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¡Y la primavera llegó!

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Sí, al fin llegó la primavera, y junto a ella, esa fascinante explosión de colores, y de verdes y de flores, y más flores. ¡Qué belleza! Se me ocurre que es como ver al mismo Señor pintando personalmente a cada una. Y con ese estallido de vida, brotó mi enredadera. Aquella de la cual les hablé.

Aquella enredadera que la mano del podador había dejado tan desnuda, tan mustia, tan gris. Cuántas mañanas miré esos troncos retorcidos como queriéndoles dar fuerza para que brotaran.

Pero recuerdo las palabras de mi sobrino, del podador: “Tan sólo debes esperar hasta la primavera”.

¡Cuántas cosas me ayudó a aprender esa espera, esa poda! Aprendí que el Señor quiere desarrollar en nosotros la virtud y el don de la paciencia. (“Tened paciencia hasta la venida del Señor. Mirad cómo el labrador espera el precioso fruto...” Santiago 5.7)

Aprendí que la vista tiene poca importancia en los propósitos de Dios. Romanos 8.25 lo dice así: “Pero si esperamos lo que no vemos, con paciencia aguardamos”.

La enredadera había quedado igual que si estuviese seca. A simple vista parecía muerta. Sin embargo, aunque yo no lograba ver en ella ningún signo de vida, por sus tallos corrían ríos de savia con fuerza y vigor.

Isaías 40.31, explica esto con belleza y esperanza: “Pero los que esperan en Dios tendrán nuevas fuerzas, levantarán alas como águilas, correrán y no se cansarán, caminarán y no se fatigarán”.

Aprendí que el silencio es muchas veces una actitud sabia. Cuando la espera se hace larga, cuando castiga “la lluvia de la angustia”, cuando la ansiedad nos carcome, cuando no entendemos, lo mejor es esperar en silencio. Las palabras están de más. “Bueno es esperar en silencio...” dice Lamentaciones 3.26.

En definitiva, entendí que si aprendemos a esperar “la primavera” (el obrar de Dios en su tiempo), veremos con alegría los frutos. Entonces allí podremos levantar los brazos y gritar: “¡Gracias, Divino Podador! Porque aunque experimenté dolor cuando cortaste mis ramas; aunque no entendía el motivo por el cual las tijeras se ensañaban contra mí; aunque me costó mucho seguir tu consejo y esperar –y por eso regué ese tiempo con muchas lágrimas-; aunque mis ojos sólo veían la sequedad y el gris de los troncos anudados; aunque me flaqueó la fe, tu Palabra se cumplió y a su debido tiempo la primavera llegó. Y junto con ella los frutos apacibles que sólo Tú sabes dar.”

Querida amiga: No todas las primaveras (respuestas) han llegado a mi vida. Todavía hay en mi jardín ramas grises que están esperando su tiempo, el tiempo de Dios.

Pero Él me ha dado fe y puedo “ver

cómo corre la savia de su amor...

y tener la certeza que la primavera llegará.

¡Gracias, Divino Podador!

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