Читать книгу Marido de conveniencia - Jacqueline Baird - Страница 6

Capítulo 2

Оглавление

CUANDO llegó al final de las escaleras, se interrumpió bruscamente, tomó aire y, con un gesto decidido, abrió la puerta del salón.

–¡Josie! ¿Qué tal te encuentras hoy? –Conan deslizó la mirada sobre ella, deteniéndose durante una fracción de segundo en sus senos.

Su convencional y amable recibimiento no confundió a Josie ni por un instante. Dudaba además seriamente de que hubiera ido hasta allí para expresarle sus condolencias. Conan nunca había aprobado su relación con Charles y estaba segura de que jamás habría perdido el tiempo con una joven como ella si no hubiera sido porque el Mayor lo había enviado.

Conan estaba de pie en medio de la habitación. Iba vestido con un jersey de lana blanca y unos vaqueros negros, una combinación de colores que realzaba la fuerza de su ya de por sí seductora imagen. Josie sintió al verlo un estremecimiento que poco tenía que ver con el miedo.

–Muy bien, gracias –contestó, luchando contra la extraña sensación provocada por aquel hombre. Al reparar en la cínica sonrisa que curvaba sus labios, se dio cuenta de lo insensible que debía haber parecido su respuesta–. Bueno, evidentemente, no tan bien –se corrigió–. Quiero decir que… Charles ha muerto, y… Bueno… Supongo que quieres que hablemos del funeral…

–Chss. Te comprendo… –caminó hacia ella. Josie intentó retroceder, pero el armario se lo impedía.

Conan advirtió su reacción. Su dura boca se curvó débilmente mientras se acercaba al sillón más cercano y tomaba asiento. Miró a Josie y señaló el sofá que había frente a él.

–Por favor, Josie, siéntate. No tienes nada que temer. Sólo quiero hablar contigo –Josie lo miró con recelo–. Aparte del funeral, hay algo más de lo que me gustará hablar contigo, y creo que te interesará escucharlo.

Josie enderezó los hombros y se sentó en el sofá.

–No sé de qué puedes querer hablar conmigo, pero te escucho.

–Sé que esto va a ser difícil para ti cuando acabas de enterarte de la muerte de Charles. Pero he estado hablando con mi padre y los dos estamos de acuerdo en que, en las presentes circunstancias, lo mejor es que nos casemos lo antes posible.

Josie se quedó boquiabierta. No daba crédito a lo que acababa de oír.

–¿Casarme contigo? ¡Debes de estar loco! –exclamó. Tenía que tratarse de una broma. Pero ni siquiera Conan podía ser tan cruel. Además, la frialdad de su mirada era la mejor muestra de que estaba hablando completamente en serio.

–No estoy loco, Josie. Simplemente soy un hombre práctico.

Josie inclinó la cabeza, eludiendo la determinación de su mirada. ¿Qué demonios pretendería? ¿Por qué iba a querer casarse con ella?

–¿Por qué? –se oyó preguntar a sí misma, e inmediatamente se corrigió–. No, definitivamente no. Charles era el… –no pudo continuar porque Conan la interrumpió.

–Ya sé que Charles era el hombre al que amabas –en realidad lo que Josie había estado a punto de decir era que era el padre de su hijo–. Pero tenemos que pensar en la vida, no en la muerte. Vas a tener un hijo. Un Zarcourt. Seguramente eres consciente de que al confesar delante de mi padre que estabas embarazada perdiste toda posibilidad de tomar alguna decisión sobre tu embarazo.

–¿A qué te refieres exactamente?

–A la posibilidad de abortar. Al fin y al cabo, sólo puedes estar embarazada de unas cuantas semanas.

–Seis, exactamente –replicó furiosa–. Y si el Mayor quiere que aborte, por mí puede irse al infierno.

–Lo que mi padre quiere, Josie, es a ese niño. Y supongo que a estas alturas ya sabes que mi padre consigue todo lo que desea. El dolor por la muerte de su hijo sólo se le está haciendo soportable por el hecho de que llevas en tu vientre a su nieto. Y mi padre no va a consentir que ese niño crezca siendo el hijo de una madre soltera.

Josie estaba un tanto sorprendida por sus palabras, pero conociendo al Mayor, sabía que era verdad. Lo que no podía comprender era por qué Conan se había mostrado de acuerdo con su padre. Era evidente, incluso para ella, que apenas lo conocía, que Conan no se llevaba bien con él. Aquel verano Josie había visto a Conan por vez primera, lo que indicaba que tenía poco contacto con su familia.

–Pero supongo que tú no estarás de acuerdo con él, ¿no? Al fin y al cabo, todo esto no es asunto tuyo. Tú ni siquiera vives aquí.

–No, no vivo aquí, pero debería hacerlo –respondió con amargura y preguntó sorpresivamente–: ¿A ti te gusta vivir en esta casa, Josie?

–Sí, claro que me gusta –contestó Josie, incapaz de adivinar el sentido que podía tener aquella pregunta.

–Esta granja era la casa familiar del Mayor. Él vivió aquí con su primera esposa. Charles nació aquí. Supongo que no te lo contó, ¿verdad? –le preguntó con una lúgubre sonrisa.

–No, él no lo hizo –replicó Josie, confusa.

–No me sorprende. A pesar de que le encanta que la gente lo crea, mi padre no siempre fue el dueño de Beeches Manor. Consiguió hacerse con la propiedad al casarse con mi madre. Quizá, si te explico la historia de la familia, puedas llegar a comprender por qué quiero casarme contigo.

Josie deseaba que lo hiciera. No podía comprender qué podía obtener él de todo aquello.

–Mi nombre completo es Conan Devine Zarcourt –continuó explicándole–. Conan es un nombre celta, significa sabiduría, y Devine era el apellido de soltera de mi madre. Durante siglos, los Devine fueron los propietarios de Beeches Manor, pero mi abuelo y mi madre fueron los últimos descendientes de ese apellido. Cuando mi madre se casó con el Mayor, éste y Charles se fueron a vivir con mi madre y mi abuelo y alquilaron la casa en la que ahora vives. Yo nací un año después de la boda, y creo que poco tiempo después mi madre se dio cuenta de que había cometido un error.

–Cuando era niño –prosiguió–, no era consciente de que había algo raro en la relación de mis padres. Entonces mi abuelo todavía vivía, y la frialdad que mostraba mi padre hacia mí era sustituida con creces por el amor que él me prodigaba. Además, mi madre me envió a un internado cuanto tenía siete años.

–Debió de ser terrible para ti –se compadeció Josie.

–Siento desilusionarte, pero te equivocas –contestó Conan, rechazando su compasión–. Mis padres y yo nunca estuvimos muy unidos. Era a mi abuelo a quien echaba de menos. Durante años, crecí con la seguridad de que la casa algún día sería mía. Mi abuelo nunca dejaba de decírmelo. Murió cuando yo tenía once años, pero, desgraciadamente, hacía años que había cedido la propiedad de la casa a mi madre para evitar problemas legales cuando muriera, aunque había dejado muy claro que la vivienda siempre debería pertenecer a un Devine. Pero mi madre tenía otras ideas en la cabeza. En cuanto mi abuelo murió, huyó con su amante. Al parecer, en su desesperación por obtener un divorcio rápido, se mostró de acuerdo en romper la promesa que le había hecho a mi abuelo y en dejarle la casa al Mayor. Ahora creo que vive en Nueva Zelanda.

–¿Pero cómo pudo hacer algo así?

–Muy fácilmente. Cuando cumplí dieciocho años, mi padre me contó toda la historia. Me explicó que se había casado con mi madre para conseguir la casa y que yo fui un error, una complicación que no necesitaba. Llegó incluso a cuestionar mi paternidad. Evidentemente, pensaba legar la casa a su hijo mayor.

–Me cuesta creer que tu madre o el Mayor se hayan comportado así.

–Ah, Josie. Siempre tiendes a pensar lo mejor de los demás. Ése es uno de tus múltiples encantos –contestó Conan con una irónica sonrisa, antes de añadir–: Pero créeme, todo lo que te he contado es absolutamente cierto. Ahora, con tu ayuda, tengo la oportunidad de recuperar mi herencia, y pretendo hacerlo…

–Pero si Charles ha muerto, ahora eres tú el único heredero –comentó Josie prudentemente. Debía de estar todavía muy afectada por todo lo sucedido, porque tenía la sensación de que había perdido el hilo de la argumentación en alguna parte. Pero no quería embrollar más las cosas. Ya tenía suficiente con sus problemas–. Todo esto me parece muy interesante, pero no tiene nada que ver conmigo.

Con un rápido movimiento, Conan se sentó a su lado. Su cercanía la ponía nerviosa. Su cuerpo se tensó cuando Conan la tomó por la barbilla y le hizo volverse hacia él para escrutar su rostro.

–Todo esto tiene que ver contigo. Sé lo mal que lo estás pasando, Josie, y haría cualquier cosa para evitarte más sufrimiento, puedes creerme. Pero sólo estoy reclamando algo que me pertenece y tú eres el medio que tengo para conseguirlo.

Un escalofrío recorrió la espalda de Josie.

–Además, tenemos que actuar rápidamente –continuó diciendo Conan–. Desgraciadamente, en tu estado el paso del tiempo no lo tenemos a nuestro favor.

Josie hizo una mueca ante aquella observación.

–Déjame explicártelo detenidamente. El Mayor y yo tuvimos anoche una larga conversación e hicimos un trato. Si me caso contigo y le doy a tu hijo el apellido Zarcourt, él me devolverá inmediatamente la herencia. Si decides permanecer soltera, tú serás su heredera, siempre y cuando tengas un hijo varón. En caso contrario, lo cederá todo a la iglesia…

Josie no era capaz de decir una sola palabra. Se limitaba a mirar a Conan completamente asombrada. ¡No podía estar hablando en serio!

–¿Entonces estás de acuerdo? ¿Te casarás conmigo? –preguntó Conan, agarrándola por los hombros–. O quizá tu alma de mercenaria prefiera tener la oportunidad de dar a luz un hijo y así poder quedártelo todo –añadió con cinismo.

–¡No tengo absolutamente nada de mercenaria! –la indignación la ayudó a recuperar la voz.

–En ese caso, Josie, ¿qué diferencia puede haber? Un Zarcourt puede ser tan buen padre de tu hijo como cualquier otro, y por lo menos de esa forma ese pobre niño podrá seguir formando parte de la familia.

Josie apenas podía respirar ante la brutalidad de aquel comentario.

–Todo esto es una completa estupidez. No puedes presentarte en mi casa y decirme que quieres casarte conmigo para recuperar tu herencia. En cualquier caso, lo que ha sugerido el Mayor no es justo. Tú eres su hijo y como tal tienes derecho a esa casa. No deberías verte forzado a casarte conmigo para conseguirla.

–En este mundo hay muchas cosas que no son justas, Josie, como creo que pronto comenzarás a averiguar –replicó secamente antes de añadir–: Pero puedes estar segura de que no me siento en absoluto forzado. Quiero casarme contigo. Eres una joven adorable y encuentro más de un centenar de razones para desear que seas mi esposa.

Josie cerró los ojos durante un segundo. Sus palabras le habían hecho recordar lo desesperado de su situación. Cuando abrió los ojos, descubrió a Conan observándola. En la expresión de sus ojos, había algo que no acertaba a nombrar, pero que estuvo a punto de impulsarla a aceptar su ofrecimiento. Casándose con él resolvería todos sus problemas. Pero el recuerdo de la noche que había pasado con Charles irrumpió en ese momento en su mente. No quería repetir la experiencia, no podía…

–¿Qué dices Josie? Ayúdame y te prometo que os cuidaré lo mejor que pueda a ti y a tu hijo.

–No podría. Apenas te conozco. Yo… Bueno… El caso es….

–Si lo que te preocupa es tener que acostarte conmigo, olvídalo. No puedo decir que no me gustaría que lo hicieras –sonrió con descaro–, pero te prometo que jamás soñaría en hacer contigo nada que no quisieras. Te doy mi palabra.

Josie no estaba segura de si debía creerle. No creía que Conan fuera un hombre capaz de mantenerse célibe durante mucho tiempo. De modo que si estaba dispuesto a un matrimonio sin sexo, eso sólo podía significar que tenía una amante en alguna parte.

–Pero un hombre de tu edad debe de tener alguna mujer en su vida. Una mujer a la que no le gustaría que te casaras con una completa desconocida –Josie era consciente de las limitaciones de su experiencia, pero no era ninguna estúpida. Dudaba seriamente que Conan viviera como un monje.

–No, no hay nadie realmente importante, pero si lo que estás haciendo es preguntar por mi vida sexual, digamos que he tenido dos relaciones algo duraderas, y en ninguno de los dos casos he vivido con la mujer en cuestión –tenía la mirada fija en el sonrojado rostro de la joven–. Tú, por tu parte, vivirías conmigo cuando estuviéramos casados, y podrías contar con mi fidelidad de la misma manera que yo con la tuya. ¿Satisfecha?

–Siempre y cuando compartir tu casa no signifique tener que compartir también tu cama.

–Estupendo. Ya sabía yo que al final te mostrarías razonable. Y ahora, si no tienes más preguntas que hacerme, yo me ocuparé de arreglarlo todo.

–Espera un minuto. Todavía no he dicho que esté dispuesta a casarme contigo. Necesito tiempo para pensar.

–Tómate todo el tiempo que quieras –miró el reloj de oro que llevaba en la muñeca–. Siempre y cuando no sean más de sesenta segundos.

Qué hombre tan endiabladamente arrogante, pensó Josie. Pero también pensó en su padre y en las preocupaciones que le estaba causando. Y en el niño que estaba a punto de nacer. Qué fácil habría sido trasladar a otro todos sus problemas. Y Conan parecía suficientemente fuerte como para soportarlos. Pero, y era un gran pero, no estaba enamorada de Conan y Conan no estaba enamorada de ella. Sin embargo, había creído estar enamorada de Charles, y ése había sido el origen de todos sus problemas.

Lo verdaderamente preocupante era que no parecía tener escapatoria. Si se negaba a casarse con Conan y al final tenía un hijo, la propiedad estaría en sus manos, y parecería la más calculadora de las cazafortunas. Pero si se casaba con Conan sólo por el bien del bebé, tampoco iba a convertirse en un modelo de moralidad.

Ella quería lo mejor para su hijo, y si eso significaba tener que vivir con Conan durante un año estaba dispuesta a hacerlo. Recordó a su padre culpándose por lo sucedido y comprendió que éste se quedaría mucho más tranquilo si se casaba. El Mayor y Conan también quedarían satisfechos y, siendo realista, su primera experiencia sexual no le había dejado muchas ganas de repetir. No se veía a sí misma enamorándose y casándose con nadie…

–Si, y digo si, me mostrara de acuerdo, necesitaría conocer muchos más detalles del acuerdo. Por ejemplo, yo trabajo.

Conan le tomó la mano y se la apretó con entusiasmo.

–Josie, ya sé que trabajas y jamás pondría ninguna dificultad a tu carrera profesional. Estás viendo inconvenientes donde no los hay. Nuestro matrimonio sería un matrimonio de conveniencia.

–Un matrimonio de conveniencia –musitó Josie. Le gustaba como sonaba–. Sería como una especie de acuerdo de negocios –alzó la mirada hacia él.

–Por supuesto –le confirmó con mirada chispeante.

–En ese caso, de acuerdo –sería capaz de soportarlo, aunque sólo fuera por el bien del bebé.

–Estupendo. Me alegro de que al final hayamos estado de acuerdo. Ahora, por el bien del Mayor y de tu propio padre, evidentemente, será mejor que te vengas a vivir a mi casa de Londres hasta que nazca el bebé.

–Espera un minuto. Pensaba que querías vivir en la casa de tu padre, y que yo no tendría ningún problema en conservar mi trabajo.

Conan se reclinó en el sofá.

–Quiero la casa, ¿pero te has fijado en qué estado se encuentra? Mi padre no ha invertido un solo penique en ella desde hace años. Necesita una revisión completa y hasta que se haya llevado a cabo, Londres es el lugar más indicado para vivir. En cuanto a tu trabajo, lo que yo he dicho ha sido que jamás pondría inconvenientes al desarrollo de tu carrera profesional. En cualquier caso, tendrías que dejar tu actual trabajo dentro de unos meses, y no necesito decirte los rumores que podría haber por los alrededores.

En eso tenía razón y aunque Josie era inmune a los rumores, era consciente de que a su padre y a Conan sí podrían importarles.

–¿Y tú en qué trabajas? –preguntó, repentinamente consciente de lo poco que sabía sobre su futuro marido.

–Vamos, Josie, seguro que lo sabes.

–No, no lo sé.

–Trabajo en un banco. Un banco comercial.

–Oh, mi padre también estuvo trabajando en un banco comercial hasta que se retiró –y algo le decía que Conan y su padre compartían algo más que su trabajo.

–El banco es mío.

–¿Qué? –exclamó Josie asombrada.

–Mi abuelo me dejó un buen paquete de acciones. A los veintiún años me fui a Londres, trabajé duramente, tuve oportunidad de comprar la mayor parte de las acciones del banco y lo hice. Abrí sucursales en Chicago, Nueva York y Los Ángeles. Ésa es la razón por la que he pasado los últimos años de mi vida en los Estados Unidos.

–Debes de ser muy rico… No lo sabía.

Conan sonrió ante su asombro.

–Supongo que no tenías ningún motivo para saberlo. El Mayor parece creer que trabajar en Londres es poco menos que un descrédito –se burló–. Pero supongo que alguno de nuestra familia tiene que ganar dinero.

–¿Tú mantenías a Charles y a tu…? –Conan la interrumpió antes de que hubiera terminado de formular la pregunta.

–Por el amor de Dios, Josie, ¿no podemos centrarnos en nuestro tema de conversación? –se levantó bruscamente y tras dar un corto paseo por la habitación, se detuvo frente a Josie con una expresión indescifrable–. ¿Cuánta gente estaba enterada de tu compromiso con Charles?

–Nadie –contestó.

–¿Nadie? –preguntó Conan con cinismo–. ¿Ni siquiera tus compañeros de trabajo o tus amigos?

–No –Josie se sonrojó e intentó justificar rápidamente su reticencia a anunciar el compromiso–. Tú estabas presente la noche en que Charles anunció el compromiso a tu padre… Bueno, se suponía que volvía hoy y que… –bajó los ojos, evitando la mirada de Conan.

–Me sorprendes. ¡Una mujer capaz de guardar un secreto sobre su vida privada! Pensaba que habrías anunciado a bombo y platillo que habías atrapado al soltero más codiciado del condado.

–Siento desilusionarte, pero no lo hice –ni por un millón de libras habría admitido que además pretendía anular el compromiso.

–Entonces, sólo tu padre y el Mayor sabían que estabas comprometida con Charles. ¿Estás completamente segura?

–Sí –repitió.

–Magnífico –asomó a sus ojos un brillo triunfal–. Y como apostaría cualquier cosa a que Charles no se lo mencionó a nadie, todo va a resultar mucho más fácil –se metió la mano en el bolsillo y buscó algo en su interior.

¿Por qué estaría tan seguro de que Charles había mantenido el secreto?, se preguntó Josie, pero se distrajo al seguir involuntariamente el curso de la mano de Conan y advertir cómo se dibujaba su sexo contra la tela del pantalón. Pasmada por la dirección que estaban tomando sus pensamientos, se levantó y pasó por delante de él con el rostro rojo como la grana.

–¿Por qué va a resultar mucho más fácil?

Conan sacó una cajita del bolsillo del pantalón.

–Es muy sencillo, Josie –abrió la caja, le tomó la mano y deslizó en ella un exquisito solitario.

Josie miró la sortija, alzó la mirada hacia Conan y volvió a mirar la sortija.

–Pero…

–Nada de peros, Josie. Estamos comprometidos. Si alguien pregunta, nos conocimos en agosto, en la tómbola de caridad. Ayer comiste conmigo y nos comprometimos. Después, ya puedes imaginarte nuestro horror cuando regresamos a casa y nos enteramos de que Charles había muerto. Todo encaja perfectamente. El martes asistiremos al funeral convertidos ya en pareja y tendremos la excusa perfecta para organizar una ceremonia sencilla. Se supone que estaremos de duelo por Charles.

Hasta ese momento, Josie había pensado que Conan era un hombre cruel, pero tras oírlo, tenía la plena seguridad de que era un auténtico diablo.

–¿Y el médico al que he ido?

–No creo que eso importe. ¿Cuánto tiempo estuviste en la clínica? ¿Una hora, dos? ¿Le dijiste al médico el nombre del padre? Algo me dice que no.

Y volvía a tener razón. Josie había ido a Oxford, donde nadie la conocía, y había pasado la mayor parte de la tarde en un café, intentando decidir lo que debía hacer.

–No, no se lo dije –admitió, y cerró los ojos, entristecida por el recuerdo de la muerte de Charles. Cuando volvió a abrirlos, Conan, que estaba estudiando atentamente su rostro, le tomó la mano y se la llevó a los labios.

–No te preocupes, Josie. No te arrepentirás de casarte conmigo, y es lo mejor para todos. Créeme.

Josie apartó la mano; el contacto de sus labios sobre su piel la había afectado más de lo que quería admitir.

–Oh, te creo. Conseguirás que todo salga maravillosamente bien –contestó con sarcasmo–. Y además, siempre podremos divorciarnos cuando… –se interrumpió bruscamente; le parecía demasiado cruel hablar en ese momento de la muerte del Mayor, o de su herencia.

–Tienes razón –confirmó Conan con sarcasmo–, pero antes tendremos que casarnos, ¿no te parece?

–Sí.

–Magnífico. No sabes cuánto me alegro de que nos hayamos entendido. Ahora tengo que dejarte, pero vendré a buscarte para que vayamos a cenar el lunes por la noche. Como te he dicho, el funeral es el martes e iremos juntos.

Josie no tuvo oportunidad de contestar porque su padre entró en ese momento en el salón.

–¿Cuándo es el funeral? ¿Ya está todo organizado?

–Sí, señor Jamieson. El martes a las dos. Pero ahora tenemos que hablarle de algo –la tomó por la cintura–. Su hija ha tenido la amabilidad de aceptar ser mi esposa y quisiera contar con su bendición.

–¿Es eso cierto, Josephine? ¿Te has comprometido con Conan? –su padre la miraba estupefacto–. ¿Estás segura de que sabes lo que estás haciendo?

–Sí, claro que sí papá –dijo, forzando una sonrisa.

–Quiero a su hija, señor Jamieson –miró a Josie a los ojos–, y hoy me ha convertido en el hombre más feliz de la tierra.

Josie miró a su padre, convencida de que Conan no habría conseguido engañarle, pero pronto comprendió lo equivocada que estaba.

–¿De verdad crees que podrás ser feliz casándote con Conan? No tienes por qué precipitar una boda en un momento como éste…

–Pero quiero hacerlo. No tengo ninguna duda, papá: adoro a Conan.

–Bueno, si estás tan segura. Y parece que tienes mejor aspecto. El color ha vuelto a tu rostro.

El color era el resultado de la combinación de su enfado y la cercanía de Conan, pero, por supuesto, no iba a desilusionar a su padre.

–En ese caso, Conan, claro que cuentas con mi bendición.

Josie miró el rostro sonriente de su padre, cada vez más sorprendida por su ceguera.

–Me alegro mucho por vosotros. La muerte de Charles ha sido una tragedia, pero no tiene ningún sentido añadir una tragedia más a la desgracia. Josephine es una chica afortunada –se acercó a su hija para darle un abrazo–. Es un milagro, Josephine. Ya te dije yo que todo saldría bien. Por cierto, hija, ¿has visto dónde he dejado el periódico?

Josephine se acercó a la mesa en la que su padre solía dejar el diario pensando en cuánto le gustaría pegarle en la cabeza con él. Por mucho que adorara a su padre, éste no dejaba de ser un machista; su opinión no importaba en absoluto al lado de la de Conan. Le dirigió a su padre una mirada cargada de exasperación, advirtiendo de paso el brillo de humor que iluminaba los ojos de Conan.

–Déjame acompañarte a la puerta –le dijo a Conan, deseando que se marchara cuanto antes.

–Cuando me dirigía esta mañana hacia aquí, dudaba que quisieras siquiera escucharme –le confió Conan cuando estaban en la puerta–. Me ha sorprendido descubrir que tienes más sentido común del que pensaba, y estoy encantado de que te hayas mostrado de acuerdo en ser mi esposa.

–Bueno, al fin y al cabo, se trata únicamente de una especie de negocio.

–Por supuesto. En cualquier caso, ten cuidado con la sortija, era de mi abuela –y le dirigió una mirada tan posesiva, que la joven se estremeció en su interior, preguntándose si sus intenciones serían realmente platónicas. En ese momento, Conan la agarró por la muñeca, le colocó el brazo en la espalda y la obligó a acercarse a él.

–¿Qué…? –comenzó a preguntar mientras intentaba liberarse.

–No te asustes, Josie. Sólo quiero sellar nuestro acuerdo con un beso –inclinó la cabeza y buscó sus labios.

Para vergüenza de Josie, su traicionero cuerpo reaccionó al instante, pero sobreponiéndose a la sorpresa, apartó la cabeza y posó las manos en su pecho para empujarlo.

–Recuerda, el nuestro sólo será un matrimonio de conveniencia. Tú mismo lo has dicho.

–Es cierto, pero deberemos dar la imagen de una pareja de enamorados. Por lo menos hasta que nazca el bebé. Los besos serán inevitables, y me parece que necesitas algo de práctica –replicó riendo–. Te veré el lunes –y sin más se marchó.

Josie se quedó observándolo mientras se alejaba con la terrible sensación de haber cometido el error más grande de toda su vida.

Marido de conveniencia

Подняться наверх