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ОглавлениеFIRMA ACONTECIMIENTO CONTEXTO
Por razones de simplicidad nos
limitamos a las expresiones orales.
AUSTIN, How to do thing with words.*
¿Está asegurado que a la palabra comunicación corresponde un concepto único, unívoco, rigurosamente manejable y transmisible: comunicable? Según una extraña figura del discurso, primero hay que preguntarse si la palabra o el significante “comunicación” comunica un contenido determinado, un sentido identificable, un valor descriptible. Pero para articular y proponer esta cuestión, ha sido necesario que anticipe el sentido de la palabra comunicación: he tenido que predeterminar la comunicación como el vehículo, el transporte o el lugar de paso de un sentido y de un sentido uno. Si comunicación tuviera muchos sentidos y si tal pluralidad no se dejara reducir, de manera inmediata no estaría justificado definir la comunicación como transmisión de un sentido, aun suponiendo que estemos en el estado de comprender cada una de estas palabras (transmisión, sentido, etc.). Ahora bien, la palabra comunicación, que nada nos autoriza inicialmente a descuidar como palabra y a empobrecer como palabra polisémica, abre un campo semántico que precisamente no se limita a la semántica, ni a la semiótica, aún menos a la lingüística. Pertenece al campo semántico de la palabra comunicación, palabra que también designa movimientos no semánticos. Aquí, un recurso al menos provisorio al lenguaje ordinario, y a los equívocos de la lengua natural, nos enseña que se puede, por ejemplo, comunicar un movimiento o que un sacudimiento, un choque, un desplazamiento de fuerza puede ser comunicado – entendámonos, propagado, transmitido. Se dice también que lugares diferentes o remotos pueden comunicarse entre ellos por tal pasaje o tal abertura. Lo que pasa [se passe] entonces, lo que es transmitido, comunicado, no son fenómenos de sentido o de significación. No se trata en estos casos de un contenido semántico o conceptual, ni de una operación semiótica, menos aún de un intercambio lingüístico.
No decimos, sin embargo, que este sentido no semiótico de la palabra comunicación, tal como está puesta en obra en el lenguaje ordinario, en una o varias lenguas llamadas naturales, constituye el sentido propio o primitivo y que, en consecuencia, el sentido semántico, semiótico o lingüístico corresponde a una derivación, una extensión o una reducción, a un desplazamiento metafórico. No estamos diciendo, como se podría estar tentado de hacer, que la comunicación semio-lingüística se titule more methaphorico “comunicación”, porque, por analogía con la comunicación “psíquica” o “real”, dé el paso, transporte, transmita algo, dé acceso a alguna cosa. No lo decimos:
1) Porque el valor de sentido propio parece más problemático que nunca.
2) Porque el valor de desplazamiento, de transporte, etc., es constitutivo precisamente del concepto de metáfora, por el cual se pretendería comprender el desplazamiento semántico que tiene lugar desde la comunicación como fenómeno no semio-lingüístico hasta la comunicación como fenómeno semio-lingüístico.
(Señalo aquí, entre paréntesis, que, en esta comunicación, se va a tratar, se trata ya, del problema de la polisemia y de la comunicación, de la diseminación –que yo opondría a la polisemia– y de la comunicación. En un momento, un cierto concepto de escritura no podrá dejar [manquer] de intervenir para transformarse, y quizás para transformar la problemática.)
Parece evidente que el campo de equivocidad de la palabra “comunicación” se deja reducir abrumadoramente por los límites de lo que se denomina un contexto (y anuncio, aún entre paréntesis, que se tratará, aquí, en esta comunicación, del problema del contexto y de la cuestión de saber qué hay de la escritura en cuanto al contexto en general). Por ejemplo, en un coloquio de filosofía de lengua francesa, un contexto convencional, producido por una especie de consensus implícito pero estructuralmente vago, parece prescribir que se propongan “comunicaciones” sobre la comunicación, comunicaciones de forma discursiva, comunicaciones coloquiales, orales, destinadas a ser oídas y a comprometer o a proseguir diálogos en el horizonte de una inteligibilidad y de una verdad del sentido, de tal suerte que un acuerdo general pueda, de derecho, finalmente establecerse. Estas comunicaciones deberían mantenerse en el elemento de una lengua “natural” determinada, lo que se llama el francés, que ordena ciertos usos muy particulares de la palabra comunicación. Sobre todo, el objeto de estas comunicaciones debería, por prioridad o por privilegio, organizarse alrededor de la comunicación como discurso o en todo caso como significación. Sin agotar todas las implicaciones y toda la estructura de un “acontecimiento” como este, que ameritaría un muy largo análisis preliminar, el requisito que acabo de recordar me parece evidente; y, si se pone en duda, bastaría con consultar nuestro programa para estar seguros.
Pero, ¿son los requisitos de un contexto en algún momento absolutamente determinables? Tal es en el fondo la cuestión más general que me gustaría intentar elaborar. ¿Hay un concepto riguroso y científico de contexto? ¿La noción de contexto no resguarda, detrás de una cierta confusión, pre-suposiciones filosóficas muy determinadas? Para decirlo ahora de la manera más resumida, me gustaría demostrar por qué un contexto nunca es absolutamente determinable o, más bien en qué su determinación no está jamás asegurada o saturada. Esta no-saturación estructural tendría por doble efecto:
1) Marcar la insuficiencia teórica del concepto corriente del contexto (lingüístico o no lingüístico) tal como se recibe en numerosos dominios de investigación, con todos los conceptos a los cuales está sistemáticamente asociado;
2) Hacer necesarias una cierta generalización y un cierto desplazamiento del concepto de escritura. Éste, por tanto, no podría entenderse bajo la categoría de comunicación, por lo menos si lo entendemos en el sentido estricto de transmisión de sentido. Por el contrario, es en el campo general de la escritura así definida como los efectos de la comunicación semántica podrán ser determinados como efectos particulares, secundarios, inscritos, suplementarios.
Escritura y telecomunicación
Si se recibe la noción de escritura en su acepción corriente –lo que sobre todo no quiere decir inocente, primitiva o natural–, hace falta verla como un medio de comunicación. Se debe incluso reconocerla como un potente medio de comunicación que extiende muy lejos, sino infinitamente, el campo de la comunicación oral o gestual. Hay ahí una suerte de evidencia banal sobre la cual el acuerdo parece fácil. No describiré todos los modos de esta extensión en el tiempo y en el espacio. Me detendré, en cambio, sobre este valor de extensión al que acabo de recurrir. Decir que la escritura extiende el campo y los poderes de una comunicación locutoria o gestual, ¿no es presuponer una suerte de espacio homogéneo de la comunicación? El alcance de la voz o del gesto encuentra ciertamente un límite factual, un coto empírico en la forma del espacio y del tiempo; y la escritura vendría, en el mismo tiempo, en el mismo espacio, a aflojar los límites, a abrir el mismo campo a un alcance muy amplio. El sentido, el contenido del mensaje semántico sería transmitido, comunicado, por medios [moyens] diferentes, mediaciones técnicamente más potentes, a una distancia mucho mayor, pero en un medio [milieu] fundamentalmente continuo e igual a sí mismo, en un elemento homogéneo a través del cual la unidad, la integridad del sentido no sería esencialmente afectada. Toda afección sería aquí accidental.
El sistema de esta interpretación (que es también de cierta manera el sistema de la interpretación o, en todo caso, de toda una interpretación de la hermenéutica), aunque sea corriente, o en tanto sea corriente como el buen sentido, ha estado representado en toda la historia de la filosofía. Diría incluso que es, en el fondo, la interpretación propiamente filosófica de la escritura. Tomaría un solo ejemplo, pero no creo que se pueda encontrar en toda la historia de la filosofía un solo contra-ejemplo, un solo análisis que contradiga esencialmente aquello que propone de Condillac inspirándose estrechamente en Warburton, en el Ensayo sobre el origen de los conocimientos humanos. He elegido este ejemplo porque una reflexión explícita sobre el origen y la función de lo escrito (esta explicitación no se encuentra en toda filosofía y haría falta interrogar las condiciones de su emergencia o su de ocultamiento) se organiza aquí en un discurso filosófico que, esta vez, como toda filosofía, presupone la simplicidad del origen, la continuidad de toda derivación, de toda producción, de todo análisis, la homogeneidad de todos los órdenes. La analogía es un concepto rector en el pensamiento de Condillac. Escogí también este ejemplo porque el análisis que “vuelve a trazar” [retraçant]* el origen y la función de la escritura está situado de una manera no crítica, bajo la autoridad de la categoría de comunicación.1 Si los hombres escriben, es: 1) porque tienen algo que comunicar; 2) porque aquello que tienen que comunicar, es su “pensamiento”, sus “ideas”, sus representaciones. El pensamiento representativo precede y dirige la comunicación que transporta la “idea”, el contenido significado; 3) porque los hombres están ya en estado de comunicar y de comunicarse su pensamiento cuando, de manera continua, inventan el medio de comunicación que es la escritura. Aquí hay un pasaje del capítulo XIII de la Segunda Parte (“Del lenguaje y del método”), Sección primera (“Del origen y progresos del lenguaje”) (La escritura es, pues, una modalidad del lenguaje y marca un progreso continuo en una comunicación de esencia lingüística), parágrafo XIII, “De la escritura”: “Los hombres, ya en estado de comunicarse sus pensamientos por medio de sonidos, sintieron la necesidad de imaginar nuevos signos apropiados para perpetuarlos y hacerlos conocer a personas ausentes”*(subrayo este valor de ausencia que, cuestionado de nuevo, arriesga introducir una cierta ruptura en la homogeneidad del sistema). Una vez que los hombres ya están en estado de “comunicar sus pensamientos”, y de hacerlo a través de sonidos (lo que es, según Condillac, una segunda etapa, el lenguaje articulado vendría a “suplir” el lenguaje de la acción, principio único y radical de todo lenguaje), el nacimiento y el progreso de la escritura seguirán una línea directa, simple y continua. La historia de la escritura se cumplirá por una ley de economía mecánica: ganar el mayor espacio y tiempo mediante la abreviación más cómoda; ésta no tendría jamás el menor efecto sobre la estructura y el contenido de sentido (de ideas) que ella debe vehicular. El mismo contenido, anteriormente comunicado por gestos y sonidos, será a partir de ahora trasmitido por la escritura, y sucesivamente por diferentes modos de notación, desde la escritura pictográfica a la escritura alfabética, pasando por la escritura jeroglífica de los egipcios y por la escritura ideográfica de los chinos. Continúa Condillac: “Entonces la imaginación sólo les representó las mismas imágenes que ya habían ellos expresado por acciones y por palabras, y que desde el principio habían hecho al lenguaje figurado y metafórico. El medio más natural fue, por consiguiente, el dibujo de las imágenes de las cosas. Para expresar la idea de un hombre o de un caballo, se representó la forma de los dos, y el primer ensayo de la escritura fue tan sólo una pintura sencilla [simple]” (Yo subrayo [J. D.]).
El carácter representativo de la comunicación escrita –la escritura como cuadro, reproducción, imitación de su contenido– será el rasgo [trait] invariante de todos los progresos siguientes. El concepto de representación, aquí es indisociable de los de comunicación y de expresión que he subrayado en el texto de Condillac. La representación, ciertamente, se complicará, se darán relevos [relais] y grados suplementarios, devendrá representación de representación en las escrituras jeroglíficas, ideográficas, luego fonético-alfabéticas, pero la estructura representativa que marca el primer grado de la comunicación expresiva, la relación idea-signo, nunca será relevada [levée] ni transformada. Describiendo la historia de los tipos de escritura, su derivación continua a partir de un común radical que no es jamás desplazado y procura una suerte de comunidad de participación análoga entre todas las escrituras, Condillac concluye (esto es prácticamente una cita de Warburton, como casi todo el capítulo): “He aquí la historia general de la escritura, elevada por una gradación sencilla [gradation simple] desde el estado de la pintura hasta el de letra; porque las letras son los pasos últimos, que después de las marcas chinas quedaban por darse; estas participan, por una parte, de la naturaleza de los jeroglíficos egipcios, y por otra, de las letras; al igual, precisamente, que los jeroglíficos participan igualmente de las pinturas mexicanas y de los caracteres chinos. Estos caracteres son tan vecinos de nuestra escritura, que un alfabeto disminuye meramente [diminue simplement] el embarazo de su número, y es su breve compendio [abrégé succinct]” [§ 134, p. 226].
Habiendo puesto en evidencia este motivo de la reducción económica, homogénea y mecánica, volveremos ahora sobre esta noción de ausencia que he marcado al pasar en el texto de Condillac. ¿Cómo se determina?
1) En primer lugar, es la ausencia del destinatario. Se escribe para comunicar algo a los ausentes. La ausencia del emisor, del destinador, por la marca que él abandona, que se separa de él y continúa produciendo efectos más allá de su presencia y de la actualidad presente de su querer-decir, o incluso más allá de su vida misma, esta ausencia que sin embargo pertenece a la estructura de toda escritura –y, yo añadiría aún más, de todo lenguaje en general– esta ausencia no es interrogada por Condillac.
2) La ausencia de la que habla Condillac está determinada, de la manera más clásica, como una modificación continua, una extenuación progresiva de la presencia. La representación suple regularmente a la presencia. Pero articulando todos los momentos de la experiencia en tanto que ella está comprometida en la significación (“suplir” es uno de los conceptos operacionales más decisivos y más frecuentemente utilizados en el Ensayo de Condillac2), esta operación de suplementación no es exhibida como ruptura de presencia sino como reparación y modificación continua, homogénea de la presencia en la representación.
No puedo analizar aquí todo lo que presupone, en la filosofía de Condillac y en otras partes, este concepto de ausencia como modificación de la presencia. Notamos, aquí, solamente que éste regula otro concepto operatorio (opongo aquí clásicamente y por comodidad operatorio y temático) también decisivo en el Ensayo: trazar y retrazar [tracer et retracer]. Del mismo modo que el concepto de suplencia, el concepto de huella [trace] podría estar determinado de otra manera que como lo hace Condillac. Trazar [tracer] quiere decir según él “expresar”, “representar”, “recordar”, “hacer presente” (“es verosímil que la pintura deba su origen solamente a la necesidad de trazar [tracer] así nuestros pensamientos; y esta necesidad ha contribuido, sin duda, a conservar el lenguaje de acción por ser el que podía pintarse más fácilmente”) (“De la escritura”, p. 223) [§128]. El signo nace al mismo tiempo que la imaginación y la memoria, en el momento en que es requerido por la percepción presente dada la ausencia del objeto (“La memoria, según hemos visto, no consiste más que en el poder de recordarnos los signos de nuestras ideas, o las circunstancias que los han acompañado; y este poder no actúa sino en tanto que, por la analogía de los signos (Yo subrayo: este concepto de analogía, que organiza toda la sistemática de Condillac, asegura en general todas las continuidades y en particular aquella de la presencia a la ausencia) elegidos por nosotros y por el orden que hemos puesto en nuestras ideas, los objetos que deseamos retrazar se relacionan con algunas de nuestras necesidades presentes”) (Primera parte, Sección segunda, Cap. IV, § 39, [p. 45. Trad. esp. modif.]). Esto es verdad en todos los órdenes de signos que distingue Condillac (arbitrarios, accidentales e incluso naturales, distinción que Condillac matiza y, en ciertos puntos, pone en tela de juicio en sus Cartas a Cramer). La operación filosófica que Condillac denomina también “retrazar” [“retracer”] consiste en remontar por vía de análisis y de descomposición continua el movimiento de derivación genética que conduce de la sensación simple y de la percepción presente al complejo edificio de la representación: de la presencia originaria a la lengua del cálculo más formal.
Sería fácil mostrar que, en su principio, este tipo de análisis de la significación escrita no comienza ni termina con Condillac. Si decimos ahora que este análisis es “ideológico” no es, en primer lugar, no es para oponer las nociones a conceptos “científicos” o para referirse al uso a menudo dogmático –se podría decir también “ideológico”– que se hace de esta palabra de ideología tan raramente interrogada hoy en su posibilidad y en su historia. Si defino como ideológicas las nociones de tipo condillaciano, es porque, sobre el fondo de una vasta, potente y sistemática tradición filosófica dominada por la evidencia de la idea (eidos, idea), estas nociones cortaron el campo de reflexión de “ideólogos” franceses que, en el surco de Condillac, elaboraron una teoría del signo como representación de una idea que, en sí misma, representa la cosa percibida. La comunicación desde entonces transporta una representación como contenido ideal (lo que se denominará el sentido); y la escritura es una especie de esta comunicación general. Una especie: una comunicación que comporta una especificidad relativa al interior de un género.
Si nos preguntamos ahora cuál es, en este análisis, el predicado esencial de esta diferencia específica, nos encontramos con la ausencia.
Adelanto aquí las siguientes dos proposiciones o hipótesis:
1) Puesto que todo signo, tanto en el “lenguaje de acción” como en el lenguaje articulado (antes incluso de la intervención de la escritura en el sentido clásico), supone una cierta ausencia (por determinar), hace falta que la ausencia en el campo de la escritura sea de un tipo original si queremos reconocerle alguna especificidad a lo que sea el signo escrito.
2) Si por casualidad el predicado así admitido para caracterizar la ausencia propia a la escritura se encuentra conveniente para cualquier especie de signo y de comunicación, se seguiría un desplazamiento general: la escritura no sería más una especie de comunicación y todos los conceptos a cuya generalidad se subordinaba la escritura (el concepto mismo como sentido, idea o asimiento del sentido y de la idea, el concepto de comunicación, de signo, etc.) aparecerían como no críticos, mal formados o destinados, más bien, a asegurar la autoridad y la fuerza de un cierto discurso histórico.
Tratemos pues, sin dejar de tomar nuestro punto de partida en este discurso clásico, de caracterizar esta ausencia que parece intervenir de manera específica en el funcionamiento de la escritura.
Un signo escrito se adelanta en la ausencia del destinatario. ¿Cómo calificar esta ausencia? Se podría decir que en este momento, cuando yo escribo, el destinatario puede estar ausente de mi campo de percepción presente. ¿Pero esta ausencia no es sólo una presencia lejana, retardada o, bajo una forma u otra, idealizada en su representación? No lo parece, a menos que esta distancia, esta separación, este retardo, esta différance deban poder ser trasladados a un cierto absoluto de la ausencia para que la estructura de escritura, suponiendo que exista la escritura, se constituya. Es ahí donde la différance como escritura no podría más (ser) una modificación (ontológica) de la presencia. Hace falta, si ustedes quieren, que mi “comunicación escrita” permanezca [reste] legible pese a la desaparición absoluta de todo destinatario determinado en general, para que tenga su función de escritura, es decir, su legibilidad. Hace falta que sea repetible –iterable– en la ausencia absoluta del destinatario o del conjunto empíricamente determinable de destinatarios. Esta iterabilidad (iter, de nuevo, vendría de itara, otro en sánscrito, y todo lo que sigue puede ser leído como la explotación de esta lógica que vincula [lie] la repetición a la alteridad) estructura la marca de la escritura misma, cualquiera sea además el tipo de escritura (pictográfica, jeroglífica, ideográfica, fonética, alfabética, por utilizar estas viejas categorías). Una escritura que no sea estructuralmente legible –iterable– más allá de la muerte del destinatario no sería una escritura. Si bien se trata aquí, al parecer, de una evidencia, no quiero hacerla admitir como tal, y examinaré la última objeción que se podría hacer a esta proposición. Imaginemos una escritura cuyo código sea lo suficientemente idiomático como para no haber sido instaurado y conocido, como cifra [chiffre] secreta, sino por dos “sujetos”. ¿Aún se diría que, en la muerte del destinatario, o incluso de ambos compañeros, la marca dejada por uno de ellos siempre es una escritura? Sí, en la medida en que, regulada por un código, aunque sea desconocido y no lingüístico, en su identidad de marca, está constituida por su iterabilidad, en la ausencia de tal o cual, en el límite, pues, de todo “sujeto” empíricamente determinado. Esto implica que no hay código –órganon de iterabilidad– que sea estructuralmente secreto. La posibilidad de repetir, y, por tanto, de identificar las marcas, está implicada en todo código, haciendo de éste una red comunicable, transmisible, descifrable, iterable por un tercero, luego, por cualquier usuario posible en general. Toda escritura, pues, para ser lo que es, debe poder funcionar en la ausencia radical de todo destinatario empíricamente determinado en general. Y esta ausencia no es una modificación continua de la presencia, es una ruptura de presencia, la “muerte” o la posibilidad de la “muerte” del destinatario inscrita en la estructura de la marca (es en este punto, lo anoto de pasada, donde el valor o el “efecto” de trascendentalidad se liga necesariamente a la posibilidad de la escritura y de la “muerte” así analizadas). Consecuencia quizá paradójica del recurso que, en este momento, estoy haciendo a la iteración y al código: la disrupción, en última instancia, de la autoridad del código como sistema finito de reglas; la destrucción radical, al mismo tiempo, de todo contexto como protocolo de código. Llegaremos a esto en un instante.
Lo que vale para el destinatario vale también, por las mismas razones, para el emisor o el productor. Escribir, es producir una marca que constituirá una suerte de máquina a su vez productora, que mi desaparición futura no impedirá principalmente funcionar y dar, dándose a leer y a reescribir. Cuando digo “mi desaparición futura”, es para hacer esta proposición más inmediatamente aceptable. Debo poder decir mi desaparición a secas, mi no-presencia en general, y por ejemplo la no-presencia de mi querer-decir, de mi intención-de-significación, de mi querer-comunicar-esto, en la emisión o la producción de la marca. Para que un escrito sea un escrito, hace falta que continúe “actuando” y siendo legible incluso si lo que se denomina el autor del escrito no responde ya de lo que él ha escrito, de aquello que parece haber firmado, ya sea que esté provisionalmente ausente, que esté muerto, o en general que no haya sostenido con su intención o atención absolutamente actual y presente, con la plenitud de su querer-decir, aquello mismo que parece haber escrito “en su nombre”. Se podría rehacer aquí el análisis bosquejado anteriormente sobre el destinatario. La situación del escritor y del suscriptor es, en cuanto al escrito, fundamentalmente la misma que la del lector. Esta deriva esencial, sostiene a la escritura como estructura iterativa, apartada [coupée] de toda responsabilidad absoluta, de la conciencia como autoridad de última instancia, huérfana y separada desde su nacimiento de la asistencia de su padre, esto es lo que Platón condenaba en el Fedro. Si el gesto de Platón es, como yo lo creo, el movimiento filosófico por excelencia, mide aquí el asunto que nos ocupa.
Antes de precisar las consecuencias inevitables de estos rasgos nucleares de toda escritura, (a saber: 1) la ruptura con el horizonte de la comunicación como comunicación de conciencias o de presencias y como transporte lingüístico o semántico del querer-decir; 2) la sustracción de toda escritura al horizonte semántico o al horizonte hermenéutico que, en tanto al menos como horizonte de sentido, se deja reventar [crever]*por la escritura; 3) la necesidad de separar [écarter], en cierto modo, del concepto de polisemia lo que he llamado en otro lugar diseminación y que es también el concepto de escritura; 4) la descalificación o el límite del concepto de contexto, “real” o “lingüístico”, del que la escritura hace la determinación teórica o la saturación empírica, imposibles o, con todo rigor, insuficientes), me gustaría demostrar que los rasgos que se pueden reconocer en el concepto clásico y estrechamente definido de escritura son generalizables. Estos valdrían no sólo para todos los órdenes de “signos” y para todos los lenguajes en general sino también, más allá de la comunicación semio-lingüística, para todo el campo de lo que la filosofía llamaría la experiencia, incluso la experiencia del ser: la denominada “presencia”.
¿Cuáles son, en efecto, los predicados esenciales en una determinación mínima del concepto clásico de escritura?
1) Un signo escrito, en el sentido corriente de esta palabra, es pues una marca que queda [reste], que no se agota en el presente de su inscripción y que puede dar lugar a una iteración en la ausencia y más allá de la presencia del sujeto empíricamente determinado que, en un contexto dado, la ha emitido o producido. Esto es por lo cual, al menos tradicionalmente, se distingue la “comunicación escrita” de la “comunicación hablada”.
2) Al mismo tiempo, un signo escrito comporta una fuerza de ruptura con su contexto, es decir, el conjunto de las presencias que organizan el momento de su inscripción. Esta fuerza de ruptura no es un predicado accidental, sino la estructura misma de lo escrito. Si se trata del contexto denominado “real”, lo que acabo de adelantar es muy evidente. Forman parte de este pretendido contexto real un cierto “presente” de la inscripción, la presencia del escritor en lo que ha escrito, todo el ambiente y el horizonte de su experiencia y sobre todo la intención, el querer-decir, que animaría en un momento dado su inscripción. Pertenece al signo, con derecho, ser legible tanto si el momento de su producción está perdido irremediablemente como si yo no sé lo que su pretendido autor-escritor ha querido decir en conciencia y en intención en el momento en que lo ha escrito, es decir, abandonado a su deriva esencial. Con respecto al contexto semiótico e interno, la fuerza de ruptura no es menor: debido a su iterabilidad esencial, siempre se puede retirar un sintagma escrito fuera del encadenamiento en el cual está asumido o dado, sin hacerle perder toda posibilidad de funcionamiento, sino, precisamente, toda posibilidad de “comunicación”. Se puede, eventualmente, reconocerle otras posibilidades al inscribirlo o injertarlo [greffant] en otras cadenas. Ningún contexto puede cerrarse sobre sí. Ni ningún código, siendo el código aquí, a la vez, la posibilidad y la imposibilidad de la escritura, puede cerrar su iterabilidad esencial (repetición/alteridad).
3) Esta fuerza de ruptura se debe al espaciamiento que constituye al signo escrito: espaciamiento que lo separa de los otros elementos de la cadena contextual interna (posibilidad siempre abierta de su extracción y de su injerto), pero también de todas las formas del referente presente (pasado o futuro en la forma modificada del presente pasado o futuro), objetivo o subjetivo. Este espaciamiento no es la simple negatividad de una laguna, sino el surgimiento de la marca. No queda [reste], por tanto, como trabajo de lo negativo al servicio del sentido, del concepto viviente, del telos, relevable y reducible en la Aufhebung de una dialéctica.
Estos tres predicados, con todo el sistema que aquí se añade, ¿están reservados, como tan a menudo se cree, a la comunicación “escrita”, en el sentido estricto de esta palabra? ¿No los reencontramos en todo lenguaje, por ejemplo en el lenguaje hablado y, en el límite, en la totalidad de la “experiencia” en tanto que ella no se separa de este campo de la marca, es decir, en la red del borramiento y de la diferencia, de este campo de unidades de iterabilidad, de unidades separables de su contexto interno o externo y separables de sí mismas, en tanto que la iterabilidad misma que constituye su identidad jamás les permite ser una unidad idéntica a sí?
Consideremos cualquier elemento del lenguaje hablado, una unidad pequeña o grande. Primera condición para que funcione: su localización con respecto a un determinado código; aunque prefiero no comprometer demasiado aquí este concepto de código, que no me parece seguro. Digamos que una cierta identidad a sí de este elemento (marca, signo, etc.) debe permitir el reconocimiento y la repetición. A través de las variaciones empíricas del tono, de la voz, etc., eventualmente de un cierto acento, por ejemplo, hace falta poder reconocer la identidad, digamos, de una forma significante. ¿Por qué esta identidad es paradójicamente la división o la disociación de sí, que va a hacer de este signo fónico un grafema? Es que esta unidad de la forma significante no se constituye sino por su iterabilidad, por la posibilidad de ser repetida en la ausencia no sólo de su “referente”, lo que es evidente, sino en la ausencia de un significado determinado o de la intención de significación actual, así como de toda intención de comunicación presente. Esta posibilidad estructural de ser separado [sevrée] del referente o del significado (por lo tanto, de la comunicación y de su contexto) me parece que hace de toda marca, aunque sea oral, un grafema en general, es decir, como hemos visto, la restancia [restance] no-presente de una marca diferencial apartada de su pretendida “producción” u origen. Y yo extendería incluso esta ley a toda “experiencia” en general, si se acepta que no hay experiencia de presencia pura sino sólo de cadenas de marcas diferenciales.
Quedémonos un poco en este punto y volvamos sobre esta ausencia de referente e incluso del sentido significado, por tanto, de la intención de significación correlativa. La ausencia del referente es una posibilidad muy fácilmente admitida en la actualidad. Esta posibilidad no es solamente una eventualidad empírica. Construye la marca; y la presencia eventual del referente en el momento en que es designado, nada cambia la estructura de una marca que implica que puede prescindir de ella. Husserl en sus Investigaciones lógicas, había analizado muy rigurosamente esta posibilidad. Ésta, es doble:
1) Un enunciado cuyo objeto no es imposible sino solamente posible puede muy bien ser proferido y oído sin que su objeto real (su referente) esté presente, sea ante quien produce el enunciado, sea ante quien lo recibe. Si, mirando por la ventana, yo digo: “El cielo es azul”, este enunciado será inteligible (digamos provisionalmente, si ustedes quieren, comunicable) incluso si el interlocutor no ve el cielo; incluso si yo mismo no lo veo, si lo veo mal, si me equivoco o si quiero engañar a mi interlocutor. No es que sea siempre así; pero pertenece a la estructura de posibilidad de este enunciado, poder estar formado y poder funcionar como referencia vacía o apartada [coupée] de su referente. Sin esta posibilidad, que es también la iterabilidad general, generable y generalizadora de toda marca, no habría enunciado.
2) La ausencia del significado. También lo analiza Husserl. Él la juzga siempre posible, incluso si, según la axiología y la teleología que dirigen su análisis, juzga esta posibilidad como inferior, peligrosa o “crítica”: ésta abre el fenómeno de crisis del sentido. Esta ausencia del sentido puede propagarse según tres formas:
A) Puedo manipular símbolos sin animarlos, de manera activa y actual, de atención y de intención de significación (crisis del simbolismo matemático, según Husserl). Aunque Husserl insiste sobre el hecho de que esto no le impide al signo funcionar: la crisis o la vacuidad del sentido matemático no limita al progreso técnico (la intervención de la escritura es aquí decisiva, como el propio Husserl lo destaca en El origen de la geometría).
B) Ciertos enunciados pueden tener un sentido mientras están privados de significación objetiva. “El círculo es cuadrado” es una proposición provista de sentido. Tiene suficiente sentido para que pueda juzgarla falsa o contradictoria (widersinnig y no sinnlos, dice Husserl). Sitúo este ejemplo bajo la categoría de ausencia de significado, aunque aquí la tripartición significante/significado/referente no sea pertinente para rendir cuentas del análisis de Husserl. “Círculo cuadrado” marca la ausencia de un referente, ciertamente, también la ausencia de un cierto significado pero no la ausencia de sentido. En estos dos casos, la crisis del sentido (no-presencia en general, ausencia como ausencia del referente –de la percepción– o del sentido –de la intención de significación actual) está siempre ligada a la posibilidad esencial de la escritura; y esta crisis no es un accidente, una anomalía factual y empírica del lenguaje hablado, también es la posibilidad positiva y la estructura “interna”, bajo un cierto afuera.
C) Hay, por último, lo que Husserl llama Sinnlosigkeit o agramaticalidad. Por ejemplo, “el verde es o” o “abracadabra”. En estos últimos casos, Husserl considera, por su parte, que no hay más lenguaje, al menos no hay más lenguaje “lógico”, no hay más lenguaje de conocimiento, tal como Husserl lo comprende de manera teleológica, no hay más lenguaje acorde a la posibilidad de la intuición de objetos dados en persona y significados en verdad. Estamos aquí ante una dificultad decisiva. Antes de detenerme, señalo, como un punto que toca a nuestro debate sobre la comunicación, que el primer interés del análisis husserliano al cual me refiero Waquí (precisamente extrayéndolo, hasta cierto punto, de su contexto o de su horizonte teleológico y metafísico, operación respecto de la cual debemos preguntar cómo y por qué es siempre posible), es el de pretender y, me parece, el de conseguir, de cierta manera, disociar rigurosamente el análisis del signo o de la expresión (Ausdruck) como signo significante, que quiere decir (bedeutsame Zeichen), de todo fenómeno de comunicación.3
Retomemos el caso de la Sinnlosigkeit agramatical. Lo que interesa a Husserl en las Investigaciones lógicas, es el sistema de reglas de una gramática universal, no desde un punto de vista lingüístico sino desde un punto de vista lógico y epistemológico. En una importante nota de la segunda edición4, precisa que, a sus ojos, se trata aquí de gramática pura lógica, es decir, de las condiciones universales de posibilidad para una morfología de las significaciones en su relación de conocimiento con un objeto posible, no de una gramática pura en general, considerada desde un punto de vista psicológico o lingüístico. Es, por lo tanto, sólo en un contexto determinado por una voluntad de saber, por una intención epistémica, por una relación consciente con el objeto como objeto de conocimiento en un horizonte de verdad, esto es, en este campo contextual orientado que “el verde es o” es inadmisible. Pero como “el verde es o” o “abracadabra” no constituyen su contexto en sí mismos, nada prohíbe que funcionen en otro contexto a título de marca significante (o de índice, diría Husserl). No sólo en el caso contingente, por la traducción del alemán al francés “el verde es o” [“le vert est ou”] podría cargarse de gramaticalidad, en que o (oder) en la audición deviene donde [où] (marca de lugar): “Dónde [Où] está el verde (del césped: el verde está dónde?”), “¿Dónde [où] está el vaso en el cual quería darles a beber?”. Pero incluso “el verde es o” (The green is either) significa aún ejemplo de agramaticalidad. Es sobre esta posibilidad que querría insistir: posibilidad de extracción e injerto citacional que pertenece a la estructura de toda marca, hablada o escrita, y que constituye toda marca en escritura, incluso antes y fuera de todo horizonte de comunicación semio-lingüística; en escritura, es decir, en posibilidad de funcionamiento separado [coupé], en un cierto punto, de su querer-decir “original” y de su pertenencia a un contexto saturable y restrictivo. Todo signo, lingüístico o no lingüístico, hablado o escrito (en el sentido corriente de esta oposición), en una pequeña o gran unidad, puede ser citado, puesto entre comillas; por ende puede romper con todo contexto dado, engendrar al infinito nuevos contextos, de manera absolutamente no saturable. Esto no supone que la marca valga fuera de contexto, sino, al contrario, que no hay más que contextos sin ningún centro de anclaje absoluto. Esta citacionalidad, esta duplicación o duplicidad, esta iterabilidad de la marca no es un accidente o una anomalía, es aquello (normal/anormal) sin lo cual una marca ni siquiera podría ya tener un funcionamiento llamado “normal”. ¿Qué sería una marca que no se pudiera citar? ¿Y cuyo origen no pudiera estar perdido en el camino?
Los parásitos. Iter, de la escritura: que quizá no existe
Propongo ahora elaborar un poco más esta cuestión basándome –también, sin embargo, para atravesarla– en la problemática de lo performativo. Ésta nos interesa aquí por varios motivos.
1) En primer lugar, Austin, por la insistencia que pone al análisis de la perlocución y sobre todo de la ilocución, parece no considerar los actos de habla sino en tanto actos de comunicación. Esto es lo que anota su presentador francés al citar a Austin: “Es comparando la enunciación constatativa (es decir, la ‘afirmación’ clásica, concebida la mayor parte del tiempo como una ‘descripción’ verdadera o falsa de los hechos) con la enunciación performativa (del inglés: permormative)* (es decir, aquella que nos permite hacer alguna cosa a través de la palabra misma), que Austin se ha conducido a considerar todo enunciado digno de este nombre (es decir, destinado a comunicar - lo que excluiría, por ejemplo, el juramento reflejo) como siendo principalmente y ante todo un acto de habla producido en la situación total donde se encuentran los interlocutores (How to do Things with Words, p. 147)” (G. Lane, Introducción a la traducción francesa, a la que me referiré ahora, Seuil, 1970, p. 19).
2) Esta categoría de comunicación es relativamente original. Las nociones austinianas de ilocución y de perlocución no designan el transporte o el paso [passage] de un contenido de sentido, sino, de alguna manera, la comunicación de un movimiento original (por definir en una teoría general de la acción), una operación y la producción de un efecto. Comunicar, en el caso del performativo, si algo como eso existe con todo rigor y con toda pureza (me pongo por el momento en esta hipótesis y en esta etapa del análisis), sería comunicar una fuerza por el impulso de una marca.
3) A diferencia de la afirmación clásica, del enunciado constatativo, el performativo no tiene su referente (pero aquí esta palabra, sin duda, no conviene, y es el interés del descubrimiento) fuera de él o en todo caso ante él y de cara a él. No describe alguna cosa que existe fuera del lenguaje y ante él. Produce o transforma una situación, opera; y si se puede decir que un enunciado constatativo efectúa también alguna cosa y siempre transforma una situación, no se puede decir que esto constituya su estructura interna, su función o su destinación manifiestas, como en el caso del performativo.
4) Austin tuvo que sustraer el análisis del performativo a la autoridad del valor de verdad, a la oposición verdadero/falso,5 al menos bajo su forma clásica, y a veces substituirlo por el valor de fuerza, de diferencia de fuerza (illocutionary o perlocutionary force). (Esto es lo que, en este pensamiento que es nada menos que nietzscheano, me parece hace señas hacia Nietzsche; éste, a menudo, ha reconocido una cierta afinidad con una vena del pensamiento inglés).
Por estas cuatro razones, al menos, podría parecer que Austin ha hecho eclosionar el concepto de comunicación como concepto puramente semiótico, lingüístico o simbólico. El performativo es una “comunicación” que no se limita esencialmente a transportar un contenido semántico ya constituido y vigilado por un visado de verdad (de develamiento de lo que está en su ser, o de adecuación entre un enunciado judicativo y la cosa misma).
Y no obstante –esto es al menos lo que ahora querría intentar de indicar–, todas las dificultades encontradas por Austin en su análisis paciente, abierto, aporético, en constante transformación, a menudo más fecundo en el reconocimiento de sus impasses que en sus posiciones, me parecen tener una raíz común. Esta: Austin no ha tomado en cuenta lo que, en la estructura de la locución (o sea, antes de toda determinación ilocutoria o perlocutoria), comporta ya este sistema de predicados que denomino grafemáticos en general y que por tanto desdibuja [brouille] todas las ulteriores oposiciones a las que Austin en vano ha buscado fijarles pertinencia, pureza, rigor.
Para mostrarlo, debo considerar como conocido y hasta obvio que los análisis de Austin requieren permanentemente un valor de contexto, e incluso de contexto exhaustivamente determinable, de derecho o teleológicamente; y la larga lista de fracasos [échecs] (infelicities)* de tipo variable que podrían afectar al acontecimiento del performativo, siempre vuelven a un elemento de lo que Austin denomina el contexto total.6 Uno de estos elementos esenciales –y no uno entre otros– sigue siendo [reste] clásicamente la conciencia, la presencia consciente de la intención del sujeto hablante en la totalidad de su acto locutorio. De este modo, la comunicación performativa deviene nuevamente [redevient] comunicación de un sentido intencional,7 incluso si este sentido no tiene referente en la forma de una cosa o de un estado de cosas anterior o exterior. Esta presencia consciente de locutores o receptores partícipes en la realización de un performativo, su presencia consciente e intencional en la totalidad de la operación, implica teleológicamente que ningún resto [reste] escapa a la totalización presente. Ningún resto, ni en la definición de las convenciones requeridas, ni en el contexto interno y lingüístico, ni en la forma gramatical ni en la determinación semántica de las palabras empleadas; ninguna polisemia irreductible, es decir, ninguna “diseminación” que escape al horizonte de la unidad del sentido. Cito las dos primeras conferencias de How to do things with words: “Hablando en términos generales, siempre es necesario que las circunstancias en que las palabras se expresan sean apropiadas, de alguna manera o maneras. Además, de ordinario, es menester que el que habla, o bien otras personas deban también llevar a cabo otras acciones (autres actions [añadido de J. D.]) determinadas ‘físicas’ o ‘mentales’, o aun actos que consisten en expresar otras palabras. Así, para bautizar el barco, es esencial que yo sea la persona designada a esos fines; para contraer matrimonio (cristianamente) es esencial que no esté casado con una mujer viva, que esté espiritualmente sano y no divorciado, etc., para que tenga lugar una apuesta, es generalmente necesario que haya sido aceptada por otro (el que tiene que haber hecho algo, por ejemplo, haber dicho ‘aceptado’); y difícilmente hay un obsequio si digo ‘te doy esto’ pero jamás entrego el objeto. Hasta aquí no hay problemas.” (pp. 49-40).*
En la Segunda Conferencia, después de haber desechado, como lo hace regularmente, el criterio gramatical, Austin examina la posibilidad y el origen de los fracasos o de las “desgracias” de la enunciación performativa. Define, entonces, las seis condiciones indispensables, sino suficientes, del éxito. A través de los valores de “convencionalidad”, de “corrección” y de “integralidad” que intervienen en esta definición, nosotros encontramos necesariamente los de contexto exhaustivamente definible, de conciencia libre y presente en la totalidad de la operación, de querer-decir absolutamente pleno y dueño de sí mismo: jurisdicción teleológica de un campo total cuya intención sigue siendo [reste] el centro organizador.8 El enfoque [démarche] de Austin es muy notable y típico de esta tradición filosófica con la cual él querría tener tan poca relación. Ésta consiste en reconocer que la posibilidad de lo negativo (aquí, de las infelicities) es una posibilidad ciertamente estructural, que el fracaso es un riesgo esencial de las operaciones consideradas; entonces, en un gesto casi inmediatamente simultáneo, en el nombre de una suerte de regulación ideal, excluye este riesgo como riesgo accidental, exterior, y no nos enseña nada sobre el fenómeno de lenguaje considerado. Esto es tanto más curioso, con todo rigor insostenible, en cuanto Austin denuncia con ironía el “fetiche” de la oposición value/fact.
Así por ejemplo, a propósito de la convencionalidad sin la cual no hay performativo, Austin reconoce que todos los actos convencionales están expuestos al fracaso: “…parece evidente al principio que los fracasos –aunque han comenzado a interesarnos vivamente (o no han logrado atraernos) en conexión con ciertos actos que (en todo o en parte) consisten en emitir palabras– son una afección a la que están expuestos todos los actos que poseen el carácter de ser rituales o ceremoniales, esto es, todos los actos convencionales. Por cierto que no todo ritual está expuesto a todas y cada una de estas formas de fracaso (pero esto tampoco ocurre con todos los enunciados performativos)” (p. 60, Austin subraya [Trad. esp. modif.]).
Además de todas las cuestiones planteadas por esta noción históricamente tan sedimentada de “convención”, hace falta señalar aquí:
1) Que Austin parece considerar en este preciso lugar sólo la convencionalidad que forma la circunstancia del enunciado, su entorno contextual y no una cierta convencionalidad intrínseca de lo que constituye la locución misma, todo lo que se resumiría, para ir rápido, bajo el título problemático de la “arbitrariedad del signo”; lo que extiende, agrava y radicaliza la dificultad. El “rito” no es una eventualidad, sino, en tanto que iterabilidad, un rasgo estructural de toda marca.
2) Que el valor de riesgo o de exposición al fracaso, aunque puede afectar a priori, Austin lo reconoce, la totalidad de los actos convencionales, no es interrogado como predicado esencial o como ley. Austin no se pregunta qué consecuencias surgen del hecho de que un posible –que un posible riesgo– sea siempre posible o, en cierto modo, una posibilidad necesaria. Y si, siendo reconocida una tal posibilidad necesaria del fracaso, ésta constituye aún un accidente. ¿Qué es un éxito [réussite] cuando la posibilidad del fracaso sigue constituyendo su estructura?
La oposición éxito/fracaso de la ilocución o de la perlocución parece aquí, por tanto, muy insuficiente y muy derivada. Ésta presupone una elaboración general y sistemática de la estructura de la locución que evitaría esta alternancia sin fin de la esencia y del accidente. Ahora bien, es muy significativo que Austin rechace esta “teoría general”, la difiera al menos dos veces, especialmente en la Segunda Conferencia. Dejo de lado la primera exclusión (“No quiero entrar aquí en la teoría general correspondiente; en muchos de estos casos podemos incluso decir que el acto estaba ‘vacío’ (o que se podría considerar ‘vacío’, por un acto de coacción o por influencia indebida), etc. Supongo que una teoría general de muy alto nivel podría abarcar en una sola vez lo que hemos llamado fracasos y estos otros accidentes ‘desdichados’ [‘malheureux’] que se pueden presentar en la ejecución de acciones (en nuestro caso, de acciones que contienen una enunciación performativa). Pero no nos ocuparemos de este otro tipo de ‘desdichas’; sólo tendremos que recordar, sin embargo, que este tipo de acontecimientos pueden producirse siempre, y que se producen siempre, de hecho, en algún caso de los que discutíamos. Las características de este tipo podrían figurar normalmente bajo la rótula de ‘circunstancias atenuantes’ o ‘factores que reducen o eliminan la responsabilidad del agente’, etc.” (pp. 62-63, Subrayado mío. [Trad. esp. modif.]). El segundo acto de esta exclusión concierne más directamente a nuestro propósito. Se trata justamente de la posibilidad para toda enunciación performativa de ser “citada” (y a priori, por cualquier otra). Ahora bien, Austin excluye esta eventualidad (y la teoría general que la explicaría) con una suerte de encarnizamiento lateral, lateralizante pero aún más significativo. Él insiste sobre el hecho de que esta posibilidad permanece [reste] anormal, parasitaria, que constituye una suerte de extenuación, incluso de agonía del lenguaje que hace falta firmemente mantener a distancia, o respecto de la cual hace falta desviarse resueltamente. Y el concepto de lo “ordinario” y, por tanto, de “lenguaje ordinario” al que recurre, está claramente marcado por esta exclusión. Esto se vuelve aún más problemático y, antes de mostrarlo, sin duda es mejor que simplemente lea un párrafo de esta Segunda Conferencia:
“II. En segundo lugar: en tanto que enunciaciones, nuestros performativos están expuestos igualmente a ciertas especies de males que afectan a toda enunciación. A estos males –aunque podrían a su vez ser englobados en una teoría más general– también queremos excluirlos expresamente de nuestro presente propósito. Me refiero, por ejemplo, a lo siguiente: una enunciación performativa será hueca o vacía de una manera particular si, por ejemplo, es formulada por un actor en un escenario, incluida en un poema o emitida en un soliloquio. Pero esto vale de manera similar para toda enunciación: se trata de una variación [revirement] (sea-change), debido a circunstancias especiales. Es claro que en tales circunstancias el lenguaje no es usado seriamente (soy yo quien subraya aquí, J. D.), y esto de manera particular, sino que se trata de un uso parasitario respecto del uso normal –parasitismo cuyo estudio cae dentro de la doctrina de las decoloraciones del lenguaje. Todo esto, pues, excluiremos en nuestro estudio. Nuestras enunciaciones performativas, afortunadas o no, han de ser entendidas como pronunciadas en circunstancias ordinarias.” (p. 63 [Trad. esp. modif.]). Austin, con todo lo que él denomina el sea-change, lo “no-serio”, lo “parasitario”, la “decoloración”, lo “no-ordinario” (y con toda la teoría general que, al informarlo, no estaría más dominada por estas oposiciones), excluye, pues, aquello que sin embargo reconoce como la posibilidad abierta por toda enunciación. Es también como un “parásito” que la escritura siempre ha sido tratada por la tradición filosófica, y la aproximación no tiene aquí nada de azaroso [hasardeux].
Planteo, entonces, la siguiente cuestión: ¿es esta posibilidad general forzosamente la de un fracaso o una trampa en la cual el lenguaje puede caer o perderse como en un abismo situado fuera o ante él? ¿Qué pasa con el parasitaje? En otros términos, ¿la generalidad del riesgo admitida por Austin, rodea el lenguaje como una suerte de foso, un lugar de perdición externo del cual la locución siempre podría no salir, que podría evitar quedándose en casa [restant chez soi], en sí, al abrigo de su esencia o de su telos? O bien, ¿este riesgo es, al contrario, su condición de posibilidad interna y positiva?, ¿este afuera de su adentro?, ¿la fuerza misma y la ley de su surgimiento? En este último caso, ¿qué significaría un lenguaje “ordinario” definido por la exclusión de la ley misma del lenguaje? ¿Es que al excluir la teoría general de este parasitaje estructural, Austin, que sin embargo pretende describir los hechos y los acontecimientos del lenguaje ordinario, nos hace pasar por lo ordinario una determinación teleológica y ética (univocidad del enunciado –respecto del cual, en otra parte reconoce que sigue siendo un “ideal” filosófico, p. 117 [tr. fr. p. 93]–, presencia a sí de un contexto total, transparencia de las intenciones, presencia del querer-decir por la unicidad absolutamente singular de un speech act, etc.)?
Porque, después de todo, lo que Austin excluye como anomalía, excepción, “no-serio”,9 la citación (sobre la escena, en un poema, o en un soliloquio), ¿no es la modificación determinada de una citacionalidad general –de una iterabilidad general, más bien– sin la cual ni siquiera habría un performativo “exitoso”? De tal suerte que –consecuencia paradójica pero ineludible– un performativo exitoso es forzosamente un performativo “impuro”, por retomar la palabra que Austin adelantará cuando, más adelante, reconozca que no hay performativo “puro” (pp. 196, 186, 153 [tr. fr. pp. 152, 144, 119]).10
Tomo ahora las cosas del lado de la posibilidad positiva y no ya sólo del fracaso: ¿sería posible un enunciado performativo, si un doblez [doublure]* citacional no viniera a escindir, a disociar de sí misma la singularidad pura del acontecimiento? Planteo la pregunta bajo esta forma para prevenir una objeción. En efecto, se podría decirme: usted no puede pretender dar cuenta de la estructura denominada grafemática de la locución, a partir de la sola ocurrencia de los fracasos del performativo si estos fracasos pueden ser tan reales, ya sea efectiva o general su posibilidad. Usted no puede negar que también hay performativos exitosos y hace falta que nos demos cuenta: se abren sesiones, Paul Ricoeur lo ha hecho ayer, se dice: “Planteo una cuestión”, se apuesta, se desafía, se lanzan los barcos y a veces, incluso, uno se casa. Este tipo de acontecimientos, al parecer, se producen. Y si uno solo de ellos hubiera tenido lugar una sola vez, todavía debe ser tomado en cuenta.
Yo diría “puede ser”. En primer lugar, hace falta entenderse aquí sobre lo que es el “producirse” o la acontecimentalidad de un acontecimiento que supone, en su surgimiento pretendidamente presente y singular, la intervención de un enunciado que en sí mismo no puede ser sino de estructura repetitiva o citacional o, más bien, ya que estas dos últimas palabras se prestan a confusión, iterable. Vuelvo, así, a ese punto que me parece fundamental y que concierne ahora al estatuto del acontecimiento en general, del acontecimiento del habla o por el habla, de la extraña lógica que supone y que queda [reste] a menudo desapercibida.
¿Un enunciado performativo podría tener éxito si su formulación no repitiera un enunciado “codificado” o iterable, dicho de otra manera, si la fórmula que pronuncio para abrir una sesión, lanzar un barco o iniciar un matrimonio no fuera identificable como conforme a un modelo iterable, si, por tanto, no fuera identificable de alguna manera como “citación”? No es que la citacionalidad sea aquí del mismo tipo que en una pieza teatral, una referencia filosófica o en la recitación de un poema. Esto es que hay una especificidad relativa, como lo denomina Austin, una “pureza relativa” de los performativos. Pero esta pureza relativa no se remueve contra la citacionalidad o la iterabilidad, sino contra otras especies de iteración en el interior de una iterabilidad general que fractura la pureza pretendidamente rigurosa de todo acontecimiento de discurso, o de todo speech act. Hace falta, entonces, menos que oponer la citación o la iteración a la no-iteración de un acontecimiento, construir una tipología diferencial de formas de iteración, suponiendo que este proyecto sea sostenible y que pueda dar lugar a un programa exhaustivo, cuestión que me reservo aquí. En esta tipología, la categoría de intención no desaparecerá, tendrá su lugar, pero, desde este lugar, ya no podrá controlar [commander] toda la escena y todo el sistema de la enunciación. Sobre todo, trataremos entonces con diferentes tipos de marcas o de cadenas de marcas iterables y no con una oposición entre, por una parte, enunciados citacionales y, por otra, enunciados-acontecimientos singulares y originales. La primera consecuencia será la siguiente: dada esta estructura de iteración, la intención que anima la enunciación jamás será, de punta a cabo, presente a sí misma y a su contenido. La iteración que la estructura a priori introduce una dehiscencia y una rotura [brisure] esenciales. Lo “no-serio”, la oratio obliqua, no podrían ser ya excluidos, como deseaba Austin, del lenguaje “ordinario”. Y si se pretende que este lenguaje ordinario, o la circunstancia ordinaria del lenguaje, excluyan la citacionalidad o la iterabilidad general, ¿esto no significa que lo “ordinario” en cuestión, la cosa y la noción, abrigan un señuelo, que es el señuelo teleológico de la conciencia, de la cual quedan por analizar las motivaciones, la necesidad indestructible y los efectos sistemáticos? Sobre todo, esta ausencia esencial de la intención en la actualidad del enunciado, esta inconsciencia estructural, si ustedes quieren, prohíbe toda saturación del contexto. Para que un contexto sea exhaustivamente determinable, en el sentido requerido por Austin, haría falta al menos que la intención consciente sea totalmente presente y actualmente transparente a sí misma y a los otros, ya que es un centro [foyer] determinante del contexto. El concepto o la demanda del “contexto” parece, así, sufrir aquí de la misma incertidumbre teórica e interesada que el concepto de lo “ordinario”, de los mismos orígenes metafísicos: discurso ético y teleológico de la conciencia. Una lectura de las connotaciones, esta vez del texto de Austin, confirmaría la lectura de las descripciones; acabo de indicar el principio.
La différance, la ausencia irreductible de la intención o de la asistencia al enunciado performativo, el enunciado más “acontecimental”, es lo que me autoriza, dados los predicados que he recordado hace un momento, a plantear la estructura grafemática general de toda “comunicación”. Con todo, no sacaría como consecuencia que no hay ninguna especificidad relativa de los efectos de conciencia, de los efectos de habla (por oposición a la escritura en sentido tradicional), que no hay ningún efecto performativo, ningún efecto del lenguaje ordinario, ningún efecto de presencia ni de acontecimiento discursivo (speech act). Simplemente, estos efectos no excluyen aquello que en general se les opone término a término, al contrario, lo presuponen de manera disimétrica, como el espacio general de su posibilidad.
Firmas
Este espacio general, es en principio el espaciamiento como disrupción de la presencia en la marca, de aquello que denomino aquí la escritura. Del hecho de que todas las dificultades encontradas por Austin se crucen en el punto donde, a la vez, están en cuestión la presencia y la escritura, vería un indicio en un pasaje de la Quinta Conferencia donde surge la instancia dividida del seing.
¿Es azar si Austin debe entonces anotar: “(Tengo que señalar nuevamente que aquí andamos a los tumbos. Sentir que el terreno firme del prejuicio se desliza bajo nuestros pies es excitante, pero tiene sus inconvenientes.)” (p. 105)? Poco antes, un “impasse” había aparecido, al cual se llega “cada vez que buscamos un criterio simple y único, de orden gramatical o lexicológico” [p. 103. Trad. esp. modif.], al distinguir entre los enunciados performativos y constatativos. (Debo decir que esta crítica del lingüisticismo y de la autoridad del código, crítica realizada a partir de un análisis del lenguaje, es lo que más me ha interesado y más me ha convencido en la empresa de Austin). A continuación, por razones no lingüísticas, intenta justificar la preferencia que él ha manifestado hasta ahora, en el análisis de los performativos, por las formas de la primera persona, del indicativo presente, por la voz activa. La justificación, en última instancia, es que se hace referencia a lo que Austin denomina el origen [source] de la enunciación. Esta noción de origen –cuya apuesta es tan evidente– reaparece a menudo a continuación y domina todo el análisis en la fase que estamos examinando. Ahora bien, no sólo no duda Austin que el origen de un enunciado oral en la primera persona del presente del indicativo (en la voz activa) esté presente en la enunciación y en el enunciado (he intentado explicar por qué teníamos razones para no creerlo), sino que, aún más, no duda que el equivalente de esta ligadura con el origen en las enunciaciones escritas, sea simplemente evidente y esté asegurado en la firma: “Cuando, en la enunciación, no hay referencia a la persona que la emite (y realiza así el acto) mediante el pronombre ‘yo’ (o su nombre propio), dicha persona a pesar de todo está ‘referida’ en una de estas dos formas:
a) En las enunciaciones verbales, el autor es la persona que emite la enunciación. (Por así decir, el origen [source] de la enunciación –término usado generalmente en cualquier sistema de coordenadas verbales).
b) En las enunciaciones escritas (o ‘inscripciones’), el autor pone su firma (la firma es evidentemente necesaria, pues las enunciaciones escritas no están ligadas [rattachées] a su origen de la manera en que lo están las verbales) (p. 104. [Trad. esp. modif.])*.
Desde este punto de vista, intentaremos analizar la firma, su relación con el presente y con el origen [source]. De aquí en adelante, considero como ya implicado en este análisis que todos los predicados establecidos también valdrán para esta “firma” oral que es, que pretende ser, la presencia del “autor” como “persona que enuncia”, como “origen”, en la producción del enunciado.
Por definición, una firma escrita implica la no-presencia actual o empírica del signatario. Pero, se dirá, ella también marca y retiene su haber-sido presente en un ahora [maintenant] pasado, que seguirá siendo [restera] un ahora futuro, por tanto en un ahora en general, en la forma trascendental del mantenimiento [maintenance]. Este mantenimiento general está, de alguna manera, inscrito, sujeto [épinglée] en la puntualidad presente, siempre evidente y siempre singular, de la forma de la firma. Esta es la originalidad enigmática de todas las siglas [paraphes]. Para que la ligadura [rattachement] con el origen se produzca, hace falta, por tanto, que sea retenida la singularidad absoluta de un acontecimiento de firma y de una forma de firma: la reproductibilidad pura de un acontecimiento puro.
¿Existe tal cosa? ¿La singularidad absoluta de un acontecimiento de firma, nunca se produce? ¿Hay firmas?
Sí, por supuesto, todos los días. Los efectos de firma son la cosa más común en el mundo. Pero la condición de posibilidad de estos efectos es simultáneamente, una vez más, la condición de su imposibilidad, de la imposibilidad de su rigurosa pureza. Para funcionar, es decir, para ser legible, una firma debe tener una forma repetible, iterable, imitable; ella debe poder desligarse de la intención presente y singular de su producción. Es su mismidad lo que, alterando su identidad y su singularidad, divide el sello. Ya he indicado antes, el principio de este análisis.
Para concluir este asunto muy en seco [sec]:*
1) en tanto que escritura, la comunicación, si se quiere mantener esta palabra, no es el medio de transporte del sentido, el intercambio de las intenciones y del querer-decir, el discurso y la “comunicación de las conciencias”. No asistimos a un fin de la escritura que seguiría siendo [restaurerait], siguiendo la representación ideológica de Mac Luhan, una transparencia o una inmediatez de las relaciones sociales; sino más bien al despliegue histórico cada vez más potente de una escritura general, cuyo sistema del habla, de la conciencia, del sentido, de la presencia, de la verdad, etc., no sería sino un efecto, y debe ser analizado como tal. Es este el efecto puesto en cuestión, al que en otra parte he denominado logocentrismo;
2) el horizonte semántico que habitualmente dirige la noción de comunicación está excedido o reventado [crevé] por la intervención de la escritura, es decir, de una diseminación que no se reduce a una polisemia. La escritura se lee, no da lugar, “en última instancia”, a un desciframiento hermenéutico, al desencriptado de un sentido o una verdad;
3) pese al desplazamiento general del concepto clásico, “filosófico”, occidental, etc., de escritura, parece necesario conservar, provisoria y estratégicamente, el viejo nombre. Esto implica toda una lógica de la paleonimia que no puedo desarrollar aquí.11 Muy esquemáticamente: una oposición de conceptos metafísicos (por ejemplo, habla/escritura, presencia/ausencia, etc.), no es nunca el cara a cara de dos términos, sino una jerarquía y el orden de una subordinación. La deconstrucción no puede limitarse, o pasar inmediatamente, a una neutralización: debe, por un doble gesto, una doble ciencia, una doble escritura, practicar una inversión [renversement] de la oposición clásica y un desplazamiento general del sistema. Es por esta única condición que la deconstrucción proporcionará los medios para intervenir en el campo de las oposiciones que critica y que es también un campo de fuerzas no discursivas. Cada concepto, por otra parte, pertenece a una cadena sistemática y constituye él mismo un sistema de predicados. No hay concepto metafísico en sí. Hay un trabajo –metafísico o no– sobre los sistemas conceptuales. La deconstrucción no consiste en pasar de un concepto a otro sino en invertir [renverser]* y en desplazar un orden conceptual, así como el orden no conceptual con el cual se articula. Por ejemplo, la escritura, como concepto clásico, comporta predicados que han sido subordinados, excluidos o mantenidos en reserva por fuerzas y según necesidades por analizar. Estos son predicados (he recordado algunos) cuya fuerza de generalidad, de generalización y de generatividad, se encuentra liberada, injertada sobre un “nuevo” concepto de escritura que se corresponde también con lo que siempre ha resistido a la antigua organización de fuerzas, lo que siempre ha constituido el resto [reste], irreductible a la fuerza dominante que organizó la jerarquía –digamos, para ir rápido, logocéntrica. Dejar a este nuevo concepto el viejo nombre de escritura, es mantener la estructura de injerto, el paso y la adherencia indispensable a una intervención efectiva en el campo histórico constituido. Es dar a todo lo que se juega en las operaciones de deconstrucción la chance y la fuerza, el poder de la comunicación.
Sin embargo, se entenderá lo que es obvio, sobre todo en un seminario filosófico: operación diseminante, separada de la presencia (del ser) según todas sus modificaciones, la escritura, si la hay, comunica quizás, pero, seguramente, no existe. O apenas, para los presentes, en la forma de la más improbable firma.
(Nota: El texto –escrito– de esta comunicación –oral– debía ser enviado a la Association des sociétés de philosophie de langue française antes de la sesión. Tal envío debía entonces estar firmado. Lo que yo he hecho y falsificado aquí. ¿Dónde? Allí. J. D.).
* Jacques Derrida remite a la traducción francesa de Gilles Lange (“Pour nous en tenir toujours, par souci de simplicité, à l’énonciation parlée”, Austin, J. L. Quand dire, c’est faire. Paris: Seuil, 1970, p. 122). Más adelante Derrida volverá a referir a esta edición y a citar el prólogo del traductor. Por nuestra parte, respecto del texto de Austin, hemos utilizado la versión en castellano de Gerardo R. Carrió y Eduardo A. Rabossi (Austin, J. L. Cómo hacer cosas con palabras. Palabras y acciones. Barcelona: Paidos, 1990, p. 159, nota 9). Del mismo modo, a no ser que se indique alguna modificación, hemos recurrido a las versiones publicadas en español de las obras citadas. [N. del T.].
* Respecto del “retraçant l’origine”, hemos tenido en vista la traducción de “Ellipse” de Patricio Peñalver quien vierte “Écriture d’origine, écriture retraçant l’origine, traquant les signés de sa disparition, écriture éperdue d’origine” (Derrida, J. L’Écriture et la différence. París: Seuil, 1967, p. [Subrayado nuestro]) como “Escritura de origen, escritura que vuelve a trazar el origen, acosando los signos de su desaparición, escritura loca de origen” (Derrida, J. La escritura y la diferencia. Barcelona: Anthropos, 1989, p. 403). Más adelante, apostamos por “trazar y retrazar”. Considérese, en cualquier caso, la apuesta que en el pensamiento de Derrida vincula el “trait” (“trazo” o “rasgo”), el “retrait” (“retrazo”, pero también “retirada”), y la “trace” (“huella”). [N. del T].
1 La teoría rousseauniana del lenguaje y de la escritura es también propuesta a título general de la comunicación. (“De los diversos medios de comunicar nuestros pensamientos”, título del primer capítulo del Ensayo sobre el origen de las lenguas, trad. de Adolfo Castañón, México D. F.: FCE, 2006, pp. 11-16).
* Bonnot de Condillac, Étienne. Ensayo sobre el origen de los conocimientos humanos, trad. de E. Mazorriaga. Madrid: Tecnos, 1922, § 127, p. 223. Trad. esp. modif. [N. del T].
2 El lenguaje suple a la acción o la percepción, el lenguaje articulado suple al lenguaje de acción, la escritura suple al lenguaje articulado, etc.
* El término “crever”, “reventar”, y que en la obra de Derrida se vincula más directamente con “perforar”, es decir “conpercer” y “perforer”, también comporta el sentido familiar de “morirse”. Se encadena, así, con el motivo de la “muerte”, es decir, de la “economía de la muerte” y de “la vida-la muerte” [La vie la mort], y por tanto de la “sobrevida” [“survie”] que, de parte a parte, vuelve a aparecer en el pensamiento de Jacques Derrida. [N. del T.].
3 “Hasta ahora hemos considerado las expresiones en la función comunicativa. Esta se funda esencialmente en que las expresiones actúan como señales. Ahora bien, las expresiones desempeñan también un gran papel en la vida del alma, que no se comunica en comercio mutuo. Es claro que la función modificada no menoscaba en nada eso que hace que una expresión sea una expresión. Las expresiones, ahora como antes, tienen sus Bedeutungen y las mismas Bedeutungen que en el discurso comunicativo.” (Husserl, E. Investigaciones lógicas, 1. Cap. I, § 8) [trad. Manuel G. Morente y José Gaos, Madrid: Alianza Editorial, 2006, § 8 “Las expresiones en la vida solitaria del alma”, p. 241. Trad. esp. modif.]. Lo que adelanto aquí, implica la interpretación que he propuesto del planteamiento [démarche] husserliano sobre este punto. Me permito, pues, remitir a La Voz y el fenómeno [Derrida, J. La voz y el fenómeno. Introducción al problema del signo en la fenomenología de Husserl, trad. de Patricio Peñalver. Valencia: Pre-textos, 1985].
4 “En la primera edición dije ‘gramática pura’, nombre pensado y expresamente señalado como análogo a la ‘ciencia pura de la naturaleza’ de Kant. Mas no pudiendo de ningún modo sostenerse que la morfología pura de las Bedeutungen comprenda todo el a priori gramatical en su universalidad –existe, por ejemplo, un a priori propio de las relaciones, gramaticalmente muy fecundas, que se dan en la comprensión mutua de los sujetos psíquicos–, deberá darse la preferencia al término de gramática lógica-pura”. Husserl, E. Investigaciones lógicas, t. 2, part. 2, ch. IV (tr.fr. Elie, Kelkel, Scherer, p. 136) [Investigaciones lógicas, 2. Madrid: Alianza Editorial, 1999, p. 465. Trad, esp. modif. Sobre este punto, Cf. Derrida, J. La voz y el fenómeno. Ed. Cit., p. 45].
* Gerardo R. Carrió y Eduardo A. Rabossi, vierten el mencionado “permormative” como “realizativo”. Nosotros preferiremos “performativo”, y en función de esta decisión modificaremos las referencias a la edición disponible en castellano del libro de Austin. [N. del T.].
5 “Despedazar los dos fetiches (los cuales, lo confieso, estoy tan inclinado a maltratar), a saber:
1) el fetiche verdadero-falso; y
2) el fetiche hecho-valor [value-fact]”. Austin, J. L. Cómo hacer cosas con palabras. Ed. cit., p. 198. [Trad. esp. modif.].
* La traducción en español, bien vierte “infelicities” como “infortunios” lo que en francés se traduce como “échecs”. En este caso, en función del texto de Derrida, trasladamos esta última noción, “échec” como “fracaso”, y con ello, optamos por traducir el “infelicities” a partir del “échecs” francés, incluso para modificar la citas de la edición de Cómo hacer cosas con palabras, a la que remitimos constantemente. [N. del T.].
6 Austin, J. L. Op. Cit., pp. 144, 195. (tr. fr. pp. 113, 151). Por ejemplo, Introducción francesa [de Gilles Lane]: pp. 15, 16, 19, 20, 25, 26.
7 Lo que obliga en ocasiones a Austin a reintroducir el criterio de la verdad en la descripción de los performativos. Cf., por ejemplo, pp. 87 y 133 (tr. fr. pp. 73 y 107).
* Traducción modificada. La versión en español remitida prescinde de la oración: “para contraer matrimonio (cristianamente) es esencial que no esté casado con una mujer viva, que esté espiritualmente sano y no divorciado, etc.”. En su lugar, se lee: “para asumir el cargo es esencial que yo reúna los requisitos correspondientes, etc.” Cf., Austin, J. L. How to do things with words. London: Oxford University Press, 1962, p. 8. [N. del T.].
8 Austin, J. L. Op. Cit., pp. 48-50.
9 El valor muy sospechoso de lo “no-serio”, es un recurso muy frecuente (véase, por ejemplo pp. 148, 177 [tr. fr. pp. 116, 130]). Tiene una conexión esencial con lo que Austin, en otros lugares, dice de la oratio obliqua (p. 115 [tr. fr. p. 92]) o del mimo.
10 Desde este punto de vista, se puede interrogar el hecho, reconocido por Austin (p. 111 [tr. fr. p. 89]), de que “es muy común que la misma oración sea empleada en diferentes ocasiones de ambas maneras, esto es, de manera realizativa y constatativa. Esto parece no tener remedio si hemos de dejar a las expresiones lingüísticas tal como están y nos obstinamos en buscar un criterio” (p. 111 [Trad. modificada]). Es la raíz grafemática de la citacionalidad (iterabilidad) lo que provoca este desconcierto y hace que “muy probablemente, ni siquiera –dice Austin– se pueda enunciar una lista exhaustiva de todos los criterios posibles” (Ídem [Trad. modificada]).
* La expresión “doublure” hace señas tanto al doble del teatro lírico o del ballet, es decir, al artista secundario que está listo para reemplazar al actor principal, por ejemplo en escenas peligrosas, así como al forro interior de una prenda o un telón (ridueu). Sobre el doublure, véase, por ejemplo, Derrida, J. La diseminación (trad. José Manuel Arancibia). Madrid: Fundamentos, 1977, p. 14 (La Dissémination. Paris: Seuil, 1972, p. 14). [N. del T.].
* Si bien “source” puede ser traducido por “fuente”, hemos preferido la voz “origen” pues “source de l’énonciation” no es sino la traducción de Gilles Lang para “the utterance-origin”. Localizamos, pues, la cita de J. L. Austin:
“Where there is not, in the verbal formula of the utterance, a reference to the person doing the uttering, and so the acting, by means of the pronoun ‘I’ (or by his personal name), then in fact he will be ‘referred to’ in one of two ways:
(a) In verbal utterances, by his being the person who does the uttering-what we may call the utterance-origin which is used generally in any system of verbal reference co-ordinates.
(b) In written utterances (or ‘inscriptions), by his appending his signature (this has to be done because, of course, written utterances are not tethered to their origin in the way spoken ones are).” (Austin, J. L. How to do things with words. London: Oxford University Press, 1962, pp. 60-61). Como en los casos anteriores, remitimos la paginación de la edición en español, pero hemos modificado la traducción en función de cómo aparece en el texto de J. Derrida. [N. del T.].
* Derrida escribe “trés sec”, pero no hay que perder de vista que “sec” es también la sigla del presente texto [Signature Événement Contexte], sigla con la cual Derrida lo referirá más adelante, tanto en “Limited Inc. a b c…” como en “Hacia una ética de la discusión”. [N. del T.].
11 Cfr. La diseminación [Madrid: Fundamentos, 1977, pp. 7 y ss] y Posiciones [(Trad. Manuel Arranz) Valencia: Pre-textos, 2014, pp.110-111].
* Considérese que “renverser” refiere a “invertir” la mencionada oposición clásica, pero también significa “hacer caer”, “atropellar”, “trastocar”, “derrocar” esta jerarquía u orden del sistema de subordinación. [N. del T.].