Читать книгу El fascismo vasco y la construcción del régimen franquista - Iñaki Fernández Redondo - Страница 13
ОглавлениеI. IMPLANTACIÓN Y DINÁMICA POLÍTICA FASCISTA
A lo largo de este capítulo vamos a realizar una visión de conjunto sobre el proceso de implantación y desarrollo de las diferentes manifestaciones orgánicas del fascismo español en el País Vasco durante la II República. Entre estas sobresale FE de las JONS, el principal partido fascista que encontró asiento en las tres provincias vascas y al que dedicaremos la mayor parte de las páginas siguientes. A través del análisis de los procesos de implantación y de la dinámica política pretendemos poner de relieve cómo el fascismo vasco no constituye ninguna excepcionalidad dentro del panorama español y europeo, y sigue unas pautas generales observables en la dinámica nacional de Falange Española y en otros productos fascistas del mapa europeo.
La primera matización que cabría advertir es que esa FE de las JONS que hemos señalado como la principal aglutinadora del fascismo vasco no funcionó en una dimensión regional más que en una serie de aspectos casi anecdóticos. Esto es, no nos encontraremos ante lo que se pueda calificar como una Falange vasca, sino que convivieron una Falange alavesa, una Falange guipuzcoana y una Falange vizcaína, una Falange, en suma, «provincializada». Existió dentro del organigrama estructural de FE de las JONS una Jefatura Territorial de Vascongadas, pero esta estructura apenas tuvo relevancia en la dinámica política de Falange en el País Vasco más allá de ocupar la representación territorial en los Consejos Nacionales. Además, las dinámicas provinciales dentro del País Vasco fueron bastante diferentes entre sí (dentro de un guión común) siendo, en definitiva, las jefaturas provinciales las entidades que regían la vida del partido. Por otra parte, en este aspecto, no dejaban de reproducir los usos políticos del momento, en el que la provincia era en buena medida la «escala» a la que se articulaban los partidos políticos y, hasta cierto punto, la Administración. Además, la provincia ocupaba un lugar privilegiado en la concepción tradicional de España dentro del pensamiento conservador. Así, podemos señalar las Juntas Provinciales de CT o los Buru Batzar, órganos de decisión provinciales del PNV.
Pese a ser Álava el territorio vasco en el que FE de las JONS alcanzó la implantación más limitada, fue en esta provincia donde paradójicamente se produjeron algunas de las manifestaciones más tempranas de grupos fascistas. En este caso, el 18 julio de 1933, Vitoria amaneció sembrada de octavillas con un manifiesto de esta naturaleza.1 Desde las páginas de La Libertad, el PCE alavés alertó de la llegada del peligro fascista a Vitoria y llamó a formar milicias antifascistas.2 A pesar de ello, el suceso no tuvo mucha repercusión más allá de los comentarios entre curiosos y temerosos de los vecinos. Los autores, Hilario Catón, Juan José Abreu, Luis Jevenois, Eduardo Ortiz, Eladio González, Patricio Gómez y Eduardo Valdivielso, eran un grupo de jóvenes, estudiantes en su mayoría y procedentes de familias bien de la capital. El texto envolvía en exaltaciones al fascismo valores conservadores radicalizados que recordaban al PNE de José María Albiñana, al que se referenciaba con admiración en varias ocasiones.3 Esta amalgama aún inmadura reflejaba, como reconocían los protagonistas, que en aquel momento eran un grupo precario, sin ningún vínculo organizativo ni filiación más allá de un genérico y nebuloso apelativo de fascistas. Buena parte de estos jóvenes, así mismo, pertenecían o habían pertenecido a la FAEC. En esta entidad dio comienzo su socialización política y se vieron inmersos en el proceso de actualización que el catolicismo político, y de manera más acuciada los sectores más jóvenes, había venido experimentando en un sentido irracionalista y voluntarista, lo que, en su caso, les aproximó y facilitó el paso al fascismo. En buena medida, sus primeros contactos reales con este se produjeron en el ámbito universitario de las ciudades en las que se encontraban estudiando, Valladolid en el caso de Hilario Catón y Eduardo Ortiz, o Bilbao en el de Eduardo Valdivielso. La importancia de las redes informales y de las relaciones personales entre estudiantes para la difusión del fascismo en España ya ha sido puesta de manifiesto (Rodríguez Barreira, 2013: 98) y, en este sentido, Álava sería un buen ejemplo de ello. Por otra parte, esta procedencia ideológica del núcleo fundador vitoriano, que tenía ecos de una adaptación modernizadora de valores conservadores, suponía una cierta diferenciación de los casos guipuzcoano y vizcaíno, más directamente relacionados, en lo que tienen de recorrido ideológico, con el impacto de la modernidad y la percepción del agotamiento del sistema político liberal ante los desafíos que esta planteaba y la necesidad de articular alternativas radicalmente nuevas.
A nivel organizativo la situación de indefinición se prolongó unos meses hasta la constitución oficial de FE en Vitoria en noviembre de 1933 tras su fundación a nivel nacional.4 El mes anterior, y con una clara intención organizativa, José Antonio Primo de Rivera realizó una visita a Vitoria durante la cual se reunió con sus escasos seguidores y con un grupo de requetés y tradicionalistas.5 Pese a los esfuerzos iniciales, la presencia y actividad de Falange en Álava fue mínima hasta la primavera de 1936.
El caso vizcaíno también fue temprano y presentó una mayor riqueza derivada, por una parte, de la experiencia previa de un núcleo intelectual agrupado bajo la forzada denominación de Escuela Romana del Pirineo, y por otra, de la presencia de varios grupos fascistas y fascistizados. Durante las décadas de los diez y de los veinte, en Bilbao, al calor de las hondas transformaciones que el cambio social que se vivía como resultado del proceso de industrialización estaba produciendo, se conformó un grupo de escritores e intelectuales agrupados en la tertulia del café Lyon d’Or presidida por Pedro Eguillor. Entre los contertulios, y para el objeto de este trabajo, revistieron una cierta importancia una serie de jóvenes literatos, encabezados por Ramón de Basterra, que anhelaban elevar la esfera cultural bilbaína a la altura del desarrollo económico de la ciudad, participando e impulsando algunas de las más emblemáticas iniciativas en este sentido, como la revista cultural Hermes. Basterra articuló en su corta obra conceptos y un estilo que se encuentran en la base de la cultura política de Falange. Su contribución descansaba en un retorno a valores asociados con el clasicismo, especialmente con la Roma imperial, la politización de la estética y la noción de España como depositaria de una misión universal que habría adquirido al convertirse en la heredera del Imperio romano en su destino civilizador tras el descubrimiento de América y la extensión de la civilización católica occidental. Esta idea, perlada de ecos orteguianos y d’orsianos, junto a un estilo clasicista que adjudicaba a categorías estéticas valores político-ideológicos que se elevaban a la categoría de absolutos, fue llevada a Falange Española de mano de los colegas de Basterra encabezados por Rafael Sánchez Mazas, puesto que el primero falleció de manera prematura en 1928. Mazas se convirtió en el principal creador del estilo y retórica falangistas, y no es complicado vislumbrar los planteamientos de Basterra por debajo de nociones centrales del ideario de FE como la del «destino común en lo universal» (Carbajosa y Carbajosa, 2003; Fernández Redondo, 2013).
El hecho de que este grupo intelectual bilbaíno buscase respuestas en el pasado a la situación de crisis o de agotamiento que percibían en la sociedad y sistema político de comienzos del siglo XX no debe conducirnos a asimilar esta experiencia con un grupo reaccionario. Estos escritores no estaban tanto en un proceso de actualización de los valores conservadores tradicionales que podrían remitir en última instancia al Antiguo Régimen o a las alternativas liberales que se le planteaban cuanto en la búsqueda de alternativas y planteamientos radicalmente nuevos que pudiesen poner fin a la sensación de anomia que entendían desprendía el momento que estaban viviendo. Para ello recurrieron al pasado, sí, pero a un pasado remoto y en buena medida construido por ellos mismos a partir de sus propias inquietudes y preferencias. De esta manera, pretendían reinstaurar una perdida mítica época dorada mediante la recuperación de los principios que consideraban la habían posibilitado. Estos valores, que ellos asociaban a la tradición grecolatina y de manera más concreta a la civilización romana, formaban parte en algunos casos de la tradición intelectual occidental, como el de jerarquía o el de autoridad, pero en otros eran elementos novedosos, como el irracionalismo, el vitalismo o el voluntarismo. Pero el elemento diferenciador más importante es que en esta búsqueda de respuestas a los desafíos planteados por la Modernidad emprendieron un camino que condujo al definitivo trasvase de trascendencia desde las esferas de la divinidad a la nación, convirtiéndola en objeto de su religión política secular de la misma manera que había ocurrido y estaba ocurriendo en otros lugares de Europa (Gentile, 2007).
En cualquier caso, como ya hemos mencionado, esta experiencia debemos situarla en el terreno de los antecedentes puesto que está comprendida en las dos primeras décadas del siglo XX. A un nivel estrictamente organizativo, el primero de los grupos al que hemos de hacer referencia, es el del fascistizado PNE. Como ya ha señalado Julio Gil Pecharromán (2000: 127), el PNE no fue legalizado en Bilbao hasta julio de 1932 pero ya funcionaba con anterioridad camuflado bajo el nombre de la sociedad deportiva Laurak-Bat para escapar de la persecución gubernativa. Vinculado a las clases preeminentes bilbaínas y al monarquismo alfonsino más conservador, el PNE nunca dejó de ser un grupo marginal y con nula presencia más allá de los ambientes oligárquicos vizcaínos. Su nicho preferente de implantación y reclutamiento fue copado por FE tras su aparición, siendo los falangistas provenientes del PNE una parte significativa del partido joseantoniano en Bilbao y Guecho. Este fenómeno, que ya hemos visto en Álava, no fue algo privativo del caso vasco sino que ya ha sido puesto de relieve a nivel nacional (Thomàs, 1999: 40).
El otro grupo fascista aparecido en Bilbao con anterioridad a la constitución de Falange fue las JONS. Diversos indicios, como el hecho de que en julio de 1933 las autoridades dispusiesen el cierre de sus locales o que en las rememoraciones de época franquista se hablase de un núcleo previo a la fundación, nos conduce a pensar que ya había actividad de este partido con anterioridad a la fecha de su constitución oficial.6 Esta tuvo lugar en octubre de 1933 en un edificio de Indauchu confiscado por el Gobierno republicano a los jesuitas (Arrarás, 1942: 314; Talón, 1988: 83). Entre los presentes se encontraban algunos futuros militantes de relieve de FE de las JONS, como los que ostentarían la Jefatura Provincial Felipe Sanz Paracuellos y Alberto Cobos, o la Jefatura de Milicias, como Zoilo Zuazagoitia. Los jonsistas bilbaínos, pese a su escaso número, mantuvieron un activismo considerable y protagonizaron algunos incidentes en los que tuvieron que intervenir las fuerzas de seguridad, principalmente derivados de sus actividades propagandísticas.7
La fundación de Falange Española se produjo en Bilbao a finales de 1933, tras el acto fundacional del Teatro de La Comedia madrileño. En su aparición jugaron un papel destacado algunos jóvenes miembros de las familias más renombradas de la alta sociedad bilbaína, como es el caso de Vicente y José María Ybarra Bergé o de Ramón y Juan Antonio Ybarra Villabaso (Ybarra, 1941: 15). Patxo Unzueta (1990: 73-96) también abunda brevemente en esta cuestión en su pequeño y evocador Bilbao. La vida de FE en Bilbao fue muy limitada hasta su fusión con las JONS en febrero de 1934, como parece indicar la ausencia de referencias a la misma con anterioridad a ese momento. De hecho, ante la superioridad organizativa jonsista será Felipe Sanz Paracuellos, el líder de las JONS bilbaínas, el que ocupará la Jefatura Provincial de FE y de las JONS tras la fusión de ambas organizaciones, y esta situación de un antiguo jonsista al frente del partido fascista unificado se reeditaría con la jefatura de Alberto Cobos en 1935.
Por su parte, Guipúzcoa es la provincia en la que las referencias a grupos fascistas organizados son más tardías. No hemos localizado indicios coherentes de la existencia de las JONS, y los primeros comentarios consistentes de una actividad falangista organizada datan de 1934. A pesar de ello, existen indicios fragmentarios que apuntan a que FE funcionaba ya en Guipúzcoa a finales de 1933 tras su fundación a nivel nacional (Loyarte, 1944: 313-314; Ledesma Ramos, 1968: 182). El núcleo fundador de FE estaba articulado en torno al arquitecto donostiarra José Manuel Aizpurúa, jefe provincial, jefe nacional de prensa y propaganda, consejero nacional y amigo personal de José Antonio Primo de Rivera. La Falange guipuzcoana tuvo un componente intelectual del que carecieron sus homólogas alavesa y vizcaína. Se encontraba íntimamente relacionada con la sociedad artísticocultural GU, punto focal del momento de renovación artística y cultural que estaba experimentando San Sebastián. En ella colaboraban destacados elementos de la escena artística de la ciudad, como el propio Aizpurúa, el pintor y el compositor, también falangistas, Juan Cabanas y Juan Tellería, el pintor Jesús Olasagasti, o el arquitecto y pintor Eduardo Lagarde. En sus locales se acercaron las corrientes intelectuales y artísticas de la vanguardia europea a San Sebastián con conferencias y recitales de personalidades como Federico García Lorca, Max Aub, Pablo Picasso o Ernesto Giménez Caballero. La senda que condujo a parte de este núcleo falangista se interrelacionaba estrechamente con la búsqueda de nuevos vocabularios y planteamientos artísticos adecuados para expresar la potencialidad de la nueva sociedad, del nuevo tiempo que estaba naciendo. En este sentido, la radicalidad de los planteamientos palingenésicos fascistas y la estrecha interrelación que planteaba entre estética y política resultaron sumamente atractivos para estos jóvenes que encontraron en el fascismo el nuevo vocabulario político con el que escribir la época de renacimiento y creación que ya estaba alboreando.
La primera noticia que poseemos que hace referencia a la actividad de Falange data del día 7 septiembre de 1934, cuando un grupo de jóvenes falangistas donostiarras bajo la supervisión de Manuel Carrión, jefe local, se dedicó al reparto de octavillas propagandísticas en la playa de Ondarreta. El acto acabó degenerando en violencia cuando otro grupo de jóvenes de filiación nacionalista y comunista intentó impedírselo, y se saldó con varios heridos y detenidos.8 Este hecho daría lugar, a su vez, al único caso que conocemos de la espiral asesinato-represalia en que participó Falange en todo el País Vasco, manteniendo una dinámica en relación con el ejercicio de la violencia discordante de la que encontramos en otras zonas del país en las que Falange jugó un papel clave en la degradación del orden público y de la convivencia política. Con excepción de este incidente, la Falange guipuzcoana mantuvo durante el año 1934 una actividad bastante limitada y dirigida principalmente a su consolidación. Fruto de estos esfuerzos iniciales tuvo lugar la constitución oficial de FE de las JONS y la inauguración de sus locales en la calle Garibay donostiarra con asistencia de José Antonio Primo de Rivera en enero de 1935.9
Durante los primeros meses de vida de FE en el País Vasco su situación fue bastante precaria y en buena medida transcurrió por los mismos cauces que la organización a nivel nacional. Canalizó su crecimiento sobre la base de organizaciones anteriores, ya fuese mediante la atracción de afiliados de otras organizaciones, como en el caso del PNE, o mediante su integración orgánica, como en el de las JONS; se movió en una situación de penuria económica que se reflejaba en la dificultad para acceder a unos locales propios y explicaba que las primeras reuniones se produjesen en cafés y dependencias propiedad de alguno de los miembros; y hubo de hacer frente a la hostilidad de la izquierda y de las organizaciones obreras que lanzaron una intensa campaña antifascista.10 La más mínima actividad falangista, que en las provincias vascas no podía tener más que una pequeña incidencia, provocaba que la prensa izquierdista y los órganos de expresión de las organizaciones sindicales publicasen numerosas notas en las que se alertaba de la llegada del peligro fascista. Ya hemos visto cómo en Vitoria el PCE realizó un llamamiento a la creación de milicias antifascistas tras el reparto del manifiesto vitoriano, campaña que proseguiría pese a las escasas muestras de actividad falangista en Álava, amenazando, por ejemplo, con convocar una huelga general cuando los falangistas vitorianos sopesaron la organización de un mitin en Vitoria en marzo de 1934.11 En Vizcaya las primeras actuaciones fascistas fueron recibidas con llamamientos a la unidad por parte de la izquierda y advertencias sobre la supuesta connivencia con las fuerzas policiales.12 En mayo de 1935 el PC de Euzkadi hacía un llamamiento antifascista como reacción al asesinato de un vendedor de periódicos que imputaba a Falange.13 Cualquier actividad que pudiese remitir a fascismo era recibida con abierta hostilidad y así, en enero de 1934, con motivo de una conferencia del conocido orador Federico García Sanchiz, se produjeron serios altercados en Bilbao y sus alrededores. El literato Juan Antonio de Zunzunegui y su acompañante, el médico de Santurce Bruno Alegría, fueron agredidos en la estación de tren de Portugalete cuando regresaban de ver la charla al grito de «¡Muera el fascismo!».14 En el caso guipuzcoano las cosas fueron más lejos.
Dos días después del reparto de octavillas en la playa de Ondarreta, el diario nacionalista El Día publicó una nota entre amenazante y premonitoria:
Estamos seguros de que los jóvenes fascistas, aprovecharán hoy el gentío de las regatas para repartir sus consejos […]. Cuidado, señor gobernador, con autorizar cierto género de provocaciones. ¡Ayer hubo muchos muertos en Madrid! […] Valga la advertencia. No lamentemos consecuencias lamentables.15
El tono del artículo, y más procediendo de un medio moderado como El Día, es ilustrativo del ambiente de radicalización de los discursos y las posiciones que se experimentaban en aquellos momentos en la sociedad guipuzcoana, crispada por el conflicto de los ayuntamientos vascos y por los rumores de la gestación de un movimiento revolucionario obrero, que finalmente acabaría estallando en el mes de octubre. En este ambiente se produjo el asesinato de Manuel Carrión, el ya mentado jefe local donostiarra. La noche del día 9 de septiembre, cuando este abandonaba el estudio de arquitectura de José Manuel Aizpurúa, que hacía las veces de local de Falange Española, un grupo de pistoleros que se encontraba esperándole en las cercanías del portal disparó varias veces contra él. Falleció en el hospital al día siguiente a consecuencia de las heridas que recibió.16 Significativamente, el atentado se produjo tan solo dos días después de los incidentes de Ondarreta, primer acto propagandístico público de la Falange donostiarra.
Esta agresión es la que dio lugar al único asesinato llevado a la práctica por Falange Española en el País Vasco durante la II República. Al día siguiente del atentado contra Carrión, el 10 de septiembre, caía víctima de las balas falangistas el director general de Seguridad del primer bienio Manuel Andrés cuando regresaba en compañía de un amigo a su domicilio. Por este asesinato fueron detenidos varios falangistas integrantes de las incipientes escuadras de acción donostiarras así como pistoleros reclutados en otras provincias entre los que se encontraban elementos sumamente radicalizados, como Adrián Irusta, que a comienzos de 1935 se encontraba encuadrado en la Falange sevillana, participando en los graves altercados de Aznalcóllar en el que perdieron la vida dos personas y por los que fue condenado junto a otros falangistas sevillanos a dos penas de más de dos años de cárcel por los delitos de homicidio y tenencia ilícita de armas (Dávila y Pemartín, 1938: 134-136). Ya con anterioridad a estos graves sucesos, la violencia contra falangistas había hecho acto de presencia en Guipúzcoa. En enero de 1934, el joven obrero de Industrias Vascas de Eibar, José María Oyarbide, fue objeto de una agresión con armas de fuego de la que milagrosamente salió con vida después de que varios proyectiles impactaran contra su cuerpo. Oyarbide, oriundo de la provincia de Santander, había llevado a cabo en los meses anteriores una campaña de proselitismo falangista entre diversos ambientes de jóvenes eibarreses.17
Estos sucesos, junto al asesinato de Manuel Banús el 15 de julio de 1936 a la salida de los funerales celebrados en honor de Calvo Sotelo en la iglesia del Buen Pastor donostiarra, ejemplifican el fuerte clima de hostilidad en que se movía la Falange guipuzcoana.18 Todo ello explica que fuese en la provincia de Guipúzcoa en la que el proceso de radicalización violenta de Falange Española alcanzase la mayor cota dentro del País Vasco. No solo porque soportaran un mayor número de atentados y sufriesen víctimas mortales sino porque estos acontecimientos influyeron en su práctica política y en su organización, desarrollando una rama paramilitar, compuesta por varias escuadras de acción, más acabada y numerosa que en las otras provincias vascas y que llegó a practicar el asesinato político en represalia por las acciones recibidas. Ello aumentó la presión de las fuerzas policiales y de los enemigos políticos contra los elementos de acción guipuzcoanos, que en bastantes casos hubieron de abandonar la provincia, caso de uno de los detenidos tras el asesinato de Manuel Andrés, que tras ser objeto de una agresión en abril de 1936, comenzó a barajar la posibilidad de «irse a Barcelona por el motivo de qu [sic] lo quieren matar».19
En Vizcaya también se produjeron incidentes violentos pero no llegaron a alcanzar la gravedad que revistieron en el caso guipuzcoano. Es cierto que la dinámica es similar a la guipuzcoana y es posible que tan solo la suerte o el azar evitasen que se produjesen víctimas mortales, ya que el empleo de armas de fuego y de armas blancas también era habitual. El 17 de abril de 1935, por ejemplo, un grupo de vendedores que voceaban la venta de Arriba en las inmediaciones de la calle de San Francisco fue asaltado y se desencadenó un enfrentamiento que acabó degenerando en un breve tiroteo; uno de los disparos impactó en un transeúnte inocente ocasionándole heridas leves en un brazo.20 Mayor gravedad revistió un hecho acontecido una semana después, el día 24. Juan Barrena se encontraba vendiendo el órgano vespertino de SOV cuando fue interceptado por tres desconocidos que sin mediar palabra hicieron fuego sobre él, acabando con su vida e hiriendo a otra persona que se encontraba en las inmediaciones. A causa del atentado fueron detenidos varios falangistas, pero la dirección provincial de Falange publicó el día 27 una nota en la que condenaba el asesinato y desvinculaba a sus afiliados del mismo.21 Tres días después los falangistas detenidos fueron puestos en libertad sin cargos. Cabe la posibilidad de que este fuese el único asesinato protagonizado por falangistas vizcaínos, aunque la rápida nota publicada por el partido y el hecho de que los detenidos quedasen en libertad sin cargos induce a pensar más bien lo contrario y que la vinculación que se infirió con Falange Española respondía más bien al historial de incidentes del partido y a la percepción que se tenía del mismo.22 Álava fue la provincia que en mayor grado escapó a esta dinámica violenta. Durante la II República no existe constancia de altercados de importancia protagonizados por falangistas. El único ejemplo de ejercicio de la violencia política que encontramos es cuando en febrero de 1936 falangistas alaveses y vizcaínos asaltaron tras un mitin el bachoqui de la pequeña localidad de Barambio expulsando a sus ocupantes.23
El empleo de la violencia constituía un lugar central dentro de la ideología y de la praxis política fascista. González Calleja (2008) ha señalado que
el carácter ontológico de la violencia distinguía al fascismo […] pues la militarización de la acción política no se entendía como un simple recurso […] sino como un elemento nodal, que superaba el carácter de mero instrumento táctico para convertirse en una manifestación de la voluntad de poder nacional a través de la fuerza creadora de la acción, vinculada con la idea de regeneración y con el afán de crear una gran comunidad nacional en torno a un poderoso mito palingenésico (2008: 88).
De hecho, el recurso a la violencia como un instrumento más de la acción política respondía de forma aún más directa al andamiaje ideológico fascista en la medida en que suponía la expresión definitiva de la negación del liberalismo (Miguez, 2014: 194). Frente al diálogo y la negociación, la violencia y la imposición. En este sentido, la violencia adquiría un valor simbólico, que dejaba atrás la necesidad de su recurso para derrumbar el viejo orden para preconfigurar las líneas maestras por las que habría de transcurrir la nueva era: la audacia y la voluntad de imponer los planteamientos propios se erigiría como el mecanismo de toma de decisiones políticas frente a la corrupción, ineficacia y debilidad del parlamentarismo.
En este sentido, los fascistas vascos no poseyeron nada de excepcional y la violencia se encontraba estrechamente relacionada con su actividad política. Ya hemos visto cómo a pesar del escaso recorrido temporal y de unos medios materiales y humanos muy limitados los incidentes violentos y encontronazos se acumularon a su alrededor, especialmente derivados de actividades propagandísticas y venta de prensa. Sin embargo, el escenario del País Vasco no guarda apenas relación con lo que ocurrió en otros territorios, como Madrid o en menor medida Sevilla, en que Falange se vio inmersa en una sangrienta espiral de asesinatos-represalias (Payne, 1985: 72-77; González Calleja, 2011: 200-226 y 228-229). Ello se debe a diversos factores. En primer lugar hemos de tener en cuenta que esta dinámica fue más bien la excepción que la tónica general, y es que en buena parte de las provincias donde Falange encontró asiento durante la II República el ejercicio de la violencia que practicó se asemejaba más a lo que hemos venido describiendo en las provincias vascas que a lo que ocurría en la capital de España (Thomàs, 1992a: 102; Núñez Seixas, 1993: 152-154 y 170-171; Suárez Cortina, 1981: 159-160). Por otra parte, y siguiendo en cierta medida la noción de estructura de oportunidades políticas de la Teoría de Movilización de Recursos (Casquete, 1998: 83 y ss.), hay que tener en cuenta las posibilidades de los grupos falangistas y el contexto en el que operaban. En este sentido, su debilidad numérica y organizativa dibujaba un escenario táctico muy desfavorable tanto para su actividad política como para la disputa del espacio público a través del empleo de la violencia. El caso paradigmático de lo que estamos señalando podría ser Álava, donde el hecho de que el partido contase con unas escasas decenas de militantes se encuentra en la raíz de la práctica inexistencia de incidentes violentos. Que el propio gobernador civil de Álava achacase el incidente de Barambio a un choque entre tradicionalistas y nacionalistas refleja a las claras este fenómeno.24
La incidencia de FE de las JONS en la degradación del orden público y de la convivencia en el País Vasco durante el periodo republicano fue escasa, limitándose a los alborotos derivados de la venta de prensa y a los casos excepcionales ya señalados, de una gravedad en conjunto muy inferior a los sucesos que protagonizaron otras fuerzas como el tradicionalismo o las organizaciones obreras. Lo que se produjo fue un sobredimensionamiento del verdadero alcance de la implantación fascista en solar vasco derivado de las numerosas notas y llamamientos realizados principalmente desde la prensa de cariz izquierdista, lo que a su vez respondía a una sensación generalizada de temor ante el auge que el fascismo estaba experimentando en Europa tras el ascenso de Hitler al poder en Alemania. Por paradójica que pueda resultar esta afirmación realizada desde nuestro presente, los falangistas vascos desempeñaron en mayor número de ocasiones el papel de víctimas que el de victimarios. Esto es especialmente cierto durante el periodo republicano a tenor de las cifras e identidades de los asesinados que hemos venido viendo, pero también lo fue, como trataremos en el capítulo siguiente, durante la Guerra Civil.
Como ya hemos comentado, la actividad de la Falange alavesa fue muy escasa durante prácticamente todo el periodo republicano. Esta situación cambiaría ligeramente tras la victoria del Frente Popular en las elecciones de febrero de 1936 y tras la llegada a la Jefatura provincial de Ramón Castaño Alonso (Rivera, 2003: 145-172). Castaño fue la figura determinante en el devenir de la Falange alavesa, marcando con su actuación el rumbo que habría de seguir el partido durante la Guerra Civil y los primeros años del régimen franquista. Impulsivo, carismático, con buenas dotes de organizador y un carácter exaltado, llegó a Vitoria portando un nombramiento de jefe provincial expedido por José Antonio Primo de Rivera.25 Con anterioridad a este momento, Castaño había formado parte del Círculo Tradicionalista de Amurrio, del que llegó a ser vicesecretario, pero en 1935 ingresó en la JONS de Bilbao.26 No tenemos noticia alguna de que mantuviese contactos o relaciones con el grupo falangista de Vitoria previamente a su llegada como jefe provincial, hecho que marcó su relación con los jóvenes estudiantes vitorianos que siempre le sintieron como ajeno a su grupo.27 En cualquier caso, a partir de su llegada la Falange alavesa aumentó notablemente su actividad, aunque siempre limitada a la realización de propaganda y pintadas, y a la venta de su prensa.28 Tras la ilegalización del partido, en marzo de 1936, sus miembros pasaron a la clandestinidad, aumentando las detenciones.29 Sus locales fueron clausurados y, en una dinámica que se repitió en las otras dos provincias vascas, RE les cedió el uso de los suyos.30 Desde este momento, Falange se sumó a las conspiraciones para derrocar violentamente al régimen republicano por lo que iniciaron su formación paramilitar con excursiones a los montes para realizar marchas y prácticas de tiro asesorados por elementos de la Falange madrileña.31
En estas circunstancias, varios de sus dirigentes fueron encarcelados. El propio Castaño fue detenido en abril y condenado en mayo a un año y ocho meses de prisión por acudir al convento de Nanclares de la Oca a solicitar dinero para la compra de armas.32 También Ricardo Aresti y José María Parra acabaron en prisión.33 Con todo, el aporte que Falange realizó a la conspiración en la provincia fue muy escaso. En un lugar como Álava, con un predominio tan abrumador del tradicionalismo, el entendimiento de los militares con los apoyos civiles había de pasar necesariamente por el carlismo, y no por un grupúsculo de estudiantes y otros elementos radicalizados que, además, se encontraban en su mayoría encarcelados. La creciente polarización del ambiente político y el clima de enfrentamiento que a pasos agigantados se abría paso en la sociedad española llevó a que la Falange alavesa comenzase a engrosar tímidamente sus filas, si bien a un ritmo inferior al que se daba en otros lugares de España, y teniendo en cuenta que no será hasta después del 18 de julio cuando experimente un verdadero crecimiento.
La Falange guipuzcoana, que daba sus primeros síntomas de vida en septiembre de 1934, mantuvo durante todo el año una vida precaria. La situación mejoró levemente con la constitución oficial y la inauguración de los locales de la capital donostiarra en enero de 1935. A esta inauguración acudió José Antonio Primo de Rivera, que dio una conferencia sobre el papel de los vascos en la historia de España y sobre su concepto de «unidad de destino en lo universal».34 A lo largo de 1935 Falange fue consolidando su presencia y se dedicó sobre todo a tareas de proselitismo, a la captación de nuevos miembros y a la venta de su prensa, actividad esta última de donde provino la mayoría de incidentes que protagonizó.35 A partir de 1936 la presión policial sobre Falange aumentó de manera importante ante la progresiva degradación del orden público. En enero de 1936 fueron detenidos todos los miembros de la Junta Directiva del SEU guipuzcoano.36 Agentes del Gobierno Civil seguían los pasos de Luis Prado, que había ocupado el cargo de jefe provincial, y se multiplicaron los intentos de infiltración de informadores.37 Tras la ilegalización y el paso de sus actividades a la clandestinidad, el cerco policial se cerró aún más sobre los falangistas guipuzcoanos. Los registros y clausuras de locales así como las detenciones de los afiliados rebasaron el ámbito de la capital y alcanzaron a los grupos de la provincia.38 La difusión del periódico clandestino No Importa se convirtió en una de las principales ocupaciones y en una nueva fuente de detenciones.39 También la compra de armas pasó a tener una atención preferente, actividad en la que destacaron las Falanges de Eibar e Irún.40 Junto con todo esto, Falange comenzó a tomar parte activa en la conspiración para derribar el régimen republicano. Acudió desde el primer momento a las reuniones preparatorias del movimiento sedicioso junto al resto de las fuerzas provinciales de derecha: CT, RE, CEDA y PNV, aunque posteriormente este último se desvinculó de los planes golpistas. El representante de FE en estas reuniones fue Luis Prado. Asimismo, el enlace entre los cuarteles militares y la Falange donostiarra fue el militar falangista Miguel Leoz, teniente de artillería destinado en los cuarteles de Loyola.
Por su parte, la Falange vizcaína comenzó a desarrollar una actividad más notable a raíz de su fusión con las JONS. Aunque la articulación de FE y de las JONS llegó a buen puerto no fue sin dificultades que tardaron en subsanarse largo tiempo. Así, dos meses después de la visita que giró en febrero Ledesma Ramos para realizar el nombramiento del triunvirato que había de hacerse cargo del partido, José Antonio Primo de Rivera hubo de acudir a Bilbao «para resolver cuestiones […] consecuencia de la diversidad de pareceres entre los fusionados» (Talón, 1988: 84). Aun después de esta visita debieron de subsistir resistencias a la fusión, como prueba que el día 29 de abril hubiese de publicar la junta directiva provincial una nota llamando a la obediencia a sus militantes.41 Estos problemas de liderazgo y de relaciones entre jonsistas, falangistas y los ambientes monárquicos de donde estos últimos procedían se prolongaron hasta el inicio de la Guerra Civil, cambiando el partido de mandos hasta en tres ocasiones en menos de un año. A pesar de estas conflictivas relaciones, llegado el momento de la salida de Ledesma Ramos y de algunos de sus seguidores de Falange, el antiguo núcleo jonsista de Bilbao permaneció dentro del partido unificado. Independientemente de los problemas internos, 1934 fue un año de consolidación. Poco después de la visita de José Antonio durante la primavera, la nueva FE de las JONS abandonó los locales donde se reunían los antiguos jonsistas y trasladó sus oficinas a la antigua sede de la Juventud Monárquica en el Muelle de Ripa. La principal actividad en estos momentos era la propaganda, aunque durante la Revolución de Octubre, 65 falangistas voluntarios fueron armados por orden del teniente coronel Ortiz de Zárate y constituyeron un grupo de apoyo civil para colaborar en el sofocamiento del levantamiento obrero, que tuvo especial intensidad en la zona minera y en la margen izquierda de la Ría de Bilbao.42 A lo largo de 1935 la actividad de Falange fue aumentando de intensidad, manteniendo diferentes incidentes con fuerzas de izquierda debidos a la venta de prensa.43 También acrecentó su impulso propagandístico mediante la organización de conferencias y charlas (Plata Parga, 1991: 86). Asimismo comenzó un mayor seguimiento policial que culminó con la obtención de un informador de excepción, el «Secretario de Falange».44
Una de las cuestiones centrales en la vida de la Falange vizcaína fueron sus relaciones con el monarquismo alfonsino y con la élite socioeconómica bilbaína, lo que necesariamente nos conduce a hablar del ya recurrente proceso de fascistización. El acercamiento más reciente a esta cuestión lo sitúa más allá de los límites politológicos de un partido, entendiéndolo más bien como una corriente o movimiento centrípeto, confundiéndose de esta manera el propio fascismo y el proceso de fascistización (Gallego, 2014: 34-54). Sin embargo, consideramos que es más útil no solo a nivel taxonómico sino también analítico la consideración diferenciada del proceso de radicalización, del proceso de fascistización y del propio fascismo a pesar de que en determinadas circunstancias se encontrasen íntimamente unidos (González Calleja, 2008: 115). José María de Areilza es un buen ejemplo para ello. Perteneciente a la élite bilbaína y una de las promesas con mayor proyección de la renovación generacional del monarquismo alfonsino, experimentó un intenso proceso de fascistización que más allá de la aceptación de elementos externos del fascismo le llevó a implicarse directamente en el desarrollo del movimiento fascista español, colaborando en la búsqueda de financiación, escribiendo en sus periódicos y revistas y ayudando en su difusión, facilitando la articulación de un entendimiento entre Ledesma Ramos y Primo de Rivera para la consecución de una fusión entre sus respectivas organizaciones… Y a pesar de esta intensa fascistización siempre manifestó su negativa a integrarse en el fascismo, continuando fiel al monarquismo en el que dio sus primeros pasos políticos (Ledesma Ramos, 1968: 126). Es decir, siempre mantuvo vigente un proyecto político autónomo y diferenciado del fascista. También hay que tener en cuenta que esta sugestión fascista fue especialmente intensa entre los miembros más jóvenes del monarquismo y la élite bilbaínas, pero que su capacidad de influencia entre las generaciones anteriores fue mucho más limitada. Por comparación con el caso de Areilza podemos poner el de José Félix de Lequerica, que también colaboró en la financiación del fascismo español pero no se dejó seducir por el mismo. También se podría esgrimir el ejemplo de Gabriel María Ybarra, fundador de El Pueblo Vasco y uno de los ejes articuladores del monarquismo vizcaíno, que escandalizado por el ingreso de sus hijos en Falange procuró conseguir su alejamiento del partido fascista por diversos medios (Plata Parga, 1991: 85-86).
Estas reticencias y la defensa de un espacio propio para un proyecto político autónomo y diferenciado no fueron exclusivas de las demás fuerzas de derecha ante el temor de resultar fagocitadas por el fascismo. Los propios fascistas también eran conscientes del peligro de resultar absorbidos y de que sus presupuestos ideológicos quedaran diluidos en el seno de una gran coalición contrarrevolucionaria. En este sentido son reveladoras algunas de las actitudes mantenidas por sectores de la Falange vizcaína ante lo que juzgaban una instrumentalización por parte de las clases preeminentes vizcaínas y del monarquismo autoritario. Durante las elecciones de febrero de 1936, y contra lo dispuesto por la Jefatura Nacional, un sector encabezado por el entonces jefe provincial Alberto Cobos decidió colaborar electoralmente por el éxito de la candidatura monárquica. Esto originó fuertes tensiones en el seno de Falange y, según García Venero (1972: 94), estuvo a punto de originar una escisión. La situación fue resuelta por Manuel Hedilla mediante la apertura de un expediente a Cobos y su cese como jefe provincial, siendo sustituido por José María Valdés Larrañaga. Tras la ilegalización de Falange y la clausura de sus locales, RE les ofreció el uso de los suyos, aunque esta oferta no fue vista con buenos ojos por todos los falangistas.45 Otro ejemplo de esta pugna con la élite bilbaína y sus pretensiones de mediatización del movimiento fascista se produjo cuando se intentó aupar a Evaristo Churruca Zubiria sin la sanción del jefe provincial a la Jefatura Local de Guecho, intento que tuvo que ser frenado por Felipe Sanz, en aquellos momentos la máxima autoridad provincial (Ybarra Bergé: 16).
La imputación de todo esto a un proceso de fascistización que en última instancia podría asimilarse al propio fascismo no resulta satisfactoria. Se produjo efectivamente un proceso de fascistización que alcanzó distintas cotas de intensidad en función de las características de los sujetos que lo experimentaron, pero ello no significó directamente el tránsito al fascismo, ni organizativa ni ideológicamente. La asimilación de la fascistización al fascismo le concede una importancia desmedida a este último, le atribuye el proceso de radicalización de la derecha, cuando en buena medida, y como veremos en la institucionalización del franquismo, lo que ocurrió fue exactamente lo contrario: el clima de radicalización y fascistización posibilitaron y favorecieron la fagocitación del fascismo dentro de la coalición contrarrevolucionaria franquista en la que el equilibrio de fuerzas era muy desfavorable a Falange.
Por otra parte, 1936 fue un año especialmente duro para la Falange de Vizcaya. Además de las desavenencias internas, se inició un fuerte seguimiento policial contra el partido y sus actividades. Tras la victoria del Frente Popular la apuesta por el derribo violento de la República era ya firme, por lo que arreció la presión gubernativa sobre ellos. En febrero se realizó una redada en los locales de Falange, deteniéndose a los allí reunidos y clausurando el centro.46 El mes siguiente se multó a los dirigentes provinciales del partido a consecuencia de la prohibición de venta de Arriba.47 Con la prohibición de la prensa falangista, la venta y distribución clandestina de No Importa se convirtió en una nueva fuente de detenciones. La ilegalización del partido también supuso la imposibilidad de manifestarse públicamente, lo que condujo a nuevos conflictos y detenciones como ocurrió en mayo en Gallarta durante los funerales del guardia civil Jerónimo de la Fuente, asesinado unos días antes en la misma localidad.48 Asimismo, la Falange vizcaína emprendió su participación en la conspiración para acabar violentamente con el régimen republicano. Las posibilidades de un movimiento contra la legalidad republicana en Vizcaya estaban consideradas como muy escasas y la propia debilidad de la trama conspirativa en la provincia lo ponía de manifiesto (Azcona y Lezámiz, 2013). José María Areilza fue el principal interlocutor de Mola en la provincia, proporcionándole información y haciendo labores de enlace entre él y otros elementos de la rama civil de la conspiración (Areilza, 1974: 124). Las únicas posibilidades de éxito se encontraban fijadas en un posible levantamiento del batallón Garellano. El papel de Falange en esta trama no fue muy importante por su escasez numérica. Durante marzo se enviaron diversas cartas a empresarios y entidades bilbaínas solicitando dinero con vistas, presumiblemente, a la financiación del golpe, lo que valió una fuerte multa del gobernador civil a los mandos provinciales.49 Según Felipe Sanz, en abril, mientras se encontraba en la cárcel, se comprometió como representante de Falange en la confabulación.50 Los contactos con los militares determinaron los puntos de concentración de los voluntarios falangistas donde debían recoger armas y prestar su apoyo.51 Además, se establecieron planes de actuación conjunta con otras fuerzas de extrema derecha en diferentes localidades del entorno de Bilbao, como en Guecho y Portugalete.52
1. LOS DOS MODELOS DE FALANGES VASCAS
En los aspectos que hemos analizado hasta el momento hemos señalado que el caso de Álava se podía diferenciar ya fuese en lo que hacía a sus antecedentes ideológico-culturales o en la práctica de la violencia política. Estos elementos, junto a los que vamos a ir desgranando en este apartado, tienen la suficiente entidad como para permitir el establecimiento de dos modelos de implantación y desarrollo fascista en el País Vasco. Por una parte tendríamos las provincias costeras de Vizcaya y Guipúzcoa, y por la otra el País Vasco continental, conformado por Álava. En el caso de las primeras, afectadas de manera previa y más intensa por los procesos de modernización, el fascismo alcanzó una implantación muy superior. En ambos casos el número de militantes que alcanzó el partido era al menos tres veces superior al de Álava, y a diferencia de esta, tanto la Falange vizcaína como la guipuzcoana consiguieron asentarse en diferentes localidades de sus provincias además de en la capital. Asimismo, el perfil colectivo de sus afiliados era más diversificado y maduro. Por otra parte, también se produjo un mayor desarrollo organizativo en las provincias costeras de acuerdo a su mayor potencia numérica. Así, tanto en Guipúzcoa como en Vizcaya FE de las JONS desplegó diversos servicios o delegaciones: CNS, SF, Primera Línea…, que no pudo organizar en Álava. Todos estos elementos se complementaron con cierta supeditación jerárquica del núcleo alavés a la jefatura provincial de Vizcaya que se mantuvo hasta el nombramiento de Ramón Castaño como jefe provincial.
Deteniéndonos en la implantación geográfica, en Álava, como hemos señalado, FE de las JONS no consiguió establecer ninguna organización más allá de Vitoria. Esto es especialmente cierto con anterioridad a las elecciones de febrero de 1936 porque a partir de estas la Falange alavesa experimentó un limitado crecimiento y llegó a contar con presencia en otras localidades de la provincia como Anda o Murguía, si bien en ningún caso se establecieron jefaturas locales o estructuras organizativas, limitándose a la existencia de uno o dos afiliados aislados. También existieron grupos no organizados de falangistas en algunas localidades del valle de Ayala, como Llodio, Amurrio, Barambio o Larrimbe, pero dependían jerárquicamente de la provincial de Vizcaya.
En Guipúzcoa, por su parte, podemos certificar la presencia de núcleos falangistas organizados en Tolosa, Eibar e Irún con anterioridad a las elecciones de febrero de 1936.53 También existió presencia falangista en Hernani, Cegama y Segura aunque en estos tres casos no podemos asegurar que se constituyesen jefaturas o que se desarrollasen en un sentido organizativo. Vizcaya parece ser el territorio vasco en el que Falange logró una mayor implantación geográfica al conseguir organizar jefaturas locales en cinco municipios aparte de en Bilbao. En Guecho, se establecieron al menos dos grupos de falangistas en los barrios de Las Arenas y de Algorta. La Falange de Las Arenas estuvo constituida principalmente por los miembros más jóvenes de las familias de la clase preeminente bilbaína, como los Ybarra o los Churruca (Ybarra Bergé, 1941: 15-16). En Algorta los falangistas llegaron a disponer de locales propios aunque los hubieron de abandonar con anterioridad a las elecciones de 1936 ante la imposibilidad de afrontar los gastos.54 En Portugalete se organizó una Falange local aunque desconocemos con exactitud la fecha de su constitución.55 En Baracaldo se formó otro grupo de Falange que llegó incluso a disponer de un pequeño periódico propio del que desgraciadamente no hemos podido localizar ningún número (Aizpuru, 2011: 175). También dentro del área de influencia de Bilbao encontramos el caso de Galdácano, cuyo fundador es uno de los escasos ejemplos de falangistas procedentes del tradicionalismo.56 En la comarca de las Encartaciones, los falangistas también consiguieron establecer una organización local en la villa de Valmaseda. Desconocemos la fecha de su constitución, pero hubo de ser después de las elecciones de febrero de 1936 (Etxebarria y Etxebarria, 1993: 51, 98). Además, Falange contaba con presencia no organizada en otra serie de localidades como Güeñes, Galdames, Ortuella o Gallarta.
En lo que respecta al desarrollo organizativo y estructural de Falange, en el caso alavés, la propia limitación numérica de la militancia impidió su diversificación. Así, tan solo existen evidencias del funcionamiento del SEU, mientras que del resto de servicios no ha quedado referencia alguna, siendo lo más probable que no llegaran a crearse.57 Mientras se producía esta situación en Álava, tanto en Vizcaya como en Guipúzcoa se asistió a una mayor complejidad dentro del partido, instaurándose diversas secciones en su seno: SEU, CONS, SF y Primera Línea.
El SEU era una pieza clave dentro del organigrama de Falange Española debido al peso específico que ocupaban los estudiantes en el seno del partido (Thomàs, 1999: 65-72). El caso del País Vasco no fue una excepción y no es una coincidencia el hecho de que la única delegación que se constituyó dentro de la Falange alavesa fuese el SEU. En el caso guipuzcoano sabemos que su constitución oficial fue en junio de 1935, mientras que en el vizcaíno lo podemos situar en el marco de la huelga estudiantil convocada por la FUE en mayo de 1934.58
En lo que a la CONS en Guipúzcoa se refiere, su devenir estuvo ligado a la figura de Juan Francisco Puente, protésico dental de San Sebastián. Desconocemos con precisión la fecha de su constitución aunque debió de ser temprana (García Venero, 1972: 104), seguramente coincidiendo con la visita que José Antonio Primo de Rivera realizó a San Sebastián en enero de 1935 con motivo de la inauguración de los locales de la Falange donostiarra.59 Puente dedicó un esfuerzo considerable a la expansión de la CONS, a pesar de lo cual su penetración entre la clase obrera guipuzcoana debió de ser más bien testimonial. Pese a su escasa capacidad de penetración entre el proletariado guipuzcoano, su presencia no fue bien recibida por las organizaciones obreras de izquierda, que amenazaron la vida de Puente así como la de varios de sus afiliados. La labor de la CONS guipuzcoana parece que se concentró principalmente en el proselitismo entre la clase obrera, la protección de patronos, la búsqueda de empleo a trabajadores desempleados afines al nacionalsindicalismo y el sabotaje de huelgas mediante la introducción de trabajadores foráneos en las empresas que sufrían conflictos laborales.60 En el caso de Vizcaya el arranque de una actividad estable de la CONS no se produjo hasta el año de 1935 (Plata Parga, 1991: 86-87). Aunque desconocemos el número exacto de afiliados que llegó a tener, no debió de ser muy elevado, como apuntan los datos del conjunto de la militancia, sobre lo que nos detendremos más adelante. Su actuación no debió de ser muy diferente a la de su homóloga guipuzcoana, dedicada a la protección sociolaboral de patronos y a la colocación de obreros nacionalsindicalistas en empresas de simpatizantes y colaboradores.61
Ocupando la violencia el papel central que ocupaba en la ideología y actividad de Falange, esta organizó desde muy pronto a sus afiliados de Primera Línea en una serie de escuadras destinadas al choque violento con las organizaciones obreras. En Guipúzcoa, cuando Manuel Carrión fue asesinado, la Primera Línea guipuzcoana ofreció una rápida respuesta matando a Manuel Andrés. Sin embargo, su organización debía de ser en esos momentos incipiente, como prueba el hecho de que requiriesen de la presencia de pistoleros traídos de fuera de la provincia. Entre los integrantes de las escuadras donostiarras se encontraban los miembros más violentos y activos, entre los que no era rara alguna vinculación con el Ejército.62 A medida que el tiempo fue avanzando, y a pesar de que ya no se produjeron más asesinatos, la dinámica de violencia no cesó y para mayo de 1936 había organizadas cuatro escuadras.63 En el caso de Vizcaya también se organizaron al menos cuatro escuadras de acción con anterioridad a la sublevación militar.64
Por su parte, de la SF sabemos más bien poco puesto que el rastro de evidencias que dejó de su existencia anterior a la Guerra Civil es prácticamente inexistente. En Guipúzcoa, conocemos que a comienzos de 1935 ya se encontraba en funcionamiento pero sin que podamos precisar desde cuándo.65 Tampoco podemos determinar el número de afiliadas que llegó a aglutinar, si bien debió de ser escaso, localizándose entre las familiares de los falangistas masculinos como Teresa Aizpurúa Azqueta, o entre alguna de las familias de clase pudiente donostiarras como Pilar Gaytán de Ayala.66 En Vizcaya la fundación fue temprana, ya que Bilbao fue una de las ciudades visitadas por Pilar Primo de Rivera y Dora Maqueda en su primera ronda de viajes para fundar la SF (Primo de Rivera, 1983: 66). Como primera jefa provincial, que se mantendría en el cargo hasta comienzos de 1938, nombraron a Teresa Díaz de la Vega.67 Como para el caso guipuzcoano, desconocemos mayores detalles, no sabiendo a cuántas afiliadas reunió ni cuál fue su grado de actividad.
2. LOS MILITANTES FALANGISTAS: NÚMERO Y COMPOSICIÓN
Para acabar la visión de conjunto sobre el fascismo vasco vamos a detenernos en la militancia de su principal manifestación orgánica, FE de las JONS. Hasta este momento se ha venido caracterizando las provincias vascas como algunas en las que menor volumen numérico alcanzó Falange. Estudios previos han señalado que en Álava hubo en torno a una treintena de afiliados, en Guipúzcoa 120 y en Vizcaya 200, cifras que, si bien de manera ajustada, han tendido a ser estimadas a la baja (Rivera y Pablo, 2014: 370; Calvo Vicente, 1994: 66; Payne, 1985: 100-101). Por nuestra parte, en Álava podemos constatar la existencia de 42 falangistas en vísperas de la sublevación militar, 150-175 en Guipúzcoa y en Vizcaya 175-200. Con estas cifras, las Falanges guipuzcoana y vizcaína se encontraban lejos de las provincias con mayor presencia falangista como Madrid, Santander o Sevilla, pero se encontraban por encima de otros territorios donde la presencia de Falange fue anecdótica con anterioridad a la Guerra Civil, como Córdoba o Ciudad Real, encontrándose más bien entre las provincias con una implantación media como Orense o Asturias.
En lo que hace a los tempos de afiliación podemos aventurar algunos rasgos pese a lo limitado de la información. Sabemos que entre las elecciones de febrero y el golpe de Estado se afiliaron al partido joseantoniano al menos 23 guipuzcoanos, 65 vizcaínos y 13 alaveses. Estos números nos hablan de un ritmo de crecimiento de la militancia bastante intenso, especialmente en Vizcaya, donde en cinco meses se afilió el 37 % de la militancia total. Sin embargo, estas cifras están bastante lejos de la verdadera avalancha de militantes que Falange experimentó en otros puntos de España, donde, ante lo que se experimentó como el definitivo fracaso de la vía posibilista encarnada en la CEDA, cientos de jóvenes cada vez más radicalizados por el endurecimiento de los discursos y el auge de la violencia política en el espacio público pasaron a engrosar las filas de Falange (Suárez Cortina, 1981: 185-187; Palomares Ibáñez, 2001: 81-82; Sanz Hoya, 2006: 249). A tenor de estos datos, el aluvión de militantes de última hora requiere ser matizado en el País Vasco, donde se retrasaría hasta después del estallido de la Guerra Civil. ¿A qué se debió esta diferencia en el ritmo de crecimiento? Aunque la respuesta no es sencilla e influyeron múltiples y variados factores, en nuestra opinión se debió principalmente a dos. En primer lugar a que el trasvase de militantes desde las JAP a Falange no tuvo lugar en el País Vasco, amén de que la insignificancia numérica de las juventudes cedistas vascas tampoco hubiese conducido a un crecimiento desorbitado. La razón por la que este trasvase de militantes no se produjo está en relación directa con el segundo motivo: la existencia de otro partido insurreccional que además era un partido de masas con un sólido arraigo en territorio vasco, el carlismo. Su mayor implantación geográfica y social, de manera muy aguda en el ámbito rural, así como el desarrollo que había adquirido su rama paramilitar, el requeté, y el acendrado catolicismo que defendía, lo convertían en una opción más atractiva que Falange para todos aquellos ciudadanos vascos que habían llegado a la conclusión de que la caída del régimen republicano había de producirse por la fuerza de las armas.
En el caso vasco, hubo tres sectores profesionales que conformaron la columna vertebral del movimiento fascista. Antes que ningún otro destacaron los estudiantes. De crucial importancia en Álava, su peso relativo decrecía en las organizaciones guipuzcoana y vizcaína fruto de la progresiva diversificación que alcanzó Falange en las provincias vascas más industrializadas y más afectadas por el proceso de modernización, gozando de una mayor capacidad de penetración en diferentes capas sociales y extendiéndose desde el que fue uno de los primeros ámbitos en que arraigó el partido, el estudiantil. Los otros grupos fundamentales en el seno de las Falanges vascas fueron los empleados y las profesiones liberales, que con la excepción de Álava agrupaban a prácticamente la quinta parte de la militancia cada uno. Estas tres categorías profesionales constituían en las tres provincias más de la mitad de los militantes, revelando su condición de partido mesocrático asentado en aquellos sectores más receptivos a los mensajes alarmistas sobre la posibilidad de una inminente revolución obrera. En este sentido, también resulta revelador comprobar que los esfuerzos que las CONS guipuzcoanas y vizcaínas realizaron para integrar a los trabajadores en sus filas se saldaron con un fracaso, apenas superando el 10 % del total. Otro fenómeno que llama poderosamente la atención es la práctica ausencia de militantes relacionados con actividades agrarias, siendo inexistentes tanto en Guipúzcoa como en Vizcaya. Poniendo esto en relación con el ámbito geográfico de implantación, parece bastante claro que el falangismo fue en el País Vasco un fenómeno esencialmente urbano y con una incapacidad manifiesta de penetración en el mundo rural. Ello se debió a que el mundo rural vasco, caracterizado por el predominio de la pequeña y mediana explotación de carácter familiar, prácticamente desconoció la irrupción de procesos revolucionarios durante el periodo republicano y a que aquí se encontraban sólidamente asentados el tradicionalismo y el nacionalismo vasco, que imposibilitaron la expansión de otros movimientos políticos que pretendían aglutinar a los descontentos con la modernidad puesto que se encontraban intensamente imbricados en las autorrepresentaciones colectivas rurales y en el ámbito de las relaciones comunitarias (Ugarte, 1998).
En cuanto a la edad de los militantes falangistas, esta era de una extrema juventud. La edad media de los afiliados alaveses era de 21 años, la de los guipuzcoanos de 25 y la de los vizcaínos de 27. El aumento progresivo de la edad media en Guipúzcoa y Vizcaya es el resultado de la mayor diversificación que alcanzó Falange fuera de los ámbitos estudiantiles. Aun así, en todos los casos, los militantes menores de 30 años constituían al menos las tres cuartas partes del total de la militancia. Esto encaja perfectamente con la preeminencia que los estudiantes tenían dentro del partido y con la mística de la juventud que irradiaba el fascismo.
Por otra parte, si de alguna manera hemos de categorizar la ascendencia político-ideológica de los falangistas vascos, sería en la del liberalismo en su más amplia acepción. Los procedentes del tradicionalismo, ya sea personal o familiarmente, eran muy escasos, en contraposición a la importancia que tuvo el monarquismo de origen liberal conservador, especialmente el que evolucionó en un sentido autoritario a lo largo de las primeras décadas del siglo XX, que estuvo representado por el maurismo, RE y, en menor medida, el PNE. De esta forma, podemos explicar satisfactoriamente algunos de los aspectos de la implantación geográfica de Falange en Vizcaya. Fuera de Bilbao, los núcleos falangistas más importantes se encontraban, como ya hemos visto, en Portugalete, Guecho, Valmaseda y Baracaldo, siendo los primeros más numerosos que el último. Si nos atenemos a criterios poblacionales o de conflicto sociopolítico en estas poblaciones, resulta complicado comprender por qué es una localidad como Baracaldo la que menor número de falangistas tenía, habida cuenta de que según el censo de 1930 era el núcleo más poblado de la provincia, si exceptuamos Bilbao. La razón hay que buscarla en la tradición política dominante en la derecha de estas poblaciones: tanto Portugalete como Guecho y Valmaseda poseían una larga vinculación con el monarquismo liberal frente a Baracaldo que, en el campo de la derecha, presentaba un carlismo hegemónico, tradición política que, como estamos viendo, mostró un elevado grado de impermeabilidad a la atracción fascista. Aunque la relación con el monarquismo liberal es especialmente intensa en el caso de Vizcaya, también se puede aplicar a Guipúzcoa, donde la vinculación familiar de algunos de los militantes con el monarquismo liberal conservador es evidente, como los Balmaseda Echeverría, los Ramírez de Arellano o los Gaytán de Ayala; o, incluso, a Álava, donde el núcleo fundador vitoriano familiarmente era de raigambre liberal. Esto, junto con el énfasis puesto por el fascismo en algunos de los aspectos más exaltados de la juventud, nos conduce a hablar del carácter de revuelta generacional que revistió el movimiento fascista. Frente a lo que entendían como un exceso de inmovilismo de sus mayores, los jóvenes procedentes de esta tradición política liberal conservadora optaron por un movimiento que incentivaba la acción por encima de la reflexión y apostaba por plantar cara a lo que entendían que era un proceso revolucionario y a la situación de postración que atravesaba la nación. Este fenómeno generacional ha sido detectado también en otros lugares de España y está presente en el panorama europeo (Prada Rodríguez, 2005: 181-183; Souto, 2004). En este marco se produjo un notable cambio de ciclo y de prioridades entre la década de los veinte y las derivas más puramente autoritarias, y la de los treinta y el auge de las opciones fascistas de la mano de una juventud impaciente ante la incapacidad de frenar los avances democráticos manifestados por las opciones políticas de sus progenitores.
Un factor cualitativo fue la relación que existía entre la militancia falangista y la práctica del deporte. Las primeras décadas del siglo XX supusieron la aparición novedosa del deporte profesional como espectáculo de masas y los tímidos comienzos de una cierta fascinación popular por las estrellas deportivas (Pablo, 1995: 125-139). En este escenario, y con el desarrollo de unos rasgos ideológicos que perseguían un mayor activismo y dinamismo, se produjo una cierta ligazón entre la práctica deportiva y la militancia política. No es que existiese una relación directa entre el ejercicio físico y una adscripción política sino que la práctica del deporte, junto con otros elementos de carácter cultural como la admiración por la literatura de aventuras, el incipiente cine de acción o las biografías de elementos de acción revolucionarios (Mainer, 1971: 13-15), suponían la existencia de una experiencia vital, un habitus, en expresión de Pierre Bourdieu (1972: 178), que facilitaría el acercamiento y la sintonía con las coordenadas culturales e ideológicas del fascismo. El propio culto al cuerpo y el desprecio de la comodidad burguesa también incentivaban el ejercicio físico. Así, era habitual encontrar entre los falangistas vascos consumados deportistas. José Manuel Aizpurúa era un habitual en las competiciones de balandros y representó a España en competiciones internacionales (Loyarte, 1944: 317); Paulino Astigarraga fue directivo del Donostia Club de Fútbol, vicepresidente del Consejo Superior de la Federación Guipuzcoana de Fútbol y automovilista aficionado a las carreras; Valentín Arroyo y Joaquín Viana, de la Falange alavesa, eran reconocidos sportmen; Ricardo Zulueta era futbolista profesional del Atlético de Madrid; y Justino Adrada, de la Falange vizcaína, fue ciclista profesional.68
Según todo lo que hemos visto podemos formular algunas conclusiones. El fascismo en el País Vasco fue un movimiento marginal, íntimamente vinculado en su aparición y desarrollo a los desafíos que planteó la irrupción de la modernidad y la sociedad de masas industrial. Así, por un lado, tenemos el País Vasco costero, con una mayor diversidad y madurez entre su militancia y una penetración más allá de las capitales; y, por el otro, el País Vasco continental, con una militancia más limitada y monolítica, circunscrita en exclusiva a la capital provincial. Además, el fascismo vasco fue un fenómeno esencialmente urbano que mostró su incapacidad para incidir entre los sectores rurales ante el profundo arraigo entre estos de otras tradiciones políticas, como el tradicionalismo y el nacionalismo, vinculados estrechamente con la mentalidad y representaciones sociales de los habitantes del mundo agrario vasco. La columna vertebral de la militancia fascista vasca fueron las clases medias urbanas, entendidas en un sentido amplio. Entre ellas destacaron sectores como los empleados, las profesiones liberales y, de manera relevante, los estudiantes. Este grupo está en interrelación con otra de las características del fascismo vasco, su juventud. Con un terreno fértil abonado por la eclosión de tendencias vitalistas y por unas experiencias anhelantes de nuevas emociones que favorecían la sintonía con las coordenadas culturales del fascismo, los jóvenes protagonizaron una suerte de revuelta generacional ante lo que percibían como posturas inmovilistas y acomodaticias de sus mayores que en algunos casos les condujo a abrazar el fascismo. En este sentido, es interesante señalar la procedencia hegemónica de ámbitos de la tradición del liberalismo conservador. Aquellos que llegaron al fascismo desde el tradicionalismo o desde opciones progresistas eran minoritarios. Fueron los que procedían del liberalismo conservador, principalmente, los que siguiendo pautas que se daban por toda Europa se embarcaron en un proceso de actualización de la ideología y la praxis política de la derecha, reenfocándola desde una perspectiva ultranacionalista, palingenésica e irracionalista.
1 La Libertad, 24-7-1933.
2 La Libertad, 18-7-1933.
3 Norte, 4-8-1938.
4 La Libertad, 21-8-1936.
5 Pensamiento Alavés, 28-10-1938. Agradezco a Germán Ruiz Llano esta referencia.
6 El Nervión, 24-7-1933; Hierro, 13-2-1939.
7 El Nervión, 13-9-1933; El Pueblo Vasco, 24-10-1933; El Liberal, 26-10-1933, 18-11-1933, 2-12-1933, 7-12-1933 y 10-12-1933.
8 La Constancia, 8-9-1934.
9 La Constancia, 5-1-1935, 6-1-1935.
10 AMV B/6/13; AGA (8) 1.003 44/2553.
11 La Libertad, 7-3-1934.
12 La Libertad, 28-3-1933.
13 CDMH, PS Bilbao.
14 El Liberal, 18-1-1934, 19-1-1934.
15 El Día, 9-9-1934.
16 La Constancia, 11-9-1934.
17 El Liberal, 6-1-1934, 16-1-1934; FE, 25-1-1934.
18 El Pueblo Vasco, 16-7-1936.
19 El Diario Vasco, 28-4-1936; CDMH/PS Bilbao, Caja 253, Exp. 18.
20 El Nervión, 18-4-1935.
21 El Pueblo Vasco, 27-4-1935.
22 El Nervión, 18-4-1935, 25-4-1935, 26-4-1935, 30-4-1935.
23 El bachoqui era el centro de reunión social del PNV, equivalente a las Casas del Pueblo del PSOE; Arriba, 13-2-1936.
24 La Libertad, 10-2-1936.
25 Pensamiento Alavés, 13-8-1935; Arriba, 13-2-1936.
26 Pensamiento Alavés, 25-2-1935; AIMNO, Plaza de Vitoria, Caja 8 Causa 1055/38.
27 Norte, 9-10-1937; AIMNO, Plaza de Vitoria, Caja 39 Causa 661/42.
28 La Libertad, 28-3-1936; Pensamiento Alavés 4-4-1936 y 6-4-1936.
29 La Libertad, 21-4-1936; Pensamiento Alavés 6-7-1936.
30 La Libertad, 20-10-1936.
31 La Libertad y Pensamiento Alavés, 6-5-1936; Norte, 18-7-1938.
32 Pensamiento Alavés, 19-5-1936.
33 AHPA, Fondo Nanclares, Caja 23, Expediente 319. Agradezco a Javi Gómez la referencia.
34 La Constancia, 5-1-1935, 6-1-1935; Unidad, 20-11-1941.
35 La Constancia, 9-8-1935, 19-11-1935, 26-11-1935; A. Loyarte: Los mártires..., pp. 439-446.
36 La Constancia, 24-1-1936, 25-1-1936 y 26-1-1936.
37 Unidad, 28-7-1937; CDMH/PS Bilbao Caja 253, Exp. 18
38 El Día, 25-3-1936.
39 CDMH/PS Bilbao Caja 253 Exp. 18.
40 Unidad 18-7-1938.
41 El Pueblo Vasco, 29-4-1934.
42 El Correo Español, 8-11-1938.
43 El Pueblo Vasco, 27-4-1935, 23-11-1935, 30-11-1935; El Nervión, 18-4-1935.
44 Memorias de José Echevarría Novoa. Fondo especial Sancho el Sabio, Caja 2/3.
45 CDMH/PS/TPE Caja 13 Exp. 20.
46 El Nervión, 25-2-1936.
47 El Nervión, 19-3-1936.
48 El Pueblo Vasco, 19-5-1936.
49 El Nervión, 19-3-1936.
50 AGMAV/Jefatura de Milicias de Vizcaya, Leg. 61.
51 CDMH/PS/TPE Caja 18 Exp. 1.
52 CDMH/PS/TPE Caja 10 Exp. 7.
53 Unidad, 18-7-1938.
54 Arriba, 27-6-1935; CDMH/PS/TPE Caja 18, Exp. 1.
55 CDMH/PS/TPE Caja 10 Exp. 7.
56 AGA (8) 1.003 44/2553.
57 Pensamiento Alavés, 9-10-1935, 28-12-1942.
58 Unidad, 8-2-1940; El Pueblo Vasco 22-5-1934.
59 Unidad, 7-9-1937.
60 Unidad, 7-9-1937, 1-4-1938; CDMH/PS Bilbao Caja 253, Exp. 18.
61 CDMH/PS/TPE Caja 13 Exp. 20 y Caja 12 Exp. 7.
62 CDMH/PS Bilbao Caja 253 Exp. 18; Unidad, 5-1-1937; Euskadi Roja, 14-3-1936; El Día, 16-9-1934.
63 CDMH/PS Bilbao Caja 253 Exp. 18.
64 CDMH/PS/TPE Caja 13 Exp. 20; CDMH/PS/TPE Caja 19 Exp. 2.
65 Unidad, 20-11-1941.
66 Unidad, 18-12-1942, 29-10-1943.
67 Hierro, 12-1-1938.
68 Mundo Deportivo, 23-10-1927; El Día, 26-9-1934, 28-2-1935, 21-9-1935; Pensamiento Alavés, 8-4-1936; La Vanguardia, 7-8-1927.