Читать книгу Dios no va conmigo - Holly Ordway - Страница 15
ОглавлениеPrimer intermedio
Era mi tercer año como cristiana y, mientras la Iglesia atravesaba el ciclo litúrgico de la vida de Cristo, yo estaba una vez más con ganas de verlo culminar en la Semana Santa: la solemnidad y el dramatismo del trayecto por el Domingo de Ramos, el Jueves Santo, el Viernes Santo y, por fin, la gozosa Pascua, la resurrección de nuestro Señor.
La congregación de St. Michael bytheSea contaba con un activo grupo de miembros que se encargaban de las lecturas en los servicios de la iglesia. Unos meses antes, había empezado a leer una vez a la semana en la oración vespertina. Después, poco antes de Semana Santa, uno de los lectores para los servicios de las festividades se tuvo que marchar de la ciudad de manera inesperada, y me pidieron que lo reemplazase. ¿Quién, yo? Sí, tú.
Y así fue como me encontré el Viernes Santo en el atril ante una iglesia abarrotada. Dirigí la lectura del salmo penitencial 51 y después comencé a leer la oración de los fieles.
Oremos por todas las naciones y pueblos de la tierra, y por quienes ostentan la autoridad entre ellos, para que con la ayuda de Dios encuentren la justicia y la verdad, y vivan en paz y concordia.
En Viernes Santo, la iglesia era un lugar solemne. No había decoración en las paredes, ya que había quitado todos los carteles al comienzo de la Cuaresma. El altar había sido despojado de todos sus manteles. El gran crucifijo sobre el altar estaba cubierto con un velo. No sonaron las campanas durante la ceremonia, no se cantó un himno; entramos y salimos en silencio.
Oremos por todos los que sufren y por los afligidos física o mentalmente, para que Dios en su misericordia los reconforte y los alivie, y les conceda conocer su amor y despierte en nosotros la voluntad y la paciencia para atender a sus necesidades.
Mientras leía las oraciones en nombre de la congregación, sentí de manera muy profunda que en verdad no había un ellos y un yo en la oración, sino un nosotros.
Oremos por todos aquellos que no han recibido el evangelio de Cristo.
Ya había oído antes aquellas palabras, en la misa del Viernes Santo los dos años anteriores. Una vez más, me llamó poderosamente la atención que aquella no era solo una oración genérica por quienes estaban perdidos: había sido una oración por mí.
Por aquellos que nunca han oído la palabra de salvación.
¿Tendría alguna idea aquella gente de St. Michael de que, en los años anteriores, al orar en aquella misma liturgia estaban rezando por mí?
Por aquellos endurecidos por el pecado o la indiferencia; quienes viven en el desprecio o el desdén, por los enemigos de la cruz y los que persiguen a sus discípulos.
Oí cómo me temblaba la voz al finalizar.
Para que Dios abra sus corazones a la verdad y los conduzca a la fe y la obediencia.
Qué fácil habría sido descartarme a mí: una causa perdida, una pérdida de tiempo, una enemiga de Cristo. Y aun así habían rezado por mí aquellos que me conocían y aquellos que no. Por un solo instante, sentí una red viva de oración, fuerte y brillante, que conectaba el pasado, el presente y el futuro, lo lejano y lo cercano.