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ОглавлениеINTRODUCCIÓN
Pablo Ortiz Monasterio
I. Un archivo fotográfico oculto
En el archivo de Frida hay más de seis mil imágenes que por años reposaron guardadas en armarios y cómodas sellados, al lado de dibujos, cartas, vestidos, medicinas y tantas otras cosas. Cuando Frida muere en 1954, Diego Rivera decide donar la Casa Azul al pueblo de México para formar ahí un museo que celebre la obra de Frida. Le pide al poeta Carlos Pellicer —amigo de ambos— que diseñe el proyecto; por supuesto, selecciona las pinturas de Frida, incluyendo la que estaba sin acabar: un retrato de Stalin que deja en el estudio donde pintaba Frida, montado en el caballete junto a sus pinceles y pinturas. Selecciona también algunos dibujos, cerámicas populares, la colección de exvotos, un corsé pintado, libros, algunas fotos, documentos y objetos varios, lo demás se guarda. El mítico baño de la Casa Azul iniciaba su camino a convertirse en la bodega de arte más importante de Coyoacán y anexas. Años más tarde, Diego Rivera formaliza el regalo al pueblo de México, que incluye la Casa Azul y el Anahuacalli, un inmenso recinto construido sobre y con roca volcánica, diseñado por el propio Diego para albergar su colección de «monos» prehispánicos.
Poco tiempo antes de morir, Diego le pide a su amiga y albacea Lola Olmedo que su archivo personal no se abra antes de quince años; cuando pasó ese tiempo, doña Lola decidió que si su amigo Diego no quería abrir el archivo, ella tampoco. Así, este tesoro permaneció por cincuenta largos años guardado, dormido —como en el cuento de La bella durmiente—, en espera de un aliento que lo devolviera a la vida. El talento y la tenacidad de Hilda Trujillo, actual directora del recinto, encarnaron ese aliento.
Este archivo es producto del tesón de Frida, quien lo conservó, trabajó y disfrutó; están aquí las fotos de Frida y también muchas que le guardó a Diego. Refleja de manera clara los intereses que tuvo a lo largo de su tormentosa vida: la familia, su fascinación por Diego y sus otros amores, el cuerpo accidentado y la ciencia médica, los amigos y algunos enemigos, la lucha política y el arte, los indios y el pasado prehispánico, todo ello arropado con la gran pasión que tuvo por México y lo mexicano.
Desde niña, Frida estuvo cerca de la fotografía, su padre Guillermo Kahlo, fotógrafo de origen alemán, utilizaba una enorme cámara con delicadas placas de vidrio de película negativa, para retratar la arquitectura colonial mexicana. Lo hizo con precisión y elegancia, por lo que el presidente Porfirio Díaz le encargó, para las celebraciones del centenario de la independencia de México en 1910, documentar el patrimonio cultural de la nación con la intención de publicar un libro. Por el trabajo de su padre, Frida se familiarizó desde pequeña con las técnicas fotográficas y con los principios básicos de la composición; las hijas le asistían en el cuarto oscuro, retocaban con delicadas pinceladas las placas fotográficas y ocasionalmente le acompañaban a tomar las fotografías.
Frida atesoró los retratos de la familia materna y algunos que trajo su padre de Alemania, por supuesto guardó también aquellos que hiciera don Guillermo de ella, de su madre, de sus hermanas y de amigos cercanos. Sobresalen en este conjunto los autorretratos que desde temprana edad y a lo largo de toda su vida realizara el padre de Frida. Don Guillermo cultivó asiduamente el género del autorretrato que con los años sería la herramienta expresiva fundamental para Frida, su rostro cejijunto será el espejo donde se reflejen sus preocupaciones estéticas, políticas y vitales. En el conjunto de fotos de Matilde Calderón, la madre de Frida, se descubre rápidamente de dónde surgió el gusto y el estilo de la vestimenta de Frida, que dicho sea de paso le dio fama; en ciertos círculos Frida era más conocida por su vestimenta que por sus cuadros.
II. Para tenerlos cerca
Con la invención de la fotografía a principios del siglo XIX se popularizó —se democratizó— el acceso a las imágenes, la gente común pudo retratarse y conservar en superficies recubiertas con emulsiones de plata, figuras que mostraban su apariencia con sorprendente fidelidad. Años después, en 1854, A. Disdéri patentó en Francia la carte de visite: un sistema ingenioso para hacer ocho retratos pequeños en una sola placa, nace con esto la costumbre de intercambiar retratos. Frida y Diego participaron con fruición en esta, ya para entonces, vieja práctica. Intercambiaron y coleccionaron retratos de sus amigos cercanos y de grandes personajes a quienes admiraron o denostaron como Porfirio Díaz y Zapata, Lenin y Stalin, Dolores del Río y Henry Ford, André Breton y Marcel Duchamp, José Clemente Orozco y Mardonio Magaña, El Indio Fernández y Pita Amor, Nickolas Muray y Georgia O’Keeffe, entre muchos otros.
En cartas que Frida escribió es patente el interés por los retratos de amigos y conocidos, como decía ella misma para tenerlos cerca y quizá así conjurar la soledad. Las fotos también le sirven como modelos, en 1927 le escribe a su novio de juventud Alejandro Gómez Arias: «[…] El domingo que viene me va a retratar mi papa con ‹cañita› para que te mande su efigie eh? Si puedes hacerte una bonita fotografía allá me la mandas a ver si cuando esté un poquito mejor hago tu retrato».
Desde Detroit en 1933 le escribe a la señora Rockefeller: «[…] No tengo palabras para agradecerle las maravillosas fotografías de los niños que me envió […] No puedo olvidar la carita dulce del bebé de Nelson, y la fotografía que usted me envió cuelga ahora en la pared de mi recamara».
III. Alcanzar la eternidad a través del instante
La primera mitad del siglo XX fue una época extremosa, se gestaron revoluciones y guerras mundiales, movimientos artísticos radicales y vanguardias sorprendentes, en este periodo la fotografía asume un papel central en la cultura como medio de comunicación y como expresión artística.
Frida Kahlo conoció y fue fotografiada por algunos de los grandes autores de la época: Nickolas Muray, Martin Munkácsi, Manuel Álvarez Bravo, Fritz Henle, Gisèle Freund, Edward Weston, Lola Álvarez Bravo, Pierre Verger, Juan Guzmán y un largo etcétera. En su archivo se conservan obras de estos autores y otros más, no tanto los retratos que ellos hicieran de la pintora sino notables fotografías de su producción. Paradójicamente en esta rica colección no hay tantos retratos de Frida como se pudiera esperar, es factible suponer que correspondía a los envíos de sus amigos regalando sus propias fotos, y las que sí están son aquellas que ella le regaló a Diego. No está el formidable retrato que Martin Munkácsi hizo para la revista Life de los rostros —en close up— de Frida y Diego, pero sí están el gato negro erizado que Frida utilizó para pintarlo en el cuadro Autorretrato con collar de espinas y colibrí de 1940, y la famosa foto del motociclista atravesando un charco; dos imágenes emblemáticas del maestro húngaro Martin Munkácsi. Henri Cartier-Bresson hablando de una foto de Munkácsi dijo: «[…] con su trabajo me hizo comprender que la fotografía podía alcanzar la eternidad a través del instante».
Muchas de las fotos de este archivo tienen inscripciones: nombres, fechas (algunas de ellas tachadas y vueltas a escribir como las de Frida niña, que cuando decide quitarse tres años de edad, siendo ya adulta, reescribe las fechas de algunas fotos para que cuadren con su propósito rejuvenecedor), recados, cuentas y huellas de lápiz labial con los labios de Frida estampados, asignándoles contenido amoroso.
Hay una foto pequeñita, muy íntima, de su padre don Guillermo ya anciano sentado y con mirada triste, en el frente está escrito: «Herr Kahlo después de llorar», al usar la palabra herr del alemán —que el diccionario traduce como señor, amo, patrón, caballero—, refiriéndose a su «papasito [sic] lindo», describe la situación anímica con crudeza y un toque de ironía, asoma la estrategia que tanto usara la pintora para enfrentar el dolor, propio y ajeno, como si al nombrar, escribir o pintar las cosas dolorosas con total franqueza se exorcizara el dolor o por lo menos se hiciera más tolerable. Ida Rodríguez dio en el blanco fridiano cuando escribió: «[…] la verdad dicha de tal manera que parece mentira».
Si revisamos la foto de herr Kahlo, o aquella de Frida con la cabeza recargada en el respaldo de un sillón y la mirada ensimismada, podemos imaginar los momentos de zozobra que enfrentaron los Kahlo a lo largo de la vida. Frida procuró y guardó testimonios visuales de aquello, quizá incluso fue ella quien propuso fotografiarlos para poder mirarlos de frente, nombrarlos y de ser posible reciclarlos, a través del trabajo artístico. El dolor físico y el sufrimiento fueron acicate artístico, la ironía, la belleza y la pasión herramientas expresivas, y la dolorosa autobiografía, el sustento de todo para ser pintada, fotografiada o escrita tal cual es: hermosa y cruda.
IV. La pintora hace fotos
El interés de Frida por la fotografía surgió temprano en su vida motivado quizá por el cariño y admiración que sentía por su padre, la identificación y cercanía de Frida con don Guillermo queda manifiesta en la carta que éste le escribiera a Frida cuando estaba en Detroit en 1932: «[…] recibe cariñosos saludos de parte de tu agradecido papá, quien te quiere mucho, ya lo sabes verdad? Aunque les dé un poco de envidia a las demás», meses más tarde Frida escribió en el reverso de una foto que le mandó a su padre: «Papasito lindo: Aquí va tu Friducha para que la tengas enfrente de tu escritorio y nunca la olvides».
En su casa siempre hubo una cámara, se registraban los momentos importantes, los lugares pintorescos, las reuniones con los amigos, los objetos, animales y gentes que pudieran ser de interés para utilizarlos como modelos en la pintura. Ahí están las fotos de su sobrina Griselda con Granizo —la venadita que tuvieron por un tiempo en la Casa Azul—, atribuidas a Nickolas Muray; le habrán sido de mucha ayuda a Frida cuando pintó el emblemático cuadro La venadita en 1946.
Hayden Herrera escribe en el catálogo de la exposición de Frida en España, en 1985:
Además de las muñecas, que coleccionó ávidamente, Frida encontró otros sustitutos de los hijos, por ejemplo sus numerosos animales. En los autorretratos sus acompañantes más frecuentes eran los monos. Aunque sus rasgos simiescos muestran una ingeniosa correspondencia con los suyos, y parece que la consuelan, lo que realmente consiguen es acentuar su soledad. La movilidad de los monos no hace sino intensificar la explosiva energía que el espectador percibe bajo la piel de Frida. Los monos no llenan su vida, señalan los agujeros que hay en ella.
Una de las grandes sorpresas de este archivo son las cuatro fotografías de 1929 firmadas por Frida Kahlo. En 1929 Frida se casó con Diego y viajó a los Estados Unidos, fue un año crucial en su vida. Seguramente Frida hizo muchas más fotos, como aquella del edificio en Nueva York en contrapicada o el judas calavera acostado de perfil que sirvió de modelo para el cuadro El sueño de 1940. No sabemos a ciencia cierta si las hizo Frida, lo que sí queda claro es que muchas fotos del archivo se relacionan con su trabajo pictórico, si no las tomó ella misma, sí las recicló en su obra plástica. Las fotos que decidió firmar son un retrato y dos naturalezas muertas (objetos dispuestos para ser fotografiados), hechas a la manera de las composiciones modernistas de Edward Weston, Tina Modotti, Manuel Álvarez Bravo y Agustín Jiménez. Hay una cuarta foto de una perrita que sabemos tomó Frida, pues en el reverso le escribe a Diego: «Hermanito: Está un poco triste porque estaba durmiendo y la levanté para retratarla pero dice que soñaba en que Diego vendría pronto ¿Qué dices? Te mando muchos besos y también la Chaparra». La foto de la muñeca de trapo y el carrito de caballo sobre el petate, además de tener el sello de las composiciones modernistas, tiene laimpronta de la autora presente en casi toda su obra ya sean pinturas, dibujos, textos y ahora también en fotografías: por un lado, una voluntad narrativa de comunicar hechos traumáticos de su propia experiencia y, por el otro, la obsesión sobre el cuerpo roto postrado.
A Frida Kahlo la cámara le fue siempre familiar, da la impresión que se sentía cómoda delante de ella, aprendió a mirar la lente para trasmitir lo que deseaba, logró construir una imagen de sí misma a través de la fotografía. Me gusta considerar el conjunto de retratos fotográficos que le hicieron a Frida a lo largo de su vida, como otra de sus obras maestras. La pintora escribió con claridad su estrategia frente a la cámara: «Sabía que el campo de batalla del sufrimiento se reflejaba en mis ojos. Desde entonces, empecé a mirar directamente al lente, sin parpadear, sin sonreír, decidida a mostrar que sería una buena luchadora hasta el final».
V. El cuerpo roto
Frida Kahlo es al mismo tiempo como Blanche DuBois y Stanley Kowalsky, interpretados por Vivian Leigh y Marlon Brando en la película Un tranvía llamado deseo de Elia Kazan. Es frágil y patética como Blanche DuBois, fuerte y seductora como Stanley Kowalsky, ella en sí misma es un tranvía llamado deseo entrampada por un accidente.
En una carta dirigida al ingeniero Eduardo Morillo en 1946, Frida le escribe sobre el cuadro titulado Árbol de la esperanza, mantente firme:
Ya casi termino su primer cuadro que, desde luego, no es sino el resultado de la jija operación! Estoy yo —sentada al borde de un precipicio— con el corsé de acero en una mano. Atrás estoy en un carro de hospital acostada —con la cara hacia un paisaje—, un cacho de espalda descubierta donde se ve la cicatriz de las cuchilladas que me metieron los cirujanos, « jijos de su… recién casada mamá». El paisaje es de día y de noche, y hay un « esqueletor» (o muerte) que huye despavorido ante la voluntad mía de vivir.
En el archivo que Frida custodió celosamente hay una serie de pequeñas impresiones en blanco y negro de la pintora en la cama, las usó como referencias para pintar el cuadro del ingeniero Morillo. Se percibe en ellas la impresión de que Frida vivió buena parte de su vida en la cama: pintaba, socializaba, hablaba por pesados teléfonos Ericsson, se reía, lloraba, comía, soñaba y sobre todo padecía prolongados e intensos dolores. Carlos Monsiváis lo resume con claridad: «En el desarrollo de Frida Kahlo no sólo hay perfeccionamiento artístico y cultural que le permiten su vasto talento, la relaciones con la gente de todas partes, y el afinamiento de su sensibilidad, sino también y muy esencialmente, ese soltar amarras que es producto del sufrimiento incontrolable y de la contemplación de la realidad a través del dolor». De la revisión minuciosa de este formidable archivo surgirán nuevas versiones de la legendaria pintora de Coyoacán, por lo pronto les ofrecemos este conjunto de fotos donde se puede escuchar la voz de Frida que susurra, «que viva la vida».
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