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Carta 6

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La señora Vernon al señor De Courcy

Churchill

Bueno, mi querido Reginald, ya he visto a esa peligrosa criatura y tengo que describírtela, aunque espero que pronto puedas formarte una opinión por ti mismo. Es realmente muy hermosa. Por mucho que quieras cuestionar el atractivo de una dama que ya no es joven, debo afirmar que rara vez he visto a una mujer tan encantadora como lady Susan. Es delicadamente rubia, con unos bellos ojos grises y pestañas oscuras. Por su apariencia, se diría que no tiene más de veinticinco años, aunque de hecho debe de tener diez años más. Sin duda, yo no estaba demasiado predispuesta a admirarla, a pesar de haber oído constantemente que era una mujer bella, pero no puedo evitar sentir que posee una poco frecuente combinación de simetría, resplandor y elegancia. Se dirigió a mí con tanta amabilidad, franqueza e incluso cariño que, de no haber sabido lo poco que le gusto por haberme casado con el señor Vernon y porque no nos habíamos visto nunca, me habría parecido que era una amiga íntima. Se tiende a relacionar la seguridad de uno mismo con la coquetería y a pensar que unos modos insolentes responden a una mente insolente. Estaba preparada por lo menos para un cierto grado de confianza impropia, pero su actitud es absolutamente agradable y su voz y sus gestos irresistiblemente dulces. Siento mucho que así sea, puesto que, ¿qué otra cosa es, sino un engaño? Por desgracia, la conocemos demasiado bien. Es inteligente y agradable, posee todos los conocimientos del mundo que hacen fácil la conversación, habla muy bien, con un dominio gracioso del lenguaje que se utiliza demasiado a menudo, creo yo, para hacer que lo negro parezca blanco. Ya casi me ha persuadido de que siente verdadero afecto por su hija, aunque durante mucho tiempo he estado convencida de lo contrario. Habla de ella con tanta ternura y ansiedad, lamenta con tanta amargura lo negligente que ha sido su educación y lo presenta todo, sin embargo, como algo tan inevitable, que me tengo que obligar a recordar cómo pasaba una primavera tras otra en la ciudad, mientras su hija se quedaba en Staffordshire, bajo el cuidado de sus criados o de una institutriz inadecuada, para evitar creer todo lo que dice.

Si sus modales ejercen tanta influencia en mi corazón resentido, podrás hacerte una idea de que operan, aún de modo más poderoso, en el talante generoso del señor Vernon. Me gustaría estar tan segura como él de que fue realmente elección suya abandonar Langford y venir a Churchill. Si no hubiera permanecido allí tres meses, antes de descubrir que el estilo de vida de sus amigos no se adecuaba a su situación y estado de ánimo, habría creído que esa preocupación por la pérdida de un marido como el señor Vernon, con el cual ella se comportaba de modo más bien poco excepcional, le hacía desear una temporada de reclusión. Pero no puedo olvidar lo prolongado de su estancia con los Manwaring y, cuando reflexiono sobre el tipo de vida que llevaba con ellos, tan diferente del que ahora debe aceptar, sólo puedo suponer que la voluntad de afirmar su reputación, siguiendo, aunque tarde, el camino del decoro, fue lo que provocó que se alejara de una familia con la que, de hecho, debía de sentirse especialmente feliz. La historia de tu amigo, el señor Smith, no puede ser del todo correcta, ya que mantiene correspondencia con regularidad con la señora Manwaring. Sin duda, debe de ser exagerada. Es casi imposible que haya podido embaucar de tal manera a dos hombres al mismo tiempo.

Cordialmente,

CATHERINE VERNON

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