Читать книгу La risa contagiosa - Jaime Gamboa - Страница 6

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El País del Silencio era hermoso por dos razones. Una es que, como nadie podía hablar para dar órdenes, las indicaciones se daban con una mueca.

Por ejemplo, cuando la presidenta quería bizcochos con mantequilla, sacaba la lengua lo más posible, le daba dos vueltas en el aire y luego se ponía bizca tres veces, hasta quedar mareada.

Así su secretario comprendía que debía calentar dos bizcochos, darles vuelta, untarles tres cucharadas de mantequilla y regresar pronto, antes de que ella desmayara de hambre.

¿Complicado? Imaginen cómo sería ordenar un desplazamiento de tropas para ir a la guerra: ¡imposible!

La risa contagiosa

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