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La Promesa de Redención

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El Tema de los Pactos

Porque es preciso que Él reinehasta que haya puesto a todossus enemigos bajo el estrado de sus pies. 1 Corintios 15:25

Si nuestra salvación y bendiciones en Cristo fueron retratadas como un árbol que da frutos, Génesis 3:15 sería la semilla. Dice: “Y pondré enemistad entre ti y la mujer, y entre tu simiente y la simiente suya; ésta te herirá en la cabeza, y tú le herirás en el calcañar.” Esta promesa de la simiente es sembrada en la tierra de un mundo estable, establecido por el pacto con Noé. La simiente crece hasta ser un retoño tierno llamado el Pacto de Abraham. El retoño luego se convierte en un árbol que obtiene su aspecto y forma de los pactos hechos con Moisés y David. Luego, su fruto brota en el Nuevo Pacto. Donde no hay simiente, no habrá árbol, y eso hace a esta promesa de la simiente de valor inestimable para nosotros. Contiene los elementos esenciales de la promesa de redención que será revelada y expandida en las generaciones siguientes. En la misma ocasión que la maldición fue pronunciada sobre Adán y Eva, la simiente del evangelio fue sembrada, y eso es lo que queremos considerar en este capítulo.

Llegando a la Raíz

Génesis 3:15 viene después del inútil intento de Adán y Eva de encubrir su propio pecado (v.7). No es sorpresa que inmediatamente después del primer pecado, Adán y Eva hayan intentado encargarse del problema sin Dios. Su horrible sentido de culpa y vergüenza está ardiendo dentro de ellos, pero ellos no van a Dios con su pecado. En vez de eso, hacen delantales para sí mismos para esconder la desnudez de la cual ahora están conscientes. Ésta siempre es la respuesta instintiva y automática a nuestro pecado, pero es lo opuesto a lo que Dios nos manda hacer. El pecado encubierto solo crecerá y se pudrirá. Como un moho, crece mejor en lugares húmedos y oscuros. El pecado debe ser expuesto para ser eliminado; debe ser confesado para ser limpiado. Entonces Dios mismo, contra quien el pecado ha sido cometido, busca a Adán y Eva. Sus preguntas son calculadas para hacerles reconocer su condición: “¿Dónde estás tú?” “¿Has comido del árbol del que yo te mandé que no comieses?” (Génesis 3:9-11).

Habiendo sido expuesto su pecado, Adán aún no confiesa, sino que trata de poner la responsabilidad en otro sitio, diciendo: “La mujer que me diste como compañera” fue el problema (Génesis 3:12). Fíjense que cuando desviamos la responsabilidad por nuestros pecados, a fin de cuentas lo que hacemos es señalar a Dios. En vez de culparnos a nosotros mismos, culpamos a personas, circunstancias o cosas, insinuando que Dios es culpable de nuestros pecados y fracasos.

Después la mujer pasa la culpa a la serpiente. Aunque ciertamente esta no fue la respuesta correcta, el Señor convierte el traspaso de su culpabilidad en la búsqueda de la fuente del problema. Él lo usa para abordar primero la fuente de la tentación y después trata con la pareja culpable. La serpiente es el vehículo para esta tentación, y como tal, se pronuncia sobre ella una maldición específica superior a la maldición que vendrá sobre todas las criaturas como resultado de la caída. Tendrá que recorrer la tierra de la forma más humillante—sobre su pecho—y comerá el polvo de la tierra (v.14) (Más adelante los profetas pronuncian la misma maldición sobre los enemigos del Señor (Salmo 72:9; Mi 7:17). Sin embargo, la serpiente no fue la verdadera fuente del mal que rompió la paz y la pureza del Huerto del Edén. Dios expandirá la maldición para lidiar con el enemigo primario que incubó esta tentación, lo que nos lleva a la declaración de guerra del Señor contra Satanás.

La Declaración de Guerra

La promesa de redención está expresada en un lenguaje bélico en el cual se declara una enemistad y se asegura un triunfo. El enfoque de esta declaración de guerra es en el triunfo de Dios y no en el rescate del hombre. Ciertamente el hombre será rescatado, pero lo más importante es que ha habido una afrenta contra la gloria de Dios. Ésta será completamente rechazada. El diablo ha agredido la principal creación de Dios y debe enfrentar las consecuencias. La Promesa de Redención se trata de la vindicación de Dios, la inmutabilidad de Su gran plan para la humanidad y el triunfo de la simiente de la mujer sobre la serpiente.

EL INICIO DE LA ENEMISTAD

La declaración del Señor contra la serpiente abarca tres áreas de enemistad. Primero, habrá enemistad entre Satanás y la mujer. Dios no dilató el comienzo de las hostilidades con el diablo permitiendo que conquistase toda la humanidad hasta la venida de Cristo. Satanás sería combatido desde el principio, y la mujer que él atrajo al pecado sería la primera, por decirlo así, que se levantaría en armas contra él. La palabra traducida aquí como “enemistad” se refiere a odio y a un espíritu vengativo y rencoroso. No es solo oposición, sino oposición con una fuerza emocional tras ella. (Ver Números. 35:22, Ez 25:15, 35:5). Es decir, habrá una relación intensamente adversa entre Satanás y la mujer.

LA CONTINUIDAD DE LA ENEMISTAD

En segundo lugar, habrá enemistad entre dos grupos básicos de la humanidad. El mundo estará dividido mientras permanezca en su presente condición en los siguientes dos grupos: la simiente de la mujer y la simiente de la serpiente. A lo largo de todas las edades, estos grupos estarán en oposición uno contra el otro como enemigos irreconciliables. Aquellos que tienen el mismo corazón y disposición que la mujer no tendrán nada en común con los que son del mismo corazón y mente que el diablo para Dios (2 Corintios 6:15).

Sin embargo, los cristianos que son “la simiente de la mujer” reflejan el carácter de un Dios de gracia y misericordia (Apocalipsis 12:17), y han de amar a sus enemigos (Mateo 5:44). Esto no es cierto de la “simiente de la serpiente” (los incrédulos). Los cristianos tienen el amor divino implantado en su corazón que les hace desear que aquellos que aún están en rebelión se arrepientan de sus pecados. Aun así, esto no crea una unión artificial entre nosotros y ellos; es un amor de compasión y pena por las tinieblas y ausencia de vida que el pecado ha causado en el corazón del hombre. Sin embargo, el verdadero cristiano con un corazón como su Padre, recordará su enemistad pasada con Dios, y se compadecerá de quienes aún no se han sometido al gobierno del Salvador.

Además, leemos en las Escrituras que el enemigo de nuestras almas perseguirá (a menudo por medio de su “simiente”) a los santos de Dios a lo largo de las edades. El libro de Apocalipsis nos da varias imágenes de la oposición de Satanás al pueblo de Dios, pero hay una que particularmente evoca la declaración de guerra que ahora estamos considerando:

Entonces el dragón se llenó de ira contra la mujer; y se fue a hacer guerra contra el resto de la descendencia de ella, los que guardan los mandamientos de Dios y tienen el testimonio de Jesucristo. (Apo 12:17)

El contexto de este pasaje pone de relieve la guerra que ha habido por las edades entre estos dos grupos de la humanidad.

EL CLÍMAX DE LA ENEMISTAD

Finalmente, habrá enemistad entre Cristo y Satanás. Ésta es la suprema enemistad a la que se refiere el pasaje. Aunque el pasaje habla de descendencia en general, también señala a la descendencia de la mujer, la simiente que aplastará la cabeza de la serpiente. Todos los hijos de Eva odian a la serpiente y sus obras, pero ese odio es más profundo y fuerte en el santo corazón de Jesucristo. Las palabras de Jesús durante los principios de su ministerio terrenal revelan la severidad de esta enemistad. Cuando Satanás se ha aprovechado de Simón Pedro, Jesús le habla a la fuente del problema, dirigiéndose a su antiguo adversario con estas palabras: “¡Quítate de delante de mí, Satanás!; me eres tropiezo, porque no pones la mira en las cosas de Dios, sino en las de los hombres.” (Mateo 16:23).

Durante el ministerio terrenal de Cristo, Satanás estuvo maquinando la derrota de nuestro Salvador desde Su nacimiento hasta la víspera de su crucifixión, y en todo momento durante ese período. Los frecuentes choques entre Cristo y Satanás se intensificaron hasta llegar a la gran batalla de la cruz. Aunque la enemistad es tan vieja como la Caída, la tentación en el desierto trajo esa enemistad a la luz cuando Jesús y Satanás se enfrentaron cara a cara al principio de su ministerio. Desde ese punto en adelante, Satanás fue derrotado por la “simiente de la mujer” en cada ocasión. El echar fuera demonios ilustra la por la “simiente de la mujer” en cada ocasión. El echar fuera demonios ilustra la 29). Debido a su naturaleza, esta enemistad nunca será traída a términos de paz. Debe haber una victoria absoluta de un lado u otro. Esto nos lleva a la siguiente gran declaración en la promesa de redención.

La Promesa de Victoria

Ahora llegamos a lo que realmente es el corazón del pasaje—la simiente prometida: “Ésta [refiriéndose a la simiente de la mujer] te herirá en la cabeza, y tú le herirás en el calcañar.” (Génesis 3:15). La promesa de la simiente del evangelio es la promesa de una simiente; ésta es la semilla de donde crecerá toda la historia de la redención, y Cristo Jesús es la sustancia de esa semilla. El es el objeto primario de la historia completa de la Biblia y verdaderamente la historia total del mundo. Hay por lo menos cuatro cosas que se nos dicen sobre esta simiente de la mujer en Génesis 3:15: la venida de la simiente, el propósito de Su misión, el sufrimiento de la simiente, y el éxito de Su misión.

LA VENIDA DE LA SIMIENTE: “LA SIMIENTE DE LA MUJER”

Primero, estas palabras comienzan a revelar la forma en que el pecado será derrotado. Nos dicen cómo la simiente vendrá al mundo. Vendrá por medio de una mujer. Dios usará la mujer a quien la serpiente engañó para traer al mundo la simiente que aplastará su cabeza. En otras palabras, los mismos seres a quienes Satanás hizo que cayesen traerán al Hombre que lo derrotará completamente. Esta promesa se repite a lo largo del Antiguo Testamento, especialmente en los profetas, y luego es confirmada en el Nuevo Testamento con la historia del nacimiento de Jesús.

Considere cómo la promesa se desarrolla en la Escritura. Primero, en Génesis capítulo tres aprendemos únicamente que una simiente de la mujer producirá la derrota de Satanás. Después, hallamos que la simiente sería de Abraham, del pueblo de Israel (Génesis 22:18). Más adelante, descubrimos que la semilla será un Rey del linaje real de David (Salmo 132:11). El carácter de este libertador es explicado aún con más claridad en los profetas, y al final del Antiguo Testamento hay imágenes de este conquistador como un Profeta, un Sacerdote, nuestro Sacrificio, un Siervo, ¡y el Dios eterno de todos! Después, en el tiempo perfecto de la historia, de acuerdo al plan de Dios, esta simiente victoriosa de la mujer nació de la Virgen María (comp. Gálatas 4:4-5; Isaías 7:14; Lucas 2:10-11; Hebreos 2:14-15). Eva no podría haber concebido un vencedor y Salvador tan poderoso como nuestro Señor Jesús. Pero ella sí sabía esto: el Vencedor sobre su enemigo vendría de su propio cuerpo. Esta breve línea resume un plan maestro que duraría miles de años en su desarrollo y cumplimiento. Señala al Hombre que fue más que un hombre, que era completamente un hombre nacido de mujer, y a la vez el eterno Hijo de Dios.

EL PROPÓSITO DE SU MISIÓN: “EL HERIRÁ”

En segundo lugar, este versículo revela el propósito de la misión del Señor Jesucristo. Él no estará en una misión diplomática, tratando de lograr paz entre la serpiente y la mujer, sino que vendrá como un hombre de guerra. De hecho, una de las cosas más conmovedoras de la vida de Cristo es lo decidido que estaba a lograr Su misión. Él nunca olvidó por un momento la razón por la que vino a esta tierra. Toda Su obra fue para cumplir la misión que se le asignó. Los fariseos y los saduceos no pudieron detenerlo, Sus amigos cercanos no pudieron disuadirlo, ni aun Su familia pudo estorbarlo. Cuando el mismo Satanás lo agredió con todo su poder, se estrelló contra el muro de la determinación de nuestro Salvador, y tuvo que irse gimiendo en derrota. Mientras Sus días sobre la tierra llegaban a su fin, la determinación de completar Su misión parecía crecer, y Él “afirmó su rostro para ir a Jerusalén,” el lugar de Su conflicto contra la Serpiente (Lucas 9:51-56). Él estaba, en un sentido correcto, consumido por Su misión. Esa misión era “deshacer las obras del diablo” (1 Juan 3:8).

EL SUFRIMIENTO DE LA SIMIENTE: “Y TÚ LE HERIRÁSEN EL CALCAÑAR”

La promesa en Génesis 3:15 también revela que la simiente por venir sufriría para lograr la salvación; dice, “tú le herirás en el calcañar.” La forma de la derrota de Satanás no es estéril y distante como una guerra peleada en una pantalla de computadora. Requería que Cristo se hiciera humano, que fuese hecho a la semejanza de carne pecaminosa, y sufriera como hombre hasta el punto de morir, “y muerte de cruz” (Fil 2:8; comp. Hebreos 2:14-15). La ira de Dios que Cristo llevó como hombre en lugar de todo Su pueblo se requería para derrotar al enemigo de nuestras almas, ese acto es descrito en términos de “herir,” o aplastar.

Hubo un dolor indescriptible envuelto para aplastar la cabeza de la serpiente, como la misma imagen sugiere ¿Qué se sentirá pisar con el pie la cabeza de una serpiente mientras sus dientes le muerden el calcañar? Mientras más fuerte usted presione, el enemigo será aplastado más intensamente, ¡pero qué manera tan angustiosa de destruir a un enemigo! El término para “herir” sugiere una herida severa, y no simplemente una pequeña cortada o llaga. El sacrificio de nuestro Señor por los pecados le causó una herida que, por Su gracia, nosotros nunca conoceremos ni entenderemos completamente porque Él la tomó en nuestro lugar ¡Gracias sean dadas a Dios porque no quitó Su pie hasta que la victoria era segura! ¡Gracias sean dadas Dios porque terminó la obra en la cruz, que no llamó a ángeles para que lo librasen, y que El Padre no lo salvó de esta hora! Somos librados porque Cristo no aminoró Su propio dolor y sufrimiento ni aun hasta el final ¡Alabado sea el Señor por Su maravillosa gracia enviando la simiente de la mujer a sufrir así!

EL ÉXITO DE SU MISIÓN: “ESTA TE HERIRÁ EN LA CABEZA.”

Finalmente, el hecho de que las palabras de Génesis 3:15 le dicen a Satanás que su cabeza será aplastada, revela la efectividad de la misión llevada a cabo por la simiente de la mujer. Cuando la cabeza de un enemigo es aplastada, la victoria es final, y esta victoria es manifestada de muchas maneras.

Primero, está el éxito de Su misión por medio de la cruz. El éxito de la misión de Jesucristo derrotando a Satanás y redimiendo Su pueblo es anunciado triunfantemente por el apóstol Pablo cuando dice que Cristo ha quitado del medio el mal récord de nuestros delitos clavándolos en la cruz, y que habiendo “despojado a los principados y a las potestades, los exhibió públicamente, triunfando sobre ellos en la cruz.” (Colosenses 2:13-15). Hebreos nos dice que Él se volvió carne “para destruir por medio de la muerte al que tenía el imperio de la muerte, esto es, al diablo,” (Hebreos 2:14).

El diablo tenía el “poder de la muerte” en el sentido que su tentación hizo pecar a Adán y esto trajo muerte al mundo. Él podía reclamar derechos sobre las almas de los hombres por el justo decreto de Dios. Dios había dicho, “el día que de él comieres, ciertamente morirás.” Sin embargo, Cristo tomó un cuerpo para poder vencer la muerte y al diablo de un solo poderoso golpe.

Imagínese lo que significó la declaración de Génesis 3:15 para Adán y Eva. Ellos estaban oyendo la primera promesa del Evangelio que jamás se había oído, el primer rayo de esperanza que brilló en la oscuridad de su pecado y caída. Es el comienzo de la revelación del reinado victorioso de Cristo, y con estas palabras, hay certeza absoluta. En una forma terrible, la pareja culpable había aprendido que Dios era innegablemente fiel a Su palabra mientras experimentaban la muerte después de comer el fruto prohibido. A diferencia de la serpiente, todo lo que Dios les había dicho antes era plenamente verdad. Sin embargo, ahora, esa terrible experiencia de la verdad de Dios concerniente al juicio estaba siendo transferida al banco de la esperanza. Si Dios es fiel en Sus amenazas, Él es fiel en Sus promesas; si Él dice que la cabeza de la Serpiente será aplastada, será aplastada. Dios ha hablado, y por lo tanto el asunto está decidido. La cabeza del Enemigo—esa cabeza cuya boca habló esas palabras tentadoras que llevaron a la condenación de Adán y Eva— ¡será puesta bajo el poderoso pie de Jesucristo el Señor!

Segundo, note el éxito de Su misión a través de Su pueblo. Cuando leemos que la cabeza de la serpiente será aplastada por la simiente, debemos recordar el principio de unión con Cristo el cual vimos en el capítulo previo. Porque estamos unidos y conectados con El, compartimos Su victoria sobre el enemigo. Cuando Cristo preparaba a Sus discípulos para Su partida y para la venida del Espíritu, les dijo que no solamente acababa de aplastar la cabeza de la serpiente, sino que le daría a Su propio pueblo el poder y la autoridad de vencerlo:

“He aquí os doy potestad de hollar serpientes y escorpiones, y sobre toda fuerza del enemigo, y nada os dañará.” (Lucas 10:19).

Este pasaje no es una exhortación a manipular serpientes, como enseñan algunos, más bien parece aludir a la promesa del Evangelio aquí en Génesis Era una imagen simbólica que todos los discípulos seguramente conocerían a causa de su conocimiento del Antiguo Testamento. Aunque el pasaje enseña principalmente la invencibilidad de los apóstoles hasta que su obra fuese completada, lo hace dando esperanza en un lenguaje que señala a un reverso de lo que el hombre experimentó en el Huerto de Edén.

Una referencia más directa es hallada en la carta a los Romanos, donde Pablo exhorta a los hermanos con esta garantía: “el Dios de paz aplastará en breve a Satanás bajo vuestros pies” (Romanos 16:20). Cristo ha aplastado la cabeza de la serpiente, y llama a Su pueblo a verla mientras se retuerce en el suelo en su agonía de muerte, animándonos a colocar nuestro pie sobre ella también. Esa antigua serpiente, el engañador de antaño, Satanás el dios de este mundo, ha sido vencida por Cristo y está siendo vencida por los santos de Dios. Cuando creímos en el Señor Jesucristo, nuestro pie estaba sobre su cabeza. Cada vez que vencemos el pecado por el poder del Espíritu Santo dentro de nosotros, estamos hiriendo al enemigo. Cuando un cristiano se aferra a Cristo como su única esperanza a pesar de persecución, prueba o sufrimiento, le está infringiendo heridas a su enemigo. Y cuando pasemos a la gloria, habiendo perseverado hasta el final, otra vez estaremos participando en el triunfo de Cristo, y somos hechos partícipes de la victoria con Él. Todo pecador salvado por Cristo es un trofeo de Su gracia pues ha sido arrancado del reino de las tinieblas, mostrando el triunfo de Cristo sobre Su enemigo.

Finalmente, está el éxito de Su misión en la Segunda Venida. La Segunda Venida consuma la derrota de Satanás. Cristo ahora es el triunfador sobre Satanás, pero éste todavía está “rodeando la tierra y andando por ella.” Cuando el autor a los Hebreos declara el gobierno absoluto de Cristo sobre todas las cosas, él hace esta matización: “pero todavía no vemos que todas las cosas le sean sujetas” (Hebreos 2:8). Nuestro tiempo es un tiempo entre la derrota inicial y la “limpieza” que ocurrirá cuando regrese el Señor. Es un tiempo de proclamar el mensaje de la gracia de Dios, porque el tiempo es corto entre el triunfo de la cruz y la gloria de la Segunda Venida. Como miembros del Nuevo Pacto, podemos mirar atrás hacia algunos de los aspectos del “ahora” del triunfo de Cristo, y miramos hacia adelante a algunos de los aspectos “aún no”. Satanás está destinado a engañar las naciones tal como lo hizo antes de la primera venida de Cristo y la expansión del evangelio, pero entonces, él será echado en el lago de fuego para siempre. Ahora, las puertas del infierno están siendo atacadas con los arietes del evangelio, pero entonces no se encontrará lugar en los nuevos cielos y la nueva tierra en que no quede ni una huella digital del enemigo.

Por esto es que los cristianos tienen tal esperanza en la venida de Cristo., Génesis 3:15 no se cumplirá plenamente sino hasta que Él venga. Es mucho lo que se ha hecho, pero aún estamos en espera de la destrucción del enemigo a quien el Señor “matará con el espíritu de Su boca, y destruirá con el resplandor de Su venida” (2 Tes 2:8). Anhelamos ver a Cristo reconocido por Su triunfo. Su pueblo sabe que Él reina ahora, pero queremos que el mundo entero reconozca ese reino. Buscamos ese triunfo que es presentado tan claramente en Filipenses 2:9-10:

Por lo cual Dios también le exaltó hasta lo sumo, y le dio un nombre que es sobre todo nombre, para que en el nombre de Jesús se doble toda rodilla de los que están en los cielos, y en la tierra, y debajo de la tierra;

Este evento encuentra sus raíces en esa primera declaración de guerra y en la promesa de victoria de la que Dios le habló a Satanás en presencia de Adán y Eva. Por eso decimos, ¡Ven Señor Jesús!

Al inicio de este capítulo, vimos que Génesis 3:15 es la tesis de nuestro estudio sobre los pactos. Cada pacto que estudiaremos tiene su origen y fundamento en el plan eterno de Dios el cual exalta a Su hijo en triunfo sobre el enemigo de nuestras almas. Qué bendición es ver cómo Dios habló palabras de esperanza a nuestros primeros padres mientras ellos se hallaban ante Él en su culpa y vergüenza, ¡recién caídos! Que esto nos anime a ir a Dios por misericordia y gracia cuando hayamos caído en pecado también. Además, que les recuerde a aquellos que son fácilmente desanimados en la guerra de la vida cristiana, que nuestra victoria es segura por medio de la simiente de la mujer, ¡el Señor Jesucristo!

RECOMENDADOS PARA MÁS ESTUDIO:

Robertson, O. Palmer: The Christ of the Covenants. [El Cristo de los Pactos] Philipsburg, PA: Presbyterian and Reformed, 1980.

Vos, Geerhardus. Biblical Theology: Old and New Testaments. [Teología Bíblica: El Antiguo y Nuevo Testamentos] Grand Rapids, MI: Wm. B. Eerdmans, 1948.

Desde el huerto del Edén hasta la gloria del Cielo

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