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“ENTONCES—ACOTACIONES AL HEGEL DE TRUJILLO”
JACQUES LEZRA
Escribe Iván Trujillo, resumiendo: “El aparecer del arte entonces no va a depender de un texto que se sabe que falta”. Glosar esta frase −lapidaria, dura y frágil como una piedra− será mi tarea. Acerquémonos a ella contrafácticamente, con una serie de preguntas que parecen surgir de la coyuntura, de las urgencias y de las impaciencias que nos impone la crisis política, económica, del medio ambiente y social que conocemos. En algún momento se habló del fenómeno y del deseo que supone el “retorno a…” Marx, o a Freud. ¿Retornar, con Trujillo, hoy, al arte? ¿Volver a la estética? ¿Hacer aparecer, o volver aparecer, el arte? Es lo que a primera vista ofrece Arte y hostilidad: La estética hegeliana y la precipitación de la violencia, retorno al arte en tanto “aparecer”, o mero “aparecer” −en tanto aparecer de la mera apariencia. En la palabra Erscheinung, que tiene a mano Hegel cuando escribe en la “Introducción” al curso de conferencias que llamamos la Estética, “[D]as Schöne hat sein Leben in dem Scheine” (Lo bello vive, tiene la vida, en el aparecer, en la apariencia, en el resplandor), coincidirían el sentido de “aparecer” en tanto “presentarse” o darse a los sentidos tal o tal fenómeno o cosa, erscheinen; el de resplandecer, alumbrar, iluminar (el diccionario de los hermanos Grimm ofrece, como sinónimos latinos, “lucere, relucere, resplendere, splendere, nitere, enitere, renitere, praenitere, nitescere, enitescere, clarescere, fulgere, refulgere”); y el del mero aparentar, fingir, figurar, aparecer, erscheinen, con aspecto engañoso (Grimm: “[E]
ndlich steht schein geradezu im gegensatz zum wesen, zur wirklichkeit, etwa wie der schatten zum körper”, “Por último, la apariencia se da casi como contradictoria de lo existente, de lo real, como lo es la sombra del cuerpo”). Sombras, figuras; lo irreal, lo engañoso. Volver a ellas sería de una frivolidad casi criminal visto lo que enfrentamos en las calles de Buenos Aires, de Santiago, del D. F., de Los Angeles; sería como una frivolidad añadida, dentro de la pura inutilidad que puede parecer el detenerse a pensar acerca del pensar en estos tiempos cuando urge y es clamorosa necesidad la acción. ¿Volver a la Estética de Hegel? Y ¿por qué no (si a Hegel hay que volver, concesso non dato) a los textos que parecen precisamente destinados al pensamiento de la coyuntura −la Filosofía del derecho, para quienes buscamos entender el cómo y por qué de la crisis que sufre el estado ilustrado en la época del neoliberalismo; la Fenomenología y la Lógica, para rastrear en el pensamiento aquel instrumento, imprescindible para afrontar las abstracciones y las violencias de la forma− valor del capitalismo tardío, que es la negación?
Vuelta, en suma, en retirada. Y que sería una de tres cosas. O bien darle la espalda a la coyuntura, buscando en cambio en la estética valores imperecederos, inmarcesibles: la estética en tanto apreciación de lo bello, lo bello-en-sí. Estamos en el ámbito de lo que Althusser denominara, sarcástico, gastronomía. O volver sin en realidad haberse alejado, sin aceptar que entre la estética en tanto dominio del aparecer (en todos los sentidos) y lo dado en la coyuntura, en tanto coyuntura, se da también diferencia −es decir, volver para hacer de la estética la máscara o la figura, el aparentar, de una primigenia, pero oculta unidad, entre la coyuntura, la circunstancia y el aparecer/la apariencia de éstas. O si no, una “vuelta a…” que, ya más formalmente, supondría volver a pensar el pensamiento en tanto reflexión coleccionante de lo aparente, en tanto forma de aparecer-recoger de lo aparente y que elevaría el pensamiento, protagonista, al plano heroico-sacrificial en el que se elabora la síntesis. (No se nos escapa el cariz heideggeriano-cristológico de esta tercera “vuelta” coleccionante).
No habría por qué ceñirse a una sola de las tres “vueltas” en retirada a la estética −las tres se trenzan, determinando y sobredeterminándose mutuamente. ¿No será esta trenza la manifestación última de la captura del pensamiento y de la reflexión por la coyuntura, es decir, por la inmediatez impensable del aquí y el ahora? Habremos pasado, como presa de la más primitiva negación, como si topáramos inmediatamente con la estructura misma de la negación, del paso heroico que da el aparecer de lo aparente en tanto des-estetización, para llegar a la re-estetización espiritual en tanto aparecer del proyecto filosófico (del pensamiento): la estética rediviva. La vuelta a la estética, tanto en forma de retorno a lo culturalmente apetecible, a lo digerido y valorado: al desinterés; como en forma de la reestetización del pensamiento en tanto forma de aparecer de lo aparente, testimoniarían del rechazo de la coyuntura bajo el signo de la captura del pensamiento por la primitiva inmediatez de lo que adviene.
No es este el proyecto que nos plantea Trujillo. En las páginas de Arte y hostilidad se vuelve, una y otra vez, por senderos distintos, al problema, que es también recurso, de la “inactualidad de Hegel”, y a fortiori de la inactualidad de la estética en el programa mayor de la Enciclopedia. Problema que se da a varios niveles −entre ellos, el que hace que la recepción de Hegel venga marcada por el rechazo, por la renegación incluso, de la estética en tanto es, de hecho, inactual. Se prefiere, tanto en Alemania como en Francia y con la salvedad del entorno de Derrida, una estética kantiana, que podrá remitir en última instancia a un en-sí de la cualidad de lo bello, de lo sublime, etc., y que da por sentada una arquitectónica humanista muy en deuda con el pensamiento de Cassirer (la Crítica del juicio, puente que pasa de la Crítica de la razón pura a la Crítica de la razón práctica; los juicios estéticos, que versan sobre lo bello y lo sublime, caso pero también estructura del juicio a priori sintético; la imaginación, recurso tanto de la epistemología− en tanto el fenómeno es el objeto propio del entendimiento −como de la ética− en tanto el contrafáctico “como si” irreductiblemente formase parte del juicio ético). Arquitectónica que − deducimos, gracias a Trujillo− hace de la estética una suerte de sublime del proyecto crítico, un sin-concepto interno a la arquitectónica kantiana que se rendiría sin embargo a la doble analítica de lo bello y de lo sublime. Duplicación de la temática de la Crítica del juicio a nivel, diríamos, de la historia de la modernidad filosófica que inaugura Kant.
Y que depende, por qué no, de la actualización de la estética −es decir, de poder armonizar, de poder cogerle el ritmo unánime a los tiempos en los que se da el aparecer de lo aparente en tanto Schein-aparecer, Schein-aparentar o fingir, y Schein-resplandecer, iluminar.
No es este, decía, el proyecto que nos plantea Iván Trujillo. Para dar cuenta de lo que Hegel plantea como la absoluta anterioridad, el pasado absoluto del arte, hay que dar cuenta de dos suertes de violencia del pensamiento. La primera, compensatoria mitológica, es la que busca precisamente el ritmo unánime del aparecer de lo aparente −a hombros de un sublime de la estética. Schein es (tan sólo) metáfora, o más bien, se presenta, aparece, o se da en tanto metáfora, como si con el ocultamiento del sentido literal del aparecer-aparente se pasara, sin pérdida, como por un puente ensoñado, entre el Schein-aparecer, Schein-aparentar o fingir, y el Schein-resplandecer, iluminar; como si pudiéramos olvidar la absolutez del pasado, franqueando la sima que es el arte, dándole al “es” del ser del arte las cualidades del “es” de la metáfora, la figura del transporte, del franqueo, de la franquicia. Con todo lo que eso implica: una epistemología que puede valerse sin temor y sin pérdida de lo falso, como conato de lo verdadero; una ética que puede darle a lo contrafáctico, al “como si”, valor normativo; y una estética que puede prescindir de la actualidad o de la actualizabilidad, de la posible puesta-en-actualidad, de los juicios estéticos, es decir, que prescinde del valor de la verdad por una parte, y del pensamiento de la consecuencia fáctica por otra.
Esta “violencia”, metafórica, rítmica, no es la que ofrece Trujillo. Arte y hostilidad: La estética hegeliana y precipitación de la violencia busca, con Derrida y en el encuentro entre Derrida y Hegel, “una violencia del pensamiento restándose al pensamiento”. Este restarse-al-pensamiento no busca, ni descansa en las identidades que crea la metáfora −como la que parece ofrecer el mismo Hegel, indirecta (“Lo bello vive, tiene la vida, en el aparecer, en la apariencia, en el resplandor”, cuando “lo bello” no “es” el tipo de ente que puede “vivir” o tener vida, Leben haben) o directamente (la notoria frase, esgrimida como prueba del materialismo irreductible, o de la feroz reinscripción que padece el momento de la especulación concreta en el idealismo, a manos de la Fenomenología del espíritu: “El ser del espíritu es un hueso”). Cosa, por otra parte, que no se le escapa al mismo Hegel, quien desconfía precisamente de esta metaforización primitiva, y que invita a la inmediatez: “[D]ebe considerarse”, escribe unas páginas a continuación, “que se reniega totalmente de la razón cuando se quiere hacer pasar un hueso por el ser allí real de la conciencia; y eso es lo que se hace al considerarlo como lo exterior del espíritu, pues lo exterior es precisamente la realidad que es”. El pensamiento que se resta del pensamiento, pero sin asumir ni instalar una postura externa al pensamiento: la violencia que es la estética. Estética que se resta, en el mismo sentido, a la arquitectónica del proyecto crítico.
¿Y cómo? Cierro este breve prefacio volviendo a la frase de Iván Trujillo con la que abrí. “El aparecer del arte,” escribe Trujillo, “entonces no va a depender de un texto que se sabe que falta”. Ha estado comentando precisamente la “violencia” del pensamiento en Hegel, para llegar a sugerir que:
[…] un pensamiento de la violencia como lo es el hegeliano no puede saber de la violencia del pensamiento. Y que la necesidad de introducir aceleradamente la representación del arte, o de la metáfora, en su concepto, muestra al comienzo de la estética, que filosóficamente no puede haber un seguro pensamiento del arte en Hegel. El aparecer del arte entonces no va a depender de un texto que se sabe que falta.
Nos tienta la glosa siguiente: el no saber es el momento de la apertura absoluta, tanto al por-venir, a la figura que en Derrida lleva el nombre de arrivant, que se podría incluso traducir como el “llegante”; como al pasado absoluto: falta, pero no tenemos conciencia de la falta, de lo que falta porque no encaja, desde siempre, en lo que podríamos recordar, y no sabemos que falta no por no haberse dado u ocurrido (lo no-ocurrido también lo “recordamos”, y también tiene su sitio entre las ocurrencias) sino por dos razones: el aparecer del arte depende de un texto que es ajeno al juego del falta-no-falta, de la ausencia-presencia; y el saberse, el autoconocimiento, es también ajeno al concepto de texto del que sí dependería el aparecer del arte.
Digo que la glosa nos tienta, pero creo que hay más. Dos incisos. Ni esta frase, lapidaria como decía, ni el libro de Iván Trujillo, ofrecen una determinación positiva de las condiciones bajo las cuales sí aparece el arte: de las condiciones de las cuales depende; de lo que sí sería el “texto” del que depende el aparecer del arte. Y es que el aparecer del arte, para Trujillo, tiene la forma de este “entonces” que interrumpe, pero que también marca el paso, de la frase: “El aparecer del arte entonces no va a depender de un texto que se sabe que falta”. Escribe algo adelante Trujillo que “ya no perderemos de vista este adverbio de tiempo ‘ya’, que nos viene acompañando una y otra vez mientras comentamos este texto de Hegel/ Hotho, como un tipo, en este diagnóstico del fin del arte que, si bien no se circunscribe a la cultura moderna, parece especialmente marcado por ella”.
Ya, ya no, “ya pasaron”, “ya no satisface”, “ya no podemos”, etc., podría ser la marca y/o el tono, si no acaso también el ritmo, de cierta temporalidad con la cual acaso tendríamos que reconocer un rasgo tipo o típico de lo moderno, uno en todo caso que señalaría cierto “fin de los tiempos” o cierto “signo” de los tiempos.
“Entonces”. Es una figura opaca −adverbio de tiempo, como el “ya” y el “ya no” que nos acompañan en la lectura de Hegel−, pero con doble faz: le hace cara al pasado, al aquél entonces prístino o traumático que sí se sabe que falta; y al futuro, al “entonces” que llega, que se sabe que llega porque nos lo anuncian los que promulgan un mesianismo escatológico, teologal. “Entonces los justos brillarán como el sol en el Reino de su Padre. Quien tenga oídos, que entienda”, o en palabras de la Vulgata, “tunc justi fulgebunt sicut sol in regno Patris eorum qui habet aures audiat”. Y también el “entonces” es una figura de la necesidad o de la sintaxis lógica, que remite, no al devenir de tal circunstancia, sino a lo que se sigue de una demostración. Dado A, si A implica B, entonces B (no nos puede extrañar este recurso a la sintaxis lógica, desde la metafórica temporal-histórica. La escuchamos en el mismo Hegel, en las frases de la Estética que cita Trujillo: “Damit hat sie für uns auch die echte Wahrheit und Lebendigkeit verloren und ist mehr in unsere Vorstellung verlegt, als dass sie in der Wirklichkeit ihre frühere Notwendigkeit behauptete und ihren höheren Platz einnähme”, “Considerado en su determinación suprema, el arte es y sigue siendo para nosotros, en todos estos respectos, algo del pasado. Con ello ha perdido para nosotros también la verdad y la vitalidad auténticas, y, más que afirmar en la realidad efectiva su primitiva necesidad y ocupar su lugar superior en ella, ha sido relegado a nuestra representación”. La expresión “mehr… verlegt”, “más que… relegado” según la traducción de Muñoz, expresa a la vez una variación semántica sometida a la sintaxis “primitiva” de la expresión −el “más que” equivalente al “más bien” o el id est− y una variación de grado, énfasis en el mehr, que escapa a la lógica sintáctica: esto es más que aquello; entre la necesidad primitiva del aparecer del arte, y la mera Vorstellung, se da una diferencia de grado numérica, un “más” o un mehr que serán, en todo caso, diferencias relativas, y nunca absolutas. Hegel instala en esta contradicción todo el juego de la dialéctica).
Entiendo que la frase de Trujillo, “El aparecer del arte entonces no va a depender de un texto que se sabe que falta”, precisamente no ofrece una determinación positiva de las condiciones bajo las cuales aparecen, ni el arte, ni “el pensamiento que se resta del pensamiento”. Entiendo, sé, que este pudor o disciplina, que esta ascesis es coherente con la definición del arte, del texto, y del pensamiento que ofrece como performáticamente Arte y hostilidad. Sé, entiendo, que la tesis que condensa la frase se ofrece bajo estos aspectos irreconciliables (y por tanto sujetos, posiblemente, tan sólo al pensamiento violento en el segundo sentido, no metafórico, que venimos intuyendo, y que sería un pensamiento que se resta al pensamiento que buscaría la otra violencia que es la reconciliación metafórica): “El aparecer del arte entonces”: cuando, en aquel entonces, en algún momento de la historia remota, el arte pudo aparecer, cuando se dio arte como destello repentino del relámpago: Schein; “El aparecer del arte entonces”, en algún momento de los venideros, cuando se abra el velo que encubre y oculta el futuro, entonces, roto el último sello, aparecerán, se darán, el arte y “el pensamiento que se resta del pensamiento”. Y entonces: dado el texto que no se sabe que falta, entonces y por consiguiente aparece el arte.
No sabíamos que nos faltaba este texto, el que nos ofrece Iván Trujillo en Arte y Hostilidad: La estética hegeliana y la precipitación de la violencia. Ahora, entonces, posiblemente, en consecuencia, algo podrá aparecer.