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Desarraigo y desamparo

Los movimientos humanos desde unos territorios hacia otros son parte de la historia de la civilización. Desde los orígenes del tiempo social, los seres humanos se trasladan en busca de alimentos e intercambios con el medio. Al recorrer la historia de la humanidad, se advierte que las guerras y la falta de recursos básicos producen efectos recurrentes, entre los que se encuentra la salida -algunas veces programada y otras abrupta- de situaciones amenazantes. Se trata de movimientos migratorios o cambios de radicación, con sus consecuentes atravesamientos culturales. La falta de trabajo en los países de origen, la ausencia de recursos económicos sustentables, así como los enfrentamientos bélicos, entre otros factores, son causantes de las migraciones del siglo XXI. En tiempos de globalización, los movimientos migratorios se producen de distintas maneras y por diversas causas de índole ideológica, cultural, religiosa y económica. No se excluyen los movimientos de salida hacia nuevas tierras en busca de mejores posibilidades de vida, a causa de los éxodos producidos durante regímenes antidemocráticos, por el efecto expulsivo de cruentas guerras, o por hambre y desolación en situaciones de extrema pobreza.

Cuando el intento de pasaje se da por falta total de otras opciones, las personas llegan a poner en riesgo sus vidas, como es el caso de los inmigrantes africanos que llegan a las costas de España en total estado de indefensión, o de los mexicanos agolpados en las fronteras y las caravanas que parten de países centroamericanos hacia Estados Unidos. Se trata de migrantes que son expelidos de sus propias tierras por falta de recursos, o bien refugiados provenientes de distintas guerras, como es el caso de los habitantes de Siria o Pakistán, que son ubicados en campamentos temporarios. Todos ellos constituyen movimientos itinerantes a partir de decisiones singulares, familiares y grupales, por efecto directo e indirecto de políticas nacionales y globales implementadas desde las distintas estructuras de poder. Cada uno de ellos, en sus intersecciones complejas, anuda a múltiples causas el deseo subjetivo de migrar.

Desde una perspectiva psicosocial, toda migración incluye un procesamiento de las modalidades específicas de adaptación y generatividad. El cómo de cada emigración y posterior inmigración excede en su significación el punto de partida y el punto de llegada. El corte en la continuidad de todo el entorno conocido enfrenta al migrante con algo de “el dolor de ya no ser” en su desarraigo: aspectos del Yo que se sienten desprendidos, además de la pérdida real del entorno en sus particularidades identificatorias e identitarias. Tanto la presencia como la ausencia de resonancia entre las vivencias nuevas y las anteriores en un ensamblaje singular promueven distintos grados de tensión entre el sentimiento de inclusión y el de exclusión. Es preciso tener en cuenta la existencia de adscripciones a distintos grupos con anterioridad a tomar la decisión de migrar, a lo cual se suman los códigos sociales compartidos que un sujeto porta desde sus primeras experiencias de vida. La edad del inmigrante, su estado civil, su grado de inclusión familiar y social, y su motivación, tanto como la manera en que fueron elaborados los duelos previos darán también algunos indicios para comprender los modos singulares de adaptación, adopción, absorción y confrontación en el nuevo entorno. Los posicionamientos subjetivos en tanto sujeto deseante y la flexibilidad en el cambio de posición articularán de un modo diferente en cada migrante. La decodificación de gestos, inflexiones de voz, tonos y matices en los diversos campos de interacción con el medio no siempre coincide con lo aprendido en el medio de origen. En los traspasos geográficos, la vivencia de desarraigo, junto con el intento de echar raíces, tienden a generar vivencias complejas. Esto puede producir, entre otros efectos, sentimientos de soledad, incomprensión, heridas narcisistas o dolor psíquico.

Existe una pérdida muy importante que se refiere al imaginario social compartido en el país de origen.1 Se incluyen aquí aspectos inefables que hacen a los microcódigos y a los relatos que producen tramas discursivas, y que están vinculados a los condimentos que forman parte de entonaciones, chistes, mitos compartidos, sobreentendidos y rituales. También abarca todo aquello que procesa la constitución del habla, diferente de la conceptualización de la lengua o el idioma. Todo este bagaje va articulando el imaginario radical (Castoriadis, 1993) con el imaginario social de conjunto al que cada sujeto adscribe. Junto con el sentimiento de pérdida, se van produciendo aprendizajes en el nuevo entorno. Al mismo tiempo, se irán suturando las heridas imaginarias de las expectativas que no se cumplen, siempre que la vivencia no sea disruptiva en su totalidad. Una cartografía imaginaria se ira dibujando, a partir de imágenes, vivencias, aprendizajes y experiencias, en simultáneo con la cartografía de los recorridos anteriores (Deleuze y Guattari, 1997).

El sentimiento de desarraigo suele generar sensaciones de desamparo. El alojamiento no está asegurado. La sensación de sentirse alojado en el Otro no siempre se produce, aun cuando algún otro esté dispuesto a alojar. Si, como dice Jacques Lacan (1966), la subjetividad se constituye en el campo del Otro, en el movimiento que produce la migración hay modalidades regresivas que son esperables dentro de cierta gradiente en los agenciamientos subjetivos. La tensión entre territorialización y des-territorialización es, siguiendo algunas conceptualizaciones de Deleuze y Guattari (1997), un modo de entender la vida como multiplicidades en movimiento. El pensamiento lineal o binario no daría cuenta de la complejidad. Es así que la producción de subjetividades deseantes en movimiento de territorialización deviene en afectaciones: subjetividades afectadas en territorios a conocer. Incorporarse a un medio nuevo es, también, implicarse de alguna manera en los efectos de las políticas hegemónicas y en las retóricas de los medios de comunicación masiva en todos sus formatos, así como también en las distintas manifestaciones sociales, culturales y creativas. Asimismo, en los tiempos que corren, migrar incluye la comunicación a distancia con familiares y amigos a través de Internet, haciendo continuas elecciones y desestimaciones en el uso de la realidad virtual, cualidad típica de este medio y de estos tiempos de interconexiones reticulares virtuales que generan nuevos modos de percibir el espacio y el tiempo. Es así que el sentimiento de desarraigo es casi un efecto ineludible en los procesos migratorios, aunque no solo en los cambios geográficos aparece esta afectación. Todo desprendimiento real o imaginario no suficientemente elaborado, así como las vivencias que producen una cantidad de estímulos que no pueden ser tramitados por el sujeto, podrán producir cambios en la cadena de identificaciones que conllevan, entre otras, sensaciones de desamparo. El trabajo terapéutico irá variando su recorrido según cómo se configuren el campo transferencial y las necesidades de cada paciente. El proceso consiste en acompañar, sostener, señalar, interpretar hasta que puedan producirse nuevas metaforizaciones y significaciones.

Los pensadores franceses Deleuze y Guattari (1997) desarrollaron, entre otras, la idea de pensamiento nómade en tensión con un pensamiento sedentario. Este modelo teórico no tendría que ver con los movimientos migratorios específicamente, sino con un modo de pensar acontecimientos. El pensamiento sedentario es lineal o binario, en el sentido de la lógica de lo uno en contraposición con la lógica de lo otro. El pensamiento nómade toma en cuenta los movimientos, los devenires, la multiplicidad. En relación con el pensamiento nómade, dice Rosi Braidotti (2000):

Como ficción política, el sujeto nómade atraviesa categorías y niveles de experiencia; deambula entre lenguajes, pero acepta con responsabilidad las contingencias de sus recorridos; está anclado en una posición histórica a la vez que es sensible a la dimensión estética de la vida. Asume la identidad múltiple del deseo y persigue nuevas figuraciones subjetivas (p. 30).

No todo migrante resuelve su ecuación personal con un pensamiento nómade, atravesando lenguajes, siendo sensible a la dimensión estética de la vida, aun cuando quien lo hace -en mi opinión- tiene más probabilidades de flexibilizarse, pensar en red, desdibujar y volver a dibujar itinerarios en las situaciones nuevas que se van dando en los países de arribo. La creatividad, de acuerdo con este modelo, es nómade.

La patología específica de los migrantes del siglo XXI, el así nombrado “síndrome de Ulises” por Joseba Achotegui (2004) en sus estudios y trabajos de campo con inmigrantes africanos y sudamericanos arribados a España, no se da desde una elección consciente, como ningún síntoma lo es. Se trata de soluciones de compromiso en situaciones intensamente conflictivas. Dice el autor:

Malos tiempos aquellos en los que la gente corriente ha de comportarse como héroes para sobrevivir. Ulises era un semidiós que, sin embargo, a duras penas sobrevivió a las terribles adversidades y peligros a los que se vio sometido, pero las gentes que llegan hoy a nuestras fronteras tan solo son personas de carne y hueso que, sin embargo, viven episodios tan o más dramáticos que los descritos en la Odisea. Soledad, miedo, desesperanza, las migraciones del nuevo milenio que comienza nos recuerdan cada vez más los viejos textos de Homero: “...y Ulises pasábase los días sentado en las rocas, a la orilla del mar, consumiéndose a fuerza de llanto, suspiros y penas, fijando sus ojos en el mar estéril, llorando incansablemente... (Odisea, Canto V)”, o el pasaje en el que Ulises, para protegerse del perseguidor Polifemo le dice: “preguntas, Cíclope, cómo me llamo… voy a decírtelo. Mi nombre es Nadie, y Nadie me llaman todos… (Odisea, Canto IX)”. Si para sobrevivir se ha de ser nadie, se ha de ser permanentemente invisible, no habrá identidad ni integración social, y tampoco puede haber salud mental (p. 39).

Cabe destacar y profundizar en el trabajo clínico aquello que se da entre puntos, un más allá del país de salida y del país de arribo. El acontecer entre puntos en tanto movilización subjetiva por efecto del traslado que, a la vez, lo excede, tanto en lo intrapsíquico como en los lazos sociales atravesadas por los efectos de las políticas globales y locales. Cada sujeto, en su devenir migrante en algún momento de su vida, habrá de procesar, si es que lo logra, esta movilización tan multideterminada y compleja.

1 Ver capítulo “Imaginario social en procesos migratorios”.

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