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Carta 8

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La señora Vernon a lady De Courcy

Churchill

Querida madre:

No debe esperar que Reginald regrese durante algún tiempo. Me ha solicitado que le comunique que el buen clima actual le ha inducido a aceptar la invitación del señor Vernon para prolongar su estancia en Sussex y, así, poder ir a cazar juntos. Enviará a buscar sus caballos inmediatamente y es imposible decir cuándo le volverá a ver en Kent. No intentaré disimular mis sentimientos sobre este cambio con usted, mi querida señora, aunque creo que será mejor que no los comente con mi padre, cuya excesiva ansiedad por Reginald le haría alarmarse, corriendo el riesgo de ver afectada gravemente su salud y su ánimo. Lady Susan se las ha ingeniado, en el espacio de una quincena, para conseguir gustar a mi hermano. Francamente, estoy segura de que la prolongación de su estancia aquí, más allá del momento originalmente fijado para su regreso, se debe en gran medida a una cierta fascinación por ella, tanto como por el deseo de ir de caza con el señor Vernon. Naturalmente, ello hace que la prolongación de la visita de mi hermano no me proporcione el placer que en otras circunstancias me proporcionaría. Me irritan las artimañas de esta mujer sin escrúpulos. ¿Qué prueba más palpable de sus peligrosas habilidades se puede ofrecer que este cambio en la opinión del juicio de Reginald, quien, cuando entró en esta casa, era decididamente contrario a ella? En su última carta, él mismo me dio detalles de su comportamiento en Langford, tal como se los había contado un caballero que la conocía perfectamente y, de ser ciertos, sólo pueden provocar reprobación. El mismo Reginald estaba dispuesto a darle crédito. Tenía la opinión sobre ella de que era la peor mujer de Inglaterra y, cuando llegó, era evidente que la juzgaba como una persona poco digna de consideración o respeto. Él opinaba que parecía encantada con las atenciones de cualquier hombre que se decidiera a cortejarla.

Ella ha calculado su comportamiento, lo confieso, para eliminar esa idea y no he detectado la menor falta de decoro en ello. Nada de vanidad, ni ostentación, ni ligereza y es, sin lugar a dudas, tan atractiva que no me extrañaría que él estuviera encantado con ella, si no hubiera sabido nada sobre ella antes de conocerse personalmente. Sin embargo, contra toda razón, contra toda convicción, mostrarse tan complacido con ella, como estoy segura de que él lo está, me asombra muchísimo. Al principio, la admiración era muy fuerte, pero no rebasaba lo natural y no me pareció insólito que le impresionaran su distinción y sus modales pero, últimamente, cuando la menciona, lo hace en términos extraordinarios de alabanza. Ayer llegó a decir que no le sorprendería cualquier efecto en el corazón de un hombre causado por su encanto y sus cualidades y, cuando yo le repliqué lamentando la maldad de su actitud, él respondió que los errores que haya podido cometer había que imputarlos a haber recibido una educación insuficiente y a su matrimonio precoz; y que, en realidad, se trataba de una mujer extraordinaria.

Esta tendencia a excusar su conducta o a olvidarla, por el influjo de la admiración, me irrita enormemente y, si no supiera que Reginald se encuentra como en casa cuando está en Churchill como para necesitar una invitación para que prolongue su estancia, lamentaría que el señor Vernon se lo haya propuesto.

Las intenciones de lady Susan son sin duda las de la coquetería más absoluta y las del deseo de obtener una admiración universal. No puedo imaginar, por el momento, que planee algo más serio, aunque me mortifica ver cómo ha embaucado a un joven sensato como Reginald.

Atentamente,

CATHERINE VERNON

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