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APARECE PETER

Todos los niños, excepto uno, crecen. Y todos lo averiguan muy pronto. Wendy se dio cuenta cuando tenía dos años. Jugaba en el jardín, arrancó una flor y corrió a dársela a su mamá. Supongo que debía estar encantadora, porque la señora Darling exclamó: “¡¿Por qué no podrás quedarte así para siempre?!”.

Desde entonces, Wendy supo que tenía que crecer.

La señora Darling también era encantadora, imaginativa y tenía una boca dulce y graciosa. Y esa dulce boca guardaba un beso. Durante mucho tiempo no se supo para quién era, aunque estaba ahí, bien visible en la comisura derecha.

El señor Darling era uno de esos hombres inteligentes que saben muchísimo de acciones y cotizaciones. Por supuesto, nadie entiende de eso realmente. Pero él daba la impresión de que sí lo entendía, y siempre comentaba que las cotizaciones estaban en alza y las acciones en baja, de un modo que habría hecho que cualquier mujer lo respetara. Y por supuesto, su mujer lo hacía.

Cuando recién se casaron, la señora Darling llevaba un cuaderno donde anotaba todas las cuentas de la casa y no se olvidaba de nada. Pero, poco a poco, en lugar de sumar, comenzó a hacer dibujos de bebés. Era lo que ella soñaba tener.

Wendy fue su primera hija. Luego, llegaron John y Michael, y pronto se vio a los tres hermanos caminando rumbo al jardín de infantes, acompañados por su niñera.

A la señora Darling le encantaba tener todo en orden y el señor Darling estaba obsesionado por ser igual a sus vecinos. Así que, lógicamente, contrataron una niñera. Pero como no eran ricos, su niñera fue una perra terranova, llamada Nana.

Nana no había tenido ningún dueño hasta que los Darling la contrataron en la plaza. Allí pasaba la mayor parte de su tiempo libre, metiendo el hocico en los cochecitos de los bebés. Las niñeras descuidadas la odiaban porque las seguía hasta sus casas y, luego, se quejaba de ellas frente a sus patrones. Es que a Nana los niños siempre le habían parecido importantes.

La terranova resultó una joya de niñera. ¡Qué cuidadosa era a la hora del baño! Por supuesto, tenía la cucha en la habitación de los chicos y, durante la noche, estaba atenta al más mínimo ruido y sabía, por ejemplo, si una tos debía tomarse en serio o no.

Era una lección de sensatez verla cuando llevaba a los niños a la escuela. Si se portaban bien, caminaba a su lado, tranquilamente. Pero si se separaban, los obligaba a ponerse en fila de nuevo. Además, nunca se olvidó de sus pulóveres y, por lo general, llevaba un paraguas en la boca, por si llovía.

Le molestaba que las amistades de la señora Darling entraran en la habitación de los niños. Pero si lo hacían, rápidamente le quitaba el delantal a Michael y le ponía una camisita bordada, le arreglaba la ropa a Wendy y le alisaba el pelo a John.

Ninguna niñera habría sido mejor y el señor Darling lo sabía. Pero a veces, tenía la sensación de que ella no lo admiraba.

–Sé que te admira muchísimo, George –le aseguraba la señora Darling y les hacía señas a los niños para que, en esas ocasiones, fueran especialmente cariñosos con su padre.

Nunca hubo una familia más feliz, hasta que llegó Peter Pan.

La primera vez que la señora Darling supo algo de Peter fue una noche en que estaba ordenando la imaginación de sus hijos. Todas las madres acostumbran investigar en la imaginación de sus niños cuando ya se han dormido, y ordenan las cosas para la mañana siguiente. Si ustedes pudieran quedarse despiertos (pero claro que no pueden) verían cómo sus mamás ponen en su lugar las cosas que se han salido durante el día. Es muy parecido a ordenar los cajones. Supongo que las verían arrodilladas junto a sus camas, repasando algunas de sus ideas, preguntándose de dónde han sacado tal cosa, descubriendo pensamientos tiernos y no tan tiernos, acariciando esto y alejando rápidamente esto otro. Por eso, cuando ustedes se despiertan por la mañana, las travesuras y los enojos quedaron guardados en el fondo de sus cabezas, y arriba, bien aireados, están sus pensamientos más bonitos, preparados para que se los pongan.

No sé si alguna vez vieron un mapa de la mente de una persona. A veces, los médicos dibujan mapas de otras partes del cuerpo. Pero si alguna vez los atrapan haciendo el mapa de la mente de un niño, verán que no solo es confusa, sino que no para de dar vueltas. Tiene líneas en zigzag. Probablemente, esas líneas son los caminos de la isla. Porque deben saber que el País de Nunca Jamás siempre es una isla (más o menos) con veloces embarcaciones que navegan en alta mar, con indios y guaridas solitarias, gnomos (que en su mayoría son sastres), cavernas por las que corre un río, príncipes con seis hermanos mayores, y una señora muy bajita y anciana con la nariz ganchuda. Si eso fuera todo, sería un mapa sencillo. Pero también está el primer día de escuela, los padres, la plaza, asesinatos y otras noticias espantosas, la conjugación de los verbos, el día de comer pastel de chocolate, ponerse ropa de grande, dime la tabla del nueve, monedas a cambio de un diente y muchas cosas más. Todo eso es parte de la isla. Y todo es bastante confuso, porque nada se queda quieto.

Como es lógico, cada chico tiene un País de Nunca Jamás propio. El de John, por ejemplo, tenía una laguna con flamencos que volaban por encima y que él cazaba con una escopeta. En cambio el de Michael, que era muy pequeño, tenía un flamenco con lagunas que volaban por encima de él. En el País de Nunca Jamás, John vivía en un barco encallado en la arena; Michael, en una tienda india y Wendy, en una casa de hojas. John no tenía amigos, Michael tenía amigos por la noche, Wendy tenía un lobito abandonado por sus padres. Pero cuando los niños juegan, siempre llegan a estas mágicas tierras en barquitos.


De todas las islas de Nunca Jamás, la de esta historia es la más interesante y la más apretujada. No se trata de un lugar grande y desparramado, con incómodas distancias entre una aventura y la siguiente, sino que allí todo está agradablemente amontonado. Cuando se juega en ella durante el día, con las sillas y el mantel, no da ningún miedo. Pero justo antes de que uno se quede dormido, casi se hace realidad. Por eso se ponen lámparas en las mesas de luz.

A veces, mientras viajaba por la imaginación de sus hijos, la señora Darling encontraba cosas que no lograba entender. Y la que más le llamaba la atención era la palabra Peter. No conocía a ningún Peter y, sin embargo, en las mentes de John, Michael y Wendy asomaba aquí y allá. Y mientras la señora Darling lo contemplaba, le parecía que tenía un aspecto curiosamente desfachatado.

–Sí, es bastante desfachatado –admitió un día Wendy.

(Su madre le había estado preguntando).

–¿Pero quién es, mi vida?

–Es Peter Pan, mamá. ¿No lo sabes?

Al principio, la señora Darling no lo sabía. Pero después se acordó de su infancia y de un tal Peter Pan que, según se decía, vivía con las hadas. En esa época, ella creía en él. Pero ahora que era una mujer casada y llena de sentido común, dudaba seriamente de que esa persona existiera y de las extrañas historias que se contaban sobre él.

–Además, ya debería ser mayor –le dijo a Wendy.

–No, mamá, no creció –le aseguró su hija, muy convencida–. Es de mi tamaño.

Quería decir que era de su tamaño tanto de cuerpo como de mente. Y no sabía cómo lo sabía. Simplemente, lo sabía.

La señora Darling le comentó el asunto al señor Darling.

–Debe ser una tontería que Nana les metió en la cabeza –le dijo él, sin darle importancia–. Es justo la clase de cosas que se le ocurriría a un perro. Ya verás cómo se les pasa.

Pero no se les pasó y el molesto niño no tardó en darle un buen susto a la señora Darling. Una mañana, en el piso del cuarto de los niños, aparecieron unas cuantas hojas de árbol que no estaban la noche anterior. La señora Darling se preguntaba de dónde habrían salido, cuando su hija le dijo, despreocupadamente (los chicos viven las aventuras más raras sin sorprenderse):

–¡Seguro que fue ese Peter otra vez! –Y agregó, pues era una niña muy limpia–: Está muy mal que no barra.

Luego, le contó que, algunas noches, le parecía que Peter se metía en la habitación, se sentaba a los pies de su cama y tocaba la flauta. Por desgracia, ella nunca se despertaba, así que no sabía cómo lo sabía.

–¡Qué tonterías dices, preciosa! Nadie puede entrar sin tocar el timbre.

–Creo que entra por la ventana –comentó Wendy.

–Pero, mi amor, hay tres pisos de altura.

–¿No estaban las hojas junto a la ventana, mamá?

Era cierto: las hojas habían aparecido allí.

–¡Hija mía, ¿por qué no me lo contaste antes?!

–Me olvidé –respondió Wendy, sin darle importancia. Tenía prisa por desayunar.

La señora Darling examinó las hojas atentamente: no eran de ningún árbol conocido en Inglaterra. Después, gateó por el suelo, buscando huellas de algún pie extraño. Golpeó las paredes de la chimenea con el atizador. Dejó caer una cinta métrica desde la ventana hasta la vereda: había una distancia de diez metros y ni siquiera un caño por donde trepar. Lo que Wendy afirmaba era imposible. Sin duda, lo había soñado.

Pero Wendy no lo había soñado y esto se demostró la noche siguiente, cuando empezaron las increíbles aventuras de estos niños.

La noche de la que hablamos, los tres chicos estaban acostados. Dio la casualidad de que era el día libre de Nana, así que la señora Darling fue quien los bañó y les cantó hasta que se durmieron. Después, se sentó junto al fuego, a coser una camisa para Michael. El cuarto de los niños estaba apenas iluminado por las tres lamparitas de sus mesas de luz y, por eso, pronto se durmió y la camisa quedó sobre su falda.

Mientras dormía, la señora Darling soñó que el País de Nunca Jamás estaba cerca y que un extraño chiquillo había salido de él.

El sueño no habría tenido ninguna importancia si no hubiera sido porque, mientras soñaba, la ventana del cuarto se abrió de golpe, y el chiquillo entró volando y se posó en el suelo. Iba acompañado por una luz extraña, no más grande que un puño, que revoloteaba por la habitación. Y creo que fue esa luz la que despertó a la señora Darling.

Apenas vio al chiquillo, supo que se trataba de Peter Pan. Era un niño encantador, vestido con un traje de hojas. Pero lo más lindo que tenía era que conservaba todos sus dientes de leche. Y cuando se dio cuenta de que la señora Darling era una adulta, mostró esas pequeñas perlas, pues no le gustó nada.


Peter Pan

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