Читать книгу Manual de escritura para científicos sociales - Howard Becker - Страница 6
ОглавлениеPrólogo a la nueva edición
Escribí la primera versión de este libro a comienzos de los años ochenta. Me resultó muy fácil. Hacía ya bastante tiempo que dictaba un taller de escritura para estudiantes de posgrado, y esa experiencia me había dado mucho que pensar y varias anécdotas que contar. Las anécdotas casi siempre traían aparejada una moraleja, una pequeña lección sobre por qué tenemos los problemas que tenemos para escribir, o una posibilidad de evitarlos, o bien una manera de enfocarlos que los volviera menos dificultosos. Cuando la publicación del primer capítulo en una revista originó debates, supe que tenía el comienzo. El resto del libro se escribió casi solo y fue publicado poco después.
Pese al título del capítulo 1, no he reescrito un libro de prácticas del lenguaje, inicialmente destinado a estudiantes de los primeros años de grado, para que lo usen estudiantes de posgrado. No puedo competir con los textos clásicos sobre composición en lengua inglesa –cuyos autores saben mucho más de lo que yo sé o alguna vez llegaré a saber sobre gramática, sintaxis y otros temas pertinentes– ni pienso intentarlo. Algunos de esos temas figuran de manera sumaria en mi texto, en gran parte porque estoy 100% seguro de que los estudiantes de posgrado y los jóvenes profesionales de la sociología y otras disciplinas afines no buscarán ni prestarán atención a consejo alguno proveniente de otro campo que no sea el suyo (deberían hacerlo, sin embargo). Sea como fuere, permítanme agregar que, si hace falta que los sociólogos estudien gramática y sintaxis para que la escritura sobre la sociedad mejore, entonces jamás mejorará.
Además, los problemas de estilo y dicción por lo general implican cuestiones sustanciales. Como argumentaré más adelante, la mala escritura sociológica no puede separarse de los problemas teóricos de la disciplina. A fin de cuentas, la manera de escribir de una persona depende de la situación social en la que escribe. Por lo tanto, necesitamos tener en cuenta (y esto resume la perspectiva general del libro) cómo la organización social genera los problemas clásicos de la escritura académica: estilo, organización y demás. Por eso, en vez de intentar escribir ese libro de uso del lenguaje para quienes se inician en la carrera, algo que excedería mis posibilidades, he intentado dar forma a un análisis que encare los problemas peculiares de escribir sobre la sociedad, y hacerlo con un enfoque sociológico de las dificultades técnicas (aquellas sobre las cuales escriben otros autores). Me ocupo, de manera específica, de la escritura académica –y sociológica en particular– y sitúo sus problemas en el contexto del trabajo académico. (Gran parte del excelente libro Umberto Eco sobre cómo escribir una tesis, publicado en inglés en 2015, trata más de la política y de la logística de ese proceso –por ejemplo, la elección de los directores de tesis o cuáles bibliotecas consultar en busca de fuentes– que de la escritura misma).
Sin falsa modestia, escribo de manera personal y autobiográfica porque pienso que a los estudiantes les resulta difícil imaginar la escritura como una actividad real llevada adelante por personas de carne y hueso. Los estudiantes no piensan que los libros son resultado directo del trabajo de alguien. Incluso quienes asisten a cursos de posgrado y están mucho más cerca de sus docentes rara vez ven a alguien escribiendo, rara vez ven borradores que todavía no están en condiciones de ser publicados. La escritura era y sigue siendo un misterio para ellos. Mi intención es develar el misterio y hacerles ver que los textos que leen son obra de personas que tienen las mismas dificultades que ellos. Mi prosa no es ejemplar, pero, como sé lo que conllevó redactarla, puedo explicar por qué escribí de esa manera, cuáles fueron los problemas que tuve que afrontar y cómo elegí las soluciones. No puedo hacer lo mismo con el trabajo de otros. Dado que hace muchos años que produzco escritura sociológica, numerosos estudiantes y profesionales han leído parte de mi obra, y los lectores de este libro me han dicho que para ellos fue un alivio saber que los capítulos que lo integran me preocuparon y confundieron tal como su propio trabajo los preocupa y confunde. Por esa razón, he dedicado un capítulo completo a mis propias experiencias como escritor.
Este libro les ha resultado útil a muchísimas personas. Departamentos de varias universidades más de una vez compraron ejemplares para los estudiantes de posgrado que recién ingresaban (supongo que las adquisiciones se debieron a que los profesores confiaban en que el libro contrarrestaría los miedos y ansiedades de los novatos). Por otra parte, los estudiantes que sentían que los había ayudado lo recomendaban o incluso lo regalaban a sus compañeros.
Pero nada me preparó para el constante flujo de correspondencia de lectores agradecidos porque el libro los había ayudado a resolver sus problemas de escritura. Varios de ellos incluso me confesaron que les había salvado la vida. Pero eso, antes que un testimonio de su valor terapéutico, era una reflexión sobre la gravedad de la cuestión de no poder escribir. Muchos me contaron que les habían regalado mi libro a los amigos que padecían dificultades serias. No es sorprendente, dado que nuestro destino en los ámbitos académicos –donde escribimos como estudiantes, docentes e investigadores– depende en gran medida de nuestra habilidad para escribir un texto decente a pedido. Cuando no podemos hacerlo, nuestra confianza cae en picada, lo que su vez entorpece nuestra próxima tarea de escritura, y así, casi sin darnos cuenta, de pronto nos encontramos en un callejón sin salida. Quizás por eso este libro, al sugerir nuevas maneras de afrontar esos dilemas, infundió esperanzas al prójimo y en algunos casos lo ayudó a lograr que la espiral girara en la dirección contraria.
Tampoco estaba preparado para las muestras de gratitud que recibí de personas provenientes de campos muy alejados de la disciplina de la sociología. La mayoría de los análisis que componen el libro son franca e indiscutiblemente sociológicos, dado que encuentran las raíces de los problemas de escritura –y sus posibles soluciones– en la organización social. En aquel entonces me parecía que muchos de los problemas específicos que son producto de esa prosa retorcida y casi ilegible que los lectores tildan de “académica” provenían de preocupaciones específicamente sociológicas, como, entre otras, la necesidad de evitar los postulados causales cuando sabemos que no contamos con las pruebas que esa clase de afirmaciones requiere (véase el capítulo 1). Así descubrí que los expertos en muchos otros campos –historia del arte, comunicaciones, literatura, etc.: es una lista por demás larga y sorprendente– tenían dificultades similares. Si bien no había pensado en ellos mientras escribía, el zapato parecía hecho (también) a su medida.
Desde la última vez que revisé este libro, el ámbito donde viven y trabajan los estudiantes y los profesores ha cambiado muchísimo. Pero los estudiantes siguen siendo principiantes que no saben cómo escribir lo que tienen que escribir.
Las computadoras personales empezaron a llegar a las universidades casi en el mismo momento en que yo iniciaba mis experimentos de enseñanza de escritura y cambiaron ese entorno en maneras en que jamás imaginé que pudieran hacerlo. Y como seguramente habría anticipado C. Wright Mills, los cambios que produjeron en la academia modificaron las cosas que son problemáticas para quienes trabajan allí y agregaron posibilidades que nadie había previsto, pero que varios actores del ecosistema universitario pudieron aprovechar en maneras inesperadas. Los problemas básicos que analizo en este libro siguen vigentes, pero los nuevos peligros y posibilidades han sumado nuevas especulaciones a los cálculos que deben realizar los escritores (y por lo tanto, a aquello sobre lo cual yo tenía que escribir).
Hace tiempo que dejé atrás la costumbre de redactar una lista donde menciono a todas las personas cuyos consejos, críticas y estímulo me ayudaron a mejorar y finalizar un libro. Son demasiadas, y la cantidad diluye el significado del agradecimiento. Estoy particularmente agradecido con Rosanna Hertz, por haber escrito la carta que inspiró el capítulo “Persona y autoridad” y por haberme permitido citarla en detalle. La carta que me escribió Pamela Richards acerca del riesgo era tan completa y certera que le pregunté si podía incluirla en este volumen y con su firma. Me alegra que haya aceptado. Yo jamás habría podido expresarlo tan bien. Y además quiero expresar mi gratitud por la inclusión del capítulo 1 (publicado por primera vez, con algunas diferencias, como Becker, 1983) con la autorización de la Sociedad Sociológica del Oeste Medio. Asimismo, el breve artículo titulado “Cambios a largo plazo en el carácter de la disciplina sociológica: una nota sobre la extensión de los títulos de los artículos remitidos a la American Sociological Review durante 2002”, publicado por primera vez (Becker, 2003a) en, precisamente, la American Sociological Review (ASR), se reedita ahora en el capítulo 10 con permiso de la Asociación Sociológica de los Estados Unidos.
Sé que los manuscritos no se transforman por arte de magia en libros impresos y encuadernados. Y por eso quiero expresar mi gratitud al equipo de la University of Chicago Press, por todo lo que hicieron para que la magia sucediera. Douglas Mitchell, el primer editor que vio algún mérito en el libro, fue también el primero en poner en marcha este tren, que mantuvo rodando todos estos años. Mary Laur, editora de la colección de la que forma parte, supervisó esta última versión. Susan Karani se ocupó de la corrección final. Y otras personas, cuyos nombres ni siquiera conocía en la mayoría de los casos, eligieron la tipografía y el diseño de página, dos cosas que facilitan enormemente la lectura. Vaya mi más profundo agradecimiento para todos ellos.
Por último, Dianne Hagaman me acompañó a lo largo de esta revisión, como lo ha hecho en todo lo demás durante todos estos años. Me ha brindado el beneficio de su experiencia y su buen juicio, que se reflejan en todo lo que leerán a continuación.
Howard S. Becker
San Francisco, 2019