Читать книгу Marido de conveniencia - Jacqueline Baird - Страница 5
Capítulo 1
ОглавлениеLO SIENTO, Josie, pero Charles ha muerto.
–¡No puede ser…! ¡Si estoy embarazada! –exclamó Josie, recorriendo la habitación con frenética mirada, ajena al estupefacto silencio originado por su declaración.
Su padre estaba sentado en un sofá, el Mayor Zarcourt tras su escritorio, pero no había rastro alguno de Charles Zarcourt. Al cabo de unos instantes, su cerebro registró la mirada de sorpresa de su padre y comprendió horrorizada lo que acababa de decir en voz alta. En ese momento, una carcajada sardónica quebró el silencio de la habitación.
Josie volvió sus ojos violetas hacia el hombre alto y moreno que permanecía al lado del mueble bar. Por supuesto, Conan Zarcourt era el autor de la carcajada. Debería habérselo imaginado. Conan tenía una especial propensión a reaccionar de forma irritante, se dijo la joven con enfado. Impecablemente vestido, con un traje oscuro y una camisa de seda, estaba apoyado contra el mueble con un vaso de whisky en la mano. Mientras Josie lo observaba, se llevó el vaso a la boca para dejarlo después sobre la barra con una fuerza innecesaria. La expresión de su atractivo rostro era difícil de definir. Más que enfadado, parecía definitivamente venenoso. Por un segundo, a la joven le pareció notar cierta angustia en su mirada, pero debió de tratarse de un error.
–Déjame prepararte una copa. La necesitas –dijo Conan de pronto.
–No, nada de alcohol. Ponme un zumo de naranja.
–Como tú quieras –replicó Conan con una sombría mueca. Llenó un vaso de zumo y se lo acercó.
Mientras le tendía el refresco, Josie posó la mirada en su mano y la alzó a continuación hasta su rostro. No habían pasado ni dos minutos desde que había entrado en aquella casa y se había encontrado con la inesperada respuesta de Conan cuando le había preguntado por Charles.
Sus dedos rozaron los de Conan mientras tomaba el vaso, y la mano le tembló ligeramente. ¿Qué tendría aquel hombre que incluso cuando acababa de demostrar su vileza con la más estúpida de las bromas sobre su hermanastro, era capaz de despertar aquel tipo de respuesta en su cuerpo?
Josie miró atentamente a Conan. Con su pelo negro y sus marcadas facciones, no podía decirse que fuera un hombre convencionalmente atractivo. Tenía un rostro demasiado duro. Pero aun así, resultaba extrañamente seductor. Por lo que Josie sabía, durante el tiempo que ella llevaba viviendo en aquella zona Conan sólo había estado en la casa familiar en un par de ocasiones.
La primera vez que se habían visto, había sido en una de las tómbolas benéficas que celebraba la iglesia en verano. Se suponía que Charles tenía que estar ayudándola, pero llevaba ya un buen rato en busca de una copa cuando había aparecido frente a Josie un hombre elegantemente vestido.
–Lo único de aquí que me gusta… eres tú –había dicho con voz grave mientras deslizaba la mirada por el cuerpo de Josie, sometiéndola a un patente escrutinio–. Dime, ¿a ti también te sortean? –Josie había estado a punto de contestarle con una bofetada, pero justo en ese momento había regresado Charles.
–Está prohibido hablar con las chicas del lugar –había exclamado Charles nada más llegar. Para sorpresa de Josie, había deslizado un brazo por su cintura y había añadido–: Y especialmente con la mía.
–Debería habérmelo imaginado –había murmurado el extraño, y se había alejado de allí.
–¿Lo conoces? –le había preguntado Josie a Charles.
–Podría decirse que sí. Pero eso no importa. ¿Qué te parece si cenamos juntos esta noche?
Josie llevaba años enamorada de Charles Zarcourt y la perspectiva de tener una cita con él le había hecho olvidar inmediatamente al desconocido.
Olvidarlo hasta la segunda vez que había vuelto a verlo. En la que, por cierto, había estado a punto de morir de vergüenza. Intentó apartar aquel molesto recuerdo con un movimiento de cabeza. Aquél no era momento para pensar en ello. Tenía que descubrir el motivo por el que Conan estaba allí. ¿Aunque por qué no iba a estar? Se suponía que aquélla era su casa. En cualquier caso, tenía razón al decir que necesitaba beber algo. Aquel había sido, con mucho, el peor día de su vida y la desagradable angustia que sentía en el pecho y en el estómago no tenía visos de desaparecer.
Aquella tarde, había pedido permiso en el trabajo para acercarse a Oxford y asistir a la cita que tenía con el médico. Allí se habían confirmado sus peores temores: estaba embarazada. Al llegar a su casa, se había encontrado un mensaje en el contestador diciéndole que fuera rápidamente a casa de los Zarcourt y había dado por sentado que su todavía no oficial prometido, Charles, estaba libre de servicio durante algunos días . Pero al ver los sombríos rostros con los que la habían recibido, había comenzado a sospechar que no era ésa la razón por la que le habían hecho ir hasta allí.
Josie dio un sorbo al zumo y estuvo a punto de atragantarse al oír las palabras de su padre:
–Tienes que ser valiente, Josie.
–Valiente –murmuró ella. Miró nuevamente a su alrededor, pero Charles continuaba sin aparecer. Josie pestañeó y se frotó la palma sudorosa de la mano contra el muslo. No había comido nada en todo el día y estaba un poco mareada. Deslizó la mirada hacia Conan. Parecía enfadado, y muy serio también, pero no, aquello no podía ser… –. Si ésta es otra de esas payasadas que tú consideras bromas, puedes estar seguro de que no tiene ninguna gracia –le dijo cortante.
–No es ninguna broma. Es verdad. Ha habido un accidente. Charles está muerto –afirmó.
Josie se quedó mirándolo fijamente mientras desaparecía el color de su rostro.
–¿Un accidente? –se humedeció nerviosa los labios resecos. ¡Charles muerto! No era capaz de imaginárselo. Se llevó el vaso a la boca, terminó el zumo y, por vez primera en toda su vida, se desmayó.
Abrió los ojos minutos después. No estaba segura de dónde estaba ni de lo que había pasado. Sólo era consciente del fuerte brazo que la sujetaba y de lo agradable que le resultaba tener apoyada la cabeza contra aquel musculoso pecho.
Pero no tardó en recobrar la memoria. Alguien había dicho que Charles estaba muerto. Pero era imposible: estaba embarazada de él. Horrorizada por su egoísmo, alzó la cabeza y se desembarazó del brazo de Conan para sentarse en el borde del sofá. Miró a su padre, que estaba a su lado con los codos apoyados en las rodillas y la cabeza hundida entre las manos. Se volvió hacia Conan. No necesitaba repetir la pregunta. La respuesta estaba en la compasión que reflejaba su mirada.
–¿Es verdad? –preguntó con voz temblorosa.
Conan le tomó las manos y se las estrechó suavemente.
–Lo siento, Josie. Lo siento mucho, pero es verdad.
Josie quería llorar. Debería llorar. Pero las lágrimas se negaban a acudir.
–¿Cómo ha sido? –consiguió preguntar, casi con normalidad.
–No pienses ahora en ello. ¿Te encuentras bien? Ahora eso es lo único que importa –contestó Conan.
–Sí, sí, estoy bien. Pero, por favor, quiero saber lo que ha pasado –exigió mirando alternativamente a los hombres que la rodeaban.
–Creo que debería dejar que mi padre te lo explicara. Estoy seguro de que podrá hacerlo mejor que yo –contestó Conan con una cínica sonrisa mientras se reclinaba en el sofá y deslizaba lentamente la mirada sobre ella.
Josie sintió que el color retornaba a sus mejillas y, por un segundo, recordó la última vez que había visto a Conan. Pero aquél no era momento para pensar en esas cosas, así que decidió prestar atención al Mayor y lo escuchó horrorizada mientras éste confirmaba sus peores temores.
Dos días atrás, mientras conducía un jeep, Charles había pisado una mina antipersonas. Había muerto al instante. La familia había sido avisada ese mismo día, pero como Josie no estaba esa tarde en el trabajo, les había resultado imposible ponerse en contacto con ella.
El nudo que comenzaba a formarse en su garganta amenazaba con ahogarla cuando el Mayor concluyó con estas palabras:
–Así quiso morir siempre. En acto de servicio, al lado de su regimiento. Charles ha sido un auténtico héroe.
Mientras lo escuchaba, en lo único en lo que Josie podía pensar era en el pobre Charles. Dejó a un lado todas sus dudas sobre él para enfrentarse al dolor de su muerte. Charles, aquel atractivo joven rubio de ojos azules, estaba muerto. Era increíble.
–Dime, Josie, ¿es cierto que llevas un hijo de Charles en tus entrañas? –le preguntó el Mayor–. ¿Estás segura?
–Sí, he estado esta misma tarde en el médico; por eso no me habéis localizado en casa –explicó, mientras las lágrimas comenzaban a rodar lentamente por sus mejillas.
–¡Dios mío! Papá, ¿es que no te das cuenta de que esta pobre mujer todavía está en estado de shock? –lo interrumpió Conan con severidad–. ¿Tan desesperado estás que no puedes esperar un momento más adecuado para hacerle ese tipo de preguntas?
El comentario de Conan fue justo lo que Josie necesitaba para dejar de hundirse en un lamentable estado de autocompasión. Podía haber perdido a su novio y estar embarazada, pero no estaba dispuesta a dejar que nadie la llamara «pobre mujer», y menos un demonio arrogante como Conan.
–Yo la llevaré a su casa –la voz de Conan penetró en sus pensamientos. Alzó la cabeza y advirtió la firmeza con la que estaba mirando a su padre–. Es su hija, señor Jamieson. En vez de continuar sentado como si todo el peso del mundo descansara sobre sus hombros, debería intentar cuidarla. Estoy seguro de que en este momento necesita el apoyo de alguien.
–No, no –Josie por fin consiguió reunir fuerzas para hablar. Se levantó de un salto y se secó las lágrimas con el dorso de la mano.
No era muy alta, medía un metro sesenta aproximadamente, pero tenía un cuerpo perfectamente proporcionado. Su pelo negro azabache caía en una cascada de rizos por su espalda, tenía los ojos violetas y rodeados de largas y espesas pestañas, una nariz perfecta y unos labios delicadamente llenos. Aquel día iba vestida con un sencillo jersey azul, una falda a juego y unos mocasines azul marino, y no parecía tener idea de lo adorable y valiente que se mostraba ante aquellos tres hombres que tenían los ojos fijos sobre ella.
–Estás muy afectada, Josie –dijo Conan mientras se levantaba–. Déjame llevarte a tu casa; tu padre no está en condiciones de conducir.
Posiblemente, pero Josie recordaba demasiado bien lo que había ocurrido la última vez que Conan la había llevado a su casa.
–No, gracias. Yo sí que puedo conducir. Vamos, papá, te llevaré a casa.
–No seas tonta, Josie –repuso Conan agarrándola del brazo–. Estás muy afectada, déjame…
–¡Suéltame! –gritó liberando su brazo bruscamente–. No necesito tu ayuda –se volvió nuevamente hacia su padre–. Vamos papá, quiero marcharme de aquí –estaba a punto de derrumbarse y lo último que le apetecía era hacerlo delante de Conan.
Afortunadamente, su padre por fin comprendió que necesitaba marcharse de allí y decidió irse con ella.
Josie jamás sabría cómo consiguió conducir hasta su casa. Las lágrimas nublaban continuamente sus ojos, aunque no estaba segura de si lloraba por Charles o por sí misma.
Más tarde, esa misma noche, era incapaz de dormir. Los acontecimientos de las últimas semanas pasaban una y otra vez ante sus ojos, concluyendo siempre con la trágica muerte de Charles. Se suponía que su compromiso iba a hacerse público esa misma semana. Pero si era sincera consigo misma, Josie sabía que su intención era cancelar ese compromiso. Pocos días después de que Charles se marchara, se había dado cuenta de que en realidad no lo amaba. Al igual que miles de jóvenes antes que ella, se había dejado cegar por el ideal del amor romántico y había cometido un estúpido error. Sólo cuando había comenzado a sospechar que podía estar embarazada, había sido consciente de la enormidad del error que había cometido. Pero incluso entonces, había decidido que no tenía por qué casarse con Charles. Pensaba explicárselo personalmente en cuanto volvieran a verse, y esperaba que la comprendiera. Pero ya no lo vería nunca más, estaba muerto… En lo más profundo de su subconsciente, sentía un cierto alivio. Al fin y al cabo, se había ahorrado todas las discusiones que una decisión como aquella le habría costado. Sobre todo teniendo en cuenta que su padre y el Mayor habían sido amigos durante años.
Charles y su padre vivían en Beeches Manor House, no lejos de Beeches, el pueblo que daba nombre a la casa. Tras la muerte de la madre de Josie, el padre de ésta había alquilado una granja muy cerca de la vivienda de los Zarcourt. Josie conocía a Charles desde hacía diez años y había estado locamente enamorada de él durante todo ese tiempo. Él no pasaba mucho tiempo en casa, pero antes de ser destinado al extranjero, había regresado durante un mes a Beeches. Había salido con ella unas tres veces durante aquel verano y se suponía que se gustaban, aunque poco más que eso. Hasta la fatal noche de la fiesta de despedida de Charles…
Josie gimió inquieta al recordar lo ocurrido. Había sido la experiencia más humillante de toda su vida.
Aquella noche estaba triste pensando en la marcha de Charles, pero no podía decirse que tuviera el corazón destrozado. Sin embargo, todo había cambiado cuando éste le había pedido que bailara con él, le había hecho beber unas cuantas copas y le había jurado que la amaba y quería casarse con ella, para a continuación llevarla a su dormitorio y finalmente a su cama.
Minutos después, le había palmeado el trasero y se había levantado diciendo:
–Necesito una copa. Espérame aquí, regreso dentro de un minuto.
Era la primera vez que Josie hacía el amor, y si no hubiera bebido tanto, jamás habría accedido a acostarse con Charles. La experiencia no había resultado como esperaba. De hecho, había sido terriblemente decepcionante. Pero lo peor había ocurrido después.
De pronto, se había abierto la puerta. Josie se había sentado precipitadamente en la cama, cubriéndose todo lo posible con la sábana y deseando haberse vestido y marchado. Al mirar hacia la puerta, se había quedado muda de asombro.
–Muy bonito… una broma de Charles, sin duda, pero esta noche no estoy de humor –sonrió cínicamente.
No se trataba de Charles, sino de un completo desconocido. Con la luz apagada, no era capaz de distinguir su rostro, aunque la voz le resultaba vagamente familiar. Pero Josie no tenía tiempo para averiguar quién era. Se había levantado rápidamente, envuelta en la sábana. En ese momento, se había encendido la luz.
–¡Tú! –había exclamado Conan–. ¿Qué diablos estás haciendo aquí?
Josie había gemido al verlo. Era el hombre que había conocido el día de la tómbola. Justo lo que necesitaba: un sofisticado extraño siendo testigo de su caída. Desesperada, se había agachado para recoger sus ropa, pero el entonces desconocido la había agarrado de la muñeca.
–No tan rápido. Creo que me debes una explicación. Después de todo, no todas las noches entra uno en su habitación y se encuentra con una joven en su cama…
–¿Tu habitación? No seas ridículo. Este es el dormitorio de Charles Zarcourt. ¿Quién demonios te crees que eres? –le había preguntado, transformando su miedo en enfado. Se sentía como si estuviera en medio de una pesadilla y fuera a despertarse de un momento a otro.
–Charles no te lo ha dicho. Pero no me sorprende –había inclinado ligeramente la cabeza y había añadido–: Permíteme presentarme: soy Conan Zarcourt, el hermanastro de Charles. ¿Y tú quién eres? –arqueó la ceja con expresión interrogante y esperó.
–Josie… Josie Jamieson –inmediatamente, se había preguntado qué diablos hacía hablando con él. No se había sentido tan pequeña y tan humillada en toda su vida, pero no iba a demostrarlo.
–Bueno, Josie Jamieson. Estoy esperando una explicación… ¿o quizá debería pedírsela a Charles?
–Charles y yo estamos comprometidos y vamos a casarnos, aunque no creo que esto sea asunto tuyo –se había obligado a mirarlo a los ojos–. Es perfectamente normal que una pareja… –le había fallado la voz, estupefacta por la sombría expresión de aquel atractivo rostro.
–¿Pero por qué aquí? ¿En mi cama?
Josie estaba completamente confundida. Charles le había dicho que aquél era su dormitorio, pero no pensaba confesárselo a aquel hombre.
–Y qué más da que sea tu habitación, no la estabas usando…
–Pero quiero hacerlo ahora, jovencita, y sé que mi hermanastro está siempre dispuesto a gastarme todo tipo de bromas –había contestado secamente–. Pero dejemos eso ahora, prefiero que hablemos de tu compromiso. Supongo que no hablas en serio cuando dices que vas a casarte con Charles. ¿Cuántos años tienes? ¿Dieciocho?
–Veinte –había contestado Josie indignada.
–¡Dios mío! ¿Y tienes idea de los que tiene él? Casi cuarenta. Podría ser tu padre.
–Charles me ama y vamos a casarnos. La edad no importa cuando dos personas se quieren –había contestado ella, sin creerse demasiado lo que decía. Se había dirigido al baño. Pero la sábana que la cubría se había enganchado con algo, dejándola parcialmente desnuda.
–Muy bonita –la profunda voz de Conan la había seguido durante su apurado trayecto hasta el baño.
Una vez allí, había cerrado la puerta de golpe. Mientras se vestía, se había dedicado a sí misma todo tipo de insultos, preguntándose al mismo tiempo por qué Charles no le habría presentado a su hermanastro el día que los tres habían coincidido.
–Conan Zarcourt –había pronunciado suavemente su nombre, pensando en lo bien que le sentaba y esperando al mismo tiempo que se desvaneciera tan rápidamente como lo había hecho la vez anterior. No podía pasarse la noche escondida en el baño.
Al cabo de un rato, había salido, rezando para que Conan se hubiera marchado, pero no había habido suerte.
Conan había cambiado el traje con el que había llegado por una camiseta blanca que dejaba al descubierto la firmeza de sus músculos y unos vaqueros ajustados.
Josie inmediatamente había pensado que era mucho más atractivo que Charles.
–¿Estás bien? –le había preguntado Conan bruscamente–. He visto la cama. Ya sé que ésta ha sido tu primera vez. Si ese cana…
–Vaya, vaya, esto sí que es divertido –lo interrumpió una suave voz–. Así que has conocido a mi hermanastro. Siento haber tardado tanto, Josie –llegaba con una botella en la mano.
Josie se había vuelto al oír la voz de Charles y había corrido rápidamente hacia él. Charles la había agarrado por la cintura y le había dado un húmedo beso en los labios.
–Bien, Charles, supongo que debería felicitarte. Josie me ha dicho que vais a casaros. ¿Para cuándo es la boda? –había preguntado Conan con voz sedosa.
–¿Por qué se lo has dicho? –le había preguntado Charles a Josie con evidente enfado.
–No la culpes –había replicado Conan, arrastrando las palabras–. La he obligado a decírmelo. Ya me conoces, Charles, al final siempre lo averiguo todo, y estoy seguro de que en el fondo estabas deseando que lo supiera. No tienes por qué avergonzarte. Al fin y al cabo, somos hermanos, como amablemente me recuerdas a menudo, y papá estará encantado al enterarse de que su hijo mayor se casa.
Y antes de que nadie pudiera poner objeción alguna, Conan los había conducido hasta el estudio de su padre para que Charles anunciara su compromiso.
El Mayor se había mostrado encantado. Charles parecía igualmente complacido y Josie, que en el fondo no se había tomado en serio lo del compromiso, estaba sencillamente confundida. Tanto que cuando Conan había insistido en llevarla a casa porque Charles había bebido demasiado, no se le había ocurrido protestar.
Mientras Conan conducía, Josie iba en el asiento de pasajeros preguntándose cómo diablos habría podido meterse en un lío como aquél. Había mirado a su acompañante de soslayo. Todo había sido culpa suya: si no los hubiera sorprendido y hubiera insistido en anunciarle a su padre su compromiso, aquella noche sólo habría llegado a ser algo digno de olvidar. Pero estaba segura de que el Mayor hablaría con su padre y pronto iba a encontrarse con serios problemas para justificar su conducta.
–Creo que ésta es tu casa –le había dicho Conan fríamente tras detener el coche frente a la granja.
Josie se había quitado precipitadamente el cinturón y se había dispuesto a abrir la puerta.
–¡Espera! –le había ordenado Conan, se había inclinado hacia delante y había tomado su mano.
–¿Por qué? Creo que esta noche ya has hecho suficiente –estaba agotada. Cuando Conan había deslizado la mano por su brazo desnudo, su piel había reaccionado como si la hubiera tocado con un hierro al rojo vivo.
–No tan rápido. Al fin y al cabo, pronto vamos a ser parientes. ¿No me merezco al menos un beso de hermanos?
Y antes de que Josie pudiera darse cuenta de lo que pretendía, Conan había deslizado un brazo por su cintura mientras apartaba los rizos de su rostro con la otra mano. Y de pronto, la había besado con una pasión tan intensa, que inmediatamente había despertado la respuesta de la joven. Josie estaba demasiado asombrada por su audacia para hacer algo que no fuera someterse a las expertas demandas de su boca.
–Sólo quería que tuvieras algo con lo que comparar, Josie. No tengas demasiada prisa en casarte. No tienes por qué hacerlo con el primer hombre con el que has hecho el amor.
–¿Cómo…?
–No importa, pero recuerda que hay muchos otros peces en el mar. Y créeme, no tienes una sola posibilidad de ser feliz con Charles –la había acompañado hasta la puerta de su casa y se había marchado.
Al recordar lo ocurrido, Josie suspiró pesadamente. Conan se equivocaba, pensó, mientras la luz del amanecer comenzaba a inundar su dormitorio. No había muchos peces en el mar, al menos para ella. Estaba embarazada, destinada a ser una madre soltera. Pero por primera vez desde que lo había descubierto, se dio cuenta de que no le importaba. La idea de tener un hijo le resultaba de hecho tan reconfortante que pensando en ello se quedó dormida.
Al cabo de unas horas, abrió nuevamente los ojos.
–Papá –musitó al ver a su padre sentado al lado de la cama.
–¿Cómo te encuentras, Josephine? –preguntó su padre preocupado, fijando la mirada en el pálido rostro de su hija.
–Estoy bien –contestó sonriente. Su padre era la única persona que la llamaba «Josephine». Pero la sonrisa desapareció de su rostro al recordar las noticias del día anterior–. ¿Qué hora es? –preguntó, intentando ocultar su tristeza tras una pregunta intrascendente.
–Cerca de las diez y media.
–¡Oh, Dios mío, llegaré tarde al trabajo!
–No, ya he llamado a la oficina y les he dicho que tienes una terrible jaqueca.
–Pero si yo nunca tengo jaquecas.
–Oh, Josephine, ¿y eso qué importa? –su padre suspiró y se levantó de la silla para sentarse en la cama. Le tomó la mano–. Lo siento, sé lo difícil que tiene que ser para ti haber perdido a Charles tan trágicamente. Recuerdo el dolor que sentí cuando murió tu madre. Todo esto es culpa mía. Si hubiera sido un padre mejor, si te hubiera dado el apoyo que necesitabas, esto jamás habría pasado.
Las palabras de su padre hicieron que Josie se sintiera infinitamente peor. No podía soportar que se culpara a sí mismo por lo ocurrido. Las lágrimas inundaron sus ojos.
–Oh, papá –suspiró, con los ojos llenos de lágrimas.
–Chss, Josephine, no llores –musitó su padre, secándole la lágrima con el pañuelo–. Conseguiremos que todo salga bien.
–Eso espero –contestó con un susurro. Lloraba más por su padre que por ella misma. Josie sabía que podría salir adelante. Pero su padre era un hombre chapado a la antigua que consideraba toda una desgracia que una mujer fuera madre soltera.
–Confía en mí, Josephine. Todo saldrá bien. Tómate el tiempo que necesites, lávate la cara, vístete y baja. Conan está aquí y quiera hablar contigo… supongo que sobre los arreglos del funeral –le estrechó cariñosamente la mano y salió.
¡Conan! ¿Qué diablos querría? Josie no era capaz de imaginarse por qué querría hablar con ella de nada referente al funeral. Pero al menos fue un aliciente para levantarse de la cama. Se lavó rápidamente, se puso unos pantalones grises y un jersey negro y bajó dispuesta a encontrarse con Conan.