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Conozca a Nehemías

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Me gusta; él era un constructor,” me dijo el viejo constructor tejano. Me dio gusto escucharlo decir eso, porque, francamente, también me gusta Nehemías, y tengo la esperanza de que cuando llegue al cielo pueda conocerlo y decírselo también. Lo que quisiera que él supiera es que durante el medio siglo que tengo de ser cristiano él me ha ayudado enormemente, quizá más que cualquier otro personaje de la Biblia aparte del Señor Jesucristo. Cuando a la edad de diecinueve años comencé a preguntarme si Dios me quería en el ministerio profesional, fue la experiencia de Nehemías la que me mostró cómo se da la dirección vocacional y me puso en la ruta para estar seguro. Cuando fui puesto a cargo de un centro de estudio comprometido a contrarrestar la teología liberal, fue Nehemías el que me dio las claves que necesitaba acerca de liderar empresas para Dios y tratar con oposición atrincherada. Cuando después de ello llegué a ser el director de una universidad de teología que pasaba por una mala época, de nuevo fue Nehemías cuyo ejemplo de liderazgo me enseñó cómo hacer mi trabajo. Ya que lo que uno puede ver también lo puede decir, cuando he sido invitado a hablar sobre vocación o liderazgo con frecuencia he llevado a mis oyentes en un viaje por partes de la historia de Nehemías. Naturalmente uno tiene sentimientos cordiales hacia aquellos con quienes está en deuda, y yo estoy profundamente en deuda con Nehemías; nadie debería asombrarse, por tanto, que ahora lo considero como un amigo particular.

No soy el único que lo considera así. Un libro publicado en 1986 comenzó así:

Los detalles de mi primer encuentro con él están nebulosos en mi mente. Dios me lo envió durante mis primeros años de universidad para ayudarme a superar algunos desafíos formidables. Él ha sido un compañero cercano desde entonces...

Nehemías pone su misma existencia en su diario, el cual está incorporado en el libro que ahora llamamos por su nombre. Mientras lo leo puedo sentir los latidos de su corazón, siento el temblor de sus dedos, conozco la pesadez de sus gemidos. ¡Él era muy sabio! Y ahora ¡él me inculca las lecciones básicas de liderazgo! No he olvidado ninguna de ellas y he vuelto a él una y otra vez para reafirmarlas.

Como estudiante de medicina tenía especial necesidad de él. Él fue un líder, Y, lo quisiera o no, yo también era. Me convertí, en un tiempo relativamente corto, en el presidente nacional de Inter-Varsity en Inglaterra. Durante este período Nehemías me confortó y me instruyó. Escogí exponer el libro de Nehemías en la primera fraternidad latinoamericana de estudiantes evangélicos. Nehemías llegó a ser una clase de santo patrón del nuevo movimiento -o al menos una guía iluminadora para los jóvenes estudiantes que enfrentaban la fabulosa tarea de evangelizar un continente.

A medida que una responsabilidad reemplazaba a otra, continué siendo fascinado e instruido por la vida y las palabras de este hombre de acción. Y a al envejecer recogí más de él. Era el hombre, no el libro, el que me cautivaba. Él se ha convertido en mi modelo de liderazgo.1

Cuando leí por primera vez estas palabras de John White, reí a carcajadas, como a veces uno no puede evitar frente a las deliciosas cosas que Dios hace. John White y yo somos casi contemporáneos y tenemos varias cosas en común (una formación en InterVarsity de Inglaterra; genes británicos ligados a una ciudadanía canadiense; una teología evangélica, una carga pastoral y un llamado a escribir; además de vivir en Lower Mainland de British Columbia). Pero fue hasta 1986 cuando supe que compartíamos una relación paralela con Nehemías. El párrafo citado, sin embargo, toma palabras directamente de mi corazón. Me pregunto cuántos más hay que han sido instruidos por Nehemías en esta manera.

Defectos de Nehemías

Aunque Nehemías no aparece en la lista de todos de personajes favoritos de la Biblia, y eso, imagino, se debe al menos a dos razones. Para empezar, muchos cristianos saben muy poco acerca de él. Su lectura del Antiguo Testamento es superficial en el mejor de los casos, y el libro de Nehemías es uno al que nunca se acercan. Al saber que Nehemías no es mencionado en el Nuevo Testamento, infieren que no es importante, y así no le dan interés. Si se les dijera lo fuerte que es el caso para clasificarlo con Moisés, como el re fundador bajo la dirección de Dios de la nación en la que Dios usó a Moisés para crear, se sorprenderían.

Además, algunos de los que conocen un poco sobre él han formado una imagen desagradable que les impide tomarlo en serio como un hombre de Dios. Lo ven como persona algo desagradable que acostumbraba hacerse respetar y nunca sería una compañía agradable bajo ninguna circunstancia. Destacan las imprecaciones en sus oraciones -“Haz que sus ofensas recaigan sobre ellos mismos: entrégalos a sus enemigos; ¡que los lleven en cautiverio! No pases por alto su maldad ni olvides sus pecados, porque insultan a los que reconstruyen” (Neh. 4:4-5; compare 6:14 y 13:29, donde “recuerda” significa “recuerda para juicio”). Observan que al menos en una ocasión él maldijo y golpeó a algunos de sus compatriotas y les arrancó el cabello (13:25). Concluyen que difícilmente él era un buen hombre; ciertamente no un hombre de gran estatura espiritual, de quien se puedan aprender lecciones preciosas.

¿Cuál es el comentario apropiado de semejante opinión? Primero, en realidad existía un lado áspero en Nehemías; lo hay para la mayoría de los líderes. En términos de los cuatro temperamentos clásicos, parece haber sido un hombre colérico, robusto, incansable y franco que estaba feliz cuando acometía con energía proyectos desafiantes y quien encontraba más fácil (como decimos en nuestros días) hacer antes que ser. Personas de esa clase a menudo se hallan luchando, particularmente cuando los dirige su celo, como a veces lo hace, a hablar y actuar de manera exageradamente enfática. Pero, segundo, caballos para las carreras; Dios había preparado a Nehemías para una tarea que un hombre menos directo no habría podido realizar. Y, tercero, la limpieza que Jesús llevó a cabo en el templo y su denuncia contra los fariseos fue más áspera que cualquier relato de Nehemías; si pensamos que la violencia de Jesús estaba justificada, debemos conceder la posibilidad de que también la de Nehemías lo fuera. Diré más al respecto en el lugar apropiado.

Sin embargo, no estoy alegando que Nehemías no haya tenido pecado. Sería necio al punto de blasfemia si lo hiciera. Jesucristo es la única persona sin pecado que conocemos en la historia bíblica; él es la única persona sin pecado que ha existido jamás. El resto de los siervos de Dios han sido criaturas caídas, pecadores salvos por gracia, y a veces su pecaminosidad se muestra. Si acaso Nehemías tenía cabello rojo no lo sé, pero ciertamente tenía una intensidad sobre sí mismo que lo hacía expresarse con un estilo feroz no muy parecido a Cristo. Este era el defecto de su calidad, la limitación que iba con su fuerza. Todo siervo de Dios falla de un modo u otro, y Nehemías no fue la excepción a esa regla. Aun así sus puntos fuertes eran asombrosos; así que espero que nadie pierda el interés en él simplemente porque hemos concordado que no era perfecto.

Fuerzas de Nehemías

¿Qué fuerzas especiales vemos en Nehemías? Tres, al menos. Primero, es un modelo de celo personal —celo, esto es, para la honra y la gloria de Dios. Como lo dice en una de sus oraciones, es uno de esos que se deleitan “en honrar tu nombre” (1:11), y la fuerza de su pasión para magnificar al Señor es muy grande. Un celo así, aunque igualado por Jesús, los salmistas y Pablo (para no ver más allá), es más raro hoy que lo que debería ser; la mayoría de nosotros es más como los tibios laodicenses, vagando alegremente en iglesias serenas, sintiéndose confiados que todo está bien, y por tanto causando disgusto a nuestro Señor Jesús, quien mira que, espiritualmente hablando, nada es correcto (vea Ap. 3:14-22). El lenguaje áspero de la amenaza de nuestro Señor de vomitar a la iglesia de Laodicea -es decir, repudiarla y rechazarla- muestra que el celo por la casa de Dios todavía lo constriñe en su gloria, como lo hizo en la tierra cuando limpió el templo (Jn. 2:17). De vuelta a los días cuando Dios utilizó su propio pueblo como sus ejecutores, no sólo en guerra santa con paganos pero también en la disciplina de la iglesia, Finés el sacerdote había alanceado a un israelita y junto con su amante madianita, y Dios a través de Moisés había encomiado su celo que igualaba el de Dios: “Ha actuado con el mismo celo que yo habría tenido por mi honor... Dile. que yo le concedo mi pacto de comunión. ya que defendió celosamente mi honor.” (Núm. 25:11-13). Como Dios es celoso, así deben ser sus siervos.

¿Estamos claros qué es el celo? No es fanatismo; no es violencia; no es entusiasmo irresponsable; no es ninguna forma de egoísmo molesto. Es, más bien, un compromiso humilde, reverente, parecido a negocio, enfocado a santificar el nombre de Dios y el hacer su voluntad.

Un hombre celoso en religión es eminentemente un hombre de una sola cosa. No es suficiente decir que es serio, afectuoso, intransigente, minucioso, íntegro y ferviente en espíritu. Mira solo una cosa, es absorbido por una sola cosa; y eso es agradar a Dios. Viva o muera -esté sano o enfermo- sea rico o pobre; agrade u ofenda a los hombres; se le crea sabio o estúpido; ya sea que recibe honor, o consigue vergüenza; nada de esto le preocupa. A él lo consume una cosa, agradar a Dios, y promover la gloria de Dios.2

Las personas con este celo son sensibles a las situaciones en las que la verdad y el honor de Dios están en una manera u otra están en peligro, más bien que dejar que el asunto se olvide forzarán el asunto en la atención de las personas para empujar si es posible un cambio de corazón al respecto -aun a riesgo personal. Nehemías era celoso en este sentido, como veremos, y su celo es un ejemplo para todos nosotros.

La segunda fuerza que encontramos en Nehemías es su compromiso pastoral: el compromiso de un líder, un promotor natural, a un servicio compasivo por el necesitado. Un líder es una persona que puede persuadir a otros a abrazar y perseguir su propósito; como (pienso) Harry Truman lo expresó una vez, la tarea del líder es hacer que otras personas hagan lo que ellos desean hacer y lograr que les guste hacerlo. Uno es solo un líder si es seguido por alguien, así como sólo se es maestro si otros realmente aprenden de uno; así que para ser líder, uno debe ser capaz de motivar a otros. Pero entonces uno está en peligro de volverse un dictador, usando su poder de persuasión para manipular y explotar a quienes dirige. Nehemías, sin embargo, no era así. No era un dictador como no era un felpudo; no trataba sin miramientos a las personas más que lo que permitía que otros lo tratan así a él. Mientras expresaba amor por Dios por su celo concentrado, del mismo modo expresó amor por su prójimo mediante su cuidado compasivo. Conscientemente asumió la responsabilidad por el bienestar de otros; él vio la restauración de Jerusalén como una operación de beneficencia, no menos que una honra para Dios, y sacó tiempo al menos una vez de la construcción del muro para ayudar al pobre (vea 5:1-13), además de la permanente renuncia a su derecho de pedir apoyo de quienes gobernaba (5:14-18).

Nehemías desliza un número de sus oraciones en sus memorias, y algunas de estas han provocado desconcierto. “¡Recuerda, Dios mío, todo lo que he hecho por este pueblo, y favoréceme!” (5:19, siguiendo el relato de su servicio social) es un ejemplo. Más de tales oraciones aparecen en 13:14, 22, 1. ¿Qué sucede aquí? Preguntamos. ¿Está Nehemías tratando de construir un balance meritorio en el diario de Dios? ¿Está pidiendo ser justificado por sus obras? De ninguna manera. Él se refiere a lo que ha hecho simplemente como una muestra de su integridad y sinceridad en el ministerio, una prueba de su autenticidad como siervo de los siervos de Dios. En otras palabras, como evidencia de vivir el compromiso pastoral del que he estado hablando.

La tercera fuerza que Nehemías muestra es sabiduría práctica, la capacidad de hacer planes realistas y lograr que las cosas se hagan. Desde este punto de vista, las memorias de Nehemías constituyen un curso acelerado en habilidades directivas. Una vez que tuvo éxito en cambiar su vida cómoda como un lacayo de alto rango en el palacio (copero real) por la función problemática de gobernador de Judá, con disconformes constantemente ladrando a sus talones mientras intentaba reedificar y reorganizar Jerusalén, lo vemos levantarse a la altura del desafío de cada situación con penetración verdaderamente maestra e ingenuidad. Lo vemos asegurándose un salvoconducto y vales para materiales de construcción de parte del rey; organizar y supervisar la construcción del muro; arreglar la defensa de Jerusalén mientras la construcción seguía adelante; apagar el descontento y prevenir una amenaza de huelga dentro de la fuerza laboral; mantener el ánimo hasta que el trabajo se llevara a cabo; conducir negociaciones delicadas con amigos y con enemigos; y finalmente imponer varias veces leyes no apreciadas acerca de la raza, los servicios en el templo, y la observancia del día de reposo. Los dolores de cabeza de Nehemías como hombre superior fueron muchos, y la versatilidad santificada con la que maneja todas estas cosas es algo maravilloso de ver.

Y sus logros fueron tan destacados como sus dones. Él reedificó el muro en ruinas de Jerusalén en cincuenta y dos días, cuando nadie más pensaba que se podía reedificar. Restauró la adoración regular en el templo, la instrucción regular de la ley de Dios, la observancia seria del día de reposo, y la vida familiar piadosa. Él fue el verdadero nuevo fundador de la vida corporativa de Israel después del exilio, siguiendo a las restauraciones relativamente fallidas de los siglos anteriores. Él toma su lugar, por derecho, como parece ser, con los grandes líderes del pueblo de Dios en la historia de la Biblia: con Moisés, David y Pablo. Nehemías verdaderamente fue un hombre maravilloso.

Con todo, Nehemías sería el primero en reprenderme si dejo el asunto allí, porque él supo, e insiste en su libro, que lo aquello que logró no fue mero logro humano y sería un mal entendido si se tratara de esa manera. Las oraciones de en busca de ayuda que enfatizan su historia muestran dónde creía él que descansaba su fuerza, y donde diariamente buscaba el apoyo (vea 1:4-11; 2:4; 4:4; 9; 6:9). Su referencia a lo que Dios “puso en su corazón” (2:12; 7:5) muestra el lugar de donde él creía que su sabiduría provenía. Y su declaración “la muralla se ternnnó...|en| cincuenta y dos días... nuestros enemigos. reconocieron que ese trabajo se había hecho con la ayuda de nuestro Dios” (6:15-16) realmente lo dice todo. “No me den el crédito”, Nehemías protesta en efecto; “lo que se hizo a través de agentes humanos como yo fue hecho por Dios, y él debe tener la alabanza por ello.” Estoy de acuerdo, y espero que mis lectores también. ¡Soli Deo Gloria (Solo a Dios sea la gloria)!

El Dios de Nehemías

Lo que hace que alguien sea un hombre de Dios es fundamentalmente su visión de Dios, y nos ayudará a conocer mejor a Nehemías si a estas alturas damos un vistazo a sus creencias acerca de Dios, como su libro las revela. Doy por sentada, como ya debe ser obvio, la unidad del libro como un producto de la propia mente de Nehemías. Ya hemos visto que su núcleo son las memorias personales de este hombre de acción (capítulos 1-7 y 13), a lo que se ha agregado lo que parece un registro oficial de los ejercicios inaugurales de adoración en la Jerusalén restaurada (capítulos 8-12). La lista de edificadores en el capítulo 3, la relación del censo del capítulo 7, la lista de los firmantes en 10:1-27, y las listas de residentes en Jerusalén y sus alrededores, con sacerdotes y levitas, que llenan los capítulos 11:3—12:26 son la clase de material que hoy en día se pondría en apéndices; pero la forma antigua era simplemente incorporar todo en el texto. La conjetura natural es que, como un político moderno que sospecha o espera aparecer en los futuros libros de historia, Nehemías dedicó alguna parte de su jubilación a componer lo que en efecto es su testamento político y testimonio personal unido en uno; y a este fin sacó del diario que había mantenido durante sus años como figura pública, más fuentes oficiales a las que, como ex gobernador de Judá, tenía acceso directo.

El libro de Esdras, en esta perspectiva, habría sido escrito naturalmente como un volumen compañero, para relacionar el logro de Nehemías con lo que ha precedido desde el final del exilio.

Sea lo que fuera -y puedo asegurar que nada de ello puede probarse como cierto- el libro de Nehemías es una unidad, y por tanto no estamos equivocados al suponer que por escribir los capítulos 8-12 en su texto Nehemías endosó e hizo suyo todo lo que declaran acerca de Dios y sus caminos, aun cuando originalmente no los escribió.

Lo que Nehemías nos da de su diario nos habla, como lo pone el puritano Matthew Henry, no solo de las obras de sus manos sino también de las obras de su corazón; de hecho, casi nos dice más de lo último que de lo primero. Pero las obras del corazón de Nehemías en fe, oración, esperanza, confianza y aceptación de riesgo santificado y lucha espiritual contra lo que podemos reconocer como desalientos y distracciones dirigidos por el poder demoníaco todas expresan reflejan su conocimiento de Dios. Y esto comienza por él, como debe ser para todos, con el conocimiento acerca de Dios: el conocimiento conceptual que llamamos teología. La teología, que significa verdades en nuestra mente acerca de Dios, no es lo mismo que una relación con Dios, como la ortodoxia de los demonios lo demuestra (vea Stg. 2:19). Pero sin verdadera teología, aunque pueda haber un fuerte sentido de la realidad de Dios (como en el hinduismo, el animismo y la nueva era), la entrada a una relación de pacto por la cual conocemos que Dios es verdadera y eternamente nuestro no es posible. Así que, si queremos acercarnos a Nehemías y enriquecer nuestra relación con Dios a partir de la de él, debemos obtener un conocimiento de su teología.

Hace algunos años me ausenté por dos noches de una conferencia teológica en Nueva York que me estaba aburriendo. En una de las noches un amigo refugiado me llevó a un club de jazz, y pasé la otra en la Ópera Metropolitana donde se interpretaba Tannhauser de Wagner. Durante el primer intermedio una dama más joven que estaba sentada enseguida de mí comenzó a charlar acerca de la producción, y como aficionado de la ópera la charla se tornó animada. Me parecía que su esposo, sentado al otro lado de ella, no le interesaba la ópera y se sentía excluido. Me di cuenta que me veía de reojo y que tenía su mano fuertemente agarrada de la rodilla de ella; supongo que como señal de propiedad. Luego se separó de ella abruptamente, para sentarse en otra parte por el resto de la función. Eso fue muy incómodo. Tal vez su esposa había comenzado muchas conversaciones con otros hombres en el pasado. Tal vez la había llevado a la ópera en contra de su voluntad y quería volcar un poco de su enojo sobre alguien más. De cualquier modo, evidentemente sentía que su esposa en ese momento estaba más cerca de mí que de él, y eso no le gustaba. Y -este es el punto- lo que él sentía en un sentido era correcto, porque ella y yo conocíamos bastante de ópera, y al no tener ese conocimiento él no podía comprender lo que compartíamos, no compartía con nosotros. De la misma manera, a menos que sepamos lo que Nehemías sabía acerca de Dios no seremos capaces de comprender y compartir la visión y pasión que lo impulsaron a través de sus años de ministerio y convertirlo en un brillante ejemplo para nosotros de un liderazgo que sirve.

Así que preguntamos: ¿Qué creía Nehemías acerca de quien sobre diez veces, seis veces en oraciones transcritas, llamó “Dios mío”? ¿Cuánta era la fe de Nehemías en Dios? La respuesta es clara del libro mismo.

En primer lugar, el Dios de Nehemías es el creador trascendente, el Dios “del cielo” (1:4; 2:4, 20), auto sustentador, poderoso y eterno (“de eternidad a eternidad”, 9:5). Él es “grande” (8:6): “grande y admirable” (1:5; 4:14): “grande, temible, poderoso” (9:32), y los ángeles (“las multitudes del cielo”) lo adoran (9:6). Señor de la historia, Dios de juicio y misericordia: “eres Dios perdonador, clemente y compasivo, lento para la ira y grande en amor” (9:17; vea Éx. 34:6-7), Dios era para Nehemías la más sublime, permanente, penetrante, íntima, humilde, exaltadora, y encomiable de todas las realidades. La base por la cual, como el misionero William Carey, Nehemías intentó grandes cosas para Dios y esperó grandes cosas de Dios fue que, como el calvinista Carey, entendió la grandeza de Dios.

En segundo lugar, el Dios de Nehemías es Yahweh: “el SEÑOR”, el hacedor y guardador del pacto, cumplidor de promesas, y fiel Dios de Israel (9:8, 32, 33). La oración por la que el ministerio de Nehemías nació fue: “Señor, Dios del cielo, grande y temible que cumples el pacto...” y sigue adelante hasta pedir que Dios bendiga a “tus siervos y tu pueblo, al cual redimiste [de Egipto, hace mucho tiempo]” (1:5, 10; cp. 9:9-25). El pronombre personal en las frases “tu pueblo”: “nuestro Dios” (4:4, 20; 6:16; 10:32, 34, 36, 37, 38, 39; 13:2, 18, 27), y “mi Dios” (2:8, 12, 18, 5:19; 6:14; 7:5; 13:14, 22, 29, 31) son afirmaciones de las relaciones de pacto entre Dios y los israelitas como una realidad establecida, y las invocaciones de ello como una base para la confianza, la esperanza y la obediencia. El pacto de Dios, como el pacto matrimonial, era un lazo mutuo de posesión y entrega de sí mismo: Dios poseía a Israel como su pueblo y se dio a ellos para bendecirlos mediante sus dones y dirección, mientras que los israelitas poseían a Jehová como su Dios y profesaban darle honor mediante su adoración y servicio. La devota dependencia en Dios que sostuvo a Nehemías a través de su carrera como líder, y que con tanta frecuencia verbalizó a través del libro, era una expresión de su fe en el compromiso de pacto que Dios tenía con él y con quienes dirigía, como era su declaración mientras preparaba las defensas de Jerusalén: “Nuestro Dios peleará por nosotros” (4:20). Su fe en Dios nunca fue decepcionada. El Dios de Nehemías demostró ser un fiel guardador del pacto que no abandonó a su siervo.

En tercer lugar, el Dios de Nehemías es un Dios cuyas palabras de revelación son verdad y dignas de confianza. A través de instrucción espiritual dada por medio de Moisés y los profetas (1:8; 8:1, 14; 9:13, 30; cp. 9:20), Dios había dicho a su pueblo quién era Él, lo que quería de ellos, cómo respondería si ellos eran rebeldes, y qué haría si ellos se arrepentían después. “Recuerda”, oró Nehemías “te suplico, lo que le dijiste a tu siervo Moisés: Si ustedes pecan, los dispersaré entre las naciones: pero si se vuelven a mí, y obedecen y ponen en práctica mis mandamientos, aunque hayan sido llevados al lugar más apartado del mundo los recogeré y los haré volver al lugar donde he decidido habitar” (1:8-9, aludiendo a Lev. 26, especialmente versículo 33; Dt. 28:64 y 30:1-10, especialmente versículo 4). Aquí, al comienzo de su libro, vemos a Nehemías tratando con Dios sobre la base de que Él es el Dios que cumple lo que dice.

Después, Esdras (Neh. 8:1-6) y Nehemías (8:9-10) trataron el tiempo dedicado a la lectura, predicación y enseñanza de la Ley de Dios como un gran acontecimiento nacional, precisamente por lo que Dios había establecido en los libros de Moisés como su voluntad para Israel estaba todavía en vigor. Esa era la razón por qué era tan importante erradicar la ignorancia de la Ley, y luego los pecados pasados de ignorar la Ley fueron confesados y renunciados solemnemente, y luego hacer el nuevo compromiso “a obedecer todos los mandamientos, normas y estatutos del Señor” (10:29, vea capítulos 9-10). La Ley que Dios dio a su pueblo del pacto para mostrarles cómo agradarlo era, para Nehemías las normas incambiables de justicia, tal como lo eran las promesas de Dios, para él, la base incambiable de esperanza para el futuro y confianza presente. Nehemías por lo tanto llega a ser un modelo para nosotros, en términos del Antiguo Testamento, de lo que significa vivir por la convicción expresada en la antigua canción cristiana:

Confía y obedece,

Porque no hay otra manera

De ser feliz en Jesús

Que confiar y obedecer

Estas tres convicciones acerca de Dios eran ciertamente la hechura de Nehemías. Sin ellas, nunca se habría preocupado lo suficiente acerca del honor de Dios en Jerusalén para orar que la ciudad fuera restaurada, tampoco hubiera buscado el costoso y atemorizante papel de ser el líder en esa restauración, tampoco hubiera tenido lo que se requería para mantenerlo adelante frente a la apatía y animosidad que su liderazgo enfrentó. Mientras que es cierto que por temperamento era un maestro al punto de ser autocrático y áspero al punto de la obstinación, estas cualidades solas nunca producirían la paciencia, disposición, sentido de responsabilidad y libertad del cinismo defensivo que lo caracterizó. La cualidad de Nehemías que C. S. Lewis llamó obstinación en creer, el factor de continuidad, tenía algo sobrenatural que solo puede explicarse en la manera que el escritor de Hebreos explica la firmeza de Moisés al desafiar al rey de Egipto y dirigir a la chusma de israelitas en el peregrinaje a su nueva tierra: “Por la fe salió de Egipto sin tenerle miedo a la ira del rey, pues se mantuvo firme como si estuviera viendo al Invisible” (Heb. 11:27). Es sólo los que “ven” al Dios del pacto grande, poderoso, bondadoso, fiel los que son capaces de resistir la clase de presiones que Moisés y Nehemías enfrentaron -presiones que implicaban extremos de lo que los dichos ingleses de los años setenta llamaban “aggro”- y de aquí real riesgo a la vida. Esta visión produce esperanza, levanta la moral, y sostiene el compromiso en una manera más allá del entendimiento del mundo y de los de la iglesia cuya visión de Dios ha disminuido.

Se ha calculado que los varios lapsos del siglo veinte en barbarismo político, trivial y sociológico han producido más mártires que cualquier siglo anterior ha visto, aun el segundo y el tercero, durante los cuales el cristianismo era una religión prohibida y surgió persecución oficial vez tras vez. Simplemente es un hecho que aquellos que renunciaron a sus vidas antes que renunciar a su fe han venido de aquellos círculos cristianos en los cuales la visión bíblica del Dios vivo se ha enseñado y mantenido.

Por la mejor parte de dos siglos, formas del camaleón intelectual llamado liberalismo, o modernidad, han dominado las iglesias principales de occidente. La raíz del liberalismo modernista es la idea, surgido de la llamada Ilustración, de que el mundo tiene la sabiduría, de modo que el cristianismo debe absorber y ajustar a lo que el mundo esté diciendo en el mundo acerca de la vida humana. El deísmo, que desvanece a Dios enteramente del mundo de los asuntos humanos, y el punto de vista llamado hoy pananteísmo o monismo, que lo aprisionan penetrante pero impotentemente, han sido los polos entre lo que ha fluctuado el pensamiento liberal acerca de Dios. Pero ninguno de estos conceptos sobre Dios, es, o puede ser, trinitario; tampoco tiene espacio para creer en la encarnación, o en una expiación objetiva, o en una tumba vacía, o en el señorío cósmico soberano de un Cristo vivo hoy; y tampoco encuadra con la afirmación que la enseñanza bíblica es una verdad revelada divinamente. No es de sorprender, entonces, que el liberalismo típico produce, no mártires, ni personas que desafían el estatus secular, sino adornos, personas que van con el consenso cultural del momento, sea sobre al aborto, la permisividad sexual, la identidad básica de todas las religiones, la impropiedad del evangelismo y la tarea misionera, o cualquier otra cosa.

En el último siglo, cuando las ideas del progreso estaban en el aire y era posible creer que cada día en todas maneras el mundo estaba mejorando, el liberalismo, que se presentaba a sí mismo como un cristianismo de vanguardia, podría hacerse parecer correcto; en nuestro día, sin embargo, las personas que piensan que están seguros lo han encontrado equivocado. Hoy, después de todos los horrores que nuestra era han visto, la idea de que el mundo es el depositario de sabiduría parece más un mal chiste, y el punto de vista que clasifica al cristianismo de nuestros padres, el cristianismo que produjo a Agustín, Lutero, Whitefield, Wesley, Spurgeon, Lloyd-Jones y Billy Graham, como una bolsa de retazos de basura pasada de moda en el cual podemos mejorar las apariencias como realmente es. La única clase de cristianismo que puede razonablemente reclamar la atención para el futuro es el cristianismo basado en la Biblia que define a Dios en términos bíblicos y ofrece, no afirmaciones, pero transformación de nuestra vida desordenada.

Un signo esperanzador en medio de la confusión a gran escala que marca a la iglesia moderna es que más y más de lo que profesan ser cristianos reciben la Biblia como la Palabra de Dios y toman al Dios que encontramos en sus páginas con total seriedad, como lo hicieron los reformadores y los puritanos y los despertares evangélicos del siglo dieciocho. Ha sido como cualquier cosa que en cualquier tiempo en la historia que el Espíritu de Dios se ha movido en avivamiento. Fue así en los días de Nehemías, como veremos, y todavía es el caso que la vida espiritual comienza cuando almas con hambre se vuelven, o regresan, a la Biblia y su Dios. Quizás Dios no nos ha abandonado totalmente, después de todo.

La piedad de Nehemías

Las personas que viven cerca de Dios tienen más consciencia de Dios que consciencia de ellos, y si les llama piadosos o santos en su cara es probable que sonrían, muevan su cabeza y digan que les gustaría que eso fuera verdad. Lo que conocen de sí mismos se relaciona más con sus debilidades y pecados que con algún atavío espiritual verdadero o imaginario, y son reacios a hablar de sí mismos excepto como instrumentos en las manos de Dios, siervos cuya historia sólo merece ser tomada en cuenta porque es parte de la historia más grande de cómo Dios se ha exaltado en este mundo que le niega honor. Nehemías parece haber sido esta clase de santo, y las vislumbres que nos da de su vida interior son raras. Por temperamento natural él era tan extrovertido como Jeremías era introvertido, y en cualquier caso la manera de los extrovertidos es enfocarse en asuntos fuera de ellos mismos. Tres cosas al menos, sin embargo, pueden especificarse con seguridad sobre su vida espiritual, en cada una de ellas él es un brillante ejemplo para los creyentes cristianos.

Primero, el caminar con Dios de Nehemías estaba saturado con su oración, y oración de la clase más verdadera y pura; es decir, la clase de oración que siempre procura aclarar su visión de quién y qué es Dios, y celebrar su realidad en adoración constante, y volver a pensar en su presencia las necesidades y peticiones que se traen ante él, de manera que la expresión de ellas comience por especificar que “santificado sea tu nombre... que se haga tu voluntad... porque tuyo es el reino, el poder, y la gloria”. Como comenzamos a ver antes, Nehemías enfatiza su historia con oraciones a “mi Dios”, quien es “nuestro Dios”. Él comienza su libro con una trascripción completa de su plegaria por el pueblo del pacto (1:5-11), la termina con cuatro peticiones, la última de las cuales en realidad es su línea de terminación (13:14, 22, 29, 30), y se sale de curso para registrar otras oraciones a través de su narración. (¿Escribió estas oraciones en el primer momento que las hizo? Parece que así fue, y gran cantidad de personas que oran han encontrado que esta es una buena práctica.) Está claro que como escritor entiende, y ahora quiere que sus lectores entienda, que solamente las aventuras que comenzaron con oración y estuvieron bañadas de oración con ellas es probable que sean bendecidas como la aventura de reedificar los muros de Jerusalén, así que selecciona y ordena su material para proyectar esta verdad sin tener que ponerlo en palabras. Él nos habla de su oración para enseñarnos de su propio ejemplo que es la oración la que cambia las cosas, y que sin oración no hay prosperidad. Evidentemente había aprendido esto en años anteriores a que abriera su libro, así que cuando las malas noticias procedentes de Jerusalén sabía que su primera tarea era, como dice el antiguo himno: “llevar todo a Dios en oración.

La vida pública de Nehemías fue el flujo, y por tanto la revelación, de su vida personal, y su vida personal como lo muestra su narrativa estuvo empapada, y formada por oración habitual de petición, en la que la devoción, la dependencia y el deseo por la gloria de Dios encontraron igual expresión. En esto él está frente a nosotros como un modelo. “oren sin cesar”: “oren en el Espíritu en todo momento”, dice Pablo (1 Ts. 5:17; Ef. 6:18). Jesús dijo a sus discípulos la parábola del juez injusto “para mostrarles que debían orar siempre” (Luc. 18:1). La vida de Nehemías enseña la misma lección. La conversación privada constante con Dios, pidiendo y adorando, es una expresión natural de un corazón regenerado y una disciplina necesaria para un líder espiritual, y el ejemplo de Nehemías en este punto debería ser indeleble en nuestra mente.

Segundo, el caminar de Nehemías con Dios implicaba solidaridad con su pueblo -los judíos, pueblo de Dios- en su pecado y necesidad. Él era un hombre de grandes dones y marcada individualidad, viviendo como empleado oficial persa, primero como copero real, luego como gobernador de provincia; esto necesariamente ponía una distancia de otros judíos exteriormente, y podría haber enfriado su pasión por el bienestar de los judíos interiormente a medida que pasaban los años. Pero en realidad su compromiso para ver reedificada Jerusalén, material y espiritualmente, nunca disminuyó. Su celo por esta causa corre por su libro, haciéndose claro en las primeras oraciones. Los viajeros de Jerusalén arribaron, y Nehemías les pregunta cómo estaba la ciudad (1:1-2). Ellos le dicen que los muros están derribados de nuevo, las puertas han sido derribadas al suelo, y la escena es de “gran problema y desgracia” para la comunidad que había regresado.

Al escuchar esto, Nehemías dedica sus horas libres por varios días haciendo duelo, en ayuno, llorando y en oración; al parecer buscando que Dios le mostrara por qué orar específicamente (un paso constantemente necesario, sea dicho, en la práctica de la intercesión) (1:3-4). “Entonces” con su mente clara al fin y su petición formada y enfocada, presenta ante Dios la petición que el Espíritu de Dios le ha ayudado a poner en orden (1:5-11). Y en esta petición su solidaridad con los judíos de Jerusalén no tiene calificativo y es completa. “Confieso los pecados de los hijos de Israel que hemos cometido contra ti; sí, yo y la casa de mi padre hemos pecado. En extremo nos hemos corrompido contra ti, y no hemos guardado los mandamientos, estatutos y preceptos que diste a Moisés tu siervo” (1:6-7). Reconoce la solidaridad (hemos, no solo han) por sabiendo que así es como Dios lo mira. Así que acepta una parte en la culpa del pueblo que ahora está siendo juzgado, y en esto, también, es un modelo para nosotros.

La solidaridad como envolvimiento comunal de acuerdo con la Biblia -la solidaridad de la familia, la nación y la iglesia- es algo que no entendemos bien. La cultura occidental enseña nos enseña a tratarnos como individuos aislados y disculparnos por no aceptar ser solidarios con algún grupo, especialmente cuando la solidaridad es de mala fama. John White relata una historia encantadora para ilustrar nuestra actitud.

Como estudiante de medicina una vez perdí una clase práctica sobre enfermedades venéreas. Por ello tuve que acudir a la clínica de enfermedades venéreas solo una noche en una hora cuando normalmente los estudiantes no asisten. Al entrar al edificio un enfermero a quien no conocía me encontró. Había fila de hombres esperaba el tratamiento. “Quiero ver al doctor,” dije.

“Eso es lo que todos quieren. Póngase en la línea”, contestó.

“Pero usted no entiende. Soy estudiante de medicina,” protesté.

“No hay diferencia. Usted la obtuvo de la misma manera que los demás. Póngase en la línea,” volvió a ordenar el enfermero.

Al final me las arreglé para explicarle por qué estaba allí, pero todavía puedo sentir la sensación de culpa que me impidió pararme en la línea con hombres que padecían enfermedades venéreas.”3

Nehemías, sin embargo, sabía que Dios veía a los judíos, la simiente de Abraham, como una familia, con responsabilidades colectivas y un destino colectivo, y sin dudarlo se identificó con ellos en la culpa que los había puesto bajo juicio. Jesús se condujo de manera similar cuando, como Salvador, hizo fila con pecadores y pasó por el bautismo de arrepentimiento de Juan; lo mismo debemos hacer en la iglesia. Todos tenemos mayor parte en los errores e infidelidad de la iglesia de lo que sabemos, y por tanto no debiéramos tratar esa sensación que tenemos por sus fallas como una excusa para no confesar que tenemos parte en el proceso de sus fallas. Tampoco es para que demos la espalda a la iglesia con impaciencia, como los trabajadores “paraeclesiásticos”, así llamados, a veces hacen, pero orar y trabajar por su renovación, manteniendo eso como nuestro principal enfoque de interés todo el tiempo. Esta es la mayor lección que aprender de nuestro encuentro con Nehemías.

Tercero, el caminar con Dios de Nehemías trajo sobriedad acerca de sus poderes. Este es un rasgo distintivo del carácter que revela la verdadera humildad y madurez delante de Dios. Ser humilde no es asunto de pretender ser indigno, pero es una forma de realismo, no sólo respecto a la maldad verdadera de los pecados y torpezas personales y la profundidad verdadera de nuestra dependencia en la gracia de Dios, pero también respecto al grado de nuestras habilidades. Los creyentes humildes saben lo que pueden hacer y lo que no pueden. Están al tanto de sus dones y de sus limitaciones, y así pueden evitar la infidelidad de dejar que los poderes que Dios les ha dado permanezcan inactivos y la necedad de echarse más trozos de los que pueden masticar. Nehemías tenía dones de liderazgo y dirección que usó hasta el límite. Su carácter práctico visionario fue un don maravilloso, que produjo resultados maravillosos. La manera en que motivaba y dirigía la construcción de los muros de Jerusalén, la repoblación de la ciudad, y la reorganización de los recursos del templo fueron verdaderamente napoleónicos. Pero cuando el programa era enseñar la Ley y el primer gesto público de obediencia renovada a Dios, Nehemías dio un paso atrás y dio a Esdras y a los levitas la función de liderazgo, interviniendo solamente en un momento de confUsión general para urgir al pueblo a celebrar en vez de llorar (8:9-10). De otra manera, se limitó a organizar las procesiones a la dedicación del muro (12:31, 38, 40). Sabía que no había sido llamado o calificado para predicar y enseñar, y no trató de usurpar estas funciones. En esto se mostró humilde y maduro y reveló un realismo acerca de sus dones y responsabilidades que haríamos bien en codiciar para nosotros.

Aquí están, entonces, las tres lecciones fundamentales que podemos aprender del servicio de Nehemías a Dios antes de que pasemos a estudiar las formas que tomó su servicio.

Nehemías

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