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¿Qué es un libro?

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Las cosas que nos son más próximas, aquellas que ocupamos con regularidad, tienen en común que son, también, las más difíciles de definir. Podríamos buscar muchas razones para ello, pero resulta evidente que la frecuencia con que las ocupamos hace innecesario e incluso absurdo querer explicar qué son. ¿Por qué definir lo que es un coche si basta con subirse a él y encenderlo? Lo mismo ocurre con el libro: ¿para qué buscar palabras que lo definan si es suficiente con abrir uno y comenzar a hojearlo?

Sin embargo, hoy nos encontramos en un momento peculiar. El libro, tal y como lo conocemos desde hace cinco centurias, experimenta una transformación radical. En menos de un cuarto de siglo el uso generalizado del cómputo, la aparición de internet, la creación de muy diversos dispositivos electrónicos —desde los teléfonos inteligentes hasta las tabletas— han impulsado el surgimiento de distintos formatos digitales que son vistos y promovidos como alternativas y sustitutos del libro en papel.

El ebook o libro electrónico es, dentro de esos nuevos formatos, el que ha alcanzado hasta hoy más popularidad, con un ritmo de producción en crecimiento en sintonía con su mercado. Este hecho hace que ya muchos la con­sideren la nueva forma del libro, e incluso un formato que, para algunos, se ha estancado. Pero ¿de qué hablamos exactamente?; es decir, ¿cuáles son las características de un libro electrónico por las que éste ha capturado para sí el imaginario cultural del libro?

En el presente capítulo nos ocuparemos de sentar las bases para responder al menos en parte esa pregunta. Nos proponemos establecer en qué sentido un archivo electrónico puede ser llamado con propiedad un libro. Para ello necesitamos saber, primero, qué es un libro. Así que habrá que comenzar, pese a las dificultades, con su definición.

Si, como decíamos, los objetos comunes son difíciles de definir, para facilitarnos la vida vamos a recurrir primero a las definiciones que hallamos en los diccionarios. La vigésima tercera edición del diccionario de la Real Academia Española, ofrece las siguientes definiciones:

Libro (Del lat. liber, libri). 1. m. Conjunto de muchas hojas de papel u otro material semejante que, encuadernadas, forman un volumen. 2. m. Obra científica, literaria o de cualquier otra índole con extensión suficiente para formar volumen, que puede aparecer impresa o en otro soporte. Voy a escribir un libro. La editorial presentará el atlas en forma de libro electrónico. 3. m. Cada una de ciertas partes principales en que suelen dividirse las obras científicas o literarias, y los códigos y leyes de gran extensión.1

Más adelante, en la misma entrada encontramos definido libro electrónico como: “1. m. Dispositivo electrónico que permite almacenar, reproducir y leer libros”, y “2. m. libro en formato adecuado para leerse en ese dispositivo o en la pantalla de un ordenador”.2

La versión del diccionario que usamos ya está actualizada en nuestro tema, lo que nos ayudará mucho a entender el uso común que se le da al término “libro electrónico” en cuanto al dispositivo y al archivo que se lee por medio de ese dispositivo. Pero antes de adentrarnos en esta materia y puesto que la definición de libro electrónico presupone la definición de libro, empecemos por hablar del libro: éste se entiende en el diccionario de tres maneras, como: 1) un cierto objeto compuesto de hojas de papel encuadernadas para formar un volumen, 2) un texto escrito que requiere ser de una cierta extensión (sin precisar) para formar un volumen y 3) una división del texto.

Esta última acepción de libro es la más vieja y también la más rara en nuestros días, pues se aplica únicamente a las divisiones de algunos textos antiguos que fueron originalmente divididos a partir de esa denominación. Si excluimos, pues, esta definición, podemos decir en general que cuando hablamos de libro lo hacemos con dos significados fundamentales: para referirnos al “soporte”, por un lado, es decir, al libro como objeto físico, y por el otro, al texto, que, sin importar en qué se encuentre alojado: una roca, un papiro, un libro o un iPad, es el objeto de la lectura. La definición de libro electrónico sigue este mismo modelo de referir al soporte, por un lado, y al texto, por el otro. En todo caso, sin embargo, para distinguir un libro de otros tipos de dispositivos textuales como panfletos, sobretiros, artículos, etcétera, se recurre a su extensión: “suficiente para formar un volumen”.

Esto es lo malo de muchas definiciones de diccionario: acaban por ser circulares. Como en este caso, en que la definición al final contiene lo defi­nido. ¿Qué es exactamente un volumen? ¿Cómo sabemos que una obra ha llegado a formar uno? La palabra volumen (que desde siempre se ha utilizado como sinónimo de libro) se refiere a un cuerpo físico formado por al menos un cierto número de páginas; es decir, a un libro en su sentido físico. Así, el diccionario define al libro como un cierto texto que tiene la extensión para ser… un libro. Para resolver esta circularidad, la unesco estableció, como parte de la definición de libro, que éste es una encuadernación o un texto que tiene una extensión superior a 49 páginas.3

Pero esto no resuelve realmente el problema. Es más, lo plantea de manera todavía más compleja. Al definir un libro como una obra que tiene al menos 49 páginas, lo hacemos poniendo el texto en relación con su aparición objetual. Las páginas pertenecen al mundo físico, pero respecto de ellas definimos el libro en el mundo intangible del texto.

Veamos esto un poco más de cerca y con una dimensión histórica. La definición del libro “como texto con una cierta extensión” es la que aparece más tardíamente. La encontramos por primera vez en castellano en el diccionario de la Real Academia de 1869:

Libro. m. Reunión de muchas hojas de papel, vitela, etc., ordinariamente impresas, que se han cosido ó encuadernado juntas con cubierta de papel, cartón, pergamino ú otra piel, etc., y que forman un volumen || Obra científica ó de ingenio, de bastante extensión para formar cuerpo. || Una de las principales partes en que con este título suelen dividirse las obras.4

En ese mismo diccionario, cuerpo se define así: “Cuerpo. Hablando de libros, tomo ó volumen y así se dice: tal librería tiene dos mil cuerpos de libros. // Hablando de los libros es también la misma obra, excepto los preliminares é índices”.5

Dos cosas hay que comprender aquí. Por un lado, lo tardío de la definición muestra que la idea del texto como algo separado e independiente del objeto que lo contiene es relativamente reciente. Pero, por el otro, que la idea de un texto-libro que preexiste a su materialidad aparece en una cultura en la que aún la única forma de transmisión del texto es material y, en consecuencia, la manera de conferir dimensiones al texto es física. Cabe anotar también que la definición surge en paralelo a la noción legal de derechos de autor (copyright), para la que se necesita que el texto exista más allá de su estricta materialidad.

Cuando se define un libro por su extensión, se dimensiona a partir de dos ejes. Uno es el de la página, que define la unidad básica de medición. Otro es la cantidad mínima de esa unidad (49 páginas) que hace un volumen o el cuerpo, y que a su vez establece lo que es un libro. En las definiciones examinadas, la página es, simple y llanamente, las “hojas de papel u otro material semejante” susceptibles de encuadernarse. De modo que un libro, en el sentido básico de la definición, es lo que tiene páginas o puede dividirse por páginas, según lo tomemos por el objeto material o por su naturaleza textual.

Esto compromete mucho la definición de libro, porque la ata a un concepto, la página, que tiene características muy particulares y que es, quizás, el concepto cuyos contornos se diluyen más cuando se traslada el texto a la computadora, y en el que Andrew Piper ve la necesidad de reflexionar para imaginar el futuro del libro.6

Christian Vandendorpe expresa que la escritura alfabética se concibe, en un principio, como una mera transcripción del discurso oral. La representación de esa “transcripción” es la linealidad de los primeros textos occidentales en que la primera línea se lee de izquierda a derecha, y la siguiente, de derecha a izquierda, de modo que la mirada debe seguir un movimiento continuo sobre el texto, semejante al de la percepción auditiva de un discurso.

Esta linealidad se romperá sólo cuando aparezca el códice. Si bien éste es muy antiguo —surge durante el Imperio romano—, su uso se generaliza con el cristianismo. “Los medios cristianos serán los primeros en adoptar el códice, sobre todo para difundir el texto de los Evangelios. Es de suponer que el nuevo formato, más pequeño, más compacto y manejable que el rollo, también tenía la ventaja de marcar una ruptura radical con la tradición vinculada al texto bíblico.”7

Pero además de estas ventajas políticas para la transmisión de la palabra y el texto, “el elemento nuevo que el códice introdujo en la economía del libro es la noción de página”.8 No se trata, como podemos fácilmente imaginar, de una innovación trivial. Gracias a la página, el códice constituirá la esencia del libro: será su principio básico de definición. De acuerdo con Vandendorpe, el códice establece una nueva relación entre el lector y el texto. No sólo obliga a los lectores a adoptar una nueva postura física frente al texto, sino que opera otros cambios de igual relevancia:

Al liberar la mano del lector, el códice le permite dejar de ser el receptor pasivo del texto e introducirse a su vez en el ciclo de la escritura mediante el juego de las anotaciones. También, el lector puede acceder directamente a cualquier punto del texto. Un simple señalador le da la posibilidad de reanudar su lectura donde la había interrumpido.9

Con el paso del tiempo, por supuesto, la página —base última del códice— se construyó en el espacio de muchas innovaciones. Por ejemplo, se incluyen imágenes, de modo que deja de ser sólo representación de la voz para incursionar también en el espacio visual.

Entre los siglos XI y XIII se consolidarán una buena cantidad de prácticas que permiten que el lector escape de la linealidad original de la palabra, gracias sobre todo al sumario, al índice y al folio explicativo. La marca de párrafo —primero simplemente señalada en el texto por el símbolo del calderón (¶)— facilitará el procesamiento de las unidades de sentido ayudando a que el lector siga las grandes articulaciones del texto.10

No es necesario subrayar la trascendencia cultural de estas innovaciones. Toda nuestra cultura, pero en concreto la textual, está claramente determinada por ella. Tan es así que un libro, comprendido como texto y no como objeto, está todavía definido por la página y no, por ejemplo, por la unidad de sentido, el párrafo.

La construcción cultural que ha dependido de la página es la que entra en cuestión cuando el texto se digitaliza, porque esa referencia al mundo físico se pierde o no puede hacerse sino —en el mejor de los casos— como una representación.

Un texto, cualquier texto, por más extenso que sea, como la Suma teológica de santo Tomás de Aquino o La montaña mágica de Thomas Mann, es, para una computadora, una línea continua de caracteres. Ahí no hay páginas ni párrafos, sólo una sucesión ininterrumpida de letras y espacios, unas tras otros, para ser leída por el procesador. De hecho, la metáfora de la página es bastante tardía en la historia de la computación y de la digitalización del texto, y se asocia con la aparición de la pantalla, primero, y con el surgimiento de internet, después, como veremos más adelante.

Recordemos que las primeras computadoras carecían de pantalla y, por lo mismo, eran alimentadas no a través de una línea de caracteres sino de tarjetas perforadas. Las primeras pantallas de computadora tienen hoy cerca de sesenta años y su forma inicial se inspiraba en las pantallas de televisión. Sin embargo, la idea de una pantalla en la que se representa una página sólo emerge, en términos estrictos, hasta la entrada de internet, en que el espacio en la pantalla es referido como “página”. Pero, como señala Vandendorpe,

la página, sin embargo, no posee por completo las características de su antepasada, como se la conoce en el mundo impreso. En un soporte en papel, la página es una entidad material de dimensiones fijas que encierra un segmento de texto cuya cantidad de caracteres es más o menos constante en el interior de un mismo libro. Constituye un espacio en el cual va a alinearse el texto hasta la saturación.11

Es evidente que, en cuanto un texto es digitalizado, “la página”, con sus características tanto físicas como conceptuales, se dilata de muchas maneras. La “página web” —aunque en realidad cualquier “página” producida por una computadora— puede contener tanto texto como se quiera. Es decir, definir cuánto texto aparecerá en una página es una decisión de formato, de representación, pero no una característica del texto digital. Este último es, definido de manera general, “información codificada como caracteres o secuencia de caracteres”.12 Sin embargo, lo que es relevante aquí es lo siguiente:

la forma digital del texto lo define como un objeto sobre el cual las computadoras pueden operar algorítmicamente, para cargarlo de sentido e información. Un texto digital es información codificada y una codificación tiene una sintaxis que gobierna el orden de los signos físicos de los que está hecha. En principio, por lo tanto, el texto digital está marcado por la sintaxis de su codificación.13

Para un texto digital, una página es, simple y llanamente, una codificación definida por su sintaxis. Dicho de otro modo, una representación operada algorítmicamente.

Lo anterior significa que lo que llamamos páginas en los textos digitales, su segmentación para adecuarse a una pantalla, es una operación computacional que puede variar no sólo según el dispositivo o la pantalla en la que el texto debe ser desplegado, sino incluso dentro de un mismo dispositivo y una misma pantalla en función del software que utilice, de si sostiene el equipo de manera horizontal o vertical, o de si el usuario modifica el tamaño de letra u alguna otra característica de configuración. La naturaleza de los textos digitales hace que el libro electrónico no pueda definirse con base en el criterio del número de páginas necesarias para conformar un volumen o un cuerpo. Más que desaparecer, con el texto digital la página se torna un término relativo. En un dispositivo de lectura como el Kindle, por ejemplo, el avance de la lectura no se expresa siempre al indicar la página sino de acuerdo con el porcentaje de avance respecto del total. En cuanto esto ocurre, es evidente que la definición tradicional de libro, dependiente todavía de su concepción material y ligada a la idea de página, no es ya la más adecuada para definir lo que es un libro en la era del libro electrónico.

La definición de libro a la que recurrimos al principio de este capítulo, “Obra con extensión suficiente para formar volumen, que puede aparecer impresa o en otro soporte”, no da cuenta de la transformación que supone el libro electrónico, pues insiste en la definición por extensión cuando ésta, en el texto digital, es por completo relativa.

¿De qué otra manera puede definirse el libro para que pueda comprenderse no únicamente como lo ha sido a lo largo de la historia, sino también a partir de la transformación por la que transita? ¿Una definición que, sin apelar a la extensión física, describa al libro tanto en su condición de texto como en su relación con los sucesivos soportes en los que aparece?

La versión francesa de la Wikipedia ofrece la siguiente definición del libro, luego de enumerar diversas definiciones históricas: “El libro es un objeto técnico que prolonga las capacidades humanas de comunicación más allá del espacio y del tiempo. Permite comunicar el sentido de acuerdo con una forma material particular”.14 Lo interesante de esta aproximación al libro es que lo comprende como una función a la que queda subordinada la forma material con la que se alcanza; es decir, el libro como un constructo humano hecho con una finalidad específica (comunicar más allá del espacio y el tiempo), para lo cual echa mano de un soporte material que primero fue el códice, después el volumen y luego el formato electrónico. Es una función similar a la que en el ya lejano 1984 se refería Umberto Eco para defender la permanencia del libro ante la emergencia de las computadoras: “Los libros seguirán siendo indispensables no sólo para la literatura sino para cualquier circunstancia en la que uno deba leer con atención, no sólo recibir información sino también especular y reflexionar sobre ella”.15

Aunque la afirmación de Eco se produce décadas antes de que aparezca el primer dispositivo de lectura de libros electrónicos, la idea de que los libros tienen una función —y posibilitan un modo de lectura con ese propósito— coincide con la idea del libro como objeto técnico. Una obra humana hecha con fines específicos que cumple —y puede seguir cumpliendo— una función a través de distintas formas materiales. De la misma manera que un reloj, que continúa dando la hora, ya sea de manera análoga o digital, el libro es un artefacto que seguirá comunicando, dando sustento a la literatura, a la lectura informativa y reflexiva, en formato material o digital.

No es nuestro objetivo establecer una definición definitiva de libro. Sabemos que ésta cambiará de manera muy rápida, en la medida en que se popularice el consumo de libros electrónicos y se desarrolle una cultura alrededor de ellos, redefiniendo la relación de estos nuevos libros con los libros impresos, y la de ésos con los primeros. Sin embargo, para los fines de nuestra discusión, podemos adoptar como definición incompleta de libro la última que enunciamos, aquella que lo define como objeto técnico, como producto humano desarrollado con fines específicos de comunicación textual, más allá del tiempo y el espacio, para lo cual adopta distintas formas materiales. Sabemos que esta definición atiende a una parte de lo que es un libro, incluso como artefacto, al reducirlo a su funcionalidad comunicativa. Tiene la ventaja, primaria para nosotros, de separarlo de su condición material sin limitarlo al texto. Esto es fundamental porque en la comprensión del libro electrónico, como de cualquier libro, es preciso dar cuenta tanto de su condición textual como de la relación del texto con su transmisión material, que en el caso del ebook será objeto también de análisis.

Nos parece que definir el libro a partir de su función, en lugar de hacerlo en relación con el texto (que como vimos se comprende de otra forma cuando es digital) o con su condición material (que también se altera), permite mostrar, siguiendo el paralelismo con el reloj digital, que el cambio en la materialidad y, en consecuencia, en todo aquello que se modifica a partir de ésta: la lectura, la comercialización, la cultura crítica, las formas de preservación, etcétera, no implican una supresión del libro como tal sino una transformación en la manera de cumplir su función; es decir, no se trata de la desaparición de la cultura del libro ni de la tradición textual en la que nos hemos formado. Por el contrario, se trataría más bien de su expansión, de alcanzar horizontes que la materialidad del libro y la concepción material del libro impiden.

Con el reloj digital el tiempo no cambió. Todavía hoy hacemos citas a las seis de la tarde, a las cuales llegamos puntuales gracias a un reloj digital o a uno analógico. Sin embargo, hay procesos de altísima precisión que serían imposibles sin un reloj digital, desde las mediciones de los actuales récords olímpicos hasta los viajes a la Luna o los numerosos procesos industriales que deben ser controlados con dispositivos de tiempo extraordinariamente exactos.

Los libros electrónicos, en todos sus formatos y posibilidades, son parte de un nuevo umbral para la cultura. Forman parte de una nueva era de la cultura textual aun en formación que, como la abierta por los relojes de alta precisión, permite avizorar modos de lectura, crítica y conocimiento mucho más sofisticados y complejos que los actuales.

Una mirada al libro electrónico

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