Читать книгу Agua - Isabel Gómez-Acebo Duque de Estrada - Страница 7
INTRODUCCIÓN
ОглавлениеEn el mundo no hay nada más sumiso y débil que el agua, sin embargo, para atacar lo que es duro y fuerte nada puede superarla.
LAO TSE
Cuando me pidieron que escribiera un libro de espiritualidad con el nombre de un vocablo, tengo que reconocer que me salieron algunos ya adjudicados a otros autores, pero el siguiente que quedaba libre en mi lista fue «agua». Fue una reacción instintiva que no precisó de mucha reflexión, pues reconozco que soy una persona impulsiva y me falta meditación antes de actuar, algo de lo que muchas veces me tengo que arrepentir.
Nací en la meseta castellana, en la que siempre rogábamos para que lloviera. Pero también recuerdo grandes inundaciones debidas a la gota fría o a las lluvias invernales. No teníamos término medio, por eso me vienen a la memoria los discursos de Franco hablando de la pertinaz sequía e informando de la inauguración de presas y pantanos a bombo y platillo.
Hoy sabemos que la escasez de agua está resultando trágica en otras zonas de la Tierra. Tan grave es que hay sociólogos que dicen que las próximas guerras serán por el agua, ya que esta mata si no eres capaz de beberla. Como antaño, las grandes inundaciones también aparecen en nuestras pantallas con su cuota de muertos o desaparecidos. La contaminación del agua que originan las fábricas, los plásticos o la falta de depuradoras no es menos grave y también preocupa.
El agua ha sido siempre un elemento que ha facilitado la comunicación. Los pozos fueron, desde tiempo inmemorial, el lugar donde las mujeres acudían –y acuden– para acarrear el agua. Allí se enteraban de noticias que no habían llegado a sus casas, por lo que hacían de canales de transmisión, de lo que hoy se ha dado en llamar redes sociales.
En la antigüedad, el viaje por los ríos era más seguro y rápido que por los caminos, que estaban muy mal cuidados. Todos conocemos historias de barqueros que cruzaban de una a otra orilla y hemos visto películas en las que los perseguidos soñaban con llegar a ríos donde se borraran sus huellas para dejar atrás a sus perseguidores. Molinos que se movían por la fuerza del agua, puentes destrozados por los enemigos, desvíos de agua para arruinar las cosechas de los competidores...
Las grandes masas de agua como los mares han dado pie a leyendas y grandes historias de viajes o batallas, de heroísmo o de cobardía, de lucha contra grandes tormentas y, en tiempos modernos, de regatas y travesías muy largas, incluso protagonizadas por hombres solos.
El agua es también símbolo de libertad, pues resulta imposible retenerla en las manos. Se aposenta en la piedra y poco a poco la va moldeando, con lo que legitima la fuerza de lo blando frente a lo duro. Sirve de metáfora para todo lo que fluye; de su riego depende que la vida crezca y se desarrolle; no tiene dueño, con lo que se pasea por el mundo sin fronteras, tanto si es caño humilde como cascada poderosa. Decía Leonardo da Vinci que el agua es la fuerza motriz de toda la naturaleza.
Esta pequeña introducción nos hace comprender la importancia que siempre ha tenido el agua para describir simbólicamente el estado espiritual de las personas con independencia de su religión y de su cultura.
Dedica unos minutos a pensar las ideas que te genera el agua para describir tu vida espiritual. Incluso las metáforas que te hayan sugerido otros autores que conozcas.
En la vida del espíritu contamos con relatos milenarios, como la historia egipcia del paso del río de la muerte con el barquero; la apertura de las aguas del mar Rojo que permitió a los israelitas liberarse de sus perseguidores; el diluvio universal como castigo divino; el manantial de agua que brotó de la roca por obra de Moisés; las fuentes con poderes curativos –ya sean en Jerusalén o Lourdes–; los contactos humanos en los pozos; los náufragos que sobrevivieron gracias a los poderes divinos; la calma de las aguas desenfrenadas, como hizo Jesús ante sus atemorizados discípulos...
Los místicos nos hablaron de la sequedad de sus almas cuando no sentían la presencia de Dios, de la aridez de su vida cuando echaban el cubo al pozo, una y otra vez, y salía vacío. Pero sus relatos también nos ofrecen la otra cara de la moneda, que es la huerta de su alma bien regada con maravillosos frutos y flores. Un jardín es el símbolo de un paraíso terrenal hecho por Dios como recinto de amor seguro que nos espera al final de nuestra vida.
Las metáforas y los simbolismos que nos proporciona el agua para la vida espiritual es de lo que va a tratar este pequeño libro, ofreciendo sugerencias para que cada lector rellene con su vida los espacios que considere oportunos.