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Presentación[1]

Dênis de Moraes

Se me ocurrió la idea de hacer este libro, que obtuvo las inmediatas adhesiones de Ignacio Ramonet y Pascual Serrano, al comprobar una vez más las convergencias y afinidades en nuestras líneas de análisis sobre el complejo mundo de los medios y del periodismo. Esta vez, al calor de un debate de tres horas del que participamos juntos en Río de Janeiro.[2] Antes de que comenzara el evento, abordamos la coyuntura internacional, especialmente las transformaciones socioeconómicas, políticas y culturales en países de América Latina cuyos gobiernos progresistas califican la democratización de la comunicación como presupuesto para la diversidad informativa. Las evaluaciones vinieron cargadas de sentimientos revigorizantes con respecto a modelos de desarrollo inclusivos y socializantes que se contraponen a la herencia maldita del neoliberalismo, con su preocupación obsesiva por la rentabilidad y el lucro, su ineludible capacidad de generar más pobreza y desigualdades sociales. Hablamos también de Cuba, ocasión en que oí cómo los amigos rememoraban, con las palpitaciones que sólo los hechizos genuinos provocan, los contactos con Fidel Castro en La Habana. Ignacio Ramonet relató que, durante las conversaciones que resultaron en una obra de repercusión mundial,[3] conoció a un líder revolucionario de memoria prodigiosa y adepto a la exactitud, a la puntualidad y a los “cálculos aritméticos con una velocidad asombrosa”. Pascual Serrano contó la formidable historia del libro que le prestó a Fidel y que recibió de vuelta, tiempo después, con innumerables comentarios anotados al margen y en la portada, como si el ejemplar fuera suyo. Cuando nos despedimos a la noche, en uno de los pisos más altos y panorámicos del edificio, la bahía de Guanabara ya se había sumergido en un baño de luz lunar y yo había dibujado en el bloc de notas un asterisco azul como clave para desatar la imaginación: un libro de a tres.

El punto de partida de Medios, poder y contrapoder es el compromiso común de interpelar críticamente la contemporaneidad, cada vez más mediatizada, tecnologizada y mercantilizada; el mundo atravesado por flujos en tiempo real, distribuidos por redes infoelectrónicas, satélites y fibras ópticas, que interconectan pueblos, países, culturas y economías. La realidad actual se conforma por los medios: la mayoría de nosotros entra en contacto con los acontecimientos, las demandas sociales y las identidades culturales a partir de la oferta de contenidos que los propios vehículos de comunicación seleccionan, elaboran y transmiten masivamente, con el argumento falaz de que representan la voluntad general; una producción informativa definida por criterios exclusivos de percepción, evaluación, interpretación y abordaje de los hechos. Una distorsión parecida se observa cuando los medios hegemónicos eligen y prestigian a las voces que pueden intervenir en los espacios periodísticos, al mismo tiempo excluyendo o neutralizando otras tantas que disienten y se oponen al orden dominante. Todo eso se materializa en procesos de industrialización de las noticias, de las imágenes y de los materiales sonoros que nos llegan de forma incesante y sin que haya condiciones objetivas de estancar su ciclo vertiginoso, aunque se imponga cuestionarlo, cuando no denunciarlo.

Vivimos, efectivamente, un momento histórico perturbador, en el que el derecho al delirio y al sueño –al que se refiere Eduardo Galeano en una hermosa entrevista en video–[4] se ve obligado a compartir la caminata hacia las utopías con las tecnologías del conocimiento, el exceso de informaciones por segundo, el consumismo programado para la obsolescencia y la fascinación compulsiva por objetos digitales que se conectan instantáneamente a “nubes de computación” capaces de almacenar un volumen inconmensurable de datos. En el escenario de un capitalismo de crisis reiteradas e insustentables para la ciudadanía, accesos, usos y usufructos tecnológicos se muestran profundamente desiguales; vínculos de solidaridad se debilitan frente al individualismo, la competencia exacerbada y las seducciones consumistas.

En contraposición al cuadro que ya resumimos, las reflexiones desarrolladas aquí incorporan la dimensión de la esperanza, proyectándola como elemento esencial, un imán para transformaciones en permanente estado de expectativa. Supone resistencias al peso bruto del mercado y las disputas de sentido frente a los enfoques tendenciosos y a las mentiras disfrazadas que brotan, con frecuencia abrumadora, de las máquinas mediáticas. Eso me hace recordar el bello editorial redactado por Walter Benjamin el 21 de enero de 1922 para el proyecto de la revista Angelus Novus. Al subrayar la necesidad de rechazar las ideas caducas y liberar “a los espíritus libres”, el gran filósofo alemán difícilmente podría imaginar que, en la segunda década del siglo xxi, sus palabras sonarían tan proféticas y urgentes:

Es tiempo de dar oídos no tanto a aquellos que piensen que encontraron el arcanum de la época, sino sobre todo a aquellos que de forma más objetiva, más independiente y más incisiva quieren dar voz a nuestras mayores preocupaciones.[5]

El libro que van a leer está orientado por intenciones interconectadas. En la primera parte, examinamos formas y efectos de la colonización del imaginario social por parte de los medios corporativos, a menudo con la divulgación masiva de “verdades” convenientes y rentables. Analizamos la configuración actual del sistema mediático, bajo la fuerte concentración monopólica en torno a megagrupos y dinastías familiares; las estrategias

de comercialización de los bienes simbólicos; la subordinación de informaciones de interés general a ambiciones lucrativas; la retórica poco convincente de la corporaciones mediáticas a favor de la “libertad de expresión”, que oculta el deseo asumido pero no declarado de hacer prevalecer la libertad de empresa sobre las aspiraciones colectivas; la pérdida de credibilidad de la prensa y las implicaciones para la democracia.

La relación de esas problemáticas con las cuestiones focalizadas en la segunda parte del libro puede traducirse en la magistral síntesis de Edward Said: “Somos bombardeados por representaciones prefabricadas y reificadas del mundo que usurpan la conciencia y previenen la crítica democrática, y es al derrumbe y al desmantelamiento de esos objetos alienantes que, como dijo correctamente Charles Wright Mills, el trabajo del humanista intelectual debe ser dedicado”.[6] De ahí la exigencia de una intervención consciente del pensamiento crítico en la batalla de las ideas, cuestionando los discursos hegemónicos de los medios, diciendo verdades al poder y discutiendo alternativas para modificar consensos y consentimientos sociales en los cuales se fundamenta el ejercicio de la hegemonía.

En los tres ensayos finales, a partir del reconocimiento de las mutaciones comunicacionales en internet, evaluamos premisas y prácticas periodísticas en red con sentido contrahegemónico, esto es, de oposición a las formas de dominación impuestas por clases e instituciones hegemónicas, al mismo tiempo que se priorizan contenidos vinculados a la justicia social, a los derechos humanos y a la diversidad cultural. Por lo tanto, ejercitar, a través del periodismo independiente y colaborativo, un contrapoder en la producción y en la difusión alternativas, basado en lo que Alfredo Bosi calificó como “el esfuerzo argumentativo para desenmascarar el discurso astuto, conformista o simplemente acrítico de los forjadores o repetidores de la ideología dominante”.[7] Por eso el rayo de luz que lanzamos a proyectos promisores como el de las agencias virtuales de noticias latinoamericanas; consolidados como el portal Rebelión, de Madrid, o instigantes como el sitio web Wikileaks.

Finalmente, Medios, poder y contrapoder constituye la oportunidad única para que los tres autores, periodistas, reafirmemos las convicciones en otro periodismo plenamente posible, ético, plural e irreductible a la resignación y a la cooptación. Un periodismo que haga revivir la inquietud, la energía y la imaginación necesarias para que un día superemos el orden social comandado por el capital. Porque, finalmente, fue esa inquietud la que motivó a tantos de nosotros, cuando jóvenes, a elegir el periodismo no solamente como profesión sino también como destino histórico para espíritus indomables.

Medios, poder y contrapoder

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