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Los pisos invisibles: proxenetismo y autogestión

Si la prostitución masculina en la calle es casi invisible, la que tiene lugar en pisos aún resulta mucho más discreta. Los pisos pueden ser autogestionados o gestionados por terceras personas. En el primer caso, son los propios trabajadores sexuales quienes atienden a los clientes y administran sus ganancias, usando como instalaciones su domicilio particular. En el segundo caso, la gestión corre a cargo de la figura del proxeneta, que obtiene ganancias directas de cada servicio sexual que se lleva a cabo en el piso de su propiedad, concretamente, suelen cobrar un cincuenta por ciento de lo abonado por el cliente.

Aunque el proxenetismo está tipificado como delito en el Código Penal español por atentar contra la libertad e indemnidad sexual, estos locales han tenido un largo recorrido en España. En Madrid, el piso más longevo cumplió cuatro décadas en 2014. No importa si el ejercicio de la prostitución es voluntario o no, el delito de proxenetismo se aplica en todos los casos, pues consiste en obtener lucro directo del ejercicio sexual de otra persona. Aún hoy en día es posible contar en España más de una veintena de locales de estas características en anuncios en prensa escrita y portales especializados en Internet. En 2006 fueron detenidas por primera vez personas por explotar sexualmente a hombres extranjeros, pero no fue hasta septiembre de 2010 cuando tuvo lugar en España la primera operación policial contra una red de trata para la explotación sexual en el ámbito de la prostitución masculina. Dicha acción consiguió desarticular la estructura y organización de proxenetas que operaban, entre otras ciudades, en Barcelona, Palma de Mallorca, Madrid y Alicante, con el cierre de varios alojamientos que se dedicaban a su explotación. En Madrid se cerraron tres pisos y en la actualidad existen, al menos, otros dos en activo.

Su funcionamiento es sencillo. Los establecimientos se anuncian a través de Internet o en la sección de contactos de la prensa, los clientes contactan con los gerentes y acuerdan una cita. En dicha cita, los trabajadores sexuales se presentan al cliente en lo que se conoce como «pasarela», donde ofrecen sus servicios. Tras conocerlos y escuchar todas las ofertas, el cliente selecciona a uno o a varios de ellos para realizar el servicio sexual, que denominan «pase». Juntos se dirigen a una habitación acondicionada para la ocasión. El pago se efectúa al gerente o al encargado del piso después de realizar el servicio. Al finalizar la jornada los chicos reciben el porcentaje pactado, que suele representar la mitad de lo pagado por el cliente. Como alternativa, el cliente puede solicitar el servicio en su domicilio u hotel, siempre con una tarifa superior e incluyendo el gasto de desplazamiento.

Los hombres que se decantan por estos espacios para ejercer la prostitución tienden a ser extranjeros recién llegados al país. Hace unos años, la mayoría eran brasileños, marroquíes y rumanos, si bien en los últimos años el número de españoles parece haber crecido. Los extranjeros y los que se inician en la prostitución encuentran en estos ambientes un entorno más seguro donde poder ganarse la vida que en las calles. En los pisos no están expuestos ni a las inclemencias climáticas, ni a la delincuencia callejera, ni a la persecución policial. Se sienten más protegidos y amparados ante cualquier dificultad que pueda surgir. Sin embargo, las estancias, que suelen denominarse «plaza», tienen un límite temporal que suele acotarse a veintiún días. Dicho límite se ha adaptado directamente de la prostitución femenina, donde se aprovechan los días de la menstruación como días de descanso y de traslado a un nuevo destino. En el caso de los hombres, pasado este tiempo pueden pactar una prórroga y quedarse unos días más en el mismo piso o abandonarlo y buscar una plaza libre en un nuevo local dentro de la misma ciudad o en cualquier otra.

La movilidad entre pisos y ciudades viene motivada por los gestores, que así pueden acoger «nuevas caras». La cuestión es poder ofrecer siempre novedades a los clientes, evitar el llamado efecto «cara quemada». El cambio es necesario para garantizar la retención de clientes y evitar pérdidas económicas. Novedades y nuevas ofertas. Capitalismo aplicado al cuerpo humano.

En grandes ciudades, como Madrid o Barcelona, existe la posibilidad de permanecer unas horas determinadas de antemano en el piso para aquellos que, teniendo una residencia en la ciudad, carecen de espacio para ejercer la prostitución. De esta manera, los gestores consiguen aumentar la oferta de servicios a los clientes sin depender de los hombres que se desplazan de piso en piso sin hogar propio.

Por regla general, los hombres que viven en los pisos no tienen que abonar el alquiler de la habitación privada de descanso, que no coincide con las otras habitaciones especiales destinadas a los clientes. Los anuncios en Internet y la prensa también suelen correr a cuenta del gestor del piso, pero cada uno suele tener libertad para anunciarse por su cuenta si lo desea. Los gastos de alimentación, ropa y otros consumibles personales sí suelen estar sufragados por cada persona. Durante la estancia, deben respetar y aceptar las normas del piso, los horarios que les marcan y sus exigencias. Suelen disponer de tres o cuatro horas libres de descanso al día para salir a la calle, pero siempre han de estar localizables por si algún cliente llama o acude al piso. Dichas exigencias generan que muchos de ellos apenas salgan a la calle durante su estancia, con lo que se encuentran desorientados en la ciudad y, por supuesto, desconocen los recursos y servicios sociales que tienen más próximos. Estos problemas aún son más exagerados entre los extranjeros, por desconocimiento de la lengua y del propio sistema en el que viven.

Este escenario de la prostitución masculina es el más inaccesible y oculto de todos ellos. Son mundos pequeños y cerrados de los que apenas se habla y, además, cuando se hace, es con muy poco conocimiento. Cuando se mencionan estos ambientes, se suelen escuchar comentarios sobre las condiciones en el interior de los pisos, de los abusos que se sufren y de su posible relación con redes que los explotan sexualmente. Pero el conocimiento sigue siendo muy limitado y apenas existen estudios sobre su funcionamiento y sus cifras reales. Y dicho oscurantismo no se limita al público general, administraciones o trabajadores sociales, sino también a aquellos hombres que voluntariamente se decantan por ingresar en ellos por primera vez. Lo hacen sin conocimiento alguno, y la experiencia puede resultar muy diferente para un nacional y para un extranjero. No es lo mismo disponer de carné de identidad o permiso de residencia, conocer el idioma y tus derechos como ciudadano o residente de un país que encontrarse en una situación irregular. Por ello hemos optado por escoger dos historias de dos hombres y dos países.

La primera es la de Joan, un chico de veinticuatro años que aparenta diecinueve. Es español y, como él mismo dice, «antes era algo exótico, uno de los pocos españoles que trabajaban en pisos, ahora está a la orden del día». Cuando me contó su historia acababa de llegar desde Palma de Mallorca a Madrid en su peregrinar habitual por los pisos del territorio nacional.

La segunda es la de Sega, un gambiano que conocí en la primavera de 2007. Me sorprendió la serenidad que irradiaba, su hablar pausado y su educación. Su testimonio refleja los problemas y dificultades a los que muchos inmigrantes se ven expuestos por encontrarse en una situación irregular y de exclusión social.

Ambas historias reflejan la vida en los pisos, su funcionamiento, cómo se obtienen las plazas, el trato con los otros compañeros, con los proxenetas que gestionan los pisos y la clientela que acude a ellos. Dos historias de supervivencia en un mundo invisible.

La historia de Joan, el exotismo de ser español

Nací en Tarragona un treinta de enero, hace ahora veinticuatro años. Mi infancia no fue buena, la he vivido mal porque mis padres fallecieron cuando yo apenas tenía dos años. Desde entonces, viví en diferentes residencias juveniles hasta que cumplí los dieciocho. Con dieciséis años, antes de salir de la residencia, trabajé en hostelería, pero al cumplir los dieciocho hice las pruebas de acceso para el Ejército. Entré, estuve en el centro de formación una noche y, al día siguiente, me salí. Porque no, aquel no era mi tipo de trabajo. No me veía allí. Y bueno, desde ahí empecé.

Un amigo que conocí fuera de la residencia, que trabajaba ya en la prostitución, me lo ofreció, y yo acepté. Me habló sobre un piso de relax que había cerca de Tarragona, y fui a ver. El primer día, claro, no tenía ni idea de nada, de lo que era hacer una pasarela. No sabía nada sobre este trabajo. De no conocer a este amigo, nunca me lo habría planteado. De no ser por él posiblemente no sabría lo que es la prostitución realmente. Bueno, eso creo. Pero aprendí, estuve con mi primer cliente allí y, en fin, hasta el día de hoy. Ya llevo seis años, siempre en pisos gestionados.

En este tiempo, he trabajado en seis o siete ciudades. Mira, he estado en Valencia, en Valladolid, he estado en Madrid, Málaga, Palma de Mallorca y en Tarragona. Ahora me estoy planteando irme una temporada a Alemania, antes de marcharme a Brasil, a trabajar en un piso también.

Cada piso tiene sus normas o, como suele decirse, su política. Pero el funcionamiento de todos ellos es similar: tú ingresas en el piso, te ponen en su página web, tú también te anuncias —por ejemplo, en milanuncios.com—, y ya está. Luego está la pasarela. Obviamente, en el piso hay muchos chicos, así que, cuando llega un cliente, todos los chicos pasamos al salón y nos vamos presentando uno a uno. Cada uno le cuenta al cliente lo que hace, lo que le gusta o lo que no. Y si te selecciona, vas a la habitación y, de lo que pague el pase que tú tengas, es decir, el cliente con el que entras en la habitación, el cincuenta por ciento es para la agencia y el otro cincuenta por ciento es para ti.

Para poder acceder a un piso, yo creo que no hay requisito alguno. Pues la verdad es que no importa si uno es guapo o feo. Lo único que hace falta es tener un cuerpo apetecible para los clientes, es decir, que les dé morbo, que les dé ganas. Pero yo he visto de todo, los he visto gordos, delgados, feos y guapos. Yo creo que este trabajo no tiene ningún requisito físico. En algunos pisos, sí que es cierto que los dueños se quieren acostar contigo a modo de prueba, pero no en todos. Eso depende de cada piso. En algunos se dice que si te acuestas con el jefe vas a trabajar más, como que hacen trampas para que el chico que acepta acostarse con él trabaje más que los demás. Pero no en todos ellos tienes que acostarte con los gerentes. Yo, por ejemplo, en los pisos en los que he estado no me han mandado acostarme con el dueño, vamos.

Hay pisos donde las plazas son máximo de veintiún días, prorrogables hasta un mes, pero hay pisos en los que la verdad es que, si tienes trabajo y te llevas bien con el dueño, te puedes quedar más tiempo. Pero habitualmente las plazas son de veintiún días. Durante este periodo, te puede tocar hacer la limpieza, o tienes restricciones a la hora de salir. Cada piso tiene sus normas, pero es cierto que en algunos te sientes como si estuvieras en la cárcel, como secuestrado, porque apenas te permiten salir. En otros puedes hacerlo sin problemas mientras lleves tu teléfono y estés disponible para cualquier caso que surja. Esto suele ser lo más común, de hecho, que te dejen salir sin problemas.

Aunque la plaza sea para veintiún días o un mes, intentamos llevarnos bien, como hermanos, como miembros de una familia. Por supuesto, siempre hay riñas, como puede haberlas entre amigos que comparten piso o hermanos que viven juntos. Entre nosotros no se da la competitividad que se da en la calle o en la sauna, en absoluto hay esa competitividad.

En los pisos, hay todo tipo de chicos. Hay mucho brasileño, y también latinos, por decirlo de alguna manera. Por lo general, es lo más sencillo para los que acaban de llegar a España. Es una manera de ganar dinero rápidamente, ¿no? Pero muchos se meten a la prostitución y en cuanto ganan un dinero se salen de ella. Es algo puntual. En general, la prostitución para los hombres no es para toda la vida, es algo puntual. Ahora, yo creo que por la crisis, o no sé por qué, ahora están metiéndose a trabajar muchos españoles. Yo mismo, antes, en Tarragona, trabajaba en hostelería por la mañana y, por la tarde, como no tenía nada que hacer, pues estaba en casa ofreciendo mis servicios como trabajador del sexo. Trabajando por libre no tienes que dar el cincuenta por ciento que el piso siempre se queda. Todo queda para ti. Pero creo que es mucho más seguro trabajar en un piso que hacerlo por libre. En un piso de chicos tienes más seguridad. No te va a pasar nada, mientras que al trabajar por libre puedes encontrarte con muchos problemas con los clientes y no tienes a nadie cerca que pueda defenderte. Además, es más discreto trabajar en un piso que hacerlo en casa. Sobre todo por los vecinos. No es que yo viva oculto, pero tampoco es que vaya pregonando por ahí a qué me dedico. Pero si a mí me preguntan, yo no reniego de lo que trabajo. En cierta manera, estoy muy orgulloso porque ni estoy robando ni cometiendo ningún delito. Estoy ahí para ganar dinero.

En una buena temporada, puede que ganes entre mil quinientos o mil seiscientos euros a la semana. Si la cosa está mal, puedes sacarte setecientos, ochocientos euros por semana. Todo depende de los trabajos que te salgan. Ten en cuenta que se trabaja veinticuatro horas, y a veces te pueden salir clientes que nosotros llamamos «de colocón». Estos pueden tirarse fácilmente trece, catorce o quince horas. Los pisos son como los puticlubs de las chicas, siempre tienen droga por si acaso llega algún cliente por sorpresa y pregunta por una dosis. No suelen tenerla físicamente por temor a posibles redadas de la policía o por si algún chico denuncia al piso. Temen que vaya la policía y encuentre algo. Pero por lo general tienen contacto con un camello que, tras una llamada, en diez minutos te tiene la droga en la puerta. Lo más frecuente es que los clientes pidan alcohol, cocaína y popper. Viagra también se consume, aunque eso ya depende del chico. Yo, por ejemplo, nunca la he tomado.

Otras veces tienes que hacer dos o tres pases diarios para llegar a una buena suma a fin de mes. Aunque sean muchas horas, eso no importa; y al acabar un servicio si quieres puedes volver a trabajar. Si quieres trabajar, trabajas, y si no, pues no lo haces. Depende del piso, sus normas y de lo que el dueño te diga. Trabajar tanto tiempo con clientes, por supuesto, desgasta, pero yo no hago nada particular. No sigo ninguna dieta especial, como lo mismo que cualquier persona. Tampoco hago mucho ejercicio. Yo creo que el secreto está en el descanso, aunque cuesta, uno allí no descansa bien, aguantas hasta que el cuerpo te dice «hasta aquí», y entonces tienes que parar. Porque se nota, se nota el estrés, y el agotamiento te acaba pasando factura. Algunos chicos consumen Viagra, pero yo nunca la he tomado.

Los servicios más demandados son el francés, la penetración, toqueteos, magreos, besos, caricias. Lo normal. A veces, servicios sadomasoquistas, pero eso ya son servicios especiales. Para ello tienen que pagar una tarifa extra. Yo he tenido servicios sadomasoquistas y en una hora de sado puedes llegar a cobrar hasta seiscientos euros. ¿Límites con los clientes? Son relativos, y va en función del cliente y la confianza que te dé, pero por lo general el único límite que pongo es que, para penetrar, ya sea yo a él o él a mí, siempre se use condón. Yo nunca he dejado de usar condón. Ese creo que es el único límite que tengo, ese y que se corran en mi boca. Eso tampoco lo acepto.

Es muy común que te pidan sexo sin condón y, claro, cuando les dices que no, te dicen: «Ay, pues un compañero tuyo aquí me acaba de decir que sí». «Pues entonces cógele a él. ¿Para qué me preguntas a mí sabiendo que te voy a decir que no? ¿Para qué me preguntas si antes él te ha dicho que sí, que lo va a hacer sin condón? Pues ahora vas y lo coges a él».

Algunos gerentes intentan obligarte a aceptar estos servicios, sobre todo si el cliente es un fijo de la casa. Ellos obviamente no te tienen ahí para perder dinero, así que, si el cliente se mete coca, te pedirán que tú te metas coca. Respecto al uso del condón, depende del dueño con el que topes. Cada uno tiene su manera de pensar y gestionar el sitio. Pero yo no, nunca he accedido a no usar condón. Otros compañeros sí, claro que otros acceden. Creo que en esos casos el cliente les da propina, les suelen ofrecer doscientos o trescientos euros de propina y, claro, por ganar más dinero lo hacen. Yo también podría haberlo hecho, pero prefiero mi salud a una propina. Por trescientos euros no voy a coger cualquier enfermedad. Cuando me entero de que un chico ha tenido sexo con un cliente sin condón, soy el primero que no entra a hacer tríos con él. Y de poder, buscaría otra «plaza» hasta que ese compañero se fuese del piso.

La mayoría de los clientes son mayores, con edades de entre cincuenta y sesenta años, casi todos ellos casados, con mujer e hijos. Hay un porcentaje grande de gay oculto, ¿no?, que tiene mujer como tapadera. Muchos son gais y así se reconocen, pero obviamente piden discreción. Pero también pueden venir solteros u hombres con pareja, pero sin estar casados ni nada. Yo he tenido clientes de veintitrés y veinticuatro años que solamente por morbo o por saber lo que se siente han pagado a un chico profesional. También he tenido clientes jóvenes de verdad y clientas femeninas. Mujeres solas no, pero muchas parejas heterosexuales que llaman, así como travestis que vienen también como clientes. Yo soy gay, pero he tenido servicios con parejas. Pensaba en el dinero, uno tiene que ser profesional para poder hacer eso. Casi siempre atendemos a hombres, pero si sale un servicio con una pareja heterosexual, pues obviamente sabes que va a ser más dinero, va a ser el doble. Cuando uno hace servicios con parejas y hace el amor con una mujer, es cuando ya se siente profesional. Porque ahí tienes que controlar mucho la mente para que no se te desempalme y poder hacerlo y correrte con una mujer. Lo bueno es que las mujeres no son tan exigentes como los hombres, no piden tantas cosas. Un hombre sí, con un hombre te toca aguantar, con un hombre obviamente sientes dolor, porque muchos de los clientes son activos, con una mujer no sientes dolor. En este sentido, la diferencia se nota mucho, es abismal.

Los clientes que atendemos son de todo tipo, sin diferencias entre los que van de pisos y los que hago por libre. Recuerdo que una vez, aquí en Madrid, trabajando en el centro, hubo una salida con alguien muy importante del Ayuntamiento de Madrid. Creo que todo el mundo le conoce, pues bueno, el servicio era para él. Esa es la profesión. También hay un piso aquí al que va siempre un cura, es sacerdote. A él le gusta, bueno, le gustaba estar con chicos. Yo también he estado con ese cliente. Se puede tirar horas, le gusta que le digas cosas como: «Mira como me follo al padre», o cosas así, todo relacionado con su mundo. Me cuesta contener la risa cuando pienso en ello, aunque ya no me impacta. Tras seis años de prostitución, he visto mucho. Claro que cuando sucede te quedas pensando: «Estoy pecando, ¿no?». Pero luego te relajas y dices: «Pues ahora estoy pecando más porque estoy con un cura».

Problemas con los clientes he tenido pocos. Se dio una ocasión en que un tipo empezó como a darme azotes, bofetadas y a escupirme. Yo eso sí que no lo aguanto, porque somos putas, pero no somos sacos de boxeo, así que le dije que parara, pero me contestó que para algo estaba pagando. Pero, vamos, que, salvo esto, nunca he tenido ningún problema. Ni siquiera entre compañeros. Con gerentes de pisos, en cambio, sí.

Las normas que imponía este hombre yo creo que eran muy bruscas. Uno está prostituyéndose en un piso, no está pagando condena en una cárcel donde te tienen encerrado y te obligan a hacer cosas. Ese es el caso. Como ninguno de los compañeros daba el paso, lo di yo, no iba a aguantar eso, ni para mí ni para la gente que se prostituye, así que le denuncié. Le denuncié y ahora a esperar el juicio. A los compañeros no les queda más remedio que callar y aguantar porque muchos vienen solos a España y no tienen a donde ir. Lo peor es que yo creo que hay muchos pisos igual que ese. Yo no aguantaría estar en un piso con esas normas. Buscaría otra «plaza», pero muchos compañeros no se van porque tienen miedo.

Con ello no quiero decir que los pisos estén mal ni nada, pero sí creo que deberían pagar sus impuestos y tener unas normas, como las de un trabajo normal. Y en el que los chicos tengan más, más, más… prevención y facilidades para cuidar su salud. Que tengan sus pruebas, que no cojan enfermedades y que vivan en condiciones dignas y no infrahumanas, como en las que vivíamos en ese piso. Hay pisos en los que duermes hacinado con el resto de chicos en la cocina, con cucarachas; en el mismo sitio donde cocinas están las camas, las literas. Muchas veces duermen dos en una cama de noventa. No tienes descanso, no tienes salud, no tienes nada. Estás viviendo en la porquería.

Pero tienes que aguantar porque has decidido ir allí para ganar dinero, ¿no? Si quieres, bien y, si no, pues vete. Los chicos lo toleran porque los dueños de los pisos te comen la cabeza, te dicen que por libre no vas a trabajar. Es verdad que hay personas que por libre no trabajan, que les es más fácil en un piso, que cuenta con su clientela fija y que te anuncia en su página web.

Muchos problemas se acabarían si la prostitución se legalizara. Yo la legalizaría, pagando impuestos y teniendo cobertura sanitaria, que los chicos tengan ante todo salud. Yo, si pudiese, me daría de alta como autónomo, como masajista, por ejemplo, pero para ello supongo que me pedirán un título que no tengo. Si existiese una ley que dejara a los trabajadores del sexo asegurarse, lo haría sin dudarlo. Con la legalización, creo que quizá nadie sería obligado a meterse cualquier tipo de sustancia en contra de su voluntad, y podría vivir en una casa limpia y no en condiciones infrahumanas. Que los pisos tengan sus controles médicos y sus inspecciones de sanidad. Entonces sí, en esas condiciones sí que se podría vivir, porque con su cuerpo y con su vida cada uno hace lo que quiere, pero aguantar las normas de según qué gerente no… que tú pongas el culo o tu polla y encima te cobren un cincuenta por ciento. Que te cobren el alquiler de la habitación, pero el cincuenta por ciento es excesivo, más cuando ellos no están poniendo su cuerpo para que el cliente pague.

Personalmente, no he conocido casos de muchachos forzados a ejercer la prostitución, pero recuerdo haber visto en televisión un programa donde decían que los había. Que los habían traído de sus países y tenían que pagar deudas. Pero yo no he conocido ningún caso, ni siquiera de chicos que tengan que trabajar para pagar deudas.

No sé, a mí la prostitución me ha permitido ganar dinero. Cuando España estaba bien, en esto sacaba mucho más dinero que en un trabajo normal como la hostelería. Es cierto, es dinero rápido. Antes te podías hacer seis, siete, ocho clientes al día. Ahora, con la crisis, menos, como mucho te haces dos o tres. Pero bueno, mis lujos y mis vicios, como el tabaco o el salir de fiesta, me los he pagado yo gracias a la prostitución. Pero a cambio genera un estrés muy fuerte. Genera ansiedad. Yo, de hecho, sufro ansiedad. Eso pasa porque estás con uno y a los cinco minutos estás con otro, a los diez, con otro, y así todo el día. Trabajas día y noche, todos los días. La vida de la prostitución envejece mucho.

Cuando yo empecé, cuando España iba bien, no había ni un español. Ni uno. Que yo haya conocido, ninguno. Ahora en cambio hay muchísimos, muchísimos, muchísimos. Yo al principio trabajaba bien porque los clientes, al ver que era español, venían más; ahora, como somos muchos, pues ya no. Ya no eres novedad por ser español. Ya no soy único.

Cuando acabas la «plaza» en un lugar, o bien hablas con algún compañero que tenga plaza fuera del piso donde te encuentras, para saber si es posible ir a su piso, o buscas en Internet. Por ejemplo, en milanuncios.com y otras páginas web suelen poner anuncios que buscan chicos para hacer «plazas». O escribes en el buscador: «Se necesita chico para piso de relax» y ahí te sale. Los periódicos nos los uso para buscar «plaza» porque no suele haber ofertas de chicos, suele ser casi todo para chicas. Pero sí que los he usado para anunciarme en la sección de contactos. Me he anunciado en sus páginas cuando trabajaba en mi apartamento, y también cuando he estado haciendo «plazas». Le pagas al dueño del piso la mitad del anuncio en el periódico y no hay problema alguno. Cada vez más periódicos están eliminando la sección de contactos, y no lo veo mal. No sé, yo mismo he tenido llamadas de niños de quince y dieciséis años que preguntan qué es lo que hago. Cuando me doy cuenta de ello y pregunto por la edad, caigo en la cuenta de que tengo que colgarles. Cada cual se busca la vida como puede, ¿no? Puedes trabajar en la prostitución y anunciarte en Internet, donde mucha gente no puede acceder. Pero, en cambio, en un periódico los niños sí lo ven. Ven tu anuncio. Tu número de móvil. Por discreción, me parece bien que dejen de publicar estas secciones.

En algunos sitios, tú pones tu propia publicidad, mientras que en otros la publicidad va incluida en el cincuenta por ciento que se quedan de cada cliente. Lo que siempre va incluido es el alojamiento. La comida ya va aparte. Con la comida cada piso se organiza de manera diferente, en algunos los compañeros hacen una colecta o un bote común de dinero y con ello se hace la compra semanal de comida para todos.

En los pisos, al igual que sucede en las saunas, también se practica el «vicio» entre nosotros cuando no hay clientes. Fue así como conocí a mi pareja actual, en un piso, y, para ser honestos, la primera vez que lo hicimos juntos, sin saber si estábamos los dos sanos, lo hicimos sin condón. Luego nos hicimos las pruebas y vimos que estábamos sanos. No teníamos nada. Ni VIH, ni hepatitis, ni nada de eso. Mi pareja anterior no se dedicaba a la prostitución, y eso es duro. Un golpe duro, la verdad, para el que no está metido en esto. Al fin y al cabo, si tu pareja está en el mismo barco, se hace más fácil, sabes que trabaja allí o incluso puede que hayáis trabajado los dos juntos. Pero, para alguien que no ha trabajado en esto, es muy duro, es muy duro… saber que tu pareja, aunque sea por dinero, está follando con viejos. Sólo por dinero, pero lo está haciendo. Tiene que ser muy duro. Así y todo, esa no fue la razón de la ruptura con aquella pareja. Estuvimos juntos cinco años, él era de Colombia y con el tiempo descubrí aspectos que no me gustaban. Hay dos cosas que no me gustan en la vida. Una es que se metan con mis padres, porque no los tengo. Y otra, que me peguen. Él cometió esos dos errores, así que, antes de seguir sufriendo, me dije: «hasta aquí». Porque, mira, una pareja puede discutir, puede decirse mil cosas, pero cuando uno llega a las manos, eso ya no. El respeto se pierde totalmente.

Con mi pareja actual el trabajo es más sencillo. A la hora de trabajar, uno va más confiado porque sabe que la otra persona entiende que lo que se hace es por trabajo. Aunque con cualquier cliente puedes sentir celos, tanto él como tú. Pero los celos son distintos, no es como pensar: «Ay, mira, yo aquí trabajando en un comercio y él está prostituyéndose». No sé, dos personas, una pareja trabajando en esto, pues... ¿cómo te diría yo?, se compenetran, saben a lo que van y cómo funciona la cosa. Los dos tienen claro que es sólo por dinero. Alguna vez, incluso hemos trabajado juntos. Le metí una vez en un trío conmigo, pero el trabajo no nos afecta como pareja. Lo que sí tenemos pensado hacer es irnos a Brasil para quitarnos totalmente de la prostitución. Tengo claro que la prostitución no es para toda la vida. Tampoco me pesa, estoy orgulloso de ello, porque nadie me mantiene, no estoy cometiendo ningún delito. Si un amigo me dijera que va a trabajar de esto, no le dejaría de lado porque yo sé lo que es vivir de esto. Yo me siento muy orgulloso de trabajar en esto.

Sin embargo, a corto plazo, me gustaría dejar la prostitución. No es que me quiera alejar porque la odie, no, eso no es, pero quiero vivir una vida normal con mi pareja y trabajar en algo legal para poder llegar al día de mañana. Llegar a ser algo. Que no me digan «el chapero», «el puto». No sé, vivir una vida normal. Sé que puede costarme, pero es algo que deseo y no creo que me arrepienta de ello, aunque tenga que ajustarme a unos horarios fijos y a un salario menor. Quien algo quiere, algo le cuesta. Cuento con que los ingresos van a ser más bajos, pero me liberaré de sentirme como usado por estar con unos y con otros; de coger una enfermedad, o de estar trasnochando cuando te llama un cliente a las cuatro de la mañana. Creo que todos los prostitutos se sienten usados, porque estás con una persona, luego con otra, y con otra, y con otra, y con otras. No estás con una persona que te agrade, que te gusta, ¿no? El sexo lo estás forzando para poder ganarte el dinero. No lo haces por placer. El sexo privado es diferente, estás con la persona que te gusta, y allí el sexo es mejor, no como con los clientes que, cuando llega uno, follas y le haces que se corra. El único interés es que se corra. Con tu pareja, aunque te puedas correr pronto, te corres feliz porque es la persona que te gusta. No es como ir cambiando de clientes, ahora con uno, ahora con otro. Este cambio, el sentirse usado, hace que muchas veces uno caiga en crisis de ansiedad. No sé, uno se para a pensar tanto en cómo es su vida realmente que aparece la crisis. Una ansiedad por la que hay chicos que han llegado a suicidarse. O muchos que están en las drogas, muchos de los que toman drogas es por la prostitución, a causa de ella.

No sé, la vida del chapero es así. No aconsejaría a nadie que se metiese en la prostitución a menos que lo necesite y que sea para bien, ¿no? Que se haga por la necesidad de ganar dinero, vale, pero no prostituirse para meterse en drogas o prostituirse por placer, no. Hasta la fecha no he conocido a nadie que se prostituya por placer. La vida del chapero es de corta duración… aunque yo ya llevo mis años.

La historia de Sega, un superviviente llegado de África

Recuerdo mi infancia y adolescencia como una época buena con mi madre, mis hermanos y mi abuela. Una infancia normal y feliz en Gambia, donde hasta los quince años. A esa edad, mi madre me mandó a Europa del Este para estudiar. No todo el mundo tiene esa oportunidad en Gambia, es caro y sólo la gente que tiene familias acomodadas se lo puede permitir. No es mi caso, yo vengo de una familia humilde, pero aproveché la posibilidad de obtener una beca de estudios. Yo tuve una beca y marché a Europa, donde estuve hasta los veintiún años estudiando bachillerato técnico y al terminarlo regresé a Gambia. Como había estudiado mecánica, empecé unas prácticas durante seis meses, pero como no me gustaba lo que había estudiado, comencé a trabajar en otras cosas. Trabajé de cocinero, después en la recepción de un consultorio médico, en hostelería, de camarero en una discoteca. Eso hice, cambiando de trabajos durante mucho tiempo.

Descubrí mi sexualidad en Gambia, pero siempre la tenía guardada para mí. El ambiente para los homosexuales era muy hostil, ahora lo es mucho más, antes lo era menos, pero ahora cada vez es peor. Cerca del noventa y cinco por ciento de la población es musulmana y la homosexualidad es ilegal. Puedes ir a la cárcel. Allí, si eres gay, no puedes salir del armario. Yo sabía que me gustaban los hombres, pero aun así tenía novia. Lo de los hombres era como algo ocasional, yo mismo no lo aceptaba muy bien. No me entendía muy bien. Pensaba que aquello no era una cosa normal. No sé, quería cambiar, ser hetero. Lo intenté, pero no, no funcionó. Como la situación en los últimos años no ha hecho sino empeorar, pues se ha vuelto más radical, venir a Europa me daba en este sentido mucha más libertad. Aunque ahora con Internet tengo que tener cuidado de lo que puedan ver de mi vida en mi país.

Llegué a España con un visado de turista que conseguí por trabajar durante un par de años en la Embajada de Eslovaquia en Gambia. Hablaba el idioma de cuando estuve allí estudiando y conseguí un trabajo de administrativo. Era un buen trabajo y se cobraba bien, pero el país tuvo que reducir sus embajadas en África y a Gambia le tocó. Sabía que iba a ser difícil encontrar otro trabajo igual y aproveché la oportunidad para volver a Europa. Tenía contactos de la embajada, así que no me resultó difícil conseguir el visado para venir a Madrid. Llegué aquí con casi treinta años y sin saber castellano, no sabía nada, todo lo aprendí aquí.

No me costó adaptarme, sinceramente, me sentí acogido. Además, ya había estado en Europa antes, siendo muy joven, así que no me costó mucho adaptarme. Claro que Europa del Este y España son diferentes, pero la adaptación fue suave, no supuso un choque enorme. Enseguida me puse a buscar trabajo, pero sin papeles es muy difícil, y tardé seis meses en encontrar trabajo con los papeles de otro chico. Primero trabajé de camarero y tras un tiempo me despidieron, por lo que empecé a trabajar en negro, sin contrato. En un hotel hice de todo, atender en la recepción, de camarero, limpieza, todo lo que se puede hacer en un hotel.

Lo de la prostitución me lo planteé cuando me quedé sin trabajo. Llevaba un tiempo sin encontrar nada y me metí por curiosidad. Me dije: «Voy a probar eso», y así empecé. Busqué en Internet sitios donde pudiese trabajar porque alguien me dijo que había casas donde podías ir y que te pagaban por ello. Encontré el primer sitio a donde ir, tenían su dirección en Internet y en su página web decían que necesitaban chicos, así que fui e hice una entrevista. Así fue como empecé.

Fue durísimo, era mi primera vez, yo tenía entonces ya treinta años y en toda mi vida nunca había imaginado que algún día iba a dedicarme a la prostitución. Nunca, nunca. De hecho, antes de venir a España, ni siquiera sabía que un chico podía ganarse la vida así. Por ejemplo, en Gambia he tenido oportunidades cuando otros hombres me han ofrecido dinero para acostarse conmigo, pero para mí aquello era una ofensa terrible. No me imaginaba que un día yo iba a hacerlo. Ni se me pasó por la cabeza. Así que al principio fue muy duro. Es muy duro aceptar a la gente con la que te acuestas. La gente es lo más duro de todo; las primeras veces vomitaba después de estar con una persona y sentía tanto asco que no paraba de llorar y llorar. Me sentía mal conmigo mismo, me sentía sucio. Sentía asco por mi persona, por practicar el sexo con una persona de ochenta años o gente horrible. Fue muy duro, muy, muy duro.

Miré de hacerme fuerte, de convencerme de que no tenía otra cosa. No tenía papeles, no tenía cerca a mi familia, no tenía a nadie que pudiese ayudarme, así que me forcé a hacerlo. Yo siempre he sido un soporte para mi familia, así que no podía quedarme sin nada que hacer y lamentarme de mí mismo. Hay personas que dependen de mí económicamente y eso me obligó a no parar entonces, no podía decir: «No, no voy a hacer nada». Cada mes tengo mucha gente esperando la ayuda económica que les doy. Mi familia depende de mí y yo también tenía que vivir, así que dejé de autocompadecerme. Después, con el tiempo, me fui adaptando. Piensas en el dinero y sigues adelante, pero cuesta. Cuesta un montón.

Entre los compañeros no encontré al principio mucha ayuda. No sé, veníamos de mundos diferentes. Ellos estaban allí para hacerlo, muchos vienen de sus países ya con la idea, llegan mentalizados, pero yo no. Cuando yo llegué a Europa nunca había pensado en ello, no tenía esa idea, no lo había hecho en mi vida. Era un mundo totalmente ajeno para mí. Muchos chicos que vienen de Latinoamérica ya han trabajado en esto en sus países y tienen la idea en la cabeza antes de venir a España. Vienen aquí para ganar dinero con la prostitución, supongo que también será difícil para algunos, pero para otros el ganar dinero y hacerse con muchos clientes es como un trofeo. Así que al principio, más que compañerismo, era competencia. Había otros que también lo pasaban mal, pero en general puedo decir que de este mundo tengo pocos amigos. Ahora tengo alguno más, pero al principio no. La mayoría de los chicos no me caían bien, eran muy malos. Ahora la cosa ha cambiado un poco, es diferente, porque ya hay gente con historias distintas, que lo hacen como yo, pero que al principio no estaban en esto. Pero bueno, también mi forma de ver la prostitución ha cambiado. Ahora mi visión es diferente.

He estado ejerciendo la prostitución unos cinco o seis años, la mayoría del tiempo en pisos. Empecé en Madrid y después cambié a Barcelona, pero también he trabajado en Internet por mi cuenta. He estado en muchos pisos, en Madrid, Barcelona, Málaga, Sevilla y Bilbao, aunque procuro no cambiar mucho de ciudad, ir de sitio en sitio es horrible, soy más de quedarme en un sitio fijo. Ya por libre, viajé también por Europa. Estuve en Alemania en pleno invierno y fue horrible, hacía mucho frío y gastaba mucho dinero en los hoteles. Después fui a Suiza, donde estuve bien, y a Francia. En Suiza hay que tener cuidado, la prostitución está muy perseguida, pero en Francia no tanto. La prostitución femenina sí que la persiguen, la de los hombres no. Es como aquí, no hay nada claro legalmente.

En los pisos el dueño se lleva el cincuenta por ciento de tu trabajo. Un cincuenta por ciento para ti y un cincuenta por ciento para el piso. Si vives allí, tienes que estar las veinticuatro horas en el piso. A veces, puedes salir un rato, para hacer compras o tomar un poco de aire, a lo mejor tienes un día libre, pero casi todo el rato tienes que estar allí, pues cuando viene un cliente todos tenemos que mostrarnos, es lo que llamamos «pasarela», para que el cliente pueda elegir al chico. Puedes negarte si te pide algo que no quieres hacer, pero no los eliges.

Es frecuente que para acceder a una plaza se tenga que tener sexo con el gerente, creo que puede decirse que es una norma general el que se aprovechen de los chicos nuevos que entran al piso. En Madrid, el dueño del piso era horrible. Luego te pagaba, pero no lo hacía como lo hacen los clientes, pagaba la mitad. Pero lo más horrible fue mi experiencia en Málaga, donde para obtener la plaza tuve que acostarme con el dueño, que estaba enfermo. No sé si tenía cáncer o qué, pero estaba en fase terminal, siempre llevaba un aparato para respirar. Acostarme con él fue horrible. Horrible.

El dinero que se puede ganar en los pisos es muy relativo. Cambia mucho, tanto puedes ganar como no ganar. En ocasiones, puedes ir y ganar mil euros, otras veces, quinientos euros, o incluso no hacerte nada. Hay gente que en el periodo de veinte días de la plaza no se hace nada. Depende mucho. Los anuncios en prensa e Internet suele sufragarlos el piso, pero en otros tienes que pagarte tú mismo los anuncios. Unos dueños son más buenos y otros más cabrones y te lo hacen pagar todo.

Trabajar en los pisos tiene sus ventajas, una es que no tienes que pagar alquiler en otro lugar y, además, si es uno con mucha clientela, se puede ganar dinero, y si hay trabajo quedarte más tiempo. Por ejemplo, cuando yo me fui de Madrid, no tenía nada, sólo algo de dinero para unos pocos días. Alquilé una habitación y allí aguanté hasta que se me acabó el dinero, luego no tenía ni a dónde ir. Nada. Y entonces encontré un piso y el dueño me dijo que podía quedarme allí. Estuve más de un mes, conseguí hacer mucho dinero y ahorrar para poder alquilar mi habitación, pagar la fianza y otras deudas. En ese sentido, los pisos son una ventaja.

Pero no todo son ventajas, no suelen ser lugares muy limpios. Se descansa poco y mal. Te pasas veinticuatro horas allí, siempre metido en ese ambiente que agota física y mentalmente. La casa siempre gana, mucho más que tú porque se queda un cincuenta por ciento sin hacer nada. Esos son los principales inconvenientes. Eso y las drogas que hay en muchos de ellos. En Madrid, donde estuve no había drogas, pero en Barcelona sí. Allí los clientes iban a drogarse y en el mismo piso se vendían las drogas. Cuanto más se drogan los clientes, más tiempo se quedan y con ello los gerentes hacen más dinero. En Sevilla, en el piso donde estuve, lo que más se consumía era cocaína. Antes los clientes se gastaban mucho dinero en los pisos. Antes de la crisis económica una persona podía permanecer en el piso veinticuatro horas, con diferentes chicos, comprando droga y gastando miles, miles de euros. Pero los clientes no son los únicos que consumen, he visto a muchas chicas transexuales engancharse, gastarse todo el dinero que ganaban en coca, hasta follar sólo por coca. He visto casos así y es triste. Mi primera experiencia con la coca fue en Madrid y fue fatal, con un cliente, pero yo no tomo, tomarla es un peligro, el peligro de hacerse adicto y pasarlo muy mal. Durante una temporada, yo bebía. Cada vez que tenía un cliente bebía para poder hacerlo, sé que otros usan drogas para eso mismo. Cuando empiezas, tienes que hacer algo, es duro, muy duro, y para hacerlo más fácil se recurre a todo tipo de drogas. Para todo el mundo es duro. Te destruye la autoestima, y si no eres capaz de saber quién eres y por qué haces lo que haces, entonces te destruyes. Por eso siempre he procurado recordar de dónde vengo, por qué hago las cosas, a dónde voy y cuáles son mis metas, pero siempre es difícil. Por suerte, las drogas no me gustan, no van conmigo. Me pongo enfermo con ellas, creo que mi cuerpo no las asimila, y eso es una suerte también. Si un día tomo drogas, me paso los tres siguientes enfermo. El alcohol sí que lo tolero, por eso bebo. No puedo decir que sea alcohólico, pero sí que bebo.

Lo que sí uso es Viagra o Cialis, sin utilizarlas muchas veces no consigues ni empalmarte. Tienes que usarlas, si no, no puedes. Por más que piensas y te esfuerzas, al final la mente lo es todo, por eso la mejor garantía es tomarla. A veces venían chicos jóvenes y con ellos no hacía falta tomar nada. Aquí en Madrid había un piso donde acudían muchos chicos jóvenes, de veinticinco o veinte años, y claro, todos queríamos pasar con ellos. Pero la mayoría de clientes son hombres casados. Yo diría que aproximadamente el setenta por ciento de los que venían eran hombres corrientes, casados, con hijos y todo eso; y luego ya hombres muy mayores, o gente que de verdad, si no pagase, no podría tener sexo, porque son muy gordos o cosas así. En ocasiones había ejecutivos, gente que está de viaje, y en contadas ocasiones gente joven y guapa con la que incluso lo pasabas bien. Puedes encontrar gente de todas las edades, desde los que rondan los treinta hasta los de cien años.

Recuerdo un piso en Barcelona donde se vendía mucha droga y que la policía debía llevar mucho tiempo vigilando. Al final, un día entraron y se llevaron a todo el mundo, por suerte en aquel momento yo no estaba allí. Es lo más cerca que he estado de tener problemas con la policía, pero me salvé. Pero miedo siempre he tenido, por ejemplo, de ir a casa de los clientes. Aquí en Madrid, cuando me enviaban en plena noche a las afueras de la ciudad a visitar a un cliente, me asustaba. Nunca sabes lo que te vas a encontrar allí. Sabes que el gerente del piso tiene los datos del cliente y la dirección en caso de que algo pase, pero eso no me quitaba el miedo. Cuando iba por mi cuenta, siempre dejaba en mi piso la dirección y el número de teléfono del contacto, todo bien escrito en mi habitación por si acaso. Esas salidas siempre me han causado pánico, pero gracias a dios nunca me ha pasado nada, pero sé que a veces sí pasan cosas.

He oído casos de chicos que se prostituyen para pagar la deuda del viaje a España. Son los «cafetones», he conocido a muchos brasileños que han venido así. Muchos «cafetones» han sido chaperos antes y se aprovechan de los chicos nuevos cobrándoles el precio del billete con intereses, ganando con ello miles de euros.

Ahora ya no escucho este tipo de historias, ya paso de ir a pisos, la última vez fue hace tres o cuatro años. Desde entonces trabajo por libre en París. Antes de la crisis, en Madrid se estaba muy bien, ganaba mucho dinero, pero ahora la gente ya no tiene tanto para gastar y se nota, pero el trabajo en Madrid o París es el mismo, los clientes son iguales en todas partes, si te pueden pagar menos, lo hacen, y si pueden aprovecharse de ti, también. Son iguales en todas partes.

La prostitución me ha permitido ser independiente económicamente y sobre todo ayudar a mi familia. Desde que vine a España, e incluso ya antes en Gambia, he ayudado a mi familia. Aquí, gracias a la prostitución he podido ayudarlos mejor. He conseguido alquilar una casa muy buena para mi madre y mis ocho hermanos, pagando su alquiler cada mes durante los últimos ocho años. También les mando dinero para la comida, así como para sus gastos de salud. Mi madre tiene una salud frágil y allí hay que pagar para todo. Cuando pienso en todo lo que he conseguido arreglar para ella, me siento mejor, creo que de otra manera no hubiese sido posible. Estuve mucho tiempo sin papeles, sin derecho a trabajar, porque yo siempre he querido salir de esto, buscar trabajo, pero sin papeles no podía hacerlo. Porque la prostitución te degrada mucho, mata la autoestima. Y no sólo eso, sino que además tienes que enfrentarte con los prejuicios de la gente. Afecta a la hora de querer establecer alguna relación. Cuando conoces a alguien con quien te sientes bien y se lo dices, ves que esto se convierte en un inconveniente. No funciona, aunque la otra persona te diga que no importa, sí, sí importa, y poco después salen los problemas. No todo el mundo lo puede aceptar, aunque al principio te digan que sí, luego al final siempre es que no, que no lo aguantan, por eso prefiero mantenerme soltero, porque no funciona. No con este trabajo. Pero los prejuicios no sólo son de los otros, enfrentarse a los propios es casi peor. No sé, nunca he podido hacer los trabajos que yo he querido hacer, así que pienso que estos años que he pasado aquí son como años no utilizados. Años inútiles en los que no he podido hacer lo que me hubiese gustado, y eso sí que duele. Machaca mucho pensar en ello, pero bueno, es la vida.

Quizá, de regularse la prostitución, sería diferente, pues en esto hay gente metida porque no encuentra otra salida, o bien que lo hace porque lo quiere hacer. Su regularización ayudaría. Yo, por ejemplo, he trabajado todos estos años y no he cotizado nunca por ello, de ser legal ya tendría diez años cotizados. Pero no es así, y eso es una putada. Si fuese legal, la gente que se dedica al trabajo sexual podría ahorrar pensando en el futuro. Esa es una de las razones por las que a corto plazo quiero encontrar un trabajo y dejar esto. Ya estoy cansado, no es estable y no es algo que me hubiese planteado. Llevo haciéndolo tantos años que ya estoy cansado. Sólo espero que la gente no me juzgue, que no juzgue a nadie. Cada uno tiene sus circunstancias.

La difícil vida fácil

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