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Nota Preliminar

ESTIMAD@ LECTOR@:

Lo que usted tiene ante sus ojos es un libro y el problema del libro. Desde que nos ponemos a leer, no es seguro que estemos ya sólo en el libro. De un mismo libro, puede haber infinitas lecturas. Porque un libro no puede prever su lectura, hay siempre una cierta falta de libro que habita en toda lectura. En este sentido, ver el libro que leemos no es leerlo. Para interrumpir la lectura no nos sirve otra lectura, que no hace más que prolongarla, sino una representación del libro. Y esta representación, además, difícilmente se la encontrará en el libro que leemos. Este problema congénito del libro a la vez se vuelve patente y se oculta cuando, por ejemplo, sucede que se viene leyendo durante mucho tiempo un libro que se dudaba fuera de un autor al que no obstante se lo atribuía y que ahora se sabe positivamente que su autor era otro. Este es el caso de las Lecciones sobre la Estética del filósofo alemán G. W. F. Hegel, cuya versión fue siempre la de sus discípulos, sobre todo de Heinrich Gustav Hotho.

Se vuelve patente, porque la lectura del libro de Hegel durante más de un siglo no era la lectura de su libro. Se oculta, porque la falta de su libro sobre estética no depende solamente de que se sabe que falta. El problema de la falta del libro de Hegel, relacionado con sus lecciones de estética ofrecidas en Berlín hacia 1820, ha sido en primer lugar puesto de relieve por su lectura, que lo habría echado en falta. Y se podría intentar mostrar leyendo a Hegel, es lo que consigno aquí, que la falta de su filosofía del arte se debe nada menos que a su pensamiento del arte. En todo caso, que la preocupación por este asunto pueda tener que ver con el celo con el que se suele abordar un pensamiento en filosofía, por ejemplo, al querer distinguir las ideas y conceptos estéticos de Hegel de las ideas y conceptos plasmados en la edición de sus discípulos basada en sus propios apuntes de clase, no parece en principio disociable de los celos generados por una cierta falta de libro en toda lectura y que, para tranquilizarnos, llamamos “interpretación”.

Quizá se pueda decir que no hay cómo interrumpir la lectura cuando, por una cierta falta de libro en ella misma, éste puede no cerrarse. Por mi parte, es lo primero que debo reconocer aquí tras leer tardíamente, en mi actual estadía en Irvine, el seminario “La représentation”, realizado por Derrida en 1980-1981. Este seminario está dedicado centralmente a la problemática de lo sublime en Hegel en las Lecciones sobre la estética. Visto desde este seminario, el título del presente libro, “Arte y hostilidad”, podría ser leído como “Arte y sublimidad”. Si no me he resuelto a modificarlo no es en todo caso sólo por el tardío conocimiento que tengo del mismo, sino porque el concepto de enemistad u hostilidad (Feindschaft), muy importante en la noción de forma artística en sus lecciones, adquiere un relieve muy particular en la forma artística llamada “romántica” y sobre todo bajo la suposición de la tesis del fin del arte. Sobre la posibilidad de leer la hostilidad como sublimidad me limito entonces a hacer algunas anotaciones a pie de página.

Un segundo reconocimiento atañe sobre todo a la introducción del presente libro y está vinculado con otro seminario de Derrida: “Nationalité et nationalisme philosophiques”, comenzado a partir de 1984-1985. Los posibles efectos de este seminario sobre lo que he dicho aquí se pueden explicar como sigue: lo que desde ya hace algún tiempo se viene llamando “crisis de la representación” (estética y política), ha sido también lo que nos ha dejado el movimiento de su astucia. Dando su crisis por consumada o por efectivamente realizada ya desde siempre, la representación, ahora más inaparente, se capitaliza entre la alteridad y la hegemonía absolutas. Si en la introducción comienzo con el retroceso del habermasianismo en los años 80, en medio de lo que fue su denegación nacionalista al identificar como pensamiento francés el “neoestructuralismo” o el “posmodernismo”, es porque dicha denegación, atravesando interiormente incluso el antihabermasianismo encarnado entonces por lo sublime pensado por Jean-François Lyotard, parece haber sobrevivido pasando de su forma clásica a su forma llamada “postmoderna”, por ejemplo, con la recepción de Walter Benjamin. Es este un problema que queda en la introducción tan sólo como una intuición dispersa. Tomando conocimiento ahora, con este otro seminario de Derrida, tanto de la “afirmación nacional-filosófica como cosmopolitismo”, de la relación especular (de espejo) entre el judío y el alemán como “psique perversa y deformante de un yo o de una imagen imposible” (hipótesis de la “psique judeo-alemana”), de la posibilidad que tiene el antisemitismo de hacer contrato con todo lo que se le opone (“la desmesura esencial de esa cosa que se llama el antisemitismo”), como de la problemática del “nacional-filosofismo moderno”, ligada a Alemania, a la filosofía alemana, pero también a través de una “secuencia germano-americana” ligada a la inmigración, esta intuición me parece cada vez más plausible.

Estas nuevas referencias me sugieren por ahora y de modo provisional que la relación entre la alteridad absoluta y la hegemonía absoluta que nos domina cada vez más es quizá, de un solo y mismo lado, el continuum del legado autoritario y de la democracia, del nacionalismo y del cosmopolitismo, del filo-semitismo y del anti-semitismo, de la filosofía clásica alemana y de la figura de Benjamin, incluyendo la recepción de la alteridad absoluta de lo impresentable lyotardiano. Si comienzo el presente libro situando, sobre todo en los 80s, la actualidad de Kant contra Hegel y luego, muy pronto, una vuelta de Hegel pero en relación con cierta herencia de Kant, es, de un lado, para recabar en los antecedentes de lo que hoy está sucediendo, pero sobre todo, es para indicar que apenas se ha comenzado a leer el fuera de libro, o de la representación, abierto desde entonces. Quizá tenga razón Catherine Malabou al decir en el Prefacio a la versión en castellano de las Lecciones sobre lo sublime1 de Lyotard: “Incluso incompartible, el tiempo de Lyotard regresará”.

Resta decir que este libro es sobre todo el resultado de una selección de artículos, la mayor parte ya publicados y que aquí han sido objeto de algún tipo de reelaboración solo dos textos, uno de los cuales es un inédito, tienen un distinto origen. Son todos artículos acotados y de carácter exploratorio realizados en el marco de mi participación en un proyecto de investigación a mediados de los años 2000. Lo que los vertebra es el problema del arte, de cierta violencia ligado a él, y siempre centrado en la estética hegeliana y su famosa tesis del fin del arte. En el debate abierto sobre el dudoso estatus de Las lecciones sobre la estética salida de las manos de su discípulo Hotho, mi aporte a este proyecto fue introducir la recepción de este trabajo, atribuido durante más de 150 años a Hegel, por parte de algunos pensadores ligados a la filosofía de la deconstrucción. Mi enfoque consistió en mostrar cierta ampliación, si no cierta transformación, del problema planteado a partir de dicha recepción. Partiendo con una sección de una tesis en arte realizada en la Universidad de Chile el año 2006, también reelaborada, el conjunto de los textos es el siguiente: “El arte bajo el signo de la hostilidad” (Trujillo 2006), “Hegel y la des-ilusión de la historia” (Trujillo 2007), “Hegel y la novela” (Trujillo 2008), y “El arte… es preciso” (Trujillo 2009a).

IRVINE, ABRIL DE 2019

1 De pronta publicación en Chile.

Arte y hostilidad

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