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Esquematización de la producción del discurso
ОглавлениеLa producción del discurso obedece, pues, a los mismos principios y responde al mismo modelo que el de la “producción del acto” examinado en el capítulo anterior. La economía general de las tensiones entre las instancias del discurso se basa entonces en tres valencias: la fuerza respectiva de las presiones propias del Mí, del Sí-ídem y del Síipse, cuya intensidad variable es indicada por cada una de las flechas de trazo continuo:
El eje A es el de la fijación del discurso, porque el Mí, la instancia de referencia, está en colusión con el Sí-ídem, la instancia en construcción, y no opone ninguna resistencia a la presión de la redundancia; en la medida en que el Mí-carne colabore con la repetición, o incluso la suscite, nos encontramos con las formas del discurso obsesivo.
El arco B es el de la atención, por la que el Mí-carne resiste a la repetición; sus dos polos extremos dan por resultado la concentración (donde domina la cohesión) y la distracción (donde el Mí-carne se impone).
El arco C es el arco de la contención, donde, a la inversa, el Mí-carne resiste a la “mira” del Sí en devenir; sus dos polos extremos señalan el esfuerzo (donde la “mira” en devenir se impone) y el relajamiento (donde el Mí-carne predomina).
Las dos caras del lapsus, una que mira a la cohesión y otra que mira a la coherencia, son, pues, la distracción y el relajamiento:
El eje D es el eje del “arrebato”, en el sentido en que, desde que la “mira” en devenir se pone al servicio de las presiones del Mí-carne, el discurso deviene poco a poco incontrolable, porque el Sí-ipse solo construye lo que le dicta el Mí. Ese eje conduce a las formas del delirio, y especialmente de la glosolalia.
El eje E es el eje de la individualidad, puesto que conjuga las presiones de repetición y de cohesión con las de la “mira” y las del Sí en devenir: la colusión entre las dos formas del Sí es entonces un factor de individualización. Ese eje conduce naturalmente a las formas discursivas de la idiosincrasia.
El arco F, finalmente, es el arco de la identidad, puesto que se apoya en la tensión contraria que se produce entre las presiones de la repetición y las de la “mira” en devenir; sus dos polos extremos son los mismos indicados por Ricoeur: la conformidad, por un lado, y el mantenimiento de sí, por otro.