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EL DON QUE SUPONE LA PATERNIDAD
PASEMOS AHORA AL LADO positivo de las cosas, tratando de recordar en pocas palabras el don que puede suponer una verdadera paternidad para una persona que la rencuentra y la experimenta.
El padre ayuda al hijo a encontrar su verdadera identidad. En la Biblia, es el padre el que da el nombre al hijo. El nombre que no es simplemente una etiqueta, un estado civil, sino que representa la identidad profunda, la misión de la persona.
El padre confirma al hijo en su identidad, le da el sentimiento de que tiene el derecho de existir, el derecho de ser quien es. «¡Tú eres mi hijo amado, en ti he puesto todo mi amor!». Permite al hijo acceder a la verdad profunda de su ser. Sintiéndose acogido y amado plenamente tal como es, el hijo o la hija percibe que tiene el derecho a vivir según su propia identidad, tiene la libertad de ser él mismo, de desarrollar lo que posee como propio según su vocación única. Puedo tener limitaciones y debilidades, cometer a veces errores, eso no me quita en nada el derecho de ser quien soy y existir según mi propia personalidad. No soy alguien que está de más en el mundo, no tengo que sentirme culpable por existir. Puedo curarme de este sentimiento difuso, tan frecuente hoy, de sentirse de más en el mundo, o bien de deber la existencia a un puro azar.
Se me dirá que esta acogida amorosa del hijo es ante todo lo propio de la madre. Por supuesto, y el papel de la madre es muy importante. Sin embargo, puedo quizá atreverme a decir lo siguiente: es más natural para una madre acoger al hijo, para un padre es menos natural (a veces incluso es difícil), es algo del orden de una decisión, de una elección, de una palabra que compromete. El hecho de ser una elección (y no solo algo natural) da aún más importancia a la palabra del padre que acoge y valida la existencia y la identidad propia del hijo, que le reconoce como su hijo o su hija, y que va a inscribirle en el registro civil.
El padre juega un papel de mediación (no único, pero importante) para ayudar al hijo a encontrar una seguridad y una libertad interiores, para avanzar en la vida con audacia y confianza. Pienso que este «núcleo» de seguridad interior, necesario a toda persona para sentirse libre, está formado por una doble certeza, la certeza de ser amado y la certeza de poder amar. La presencia amorosa del padre me ayuda a adquirir la certeza de que soy amado, con un amor incondicional, con un amor que nunca podré perder, un amor con el que siempre podré contar pase lo que pase. Pero eso no basta. Para adquirir la verdadera seguridad interior que necesito, se requiere también saber que puedo amar. No es suficiente recibir amor, también hay que darlo. A pesar de las limitaciones e imperfecciones que puedo tener, estoy seguro de poder amar, de ser capaz de un amor desinteresado. Soy capaz de aprender a amar, de hacer el bien a mi alrededor, de dar mi vida por amor a los demás. Puedo ser un regalo para los demás. Esta segunda certeza es tan necesaria como la primera.
La presencia del padre, su actitud, su mirada, sus palabras (que no tienen necesidad de ser muchas) pueden contribuir mucho a producir en el hijo (natural o espiritual) esta doble certeza.