mikal se le acercó, vestida con un traje sastre. Tenía un portafolio en una mano, lista para ir a la compañía de seguros donde era recepcionista.

—Espero que este año me traigas menos problemas que el anterior —dijo ella, mientras se peinaba con un cepillo mirándose en el espejo de la sala.

Cuando Mikal terminó de desayunar fue hasta la cochera para sacar su scooter volador. Su madre se asomó con el entrecejo fruncido.

—Usa la bicicleta —le ordenó.

—Pero a mí me gusta usar el scooter —replicó Mikal fastidiada.

—Ya has originado muchos destrozos con ese scooter.

—Te prometo que no lo usaré para volar.

La señora Ágata le mostró su cara más furiosa y arrugada. Mikal sabía que cuando su madre ponía esa cara de ogro era mejor hacerle caso. Inmediatamente agarró la pequeña bicicleta plateada con una canastita de mimbre en el timón, y salió a la calle pedaleando hasta el colegio.

En el camino Mikal escuchó que alguien cantaba y luego acompañaba la letra con suaves silbidos. Se trataba de Naila, que estaba también uniformada, avanzando por la acerca deslizándose suavemente con sus patines. Aquellos patines eran los llamados Quad, en forma de elegantes botines con cuatro enormes ruedas.

Las dos amigas se saludaron. Ambas llevaban mochilas idénticas que se habían comprado a la vez en las vacaciones. Eran coloridas como si fueran de un hippie. En ellas llevaban sus cuadernos, libros, cartucheras y refrigerios.

Miraron la hora y aceleraron la marcha para no llegar tarde.

—¿Qué te mandaron hoy tus papás? —le preguntó Naila, mirando siempre al frente para no golpearse con algún obstáculo o peatón.

—Pan con pollo frito, dos manzanas y jugo de naranja —respondió Mikal, pedaleando más fuerte para estar a la par que su amiga, tan veloz como un cohete.

—A mí me mandaron pan con jamón, una pera y una botella de agua.

—Te regalo mi manzana.

—¿No te gustan las manzanas?

—Con una es suficiente para mí.

—Si fuera por mí te pediría todo el refrigerio.

Naila era capaz de comer como si su estómago no tuviera fin. La primera vez que invitó a Mikal a su casa, esta vio como comía tres platos de sopa y dos platos de segundo en unos cuantos bocados. Después con una gran sonrisa a flor de piel pedía el postre.

Naila tenía una contextura normal, como la mayoría de las chicas de su edad. Decía que la razón por la cual comía y comía sin empacharse era porque quemaba todas las calorías en sus intensas prácticas de patinaje por las tardes.

Una vez iniciadas las clases todas las chicas y chicos de sexto año se presentaron ante la joven profesora Carmín, que era recta pero comprensiva con sus alumnos. El salón A de sexto estaba conformado por 12 niños y 14 niñas. Tantos que mencionaré solamente a algunos, como Santiago, el chico de prominente nariz; Chirmel, la chica mandona que fue nombrada brigadier de la clase; Gael, el chico de las abundantes pecas; Fernando, el más estudioso del salón; Alicia, que también es muy estudiosa; Saulo, el más alto de la clase y temido por casi todos, excepto por Mikal y Naila que ya le habían dado su merecido en varias ocasiones el anterior año.

Algunas semanas después de que iniciaron las clases, a la hora del recreo, muchos se dieron con la ingrata sorpresa de que les habían robado sus refrigerios. La brigadier investigó el caso durante el resto de la clase, tomando declaraciones de varios compañeros.

—Qué raro que a ti no te han robado tu refrigerio —le dijo a Naila, que estaba sentada en la carpeta repasando un libro estudiantil.

No era casualidad que Chirmel se acercara directamente a Naila. Todos sabían que la brigadier la aborrecía a ella y a su mejor amiga, que estaba en la carpeta del costado escuchando mientras contenía la risa.

Chirmel a veces era odiosa, creyéndose la alumna ejemplar, además de ser totalmente zalamera con los profesores. Tenía un enorme lunar en la mejilla izquierda y cada vez que se enfadaba su cara se inflaba como un globo.

—¿Qué te parece gracioso, Mikal? —le preguntó la brigadier señalándola con su dedo acusador—. Seguro usaste magia para desaparecer los refrigerios. Ya sabes que está prohibida la magia en este colegio.

—Me da risa tu poco criterio para investigar —replicó Mikal, incomoda que la señalaran con el dedo.

Santiago se acercó a las chicas.

—Ustedes deberían investigar el caso —le dijo a Naila y Mikal—. La Maga y la Vampira siempre resolvían todos los casos estudiantiles.

—Y ocasionaban grandes desastres —añadió la brigadier.

Cuando Chirmel dio la vuelta para ir a su carpeta, Mikal tragó aire y por unos segundos su cara adoptó la forma de un globo a punto de estallar. Santiago y Alicia comenzaron a reírse por la ocurrencia de su amiga. «Pareces la hermana gemela de Chirmel», le dijeron.

Después Alicia les preguntó a Mikal y Naila la razón por la cual habían dejado de impartir justicia dentro del colegio como la Maga y la Vampira.

—Nos lo prohibieron —dijo Mikal un poco triste—. Si lo volvemos a hacer de seguro que nuestros padres nos dan todo un año de castigo.

—Y sin poder salir —añadió Naila, angustiada y mordiéndose las uñas.

—Mi madre me advirtió que me daría de comer menestras todos los días.

Ese día no se dio con el culpable; sin embargo cuando todo volvía a la normalidad otros 12 refrigerios desaparecieron días después. Naila fue una de las afectadas.

—Me las pagará —dijo muy indignada—. Yo que tengo tanta hambre y me dejan sin comida —se levantó de su asiento y habló fuerte para que el desconocido culpable la escuchara desde algún lado—. Espero que te dé una indigestión y que te duela la panza toda una semana y que lo cólicos no te dejen dormir.

Mikal le tranquilizó.

—No te preocupes, yo te invito la mitad de mi refrigerio —dijo, sacando su táper envuelto en un pañuelo rojo. Cuando lo abrió descubrió que le habían robado sus sándwiches y su jugo, dejándole únicamente una manzana mordida.

Chirmel se desternilló de risa en el piso y se mofó de la tragedia de las mejores amigas.

Mikal se enojó tanto que le comenzó salir humo de las orejas. Le rechinaron los dientes y apretó los puños. Caminó por todo el salón, mirándoles la cara a todos en busca del culpable.

—Te encontraré, te encontraré, te encontraré —murmuró enojada.

Naila la sujetó del brazo para detenerla, pero Mikal avanzaba decidida a encontrar al culpable. Ella estaba dispuesta a hacer uso de la magia, mientras la odiosa brigadier esperaba que lo hiciera para que le impusieran un severo castigo. Fernando también la sujetó de otro brazo y Alicia de las piernas.

—Tengo una idea —le dijo Fernando para tranquilizarla.

Al final Mikal se calmó. Naila, Fernando, Alicia y ella se juntaron en el patio del colegio al final de las clases. Se sentaron en círculo para hablar.

—Ese ladrón de refrigerios es muy veloz —opinó Alicia, sacando unos apuntes—. Según mis cálculos le toma cinco minutos y lo hace cuando nos trasladamos al laboratorio de química.

—Es por eso que solamente lo ha hecho dos veces y no todos los días —dijo Fernando, observando la manzana mordida que le habían dejado a Mikal.

—¡Solamente cinco minutos! —se sorprendió Mikal.

—Es una verdadera máquina de glotonería para tragarse todo en cinco minutos —dijo Naila llevándose la mano al mentón.

—Pero la profesora Carmín echa llave cuando vamos al laboratorio —dijo Mikal.

—Sí, pero cinco minutos antes la brigadier supervisa si no se queda nadie en el salón y después de eso la profesora echa llave —explicó Alicia.

Todos se miraron entre sí.

—¡Chirmel! —coincidieron.

Sin embargo Fernando seguía con muchas dudas. Observó la mordida de la manzana con muchísimo detenimiento.

—Esta mordida pertenece a una boca muy grande —dijo—. Chirmel no trabaja sola.

—Sí, con otra persona, por eso pueden comerse todo en cinco minutos —opinó Alicia.

—Lo malo es que es la brigadier y se escudará detrás de su cargo —dijo Mikal enojada y volvió a salirle humo por las orejas—. Seguro lo hace para que yo pierda la paciencia y me expulsen.

Naila evaluó la situación detenidamente. Luego se levantó decidida.

—Voy a retar a Chirmel y a su compinche —dijo envalentonada y llevándose las manos a la cintura—. Yo, Naila la Vampira, les haré probar de su propia medicina a esa mosquita muerta y a su cómplice.

El viernes, cuando terminaron las clases, Naila se acercó a Chirmel extendiendo su dedo acusador y señalándola.

—Tú eres la culpable de la desaparición de los refrigerios —dijo con firmeza, mientras varios compañeros dejaban de guardar sus cosas para observar atentos lo que sucedía.

Chirmel se enojó y la miró furiosa, con los ojos queriéndose salir de sus orbitas. Su cara se infló como un globo.

—Cómo te atreves a levantar falsos testimonios contra mí, que soy la autoridad en este salón —dijo con enojo—. No tienes pruebas de nada. Nada de nada.

—Hay cosas muy sospechosas —replicó Mikal, que estaba a un costado de su mejor amiga.

—¡No hay pruebas! —vociferó Chirmel—. ¡Nada de nada!

Naila cruzó los brazos y miró fijamente a la odiosa Chirmel. Todos los alumnos del salón contuvieron el aliento, esperando que la riña creciera hasta hacerse incontrolable, pero Naila sonriente bajó el tono de su voz y dijo:

—Te hago una propuesta que te va a interesar.

Chirmel arqueó las cejas y luego entrecerró los ojos.

—Explícame tu propuesta —dijo interesada.

—Mañana vamos al «Restaurante Maracuyá y Lúcuma» a la hora de almuerzo y hagamos una competencia de quién puede comer más platos —explicó.

—No estoy interesada.

—Puedes llevar a otra persona. Yo competiré sola.

Chirmel miró a Saulo de reojo. Él se acercó lentamente, enorme y pesado como siempre, mientras varios chicos se apartaban de su camino.

—Aceptemos el reto —dijo Saulo entusiasmado—. ¿Qué pasa si ganamos?

Naila miró fijamente a Saulo y Chirmel, ambos demasiado confiados.

—Aceptaré la culpa de los refrigerios que se han desaparecido y me comprometeré a devolverlos, además de pagar toda la cuenta del restaurante para la competencia —dijo.

Aquella propuesta desencadenó todo tipo de comentarios y murmullos en el salón. Varios sospechaban de la culpabilidad de Saulo en el tema de los refrigerios, pero temían acusarlo. Era muy conocido su hambre voraz de barril sin fondo a la hora de comer.

—¿Y si perdemos que nos pasará a Chirmel y a mí? —preguntó el enorme Saulo.

—Tendrán que aceptar la culpa de la desaparición de los refrigerios y devolverlos —contestó Naila—. Además pagarán la cuenta del restaurante para la competencia.

Saulo sonrió y se palmoteó la panza. Sin embargo Chirmel no estaba del todo confiada.

—Nada de magia —advirtió con severidad—. No quiero cerca a Mikal el día de la competencia.

—No asistiré —se comprometió Mikal.

Saulo siguió riéndose, mientras se le hacía agua a la boca pensando en todos los platos que comería el día de la competencia.

—Naila, tendrás que ir ahorrando desde ahora todas tus propinas para pagar la comida que mañana gustosamente nos vas a invitar —dijo burlonamente, antes de retirarse.

En ese momento Santiago y Gael sacaron un cuaderno y comenzaron a apuntar a todos los que querían inscribirse para las apuestas de la competencia de glotones. Todos le daban una importante ventaja a Saulo. «Se comerá hasta la mesa entera», comentaban.

—Ingratos —dijo Mikal a todos—. Naila está compitiendo para que les devuelvan sus refrigerios y ustedes apostando por el gamberro de Saulo.

El sábado al mediodía Naila se puso ropa deportiva y por último se calzó los patines. Antes de ir al «Restaurante Maracuyá y Lúcuma» fue a visitar a su amiga Mikal a su casa. Una vez juntas hablaron brevemente sentadas en el umbral de la puerta.

—¿Cómo te encuentras? —le preguntó Mikal, un poco intranquila.

—Hoy me he levantado con mucha hambre —dijo Naila con una gran sonrisa que manifestaba su enorme confianza.

—No me preocupa Chirmel. Yo sé que le puedes ganar a ella, pero Saulo en verdad es un barril sin fondo, estoy segura que si él quisiera se podría comer a un caballo entero sin quitarle las herraduras.

—No seas pesimista, Mikal. Él se podrá comer un caballo, pero yo a una enorme vaca.

Al momento de la despedida Mikal le deseó suerte de todas las formas posibles. Naila giró dando círculos con los patines y luego aceleró como si tuviera cohetes amarrados a las piernas. Silbó rumbo al restaurante y luego esperó en un cruce peatonal hasta que cambiara la luz a verde.

El «Restaurante Maracuyá y Lúcuma» era de dos pisos, con una gran variedad de platos a la carta, además de tener los más deliciosos postres de todo el Gran Arándano.

Cuando Naila entró vio a varios de sus compañeros de aula esperándola. Al fondo en una mesa familiar estaban sentados Chirmel y Saulo. Este último tenía una cuchara y tenedor en ambas manos, golpeando la mesa muy impaciente.

Naila se deslizó suavemente por el restaurante, mientras la seguían sus compañeros. Se sentó mirando directamente a sus dos adversarios. Parado a un lado de la mesa, estaba Santiago que se había comprometido a ser el juez de la competencia.

—¿Preparada, renacuaja? —le preguntó Saulo muy burlón.

Naila movió la cabeza afirmativamente, mientras el improvisado juez le entregaba los cubiertos.

—Pásame tu cuchillo —le dijo Saulo a Santiago, en referencia a su prominente nariz.

Todos se rieron, menos Naila que estaba totalmente concentrada para la competencia.

El mozo llegó con una bandeja y sirvió tres platos de abundante arroz chaufa.

Saulo le echó tamarindo y se lo comió en cinco grandes cucharadas. Chirmel lo hizo en siete cucharadas. Naila demoró un poco más, porque primero se puso un pañuelo de cuadritos en el cuello, agradeció por los alimentos, y además respetó los buenos modales para comer en la mesa.

Después de terminada la primera ronda de comida, el mozo sirvió tres platos de tallarines con salsa roja.

Saulo enredó los tallarines en su tenedor y se comió todo de un solo bocado. Chirmel demoró un poco más y Naila aún más porque se limpiaba seguido las manchas de la salsa roja de su boca.

—Qué buen aperitivo, ahora tráiganme la comida de verdad —dijo Saulo ante la sorpresa de todos.

El mozo sirvió tres platos de causa rellena de pollo.

Saulo sin inmutarse se comió todos en cuatro grandes cucharadas e instó a las chicas para que se apuraran y sirvieran la siguiente ronda. Los compañeros del salón que estaban alrededor seguían observando sorprendidos y con los ojos abiertos como platos.

El mozo sirvió arroz con pato.

Saulo se comió la presa de pato en un solo bocado, luego abrió la boca y se embutió todo el arroz. Chirmel terminó un rato después, pero ya estaba mareada. Naila demoró más, porque cortaba tranquilamente con el cuchillo en trozos la presa de pato.

El mozo sirvió pescado frito.

Saulo agarró el pescado entero, se lo metió a la boca y luego sacó su espinoso esqueleto. Mientras tanto Chirmel se daba por vencida, sin siquiera haber terminado la mitad de su pescado.

—No más, no más —dijo derrotada y a punto de colapsar—. Saulo, te lo dejo en tus manos… o en tu estómago.

Naila cortaba tranquilamente en trocitos el pescado. Saulo enojado la apuró.

—Rápido, que todavía tengo hambre —le dijo impaciente.

Todos se sorprendían de la voracidad desmedida de Saulo y se preguntaron si tenía más de un estómago. Mientras tanto Naila calculaba las horas que tendría que patinar para quemar todas las calorías ganadas.

El mozo sirvió dos pollos a la brasa enteros, con abundantes papas fritas.

Saulo se frotó las manos, luego partió el pollo en cuatro y se lo tragó en cuatro bocados. Seguidamente se embutió las papas fritas; Sin embargo todos comenzaron a prestarle atención a la impasible Naila, que comía las papas de una en una y se tomaba su tiempo para cortar el pollo en muchos trocitos.

A Saulo comenzó a sudarle la frente. Esta vez no apuró a su adversaria y tomó un vaso de agua con lentitud y algo de nerviosismo.

El mozo sirvió dos platos con lentejas.

Saulo esta vez tardó en terminarse la menestra. Naila acabó primero.

El mozo sirvió hamburguesas.

Saulo tardó en terminársela, mientras que Naila elegía con mucha tranquilidad qué cremas ponerle. Eligió kétchup y salsa de aceituna.

El mozo, ya cansado de servir a cada rato, llegó con hot dogs y nuggets.

Saulo comió lentamente, pero antes de llegar a la mitad se cayó de espaldas junto con la silla. Se arrastró en el piso y se levantó lentamente apoyándose de la mesa. Miró como Naila terminaba sin ningún problema su plato.

—Señor mozo, deme la carta de los postres —dijo ella, sonriente.

Todos totalmente sorprendidos se cayeron sentados, incluyendo al mismo mozo que después le trajo varios postres a Naila.

—¿Cómo lo haces? —inquirió Saulo al borde del colapso.

—El secreto está en cortar la comida en trocitos —contestó ella antes de terminar su mazamorra morada.

La maga y la vampira hacen de las suyas

Подняться наверх